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Stalin (1879-1953), biografía y valoración personal


En una serie de dos tomos, Ian Grey (5 de mayo de 1918-5 de junio de 1996), historiador especializado en la historia de Rusia, trata la compleja figura de Iosif Vissarionovich Djugachvili, más conocido como Stalin.

Todo lo redactado en esta entrada no es más que la transcripción de las partes que creo que más ayudan a seguir el hilo de la biografía, aunque también se incluirán apuntes extraídos de Stalin: Una biografía, del historiador británico Robert Service. Desconozco la ideología de este último, pero Ian Grey indica que «como nacido y educado en la tradición del imperio de la ley y del sistema de gobierno parlamentario, encuentro los dogmas marxistas totalmente inaceptables y rechazo de plano las opiniones de la mayoría de los marxistas» (p. 13).

Contexto: la tradición rusa

Algunas características del mandato de Stalin están enraizadas en la historia y la manera de ser del pueblo ruso de forma duradera. Son parte de la tradición rusa de la que era heredero, y que mantuvo por las mismas razones que sus predecesores.

Las más importantes de estas tradiciones han sido la supremacía del Estado, el poder absoluto del autócrata, el sentimiento de vulnerabilidad, el laconismo y la desconfianza, el sentimiento de superioridad y mesianismo, la sensibilidad a las críticas y el ejercicio brutal de la autoridad.

La historia de Rusia constituye una batalla épica e interminable para colonizar la inmensa llanura euroasiática. Un clima extremado de inviernos largos y muy fríos, y veranos cortos y calurosos; una llanura enorme, sin barreras defensivas naturales, y una red de ríos caudalosos, marcaron las condiciones en las que se creó la nación. Pero ha sido una nación asediada, situada en las fronteras de Europa y Asia, entre pueblos sedentarios y nómadas, y sometida a constantes ataques.

En el zarismo, para imponer las obligaciones de servidumbre y el pago de tributos en un país inmenso y con una población dispersa, el Estado utilizaba unos métodos salvajes, inspirados en los empleados por los mongoles. Ejecuciones, apaleamientos con cañas o batogi, que podían llegar a causar la muerte, y otros crueles castigos estaban a la orden del día. Hasta finales del siglo XVIII no se concedió a los nobles y a los sacerdotes el privilegio de inmunidad frente a apaleamientos.

La policía especial del zar, que comenzó en 1565 con la Oprichniki del zar Iván IV y se convirtió en la Ojrana y la Tercera Sección de la Cancillería personal de Su Majestad, se encontraba en todas partes. A pesar de que los métodos para imponer la autoridad embrutecían la nación, no surgían protestas; los rusos sentían un ferviente patriotismo y un amor exaltado por su país y su régimen, considerado por ellos superior a los demás países.

Coronación del zar Nicolás II en la catedral de Moscú

Stalin, primer tomo

Iosif Vissarionovich Djugachvili nació el 21 de diciembre de 1879 en la antigua ciudad georgiana de Gori. Su padre, Vissarion, era zapatero, y Stalin sólo se refirió en público a él una vez, comentando que, como zapatero, su padre no era un verdadero proletario, ya que tenía mentalidad de pequeño burgués [1]. Murió en 1890, apuñalado en una reyerta de borrachos. En otra ocasión mencionó su niñez y a sus padres. Fue en diciembre de 1931 cuando concedió una entrevista a Emil Ludwig, el biógrafo popular del momento. A la pregunta «¿Qué le impulsó a rebelarse? ¿Fue quizá el trato que le dieron sus padres?» Stalin respondió: «No; mis padres carecían de educación, pero no me trataron mal en absoluto». Esta afirmación no coincide con otras versiones sobre su infancia [2]. Su madre, Ekaterina Georgievna Geladze, era hija de una familia de siervos. Tanto ella como su marido eran pobres y analfabetos. Tuvo tres hijos, pero todos ellos murieron en la infancia. El cuarto niño fue Iosif, y sobre él, su «Soso» o «Soselo», prodigó su amor y sus cuidados. Profundamente religiosa, fue la persona más influyente en su niñez. Cuando Stalin fue a visitarla poco antes de su muerte, ella le dijo: «Qué pena que no hayas sido sacerdote». Fue el gran pesar de su vida. Nunca entendió el alto cargo de su hijo, ni la adulación que lo rodeaba. Murió en 1936, a los ochenta años de edad, aproximadamente.

Ekaterina, madre de Stalin

En 1886 Iosif cayó gravemente enfermo de viruela. Su fuerte constitución le permitió superarla, pero su cara quedaría siempre marcada por la enfermedad.

En otoño de 1888 ingresó en la escuela religiosa de Gori. Allí se convirtió en un lector voraz; según Iremachvili, amigo de la infancia, leyó «casi todos los libros de la biblioteca de Gori». Era inteligente y estaba dotado de una memoria excepcional. Iosif, además, se sentía atraído por los héroes románticos georgianos, y la impresión más honda se la produjeron las historias de Kazbegi sobre el rebelde de las montañas, Koba, «el Implacable». Durante su estancia en el colegio, Iosif cayó de nuevo gravemente enfermo. En esta ocasión, fue un envenenamiento de la sangre que le afectó al brazo izquierdo. Como resultado, su extremidad quedó ligeramente más corta y marchita.

Abandonó el colegio a los catorce años, y los responsables del centro lo recomendaron para que fuera admitido en el seminario de Tiflis (capital de Georgia). Cuando ingresó Iosif, se había convertido ya en un centro de oposición a las autoridades rusas, siendo la cuna de varios revolucionarios. Pronto se contagió del espíritu de rebeldía que reinaba entre los estudiantes. En esta época, Iosif comenzó a leer sobre los más diversos temas, además de a escribir poesía. Sasha Tulukidze y Lado Ketsjoveli, ambos mayores que Iosif, fueron los que despertaron en él su interés por el marxismo. Fueron probablemente quienes lo introdujeron en Messamy Dassy, primera organización socialdemócrata marxista de Georgia [3]. Eran partidarios del desafío y la acción violenta y dramática contra el régimen zarista.

En sus memorias, Noi Zhordania, líder del grupo, recordaba que a finales de 1898 Iosif se le presentó y le comentó acerca de su decisión de abandonar el seminario y dedicar su tiempo libre a los obreros. Zhordania le hizo varias preguntas sobre historia, sociología y economía política, e indica que le sorprendió que sólo tuviera una noción superficial sobre todo ello, por lo que le aconsejó que permaneciera un año más en el seminario y que comenzara a prepararse por sí mismo. Zhordania se sentía paternalista hacia el joven estudiante, y al igual que otros enemigos políticos resentidos e impotentes que escribieron sus memorias en el exilio, intentó denigrar a este hombre que se había convertido en gobernante supremo. Ciertamente, exageró la falta de conocimientos de Iosif. Informes soviéticos de 1898 indican que se había convertido en el crítico y oponente más destacado de las opiniones de Zhordania, y que había adquirido cierto liderazgo entre los ferroviarios, a los que organizaba para llevar a cabo una gran huelga en diciembre de 1898.

El 5 de mayo de 1899 el consejo del seminario expulsaba a Iosif «por haber faltado a sus exámenes sin causa justificada». Su madre mantuvo siempre que su hijo no había sido expulsado, sino que ella misma lo había sacado del seminario [4]. Está claro que fuera cual fuera la auténtica razón de su salida del seminario, Iosif no tomó la decisión. Una vez libre, se entregó a la causa revolucionaria y se convirtió en Koba, «el Implacable».

Pronto se interesó vivamente por Iskra (La Chispa), periódico político fundado por unos emigrados rusos marxistas, a iniciativa de Lenin. La primera edición se publicó en Leipzig el 24 de diciembre de 1900.

Hacia finales de diciembre de 1899, Koba comenzó a trabajar como empleado en el Observatorio Geofísico de Tiflis. El sueldo era bajo, pero por primera vez en su vida disfrutaba de una habitación para él solo. Dividía su tiempo libre entre la lectura y la participación en reuniones de grupos de trabajadores. El 21 de marzo de 1901, unos cincuenta dirigentes socialdemócratas fueron detenidos por la Ojrana, y la policía hizo una redada en las habitaciones de Koba y sus colegas en el observatorio. Después de este suceso, según la versión oficial, Koba pasó a la clandestinidad. Abandonó Tiflis y se convirtió en un revolucionario fugitivo, y trabajadores y camaradas casi tan pobres como él le daban alojamiento y comida. La tarea inmediata estribaba en impulsar los preparativos del primero de mayo. Ese día, después de la manifestación celebrada en Tiflis, Koba eludió a la policía y visitó en secreto el piso de Iremachvili, donde habló con énfasis sobre la violencia y sobre la necesidad de provocar mayor violencia en futuras manifestaciones.

Leonid Krasim, uno de los más destacados miembros del movimiento revolucionario ruso, reorganizó una imprenta en Bakú y sobre el verano empezó a tirar ejemplares de Iskra, así como de Brdzola (La Lucha), primer periódico revolucionario ilegal publicado en georgiano. En el número de diciembre de Brdzola se incluía el artículo «El Partido Socialdemócrata Ruso y sus tareas inmediatas», obra de Koba, quien ya había sido elegido para el primer comité de Tiflis del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso el 11 de noviembre. Un informe secreto de la policía decía que en otoño de 1905 fue enviado a Batum con el propósito de distribuir propaganda entre los trabajadores de las fábricas. Como resultado de las actividades de Dzhugashvili, comenzaron a surgir organizaciones socialdemócratas en todas las fábricas de la ciudad. El número de trabajadores en Batum ascendía a once mil; sus sueldos eran bajos y las condiciones de trabajo opresivas.

El movimiento socialdemócrata de Batum estaba dirigido por Nikolai Chjeidze, partidario del «marxismo legal» que deploraba la actividad revolucionaria violenta. Éste se sintió horrorizado cuando conoció los planes de Koba, y se dirigió a él varias veces con el ruego de que abandonara su militancia. Al ver que sus ruegos eran rechazados, condenó a Koba por «desorganizador» y «loco».

La noche del 5 de abril de 1902 Koba fue detenido por la Ojrana por primera vez. Durante el año que pasó en la prisión de Batum, se mantuvo tranquilo y observó buena conducta. Era independiente y disciplinado, se levantaba temprano, hacía ejercicio para mantenerse en forma y dedicaba la mayor parte del día al estudio.

El 9 de julio de 1903 fue condenado a tres años de deportación a un pueblo en Siberia. Allí pudo vivir con considerable libertad: cazaba, pescaba, visitaba a sus amigos y mantenía una razonable correspondencia. Consiguió escapar el 5 de enero de 1904 [5]. En aquella época, Koba contrajo matrimonio con Ekaterina Svanidze, quien moriría en 1910. Tuvieron a su hijo Yakov en 1908.

En el congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso que se celebró en julio y agosto de 1903, se dividió el partido en bolcheviques y mencheviques. Noi Zhordania, que asistió al congreso, hizo uso de su autoridad para que los socialdemócratas georgianos adoptaran la postura menchevique. Koba, por contra, adoptó inmediatamente la postura bolchevique, ya que estaba convencido de que esta constituía la única actitud eficaz para la revolución.

Por aquel entonces, la tensión en toda Rusia aumentaba peligrosamente; las derrotas del ejército imperial en la guerra contra Japón, que comenzó en febrero de 1904, y la tragedia del 9 de enero de 1905 conocida como «el domingo rojo», fueron varios de los sucesos que minaron gravemente la confianza en el régimen. El Manifiesto del 30 de octubre, que estipulaba las importantes concesiones del zar, no consiguió calmar la turbulencia que sacudía a la nación, y pueblos y ciudades se convirtieron en focos de crímenes y violencia. En medio de esta confusión, los principales partidos políticos estaban organizando su participación en las elecciones a la Duma, la nueva asamblea representativa. Koba estaba aparentemente desligado de los dramáticos acontecimientos en estos meses, aunque en 1904 era un activo miembro del Comité Sindical Caucasiano. Por sus arduos debates con Noi Zhordania, llamó la atención de Lenin, y en mayo de 1905 comenzó la correspondencia entre ambos.

En diciembre de 1905 Koba viajó a Tammerfors (Finlandia) para participar en el congreso bolchevique, y fue ahí donde entró en contacto directo con Lenin. No fue en este congreso, sino en el de Estocolmo, celebrado entre el 22 de abril y el 8 de mayo de 1906, cuando salió de su silencio. En este IV Congreso, los principales temas debatidos eran los referentes al apoyo al campesinado, las elecciones de la Duma y las expropiaciones. Con respecto a este primer tema, los mencheviques se mostraron partidarios de la municipalización de la tierra, mientras que Lenin y los bolcheviques propusieron la nacionalización. Koba condenó ambas posturas, proponiendo como medida «transitoria» lo que llamó «distribucionismo», que significaba ocupar la tierra y entregársela directamente a los trabajadores. En 1917, su postura, adoptada entonces por Lenin, dio origen al eslogan «Toda la tierra para los campesinos». Koba, aunque aceptaba que el programa de Lenin era correcto y reconocía su liderazgo, mantenía una fuerte independencia y nunca se convirtió en un discípulo servil.

Utilizando de nuevo el alias de Ivanovich, Koba viajó a Londres para asistir al V Congreso, que comenzó el 13 de mayo de 1907, aunque no intervino en él. En este congreso, Yuli Martov presentó una moción en la que criticaba duramente a Lenin por continuar las expropiaciones en contra de las decisiones del partido. La resolución que prohibía a todos los miembros participar «en modo alguno en tales actividades» fue adoptada por 170 votos contra 35, con 52 abstenciones. Lenin no replicó al ataque menchevique y se abstuvo de votar, pero no dudó en continuar las expropiaciones. El 25 de junio tuvo lugar un espectacular asalto a un banco en la plaza Erivan, en el centro de Tiflis. Pronto se supo que los bolcheviques eran los responsables, y esto causó una tormenta de indignación en el partido [6].

La tercera Duma se reunió en noviembre de 1907, y llegaría a cumplir su plazo legislativo de 5 años. Los liberal-conservadores octubristas constituían el partido dominante, bajo el mando de su líder Aleksandr Guchkov, que cooperaba con Piotr Stolypin. Llevaron a cabo importantes reformas.

En 1907 la marea revolucionaria había retrocedido, y en el período 1907-1912 el Partido Socialdemócrata se deshizo. De los que permanecieron en el partido, la mayoría votó por el cese de las actividades ilegales dentro de Rusia y se manifestó a favor de la Duma. Lenin rugió contra tales miembros, y convocó el 18 de enero de 1912 un congreso inconstitucional y no representativo en Praga. En él se creó un partido bolchevique diferenciado e independiente bajo el liderazgo de Lenin, y se eligió un Comité Central. Entre los colaboradores más directos de Lenin siempre figuraron uno o dos espías de la policía, y entre ellos Malinovsky fue el más destacado. Su traición se descubrió después de la Revolución, y fue fusilado.

La fiebre de agitación, que había desaparecido en la mayor parte de Rusia, persistía en Bakú. En esta época, los trabajadores de la industria petrolífera obtuvieron una importante concesión: accedieron a que nombraran representantes para negociar en su nombre. Koba dirigió la campaña entre cincuenta mil trabajadores para reivindicar este derecho. En esta ocasión, adoptó una actitud más moderada y pragmática que la manifestada en el pasado. Lenin, exiliado en Suiza, sólo tenía palabras de admiración para los trabajadores del petróleo y sus líderes.

El 25 de marzo de 1908 Koba fue detenido por ser el líder de una organización secreta subversiva, y fue conducido a la prisión de Bailov, de condiciones extremadamente duras. Los prisioneros sospechosos de ser agentes de la policía eran asesinados. Koba aprovechaba el tiempo libre para leer con avidez y escribir artículos que conseguía que se publicaran en Baku Proletarian y en Gudok (El Silbato) [7], y formaba grupos de debate junto con otros presos políticos.

El 24 de julio de 1909 huyó a San Petersburgo, pero su intención era volver a Bakú. Allí se encontró con que el número de militantes del partido se había reducido. Además, el Baku Proletarian no había aparecido durante su ausencia, por lo que en seguida se dispuso a reavivar el periódico como primer paso para revitalizar el partido no solamente en el Cáucaso, sino también en Rusia y en los círculos de emigrados. El número del 27 de agosto incluía el editorial de Koba titulado «La crisis del partido y nuestras tareas». En él subrayaba el fracaso de Lenin y otros exiliados, quienes, en su opinión, vivían con comodidad y seguridad, «alejados de la realidad rusa». Koba había escrito honradamente sobre las causas de la crisis existente y proponía remedios. No buscaba una desavenencia en sus relaciones con Lenin, ni pretendía desafiar su liderazgo. Sin embargo, Lenin no soportaba las críticas, y el tono de mofa de los comentarios de Koba en relación a su obra Materialismo y empiriocriticismo le molestó.

El 27 de junio de 1911, después de haber pasado tiempo en prisión y en el exilio de nuevo, a Koba se le prohibió regresar al Cáucaso durante cinco años, así como vivir en San Petersburgo o Moscú. Eligió Vologda como lugar de residencia. El Cáucaso le había dado formación y experiencia revolucionaria, pero sus límites resultaban ya estrechos para Koba. Desde estos momentos, pasó a pertenecer al partido a nivel nacional.

El 22 de abril de 1912 apareció el primer número de Pravda (La verdad), con un editorial escrito por Stalin (así comenzaba a llamarse Iosif). El nombre del nuevo periódico bolchevique fue deliberadamente tomado del Pravda de Trotski, el más popular de los periódicos introducidos clandestinamente en Rusia. El día que apareció el primer número de Pravda, Stalin fue detenido y condenado a tres años de exilio en Narym, provincia de Siberia occidental. Se escapó el 1 de septiembre, y cuando volvió a San Petersburgo tuvo que defender el periódico de las duras críticas de Lenin, quien detestaba su actitud conciliadora. En el editorial del primer número Stalin había escrito: «Creemos que un fuerte movimiento, lleno de vida, es inconcebible sin controversias; sólo en un cementerio puede conseguirse una coincidencia total de opiniones. [...] La guerra contra los enemigos del movimiento de los trabajadores y el esfuerzo por conseguir la paz y la camaradería dentro del movimiento serán los principios que guíen a Pravda en su trabajo diario».

En la cuarta Duma, celebrada en otoño, trece diputados socialdemócratas fueron elegidos, seis bolcheviques y siete mencheviques, y comenzaron inmediatamente a cooperar entre sí.  Lenin se enfureció y pidió que los diputados bolcheviques rompieran públicamente con sus colegas mencheviques. Stalin, aunque estaba convencido de que más adelante tal acción sería inevitable, sabía que hacerlo sin dilación haría perder el apoyo de los bolcheviques. No dio publicidad en Pravda a la necesidad de la división del partido.

Frustrado por ver incumplidas sus demandas, Lenin decidió convocar en Cracovia otra reunión del Comité Central, a la que acudirían los seis diputados bolcheviques. Se celebró a finales de diciembre de 1912, y en ella los diputados aceptaron finalmente las demandas de Lenin. Ya habiendo concluido la reunión, Stalin permaneció en Cracovia a instancias de Lenin. El líder bolchevique necesitaba la ayuda de Stalin para encontrar solución al complicado problema de las nacionalidades, ya que los movimientos nacionalistas habían adquirido fuerza entre los pueblos no rusos desde las rigurosas medidas de rusificación de Alejandro II. Lenin continuaba siendo básicamente un gran ruso en sus opiniones y daba por supuesto que el partido había de ser dominado y dirigido por rusos. Es por ello que la llegada de Stalin fue muy oportuna, ya que, como georgiano, no podría ser acusado de chovinismo ruso. En febrero de 1912 escribía a Makssim Gorki: «Respecto al nacionalismo, [...], tenemos aquí a un maravilloso georgiano que se ha propuesto escribir un largo artículo [...]». Este artículo se titularía «El marxismo y la cuestión nacionalista», y fue redactado durante el mes de enero de 1913. Lenin estaba encantado con el trabajo, y Stalin se ganó un puesto como teórico marxista en los círculos del partido.

Stalin regresó a San Petersburgo a mediados de febrero. El 23 del mismo mes se organizó una velada musical con el fin de conseguir fondos para Pravda. Stalin asistió y fue inmediatamente detenido. Tras estar cinco meses preso en San Petersburgo, a primeros de julio fue enviado a la región de Yenisei-Turujansk, en la zona norte de Siberia. Allí los hombres se volvían locos y el índice de suicidios entre los exiliados era elevado. Mientras que otros exiliados se juntaban para sentirse acompañados, Stalin se aislaba, excepto cuando tenía que solucionar algún asunto oficial del partido. Según su hija Svetlana, «amaba Siberia» y «siempre añoraba sus años de exilio como si no hubiera hecho más que cazar, pescar y pasear por la taiga».

Mientras Stalin estaba en el exilio, la organización bolchevique se estaba desintegrando, y la Ojrana continuaba con sus detenciones. El 2 de agosto de 1914 Alemania declaró la guerra a Rusia, lo que unió al pueblo ruso en una exaltación de fervor patriótico y de lealtad al zar. El apoyo a los bolcheviques y a otros partidos revolucionarios decayó aún más. En la Duma, los diputados bolcheviques y mencheviques se negaron a votar a favor del presupuesto de guerra, y se declararon públicamente contrarios a ella. Lenin no estaba satisfecho con esto, y pedía que se aceptaran sus «Tesis sobre la guerra», que iban mucho más allá de esa declaración, y requería que trabajaran por la derrota de Rusia.

En octubre de 1916 las condiciones en el frente se habían deteriorado y las bajas eran tan numerosas que el gobierno anunció el llamamiento de los exiliados políticos. A principios de 1917 se hizo a Stalin un reconocimiento médico, y fue rechazado por inútil para el servicio debido a su deformidad en el brazo izquierdo.

Stalin regresó a la capital el 12 de marzo, donde reinaban la confusión y el caos. El 15 de marzo abdica el zar Nicolás II. Aunque la Duma fue formalmente disuelta, sus miembros se negaron a dispersarse. El 16 de marzo llegaron al acuerdo de establecer un gobierno provisional, siendo Aleksandr Kerensky el presidente.

Tres días después de su regreso, Stalin fue elegido para el Presidium de la oficina con todos los derechos y nombrado representante bolchevique ante el Comité Ejecutivo (Excom) del Soviet de Representantes de los Trabajadores de Petrogrado. Junto a Kamenev, también se hizo cargo de Pravda. Dominó el partido durante tres semanas, hasta el regreso de Lenin, y siguió una línea moderada.

La noche del 3 de abril Lenin llegó a la estación de Finlandia de Petrogrado. Mediante su preparada recepción, el partido deseaba contrarrestar los rumores de que Lenin era un agente alemán. Aunque no conectaba con el sentir de la ciudad, comenzó a ganar apoyos. Su mensaje era sencillo: el partido tiene que presionar hacia la inmediata revolución socialista. Rechazaba cualquier tipo de unión con los mencheviques, así como el apoyo al gobierno provisional o a la continuación de la guerra. Expresó sus planteamientos en sus «Tesis de abril».

En mayo Trotski llegó del extranjero y fortaleció en gran manera la posición de Lenin. Fue admitido en el partido y elegido miembro del Comité Central. Stalin, lejos de desafiar la postura de Lenin, pasó a considerarla práctica y necesaria en el caos creciente. Durante los meses siguientes, fue eclipsado por Trotski, Zinoiev, Bujarin y otros. Nikolai Sujanov político menchevique— lo describía como un «ser gris», y Trotski, con su malicia y crueldad acostumbradas, decía que era un «demócrata plebeyo y lerdo provinciano». Mientras otros hacían discursos y luchaban por ser el centro de atención, él siempre estaba presente, como una piedra de los cimientos, trabajando dentro de la organización del partido y ganándose así el respeto y la confianza de los militantes.

Kerensky, en coalición con el Excom del Soviet de Petrogrado, se entregó a la tarea de conseguir apoyo para una nueva ofensiva militar que comenzó el 1 de julio. El ejército ruso se hundió, y una oleada de violentos desórdenes se extendió por todo el país, llegando a explotar en los «días de julio». El gobierno provisional, con el apoyo del Soviet de Petrogrado, acusó a los bolcheviques de intentar destruir la revolución y reducir el país a la anarquía. El ministro de Justicia dio a conocer unos documentos que pretendían demostrar que Lenin y otros líderes bolcheviques eran en realidad agentes alemanes. El partido bolchevique se granjeó el odio popular; Pravda fue cerrado, y varios líderes fueron detenidos. Ante esta situación, se hizo necesario que Lenin se ocultase en otro lugar. Eligió la ciudad de Sestroretsk, en el golfo de Finlandia.

En julio, Kerensky ocupó el cargo de primer ministro y con el apoyo del Excom formó de nuevo gabinete con mayoría de socialistas moderados. El desafío al gobierno de Kerensky se produjo desde la derecha. Fue dirigido por el general Lavrenti Kornilov, un cosaco de talento y valor probados, pero su tentativa de golpe fracasó sin que se disparara un solo tiro. El desafío militar al gobierno y la amenaza de una dictadura reaccionaria hicieron que toda la ciudad apoyara a Kerensky. Mencheviques, socialistas revolucionarios y bolcheviques formaron un frente unido en el Soviet. Con la aprobación del Comité, estos últimos reclutaron una milicia armada, que les permitió ampliar la Guardia Roja hasta los veinte mil efectivos. El Partido Bolchevique comenzaba a aumentar su fuerza.

A primeros de agosto, el VI Congreso del partido se reunió en secreto en Petrogrado, y en él Stalin expuso el informe del Comité Central. Al presentarlo, mostró que se había alejado de su postura moderada. Condenó al gobierno provisional por considerarlo «una marioneta, una despreciable pantalla tras la que se encuentran los "Kadetes", el estamento militar y el capital». Antes de los «días de julio», hubiera sido posible un traspaso de poder a los Soviets sin violencia, pero ahora «ha finalizado el período pacífico de la revolución; el período no pacífico, el período de enfrentamientos y explosiones ha llegado». Este «traspaso de poder a los Soviets» lo defendía Lenin un par de meses atrás, ya que vio que no sólo compartían el poder con el gobierno provisional, sino que lo dominaban. A su exposición añadía Stalin una aportación espontánea, afirmando: «No hay que excluir la posibilidad de que Rusia sea el país que marque el camino hacia el socialismo... Es necesario abandonar la gastada idea de que sólo Europa puede mostrarnos la ruta. Hay un marxismo dogmático y un marxismo creativo. Yo me sitúo en este último». La labor dirigente de Stalin en el VI Congreso del Partido elevó su prestigio y su autoridad.

El 20 de octubre, Lenin entró clandestinamente en Petrogrado. Defendió ante los miembros del Comité Central sus argumentos a favor de la revolución inmediata. De los veintidós miembros, nueve estaban ausentes, y finalmente todos los presentes, excepto Kamenev y Zinoiev, votaron a favor de su tesis. Dominados por el pánico, mostraban públicamente su oposición y ponían de relieve los peligros que iban a arrostrar. Para Lenin y para otros, era traición oponerse a las intenciones bolcheviques y revelarlas, por lo que, desde Finlandia, donde se había ocultado de nuevo, pidió que el Comité Central los expulsara del partido. En una reunión del comité celebrada el 17 de octubre, Trotski defendió la postura de Lenin, mientras que Stalin sostuvo que expulsar sumariamente a dos camaradas de larga trayectoria política causaría desorden y no arreglaría nada. Tras su intervención, la propuesta de expulsión fue rechazada.

Tras el regreso de Lenin a Finlandia, Trotski se hizo cargo del partido. Fue nombrado presidente del Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, creado el 25 de octubre, controlando la Guardia Roja y todas las unidades militares de la ciudad que apoyaban a los bolcheviques. Había también un «centro» especial militar revolucionario. Contaba con cinco miembros, y uno de ellos era Stalin. Trotski fue indudablemente el líder y la fuerza motriz de todos los preparativos y de la insurrección misma. Comenzó a primeras horas de la mañana del 7 de noviembre. Poco después del mediodía, los insurgentes controlaban ya toda la ciudad.

Guardias rojos asaltando el Palacio de Invierno

El 8 de noviembre Lenin apareció en la sesión del congreso de los Soviets. Fue reconocido como líder de la revolución con una clamorosa ovación. Su ausencia, al igual que la de Stalin, no fue motivo de críticas. Leyó un decreto que abolía la propiedad privada «de manera inmediata y sin compra», y que establecía la distribución de toda tierra entre quienes la cultivaban con su propio trabajo. Seleccionó un gabinete, conocido como el Consejo de Comisarios del Pueblo, o Sovnarcom. Entre los quince comisarios, elegidos por decreto, figuraban Lenin como presidente, Trotski como comisario de Asuntos Exteriores y Stalin de Nacionalidades. Después, el congreso eligió un Comité Ejecutivo Central de ciento un miembros: 62 bolcheviques, 29 socialistas revolucionarios de izquierdas y 10 de otros partidos. Este comité ejercería los poderes legislativos cuando el Congreso no estuviera reunido.

El resultado de las elecciones a la Asamblea Constituyente, celebrada el 12 de noviembre, fue catastrófico para los bolcheviques, ya que solamente consiguieron 175 de los 707 escaños. Por ello, Lenin y sus colaboradores directos forzaron la disolución de este organismo el día 6 de enero de 1918, lo que al pueblo no pareció preocuparle.

Poco después de ser nombrado comisario, Stalin asistió al congreso del Partido Socialista Finlandés en Helsinki, declarando el 14 de noviembre en su discurso: «¡Debe concederse libertad absoluta para decidir su propio destino a los finlandeses y a todos los demás pueblos de Rusia! ¡Fuera tutelas con control desde arriba sobre el pueblo finlandés! Estos son los principios que inspiran al Consejo de Comisarios del Pueblo»Pocas semanas después, en el III Congreso Panruso de Soviets, anunció un cambio, afirmando que «el derecho de autodeterminación no era un derecho de la burguesía, sino de las masas trabajadoras de una nación. El principio de la autodeterminación debería ser utilizado como un medio en la lucha por el socialismo, y debería subordinarse a los principios del socialismo».

En abril del año siguiente, Stalin hizo desde el Narcomnats un llamamiento a los Soviets de las minorías nacionalistas bajo liderazgo no bolchevique, señalando que era esencial liberar a los pueblos del liderazgo burgués y convertirlos a la idea de la autonomía de los Soviets. Esta política pronto quedaría reflejada en el lema «nacionalista en la forma, socialista en el contenido». En mayo expondría de manera terminante esta política centralista. Una forma de autonomía soberana «puramente nacionalista» sería destructiva y, desde luego, antisoviética. El país necesitaba «una fuerte autoridad estatal en toda Rusia, capaz de dominar definitivamente a los enemigos del socialismo y de organizar una nueva economía comunista». La autoridad central debería, por consiguiente, ejercer todas las funciones administrativas, políticas y culturales de carácter regional.

En este período inicial, se suavizaron las leyes de matrimonio y divorcio, se resaltó la igualdad legal de hombres y mujeres; los niños ilegítimos tendrían los mismos derechos que los legítimos. Numerosos decretos expropiaban propiedades privadas, y se inició el proceso de nacionalización de la industria. Se nacionalizaron todos los bancos; una ley con efectos inmediatos reducía a ocho horas la jornada laboral. Los trabajadores, a través de comités cuyos miembros serían elegidos por ellos, tendrían voz y voto en la dirección de las industrias. En diciembre, Lenin confió al fanático polaco Feliks Dzerzinsky la tarea de organizar la nueva Comisión Panrusa para combatir la contrarrevolución y el sabotaje, conocida por su nombre abreviado de Cheka, que daría origen sucesivamente a la GPU, NKVD, MVD y KGB. El 5 de febrero del año siguiente, un decreto establecía la separación de la Iglesia y el Estado y confirmaba el derecho de todos los ciudadanos a la libertad y creencia de culto. El 1 de febrero se adoptó el calendario gregoriano. Desde la era de Pedro el Grande, dos siglos antes, no se había producido una avalancha tal de cambios y reformas.

Stalin era miembro de la comisión creada para redactar la primera constitución, que fue aprobada en julio de 1918 y que creaba la República Soviética Federal Socialista Rusa (RSFSR). El tipo de federalismo con unidades territoriales nacionales que propugnaba estaba expresado en el artículo 11 del borrador. En aquella época, sin embargo, la RSFSR tenía una relación de tratado con las Repúblicas Soviéticas de Transcaucasia, Bielorrusia y Ucrania. Esto se vería alterado por la Constitución de 1924, que crearía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

En el ámbito de la política exterior, Lenin había declarado repetidamente antes de octubre de 1917 que, al llegar al poder, el gobierno bolchevique propondría la paz en unos términos que el enemigo imperialista se vería obligado a rechazar, lo que conduciría a la revolución en los países capitalistas. Ya en el poder, sin embargo, se dio cuenta de que esta medida no era realista. El alto mando alemán sabía que el ejército ruso estaba desmoralizado y que el nuevo gobierno soviético tendría que aceptar las condiciones de paz que propusiera Alemania.

La propuesta soviética de armisticio fue rápidamente aceptada por los alemanes en Brest-Litovsk el 2 de diciembre de 1917, y las negociaciones para la paz comenzaron formalmente el 9. Trotski estaba al frente de la delegación soviética. Inesperadamente, el 18 de enero de 1918 los alemanes presentaron un mapa de Europa oriental con las nuevas fronteras, que privaba a Rusia de extensos territorios. Trotski, encolerizado, juró que rompería las negaciones, pero recibió un telegrama firmado «Lenin-Stalin» en el que se pedía que regresara a Petrogrado a debatir el asunto, por lo que acordó un aplazamiento hasta el 29 de enero. Un tal Dimitrievsky observó que Lenin en aquella época sentía tal necesidad de Stalin que, cuando llegaron noticias de Trotski desde Brest y se vio obligado a tomar inmediatamente una decisión en ausencia del georgiano, comentó a Trotski: «Me gustaría consultar a Stalin antes de responder a tu pregunta». Sólo tres días después, Lenin envió un telegrama diciendo: «Stalin acaba de llegar. Estudiaré el tema con él y te daremos inmediatamente una respuesta conjunta». Trotski defendió sus ideas vigorosamente, pero Lenin y Stalin no se dejaron convencer.

El 10 de febrero Trotski decidió hacer su declaración, criticando severamente al imperialismo. Proclamó: «Estamos retirando nuestros ejércitos y a nuestros pueblos de la guerra, pero nos sentimos obligados a negarnos a firmar el tratado de paz» [8]. Ya en Petrogrado, Trotski comunicó a sus colegas que había conseguido una victoria diplomática. Nada más alejado de la realidad, el gobierno alemán declaraba que el armisticio finalizaría el 18 de febrero; aquel mismo día, el ejército alemán comenzó a avanzar en un amplio frente.

Tras tormentosas reuniones, el Soviet de Petrogrado y el Comité Ejecutivo Central del Congreso de los Soviets votaron a favor de la aceptación de las condiciones de paz impuestas por los alemanes a fin de salvar la Revolución. El tratado fue firmado el 3 de marzo. Por él, Rusia perdía 328 530 kilómetros cuadrados de territorio, que suponía el 27 % de su tierra cultivable, y una población de sesentaidós millones de habitantes, un 26 % de sus líneas férreas y un 75 % de la industria del hierro y el acero. El régimen bolchevique se salvó, pero jamás bajo los zares había sufrido la nación pérdidas y humillación parecidas.

Los militantes del partido no se habían recuperado de la experiencia de Brest-Litovsk cuando se encontraron abrumados por la guerra civil, cuya primera fase se había iniciado en enero. El general Mijail Aelekseev había huido al sur, donde reclutó un ejército de voluntarios llamado «ejército blanco», formado por oficiales zaristas, cadetes y otros que se oponían a la revolución.

En marzo se trasladó la capital de Petrogrado a Moscú, un cambio de profunda importancia en la historia del Moscú soviético y en la propia vida de Stalin. Al llegar a Moscú, su dedicación primordial era participar en la adopción de medidas urgentes para sobrevivir a la gigantesca oleada de desastres. En el país reinaba el caos; la industria estaba paralizada y el hambre amenazaba en las ciudades.

El 13 de marzo, Trotski fue nombrado presidente del Consejo Supremo de Guerra. Obligó a unos cuarenta mil oficiales zaristas a alistarse al Ejército Rojo, asegurándose su lealtad con el despiadado sistema de dar a sus familias el carácter de rehenes, estrechamente vigilados por comisarios militares.

En su lucha por la supervivencia, el gobierno soviético se decidió por un comunismo de guerra, que suponía un control gubernamental centralizado de la vida económica de la nación. Los odios de clase se vieron intensificados por un decreto especial, firmado por Lenin y Sverdlov en junio, que ordenaba la formación de «Comités de Pobres», los Combedy. Eran los responsables de distribuir bienes, alimentos y, en particular, de retirar excedente de grano a los kulaks.  La envidia, la codicia y el odio se desataron. Cientos de hombres y mujeres fueron quemados vivos, mutilados con guadañas, torturados y golpeados hasta morir. Lenin estaba consternado por esta ferocidad, y el 18 de agosto envió una circular a todos los Soviets provinciales y comités de la alimentación, denunciando la situación. En noviembre de 1918 se suprimieron los Combedy, pero los odios perduraron y el saqueo de grano continuaba.

El Partido Socialista Revolucionario fue declarado ilegal, pero eso no evitó que se produjera un atentado contra Trotski, que M. S. Uritsky —jefe de la Cheka de Petrogrado— fuera asesinado, y que Lenin fuera herido por Fanya Kaplan, un joven judío que lo alcanzó de un disparo. Más de quinientas personas serían ejecutadas en represalia por la muerte de Uritsky, y Fanya Kaplan fue ejecutado sumariamente. Petrovsky, comisario de Interior, proclamaba que «no hay que dudar a la hora de llevar a cabo el terror a gran escala». Deliks Dzerzinsky declaraba algo similar en junio de 1918: «Estamos a favor del terror organizado. El terror es absolutamente necesario en tiempos de revolución». Entre tanto derramamiento de sangre que se daba, el asesinato de Nicolás II y posiblemente también el de su esposa e hijos en Ekaterinburg, ocurrido en la noche del 16 al 17 de julio, pasó inadvertido. No eran más que víctimas, al igual que miles de rusos, de la barbarie generalizada.

El verano de 1918 trajo más amenazas para Lenin y su gobierno. La intervención aliada, instigada principalmente por Winston Churchill, pero apoyada por Estados Unidos, Francia, Japón e Italia, había desembocado en la ocupación de varias ciudades rusas por destacamentos de tropas británicas, francesas y americanas. Sin embargo, esta intervención no prosperó, ni prestó apoyo de consideración al Ejército Blanco, como temían Lenin y otros.

El 2 de septiembre el Consejo Supremo de la Guerra fue abolido y, en su lugar, se creó el Consejo Revolucionario de Guerra de la República, con Trotski como presidente. El 18 del mismo mes, el distrito militar del norte del Cáucaso fue reorganizado y denominado frente sur. Stalin fue nombrado presidente de su consejo militar, ayudado por Sergei Minin y Vorochilov.

El 4 de octubre Trotski dio rienda suelta a su rabia en un telegrama dirigido a Sverdlov, del que envió copia a Lenin. En él pedía la destitución de Stalin. Lenin apoyó a Trotski e hizo regresar a Stalin del frente sur, pero trató por todos los medios de no ofenderlo. El 23 de octubre Stalin regresó a Moscú.

En el VIII Congreso del Partido, celebrado en Moscú del 18 al 23 de marzo de 1919, Trotski, que no asistió, fue vehementemente criticado por muchos delegados «por sus modales dictatoriales, por su actitud desdeñosa hacia los trabajadores del frente y su desinterés en escucharlos [...]». Stalin, sin embargo, habló firmemente en apoyo de Lenin y en defensa de Trotski: «Los hechos demuestran que el concepto de un ejército de voluntarios no resiste un examen serio, que no seremos capaces de defender nuestra república si no creamos un ejército regular imbuido de disciplina». Entre los militantes y fuera del partido, la reputación de Stalin crecía. Era el líder práctico, con una gran disposición para el trabajo y capaz de aceptar responsabilidades. No era un gran orador, pero siempre hablaba con sentido común. En este congreso se crearon dos nuevos comités: el Politburó, encargado de dirigir al partido en temas políticos, y el Orgburó, para asesorar en asuntos de personal y administración. Stalin fue elegido para ambos subcomités, y además fue nombrado comisario de Control del Estado con la responsabilidad de vigilar la burocracia que empezaba a renacer.

Kamenev, apreciado y respetado, había sido destituido por Trotski, y se trasladó a Moscú para entrevistarse con Lenin el 15 de mayo, exponiéndole su caso. Lenin, impresionado, le ordenó regresar a su puesto de mando. Era habitualmente prudente y diplomático en sus relaciones con sus allegados, y al anular públicamente una orden de Trotski mostraba su desaprobación más terminante. Había empezado a perder la confianza en el buen criterio de Trotski y estaba cada vez más molesto por su conducta arrogante.

El 27 de septiembre el Comité Central decidió enviar a Stalin para que se hiciera cargo del frente sur, lo que era una desconsideración para Trotski, que había estado allí en los meses del desastre. Durante los seis meses que Stalin estuvo en el cuartel del frente sur, y desde octubre de 1919 hasta marzo de 1920, como se jactaba después, «sin la presencia del camarada Trotski», el Ejército Rojo consiguió eliminar a las tropas blancas.

A finales de 1920 concluyó la guerra civil. Lenin y su gobierno fueron capaces de movilizar un Ejército Rojo con más de cinco millones de hombres y de asegurar el aprovisionamiento y las municiones básicas. Hubo fallos de organización, conflictos entre camaradas y comisarios, y, frecuentemente, confusión entre los cuarteles generales de los frentes, el alto mando y el Comité Central del partido en Moscú; pero los nuevos líderes soviéticos y el Ejército Rojo pudieron superar estos obstáculos y, unidos y espoleados por el celo revolucionario, consiguieron el triunfo.

El prestigio de Trotski se encontraba en un bajo nivel. El fracaso de sus negociaciones con los alemanes y la obligada aceptación de los términos catastróficos del tratado de Brest-Litovsk habían dañado su reputación, a pesar de haber sido él quien puso las bases del Ejército Rojo. Como llegó a reconocer Lenin, se entusiasmaba con sus propias palabras y perdía el contacto con la realidad de la situación. También era poco acertado en sus nombramientos para puestos de mando.

Cada vez en mayor medida, Lenin iba confiando en Stalin, que era en muchos aspectos la antítesis de Trotski. Era un realista, que valoraba fríamente hombres y situaciones, y acertaba generalmente en sus conclusiones. Se mostraba sereno y dueño de sí, y sólo presentaba dificultades con sus antagonismos hacia ciertas personas y cuando rechazaban su consejo. En tanto que exigía que los demás obedecieran las órdenes, él no dudaba a veces en ser insubordinado, porque frecuentemente consideraba sus juicios por encima de los emitidos por los demás. Pero aprendió que en la guerra era esencial para la victoria un mando supremo capaz de ejercer una autoridad incontestable, y esta lección jamás la olvidaría.

Años después, cuando buscaba cualquier pretexto para denigrar a Stalin, Trotski escribió desdeñosamente sobre su papel en la guerra civil. Está claro, sin embargo, por fuentes de información contemporáneas, que Stalin era altamente considerado como estratego militar. El propio Trotski recomendó, durante la guerra contra Polonia, que se encargara «al camarada Stalin la formación de un nuevo Consejo Militar con Egorov o Frunze como jefes por acuerdo entre el comandante en jefe y el camarada Stalin». Al igual que Lenin y otros miembros del Comité Central, valoraba el talento del georgiano.

El coste de la victoria fue aterrador. Se ha calculado que, en el curso de la guerra contra las potencias centrales y después en la guerra civil, perdieron la vida unos veintisiete millones de rusos. El país había quedado destruido y la economía estaba en ruinas, y se extendía, además, una ola de abierta hostilidad hacia los líderes soviéticos. Prueba de esto último fue el levantamiento de Kronstadt del 1 de marzo de 1921, que terminó con los rebeldes reducidos y los prisioneros ejecutados.

El objetivo primordial era, pues, recuperar el apoyo al partido, en particular el apoyo, o al menos la aceptación, de los campesinos. Así, Lenin introdujo por entonces la Nueva Política Económica (NEP). Con ella se ponía fin a las requisiciones forzosas de productos a los campesinos, y se implantaba en su lugar un tributo progresivo en especies, y cualquier excedente que se produjera en el futuro podría ser entregado voluntariamente al gobierno o vendido en el mercado libre. Esto habría producido probablemente resultados inmediatos, de no ser porque una sequía, que afectó de manera especial a la cuenca del Volga, originó una terrible carestía. Las medidas de socorro y ayuda a gran escala de América salvaron muchas vidas, pero hacia finales de 1921, más de veintidós millones de personas murieron de hambre. Al año siguiente, la cosecha fue abundante y se produjeron unos resultados agrícolas impresionantes. Muchos militantes protestaron vigorosamente contra este retorno al capitalismo. Stalin defendió vivamente la NEP y afirmaba que «Rusia está experimentando ahora la misma explosión en el desarrollo de sus fuerzas productivas que experimentó Estados Unidos después de la guerra civil».

En noviembre de 1920 Stalin fue a Bakú, donde fue recibido como «el líder de la revolución proletaria en el Cáucaso y en el este». Ordjonikidze, presidente de la oficina caucasiana del Comité Central (Kavburó) y firme partidario de Stalin, había organizado esta recepción. Pertenecía al grupo de los agentes de Stalin entre los que se encontraban L. N. Kaganovich, presidente de la oficina del Turquestán; S. M. Kirov, presidente del Comité Central de Azerbaidjan, y Molotov, presidente del Comité Central ucraniano. Todos ellos estaban impacientes por completar la reconquista de Transcaucasia, y esto significaba la ocupación de Georgia. Como apunta Robert Service, «los bolcheviques estaban tratando de desimperializar un antiguo Imperio sin permitir su desintegración en estados-nación separados» (p. 297).

Ordjonikidze ya habría enviado telegramas a Lenin y Stalin a principios de mayo, proponiendo que el undécimo ejército avanzara hasta Georgia. Le prohibieron expresamente la invasión, y le daban instrucciones para que abriera negociaciones con el gobierno georgiano, cuyo líder era el menchevique Noi Zhordania. Se firmó un tratado el 7 de mayo de 1920 por el que el gobierno de la RSFSR reconocía formalmente la independencia de Georgia y le garantizaba la legalidad del Partido Comunista local.

En diciembre de 1920, y de nuevo en enero de 1921, Ordjonikidze, con el apoyo de todos los miembros del Kavburó, envió telegramas a Lenin pidiendo la toma inmediata de Georgia. En ambas ocasiones la respuesta fue que todavía no era el momento propicio. Uno de los factores que hacían que Lenin tuviera dudas al respecto era que, puesto que Gran Bretaña había reconocido la independencia de Georgia, podría intervenir en su ayuda. Leonid Krasim se trasladó a Londres con el fin de sondear la opinión británica, y consiguió que el primer ministro, David Lloyd George, le asegurara que esa acción soviética no inquietaría demasiado al gobierno británico.

En ese momento, Stalin asumió las propuestas del Kavburó. Hizo una serie de alegaciones contra el gobierno de Zhordania por haber violado el tratado soviético-georgiano, y arguyó que en Georgia había una situación prerrevolucionaria. Propuso al Comité Central que Ordjonikidze recibiera instrucciones para preparar un levantamiento armado comunista en Georgia y que el Consejo de Guerra Revolucionario estuviera preparado para proporcionar ayuda militar. Lenin respondió en seguida, añadiéndose a la carta las palabras «cúmplase sin dilación». El 15 de febrero, el Ejército Rojo invadía Georgia con brutalidad.

A primeros de marzo, Lenin envió varios mensajes a Ordjonikidze, instándole a intentar conseguir un acuerdo de compromiso con Zhordania y los mencheviques georgianos. Ordjonikidze, impaciente y despótico, ignoró este consejo. Al principio, Lenin apoyaba a Ordjonikidze y al Kavburó, pero gradualmente se fue oponiendo a ellos, y en este proceso se volvió contra Stalin.

El 3 de abril de 1922, un día después de la finalización del XI Congreso del Partido, se anunció que Stalin había sido nombrado secretario general. La función de este cargo consistía en coordinar el trabajo del complejo aparato del partido. Nadie se paró a pensar que Stalin se convertía así en el único líder bolchevique que era miembro del Comité Central, Politburó, Orgburó y Secretariado, los cuatro órganos estrechamente interrelacionados que controlaban todos los asuntos del partido y de la vida nacional.

Lenin, de 52 años de edad, se sometió este mismo mes a una pequeña operación con el fin de que le extirparan una bala que tenía alojada en el cuerpo. El 26 de mayo, mientras descansaba en su casa de campo en Gorki, sufrió una hemiplejía que le produjo parálisis del lado derecho en todo el cuerpo y la pérdida del habla. Entonces, dentro del Politburó se formó una troika o triunvirato formado por Zinoiev, Kamenev y Stalin para ejercer el liderazgo colectivo. Trotski fue excluido por el miedo a que su actitud arrogante y dictatorial ante los problemas provocara discrepancias y pusiera en peligro la unidad del partido. El triunvirato fue aceptado como algo transitorio; de hecho, fue el primer asalto en la lucha por la sucesión.

A primeros de octubre, Lenin ya volvía a trabajar incansablemente en su despacho de Moscú [9], pero tendría que haber dedicado más tiempo a la recuperación. Sin embargo, se había vuelto más arbitrario e imprevisible, además de mostrarse posesivo respecto al partido. Durante los meses de convalecencia, había tenido tiempo de reflexionar sobre el partido, su aparato y sus militantes destacados. Probablemente, se había dado cuenta por primera vez de la porción de poder que había recaído en manos de Stalin. Lenin se veía a sí mismo como el elegido para acabar con el régimen zarista, dirigir la revolución y construir una sociedad nueva, y la posibilidad de que Stalin pudiera llegar a asumir el papel de sucesor le irritaba. Esto le hizo tomar la decisión de reducir su autoridad e incluso de destruirlo políticamente.

El 10 de agosto de este año el Comité Central creaba una comisión constitucional bajo la presidencia de Stalin. Su misión consistía en definir en términos aceptables la relación entre la RSFSR y las repúblicas, para establecer así la base de una nueva constitución. El proyecto presentado, que era de Stalin, plasmaba su concepción de la Rusia soviética como un Estado centralizado en el que el gobierno de la RSFSR era soberano en sus poderes sobre la totalidad del país. El Partido Comunista de Azerbaidjan, sujeto al dominio de Ordjonikidze, lo aprobó, pero los demás manifestaron su absoluta disconformidad, y nadie con más vigor que los georgianos. Sin embargo, el plan se aprobó.

Al día siguiente, Stalin envió el proyecto a Lenin, y este último lo criticó duramente. Mantuvo una reunión con Stalin en la que insistió en la creación de una nueva federación con un gobierno diferente, y en la que todas las repúblicas, incluida la RSFSR, deberían integrarse como iguales. Stalin aceptó esta última demanda, pero no la relativa a la creación de nuevos órganos de gobierno central. Lenin se reafirmó en su idea, y empezaron los ataques.

El 24 de diciembre Stalin, Kamenev y Bujarin, en nombre del Politburó, trataron con los médicos el régimen que debería seguir Lenin. Se acordó que «Vladimir Ilych tiene derecho a dictar cada día durante cinco o diez minutos, pero esto no puede tener el carácter de correspondencia, y Vladimir Ilych no puede esperar respuestas. Se prohíben las visitas de políticos. Sus amigos y quienes lo rodean no pueden informarle sobre asuntos políticos» [10]. El Politburó encomendó a Stalin la tarea de mantenerse en contacto con los médicos y, de hecho, vigilar a Lenin. Era una tarea nada envidiable; Lenin iba a ofenderse por la tutela y ello aumentaría su antagonismo hacia Stalin.

Con asombrosa determinación, preparó entre el 23 y el 31 de diciembre una serie de notas sobre el futuro del partido. El título dado a las notas por su secretaria, Maria Volodicheva, fue «Carta al Congreso», porque estaban destinadas a ser distribuidas y leídas a los delegados. El documento ha dado en llamarse «Testamento de Lenin», y mucho se ha dicho sobre él. Sin embargo, no era una inspirada definición de los ideales y objetivos de la Revolución, y era más malintencionado que constructivo. El mayor riesgo, indicaba Lenin, radicaba en una posible escisión en el seno de la jerarquía del partido, que podía darse principalmente debido a las relaciones entre Trotski y Stalin. Escribía lo siguiente: «El camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que siempre consiga utilizar este poder con suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski... se distingue no sólo por sus excepcionales cualidades personalmente, pienso que es quizás el hombre más capaz en el actual Comité Central sino también por su gran seguridad en sí mismo y su excesiva entrega al aspecto puramente administrativo de las cosas...».

El 4 de enero de 1923 Lenin dictó un apéndice a sus notas: «Stalin es demasiado grosero, y este defecto, perfectamente tolerable entre nosotros y en nuestras relaciones como comunistas, es inaceptable en el puesto de secretario general. Así pues, propongo a los camaradas que busquen la manera de apartar a Stalin de su cargo y nombrar para él a otro hombre que sea, en todos los sentidos, lo contrario a Stalin, es decir, más tolerante, más leal, más educado y más considerado con los camaradas, menos caprichoso, etcétera. Esta circunstancia puede parecer una bagatela sin importancia, pero creo que desde el punto de vista de lo que he escrito más arriba acerca de la relación entre Stalin y Trotski, no se trata de una bagatela, o es una bagatela que puede tener una enorme trascendencia».

La causa inmediata de esta reacción fue, probablemente, la brusquedad de Stalin para con Krupskaia, la mujer de Lenin, doce días antes. Al enterarse Stalin de que Krupskaia había escrito una carta dictada por Lenin, la telefoneó y la amenazó airadamente con que la Comisión de Control del partido abriría un expediente contra ella por desobedecer las instrucciones del Politburó. No queriendo preocupar a su marido, Krupskaia se quejó a Kamenev, pero Lenin se enteró de algún modo del incidente, probablemente por Fotyeva, su secretaria.

Lenin con Krúpskaya

El día 5 de marzo Lenin dictó una breve carta a Trotski y una a Stalin. La carta de Trotski decía: «Respetado camarada Trotski: Me gustaría mucho pedirte que te encargaras de la defensa de la causa de Georgia en el Comité Central del partido. El asunto está siendo ahora llevado por Stalin y Dzerzinsky, en cuya objetividad no puedo confiar, más bien todo lo contrario. Si aceptas asumir la responsabilidad de esta defensa, me quedaré tranquilo. Si por alguna razón no aceptas, devuélveme el escrito. Lo consideraré como muestra de tu negativa. Recibe un saludo de tu camarada Lenin».

Adjunto a la carta le envió el memorándum del 30-31 de diciembre de 1922. Trotski rechazó la petición devolviendo el memorándum, pero antes hizo secretamente una copia con la intención, sin duda, de utilizarlo cuando surgiera la ocasión propicia.

La carta a Stalin era breve y amenazante: «Respetado camarada Stalin: Tuviste la descortesía de llamar a mi esposa por teléfono para hacerle unos reproches. Aunque manifestó su deseo de olvidar lo ocurrido, se lo comentó a Zinoiev y Kamenev. No pienso olvidar tan fácilmente lo que se hizo contra mí, y no tengo que resaltar que considero lo que se hace en contra de mi esposa como hecho también contra mí. Te pido, por tanto, que pienses si estás dispuesto a retractarte de lo que dijiste y a pedir disculpas, o si prefieres que rompamos relaciones. Lenin».

La carta tenía sellos de «Estrictamente secreta» y «Personal», pero se enviaron copias a Zinoiev y Kamenev. Stalin escribió inmediatamente una carta pidiendo disculpas, pero se desconoce el texto.

El 10 de marzo Lenin sufrió un grave ataque que le paralizó todo el lado derecho y le dejó sin habla. Ya no volvió a intervenir en política.

El XII Congreso del Partido, celebrado entre el 15 y 17 de abril, supuso un importante éxito para Stalin. Soslayó hábilmente las críticas de Lenin y planteó con autoridad los problemas de las minorías nacionales. Al mismo tiempo, adelantó sus propias medidas políticas, de tal manera que aumentó su prestigio como líder moderado y capaz, y de una intachable ortodoxia. El congreso, así pues, rechazó las propuestas de Lenin, vindicó a Stalin y aprobó su principio de la hegemonía rusa.

Durante la mañana del 21 de enero de 1924, Lenin sufrió otro ataque y murió aquella misma tarde [11]. Una extraordinaria ola de emoción se extendió por todo el país. Nació el culto a Lenin [12]. El aniversario de su muerte sería considerado día de luto; Petrogrado pasaba a llamarse Leningrado. Lo más destacado, y para algunos bolcheviques extraño y penoso, fue la decisión de embalsamar el cuerpo de Lenin. La despedida más impresionante la constituyó el discurso pronunciado por Stalin ante el II Congreso Pansindical de Soviets el 26 de enero de 1924, y publicado cuatro días después en Pravda [13]. Robert Service comenta acerca de Stalin que «fue él quien dispuso que el cadáver del líder soviético fuera expuesto en el Mausoleo» (p. 511). En su nota número 96, Ian Grey indica lo siguiente: «Se dice que Stalin fue el principal responsable de la decisión de embalsamarlo. N. Valentinov relata que Bujarin le dijo —como tantas veces, estas pruebas son de poco valor que la propuesta de conservar el cuerpo de Lenin fue en primer lugar hecha por Stalin y Kalinin en una reunión de los líderes soviéticos a finales de 1923. Stalin dijo que la sugerencia provenía de "camaradas de provincias" que consideraban la cremación contraria a las tradiciones religiosas rusas, ya que era simbólica de castigo después de la muerte, y que el cuerpo debía ser conservado. Se dice que Stalin apoyó esta sugerencia, arguyendo que la ciencia había descubierto métodos de embalsamiento que conservarían el cuerpo durante largo tiempo. Bujarin, Kamenev y otros se opusieron a lo que equivalía a revivir la práctica ortodoxa de conservar los restos mortales de los santos como si fueran reliquias. Bujarin recordó que el mismo Lenin se había mostrado contrario a la veneración de la memoria de los líderes del partido muertos. Pero Stalin y Kalinin se salieron con la suya. N. Valentinov, Novaya Ekonomichesvremya NEP. Vospominaniya (Stanford, 1971) citado en R. C. Tucker, Stalin como revolucionario, 1879-1929».

El Politburó lo que equivale a decir la troika de Zinoiev, Kamenev y Stalin continuaba ejerciendo el poder como durante la enfermedad de Lenin. El miedo a Trotski, a quien veían como un posible Bonaparte que con su pasión personal por el poder destruiría la Revolución, los mantenía unidos. Se lanzó un nuevo periódico, El Bolchevique, con el reconocido propósito de combatir el trotskismo.

El apoyo mayoritario a Stalin en el Comité Central y en la Comisión Central de Control, así como su dominio del aparato del partido, hacía incuestionable su posición. Sin embargo, cinco días antes de la apertura del XIII Congreso del Partido, celebrado en mayo, Krupskaia envió a Kamenev «el testamento de Lenin», explicando que había mantenido en secreto las notas porque éste había manifestado en su «última voluntad» que estas notas fueran dadas a conocer en el congreso posterior a su muerte. En realidad, Lenin había dictado estas notas concretamente para ser hechas públicas en el XII Congreso del Partido. No están claras las razones que impulsaron a Krupskaia a mantener ocultas las notas durante tanto tiempo, pero al hacerlas públicas en esta ocasión trataba obviamente de perjudicar políticamente a Stalin. En 1926, Krupskaia conseguiría sacar clandestinamente de Rusia fragmentos del «testamento» de Lenin para el comunista francés Boris Souvarine. Éste se los entregó a Max Eastman, que hizo que se publicaran en el New York Times el 18 de octubre de 1926. Fue un gesto vindicativo y fútil que no consiguió perjudicar la posición de Stalin.

En este congreso, además de desplegar un ataque devastador en contra de Trotski, Stalin exponía su opinión sobre la democracia: «Algunos camaradas y organizaciones hacen un fetiche de la cuestión democrática considerándola como algo absoluto, fuera de tiempo y el espacio. Quiero decirles que la democracia no es algo fijo en todos los momentos y bajo cualquier condición, porque hay ocasiones en las que no hay posibilidad o no tiene sentido introducir la democracia». A continuación, explicó las condiciones esenciales para una plena democracia: una industria y una economía desarrolladas, una clase trabajadora con buen nivel cultural y calidad de vida, y un poderío militar que garantice la seguridad del país contra el posible ataque de fuerzas extranjeras.

El día después de recibir el envío de Krupskaia, Kamenev difundió las notas entre un grupo de seis viejos bolcheviques, Zinoiev y Stalin incluidos, que se llamaban a sí mismos Comisión Plenaria del Comité Central. Se decidió «presentar las notas ante el congreso del partido de inmediato para información de todos los delegados» [14], pero lo que en realidad se hizo fue leerlas a un grupo de unos cuarenta delegados que se reunieron el 22 de mayo, víspera del congreso. Zinoiev declaró que aunque todos habían jurado llevar a cabo los deseos de Lenin al pie de la letra, sabían que sus temores sobre el secretario general no tenían fundamento. Finalmente, por treinta votos contra diez, se decidió que las notas no fueran publicadas, pero su contenido debería ser comunicado a delegados seleccionados a los que se explicaría que Lenin estaba seriamente enfermo cuando las escribió, y mal informado por los que lo rodeaban.

Para Stalin debió suponer una amarga conmoción enterarse por primera vez del contenido del «testamento» que confirmaba de modo tan directo la hostilidad personal de Lenin, y tuvo que suponer también un gran alivio para él la decisión de que el tema no fuera tratado en el congreso y de que las notas no se publicaran. No obstante, cuando se reunió el Comité Central recientemente elegido, presentó su dimisión. El Comité, Trotski incluido, la rechazó por unanimidad [15].

En septiembre, un ya malparado Trotski publicó sus primeros artículos y discursos en un volumen, con una introducción titulada «Lecciones de Octubre». Bujarin escribió inmediatamente un artículo en Pravda titulado «Cómo no escribir la historia de Octubre». Kamenev publicó su respuesta en Pravda e Izvestiya el 26 de noviembre, bajo el título «Leninismo o trotskismo». La aportación de Stalin fue un ataque razonado y destructivo, y en ella ponía especial cuidado en mostrarse a sí mismo humano y falible, y la acusación de que Trotski había sido desde el principio un acérrimo enemigo de Lenin y del leninismo fue aceptada como un hecho probado. Surgió entonces una campaña para «enterrar el trotskismo».

En la reunión del comité, apoyados por otros, Zinoiev y Kamenev pidieron la expulsión de Trotski no sólo del comité y del Politburó, sino incluso del partido. A esto se opuso Stalin: «La política de cortar cabezas puede suponer importantes peligros en el partido. Es una especie de sangría peligrosa y contagiosa; hoy puedes cortar una cabeza, mañana una segunda y después una tercera. ¿Quién quedaría en el partido?». La única medida tomada contra Trotski en la reunión del Comité Central fue la de destituirle de sus cargos de presidente del Consejo Revolucionario de Guerra y de comisario de Guerra. Estaba solo.

La lucha dentro de la troika y del Politburó pasó a centrarse en la NEP, que había preocupado a los marxistas desde su adopción en 1921. En el XIV Congreso del Partido, Kamenev dominó la sesión de la cuarta jornada, exponiendo enérgicamente la política de la oposición. Sin embargo, hacia el final de su intervención, atacó personalmente a Stalin: «Somos contrarios a la creación de la teoría del líder. [...] No queremos una Secretaría que reúna en la práctica la política y la organización y que se sitúe por encima del órgano político. [...] Tengo la absoluta convicción de que el camarada Stalin no puede llevar a cabo la unión de todas las funciones y cargos bolcheviques». Su discurso, inspirado por los celos y la malicia, tuvo el efecto de unir al congreso en su apoyo a Stalin, que representaba la unidad del partido.

Los líderes de la oposición consiguieron unirse en la primavera de 1926, lo que a Stalin le pareció un siniestro ataque a la unidad del partido, llevado a cabo en un momento en que su situación era todavía precaria en el país. Los oponentes organizaron manifestaciones en fábricas, pidiendo que sus propuestas fueran debatidas en todas las organizaciones del partido. Aterrorizados por su propia temeridad, los seis líderes —Trotski, Zinoiev, Kamenev, Pyatakov, Sokolnikov y Evdonikov— reconocieron su culpabilidad en una declaración pública y juraron denunciar toda actividad fraccionaria en el futuro. En octubre, el Pleno del Comité Central, reunido conjuntamente con la Comisión Central de Control, hizo una severa advertencia a los líderes de la oposición. Trotski fue destituido del Politburó y Kamenev de su condición de miembro candidato, mientras que Zinoiev fue expulsado de la Comitern. No obstante, los líderes de la oposición no perdían la esperanza, y aprovecharon dos acontecimientos de mayo de 1927 para reanudar sus ataques. Además, el 7 de noviembre, Trotski y Zinoiev convocaron manifestaciones en Moscú, lo que suponía una grave infracción a las normas del partido.

En el XV Congreso del Partido, celebrado en diciembre, el tema principal de debate fue la teoría de Stalin del «socialismo en un país». Esto era una declaración de independencia de Occidente y de fe en la capacidad de su país para seguir adelante, creando su propio futuro solo y sin apoyo. Stalin había llegado a la conclusión de que no había alternativa y, en principio, su tesis fue aprobada en el congreso. Además, se acordaba, finalmente, la expulsión de Trotski y Zinoiev. Este último y Kamenev solicitaron ser readmitidos y se retractaron abyectamente, confesando que sus tesis habían sido contrarias al partido y antileninistas. Fueron readmitidos meses después, pero sus carreras políticas habían llegado a su fin. En enero de 1928 Trotski y unos treinta oposicionistas más abandonaban Moscú. Trotski fue enviado a Alma-Ata, en Asia; era el comienzo de un largo exilio.

Volviendo al XV Congreso, en él se puso de relieve la necesidad de colectivización e industrialización. La industria era atrasada y su producción muy reducida, en tanto que le agricultura era primitiva y sus resultados nada fiables. El gobierno comunista estaba amenazado por las potencias capitalistas, que atacarían cuando estuviesen preparadas, eliminando al partido, destruyendo los logros de la Revolución y esclavizando a la nación. Había leído mucho y conocía la historia de Rusia. Este había sido su destino cuando estuvo debilitada o carecía de un fuerte liderazgo. Pero, para Stalin, nunca había sido el país más endeble y vulnerable que en los años veinte, cuando el partido se encontraba minado por facciones internas y su liderazgo a merced de la gran masa amorfa de más de 100 millones de campesinos tercamente opuestos al cambio, y contrarios al régimen comunista y a su objetivo de llevar a una nueva era de fuerza y prosperidad realista. No había tiempo que perder. La crisis que amenazaba con una época de hambre durante los primeros meses de 1928 no se debía a un fracaso de la producción, sino a la negativa de los campesinos a entregar el grano. Obreros del partido, en número superior a treinta mil, fueron enviados a zonas señaladas para conseguir grano de los campesinos, y el propio Stalin se puso en camino el 15 de enero para visitar algunas zonas de Siberia. Allí la cosecha había sido extraordinaria, pero los excedentes habían sido retenidos. Amonestó y exhortó a los campesinos, e incluso amenazó con que aquellos que acumularan grano serían perseguidos por la ley conforme al artículo 107 del código penal de la RSFSR, que había sido incluido el año anterior.

A finales de mayo, Stalin anunció al partido su nuevo programa de colectivización y rápida industrialización, y en la asamblea del Comité Central que tuvo lugar del 16 al 24 de noviembre anunció los principios del mismo. Al mes siguiente, el Comité Central aprobaba una nueva ley, privando a los campesinos de sus últimos derechos individuales sobre la tierra.

En su último intento para alertar al partido sobre los peligros que preveía, Bujarin pronunció un largo discurso el 21 de enero de 1929. En él citaba a Lenin para poner de relieve que era necesario un período de desarrollo pacífico y que había que evitar la «tercera revolución». En abril, Stalin efectuó un extenso ataque contra él en la reunión del Comité Central: «¿Habéis visto alguna vez a los pescadores antes de la tormenta en un río grande como el Yenisei? Yo los he visto más de una vez. Un grupo de pescadores moviliza todos sus recursos ante la tormenta que se aproxima, exhorta a su gente y con arrojo dirige su bote hacia la tormenta diciendo: "¡Manteneos firmes, muchachos! ¡Más fuerte el timón! ¡Cortad las olas! ¡Venceremos!". Pero hay otro tipo de pescadores que se descorazonan cuando ven que la tormenta se acerca, comienzan a quejarse y desmoraliza a los suyos. "¡Maldición, ha estallado la tormenta! ¡Muchachos, tumbaos en el fondo del bote! ¡Cerrad los ojos! Tal vez, de algún modo, seremos arrastrados a la orilla"».

Esta reunión marcaba el final de la oposición de derechas como fuerza política. Stalin se encargó de sus oponentes, destituyéndolos de sus cargos. Para asegurarse de que todos quedaban desacreditados a los ojos del partido y del pueblo, se les exigió que hicieran confesión pública de sus errores en términos humillantes.

Stalin, segundo tomo

Un abismo inconmesurable parecía separar al hombre de 1929, de cincuenta años, del joven Iosif. Como persona, sin embargo, Stalin no había cambiado mucho. Tenía poder y posición, pero no mostraba interés por las posesiones ni el lujo. Sus gustos eran sobrios y vivía austeramente.

El primer plan quinquenal se pondría en marcha en 1928. Fijaba unos ambiciosos objetivos para la industria y una masiva socialización de la agricultura. Fue probablemente, en dimensiones y en resultados, la mayor empresa económica planificada en la historia de la humanidad.

Stalin exigió una acción inmediata porque estaba convencido de que la puesta en práctica de su programa era crucial para la supervivencia del partido y de la nación. Así lo expresaba en el I Congreso Intersindical de Trabajadores de la industria socialista, celebrado en febrero de 1931: «A veces se plantea la cuestión de si es posible reducir ligeramente el ritmo, aminorar la marcha. ¡No, no es posible, camaradas! [...] Nuestras obligaciones para con los obreros y campesinos de la Unión Soviética nos lo exigen. Nuestras obligaciones para con la clase trabajadora del mundo nos lo exigen. Retardar el ritmo significa quedarse atrás. Y los que se retrasan son vencidos. La historia de la antigua Rusia se caracteriza, entre otras cosas, por haber sido constantemente vencida debido a su atraso. [...] La derrotaron porque era rentable, y quedaron impunes... [...] Estamos entre cincuenta y cien años por detrás de los países avanzados. Tenemos que salvar esa separación en diez años. ¡O lo hacemos o acaban con nosotros!».

Stalin también sabía que llevar a cabo la colectivización forzosa de más de cien millones de campesinos haría necesaria la violencia. Desde que llevó a cabo su rápida gira por Siberia para incautar a los campesinos el grano almacenado, estaba convencido de que sólo obligándolos formarían colectividades. Iba a declarar la guerra a la gran masa de la población, y la guerra implicaba víctimas del mismo modo que la victoria proporciona compensaciones. La historia proporcionaba numerosos precedentes y había formulado una ética que Stalin, al igual que anteriores gobernantes rusos, aceptaba. Se calcula que unos cinco millones de kulaks fueron deportados a Siberia y a la zona del Ártico, y de ellos al menos la cuarta parte perecieron en el viaje. Miles perdieron la vida cuando trataban de defender sus propiedades. Documentos del partido de la región de Smolensk, obtenidos durante la II Guerra Mundial y publicados posteriormente, proporcionaron pruebas de primera mano sobre el caos y la violencia que convulsionaron las zonas rurales. Los campesinos, por su parte, manifestaron el odio que sentían por el régimen y su política matando a sus animales. De los treinta y cuatro millones de caballos que había en la Rusia soviética en 1929, dieciocho millones fueron sacrificados. Además, un 67 % de las ovejas y cabras fueron sacrificadas entre 1929 y 1933.

Preocupado por el peligro de que la anarquía se extendiera por todo el país, el 2 de marzo de 1930 Stalin publicó en Pravda su famoso artículo «El vértigo del éxito». Había llegado la hora, afirmaba él, de restringir el excesivo celo de los funcionarios del partido y de poner fin del ingreso obligatorio de los campesinos y de sus animales. Como continuación al artículo, el 14 de marzo se publicaron detalladas instrucciones del Comité Central «Sobre distorsiones de la línea oficial en relación al movimiento de colectivización», donde se insistía, en particular, en que había que poner fin al tratamiento de miles de campesinos de pocos o medianos recursos como si de kulaks se tratara. El artículo de Stalin tuvo el efecto inmediato de hacer cesar la violencia que imperaba en muchas regiones. Al mismo tiempo, los campesinos entendieron el significado de la afirmación de que el ingreso en los koljoses (granjas colectivas) debía ser voluntario, y ejercieron su derecho a abandonarlos.

En el XVI Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), celebrado en junio-julio de 1930, Stalin dejó bien claro que los campesinos tenían que aceptar la colectivización. La campaña se renovó en otoño. Los campesinos fueron apaleados, condenados al hambre, despojados de sus bienes y finalmente obligados a formar parte de los odiados colectivos, pero consiguieron arrancar una importante concesión: mantener los usadbas, parcelas de propiedad privada que seguían perteneciendo a cada familia campesina.

En cuanto a la campaña de industrialización, una propaganda incesante asediaba al obrero inculcándole una idea grandiosa del papel que desempeñaba en este heroico plan. Aquellos que no alcanzaban los objetivos eran hostigados y criticados públicamente. Los militantes jóvenes, especialmente los miembros del Comsomol (Liga Juvenil Comunista), respondieron con entusiasmo, pero la masa de los trabajadores no compartía este sentimiento. Trabajaban ahora en condiciones mucho más duras que en la época capitalista, y estaban cansados por la constante exigencia de aumento de productividad. Aumentó el absentismo, lo que dio origen a medidas más represivas.

La producción industrial a gran escala experimentó un espectacular aumento del 113 %. Los peores resultados se dieron en la producción de hierro, acero y carbón, por lo que se organizaron campañas de producción especiales para asegurar que estos objetivos se alcanzaran en los comienzos del siguiente plan [16]. El enorme aumento de la fuerza de trabajo industrial significó la aceptación de nuevos trabajadores de los pueblos que no sabían nada de maquinaria y eran ajenos a los procesos de fabricación. Hubo que contratar técnicos e ingenieros de Estados Unidos, Alemania y Francia [17]. Se crearon numerosas escuelas técnicas universitarias, y otras, a nivel de enseñanza secundaria, en las fábricas.

Se inició una campaña para erradicar el analfabetismo, que quedó reducido en 1929 al 49,9 % de la población de edades comprendidas entre los 8 y los 15 años. Se crearon comités locales en enero de 1930 para dirigir la campaña, y en 1939 la proporción de analfabetos descendió al 18,8 %.

El XVII Congreso del PCUS, celebrado desde el 26 de enero hasta el 10 de febrero de 1934, fue llamado por Kirov «El congreso de los vencedores», ya que el partido había sobrevivido al hambre y a la feroz oposición de los campesinos. El congreso fue, por encima de todo, un triunfo para Stalin. Por aclamación unánime, se adoptó el discurso de Stalin como «ley del partido».

A finales de este año, Stalin ya habría vivido dos duros golpes que le afectaron a nivel personal. El primero de ellos tenía que ver con Nadia, su esposa.

La noche del 8-9 de noviembre de 1932, Stalin, Nadia y dignatarios del partido asistían a un banquete. En presencia de otras personas, Stalin dijo a su esposa: «¡Vamos, bebe algo!». Ella, obviamente, se encontraba en tensión; no se le permitía probar el alcohol, y de hecho estaba obsesionada con las malas consecuencias de la bebida. La invitación de beber, o la manera irrespetuosa en que se dirigió a ella en público, la exasperó, y gritó: «¿Cómo te atreves a hablarme así?». Se marchó corriendo de la sala. Durante la noche puso fin a su vida de un disparo, utilizando un pequeño revólver que su hermano Pavel había traído de Berlín.

Nadia había nacido en Bakú y había sido criada en el Cáucaso. Dentro del círculo familiar se había empapado del espíritu revolucionario. Se casó con Stalin en 1918, y era 22 años más joven que él. Su hijo Vasily nació en 1920, y su hija Svetlana en 1926. Su matrimonio estaba sometido a una tensión constante, principalmente, al parecer, debido a que Stalin estaba absorto en su trabajo. Tenía tendencia a favorecer a Vasily, posiblemente porque su padre era severo con él. Era en cambio más severa con Svetlana, que era la preferida de su padre. Stalin se mostraba cariñoso y juguetón con ella, a la que escribía notas llamándola Jozyaika (ama de casa, jefa), en las que le preguntaba cuáles eran las órdenes del día. Las notas, que ella conservó, revelan un tierno interés por su salud y por su felicidad. Por algún motivo, Stalin no sentía afecto hacia Yakov, hijo de su primer matrimonio, que había sido educado por sus abuelos en el Cáucaso. Desaprobó su primer matrimonio, su elección de carrera y su manera de ser. Cuando Yakov intentó suicidarse en 1928 ó 1929, su padre comentó cruelmente: «¡Vaya! ¡Podía disparar con más puntería!». Yakov se volvió hacia su madrastra, que sólo era siete años mayor que él, en busca de afecto y comprensión. Nadia era una mujer emotiva y sensible, casada con un dominador de hombres y líder de la nación.

Stalin no entendía por qué su mujer se había quitado la vida. Estaba herido y exasperado, además, por la nota que le había dejado. Fue destruida inmediatamente, pero su hija se enteró por quienes la leyeron de que estaba llena de reproches y acusaciones, no sólo a nivel personal sino a nivel político. Para Stalin, esta última nota de la mujer a la que había considerado su «amiga más íntima y leal», fue una traición desoladora. En la dacha de Zuvalovo le atormentaban los recuerdos, así que él se hizo construir una casa nueva a las afueras de Kuntsevo, donde vivió solo durante los veinte años siguientes. Nunca la olvidó, y años después mandó que unas ampliaciones de fotografías hechas en la primavera y verano de 1929, cuando ella se sentía feliz, fueran colocadas en las paredes de su apartamento del Kremlin y de la casa de campo. Svetlana ha escrito que «la muerte de mi madre fue un golpe terrible y abrumador que destruyó su fe en los amigos y en la gente en general».

La inesperada muerte de Kirov en Leningrado, el 1 de diciembre de 1934, fue la otra gran conmoción. El hecho de que el culpable de este trágico suceso fuera un militante del PCUS (Leonid Nikolaev) demostraba con meridiana claridad que estaba rodeado de enemigos dentro del partido. Stalin estaba convencido de que el asesinato de su íntimo colaborador tenía sus raíces en una conspiración política, y de que la investigación descubriría los lazos del asesino con los miembros de la oposición, y particularmente con Trotski, quien había sido expulsado del país en 1929. La respuesta del partido tenía que ser una campaña de terror y una completa depuración entre la militancia.

Realmente, esta campaña ya se había iniciado con anterioridad, aunque no de manera tan intensa como la que vendría de este momento en adelante. Entre la segunda mitad de 1930 y finales de 1933, la Comisión Central del partido condenó a 611 miembros y candidatos por actividades contrarrevolucionarias. En el período transcurrido desde 1931 hasta la primera mitad de 1933, las organizaciones regionales examinaron unas cuarenta mil acusaciones de desviación política, y 15 442 militantes fueron expulsados. También se habían descubierto grupos de oposición, como el dirigido por M. Ryutin. Este último redactó «la plataforma», un documento en el que criticaba a Stalin y proponía un ritmo de industrialización más lento, el fin de la colectivización y la vuelta de los cultivos privados, y la restauración de la democracia del partido. La OGPU actuó con prontitud y detuvo a Ryutin y a sus pocos seguidores, así como a muchos que recibieron ejemplares de la «plataforma». En el Politburó, Stalin pidió que Ryutin fuera ejecutado. Era una demanda excepcional; por primera vez solicitaba la pena de muerte para un miembro del partido. Se rechazó.

Al lanzar esta nueva campaña de terror, Stalin no actuaba por crueldad o por ansia de poder, sino por la convicción de que toda oposición potencial o real debía ser erradicada y destruida. Era una época de crisis, la guerra amenazaba y era necesario actuar inexorablemente. Aunque confinado en la pequeña isla de Prinkipo según se había acordado con el gobierno turco, Trotski continuaba siendo una amenaza. Publicaba el Byuleten Oppozitsii (Boletín de la Oposición), que era una muestra de que recibía información actualizada a través de sus agentes del interior de Rusia. Las críticas y propuestas del boletín eran similares a las difundidas por Ryutin, pero hacia más hincapié en el cambio de liderazgo en el partido, y tenía toda la fuerza del envenenado odio personal de Trotski.

Antes de abandonar apresuradamente Moscú el 1 de diciembre de 1934, Stalin firmó un decreto que fue publicado al día siguiente y que concedía unas atribuciones básicas para el establecimiento del terror. En Leningrado, la primera acción inmediata que se llevó a cabo fue el juicio secreto del asesino de Kirov y trece supuestos cómplices, acusados de crear una organización en Leningrado para planear asesinatos. Todos fueron hallados culpables y ejecutados.

Apunta Robert Service, apoyándose en la referencia ITsKKPS 9 1989, p. 39, que el 20 de mayo de 1935 «el Politburó intervino con una directriz que especificaba que todos los que habían sido trotskistas y aún no estaban en prisión o en los campos de trabajo serían condenados sin excepción a un mínimo de tres años de trabajos forzados en el Gulag» (p. 450).

A finales de julio de 1936, las organizaciones del partido de todo el país recibieron instrucciones secretas con el siniestro título «Sobre la actividad terrorista del bloque contrarrevolucionario trotskista-zinovievista». El terror estalló sobre la nación en agosto de 1936 con el sensacional «Juicio a los dieciséis». Zinoiev, Kamenev, y otros catorce bolcheviques fueron acusados de haber creado una organización terrorista secreta bajo la dirección de Trotski desde el exilio. Ante el tribunal cada uno de los dieciséis encausados se confesó culpable de las fantásticas acusaciones que se les imputaban. Todos fueron condenados a muerte y ejecutados.

El 26 de septiembre el nombramiento de Ezhov como jefe de la NKVD supuso el inicio de una fase más salvaje del terror, la Ezhovchina, que duró hasta 1938.

El segundo gran juicio público comenzó en Moscú el 23 de enero de 1937. Los diecisiete encausados eran, según la acusación, líderes del Centro Trotskista Antisoviético. Habían conspirado con los gobiernos japonés y alemán para derrocar el régimen soviético, y su arma principal era el sabotaje de la economía. Todos fueron declarados culpables. Trece fueron fusilados y cuatro fueron condenados a diez años de prisión.

La mañana del 17 de febrero, según Medvedev, Ordjonikidze y Stalin mantuvieron una tormentosa reunión. El primero protestó airadamente porque la NKVD había registrado su apartamento del Kremlin por orden de Ezhov. Stalin respondió tranquilamente que «la NKVD puede registrar incluso mi apartamento. No hay nada extraño en eso». Ordjonikidze, sin duda, se quejó de las medidas de terror y de la detención de sus amigos y funcionarios de su propio comisariado. Al parecer, ambos perdieron los nervios y se rompieron los lazos de su larga amistad. Hacia las cinco y media de la tarde del día siguiente, la mujer de Ordjonikidze oyó un disparo y acudió corriendo a su habitación, donde lo encontró tendido y ya sin vida.

La reunión del Comité Central, aplazada después de la muerte de Ordjonikidze, comenzó el 23 de febrero y resultó premonitoria. Stalin habló de que las actividades de destrucción y espionaje no sólo se habían infiltrado en puestos de poca relevancia, sino también en los más altos cargos. Por primera vez, el partido sintió de lleno el impacto del terror. Puede darnos medida de este impacto el hecho de que los 1966 delegados que asistieron al Congreso de Vencedores en 1934, 1108 fueron detenidos y no sobrevivieron, en tanto que, de los 139 miembros elegidos para el Comité Central, noventa y ocho fueron fusilados.

La ejecución de Tujachevsky y de los siete generales marcó el comienzo de la depuración en las fuerzas armadas. Según cálculos dignos de crédito hubo 35 000 víctimas. Entre éstas figuraban aproximadamente la mitad de los oficiales. Fueron tres de los cinco mariscales de la Unión Soviética; trece de los quince jefes del ejército; cincuenta y siete de los ochenta y cinco jefes de armas; ciento diez de los 196 jefes de división; doscientos veinte de los 406 jefes de brigada; los once vicecomisarios de la Guerra y setenta y cinco de los ochenta miembros del Consejo Superior Militar. De los oficiales por debajo del rango de coronel, fueron depurados treinta mil [18].

Estaban en marcha los preparativos para el tercero y más importante de los juicios públicos, el «Juicio de los veintiuno», que se celebró en marzo de 1938. Los principales acusados eran Bujarin, Rykov y Krestinsky, todos ex miembros del Politburó; Yagoda, ex jefe de la NKVD e iniciador del terror, y Rakovsky, que había sido presidente del Sovnarcom de Ucrania y embajador soviético en Inglaterra y Francia. Tres de los acusados, Pletnev, Rakovsky y Bessonov sufrieron condenas de prisión. Los demás fueron condenados a muerte y ejecutados.

Sir Bernard Pares, destacado especialista en temas rusos del momento que se había dedicado a interpretar los acontecimientos en Rusia para Occidente, consideraba que las acusaciones de sabotaje se «probaron hasta la saciedad», y que el resto de pruebas fue «convincente». Joseph E. Davies, embajador de Estados Unidos de 1936 a 1938, consideró que ésta era la opinión más generalizada entre los observadores diplomáticos. Robert Service opina que «realmente lograron engañar a muchos periodistas occidentales» (p. 509).

La depuración continuaba aún. No alcanzó directamente a la gran masa del pueblo, pero su vida estaba dominada por el temor y la intranquilidad. La GULAG, Dirección General de los Campos de Trabajos Forzados, encuadrada en la NKVD, era responsable de una red de campos ubicados preferentemente en el norte y en Siberia. La creación de la GULAG era obra de Lenin, que en julio de 1918 ordenó que se iniciara esta labor, y al cabo de cinco años ya había 355 campos de trabajo. La cifra más fiable sobre el número total de personas que fueron detenidas por la NKVD durante la Ezhovschina se sitúa entre los siete y los catorce millones [19]. Los campos de trabajo ya habían sido reconocidos oficialmente como el sistema adecuado para aislar a los presos políticos y comunes, y al mismo tiempo para que fueran útiles al Estado al contribuir al desarrollo de las zonas periféricas de la Unión Soviética [20]. El autor de Stalin: Una biografía indica que «el Gulag [...] se convertiría en un sector indispensable de la economía soviética» (p. 381) y que «desde mediados de la década de los treinta, [...] albergaba a nacionalistas burgueses de todos los grupos nacionales y étnicos, excepto rusos» (p. 463). En ningún caso proporciona referencias que respalden sus afirmaciones.

A comienzos de 1938, sin embargo, Stalin llegó a preocuparse por el excesivo celo de la Ezhovschina. En enero el Comité Central aprobó una resolución que anunciaba lo que posteriormente iba a llamarse el «Gran cambio». El nuevo enemigo se identificó ahora con el comunista ambicioso que se había aprovechado de la depuración para denunciar a sus superiores y promocionarse. Sin embargo, el verdadero final de la gran purga no se produjo hasta julio de 1938, cuando Laventy Beria fue nombrado adjunto de Ezhov. Se hizo cargo inmediatamente de la NKVD, aunque Ezhov no fue destituido hasta diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario de Transporte Acuático Nacional. Poco después fue fusilado. El diseñador de aviones Yakovlev recordó una conversación con Stalin en 1940 en la que éste exclamó: «Ezhov era una rata; en 1938 mató a muchos inocentes. ¡Por eso lo fusilamos!». Muchos funcionarios de la NKVD fueron juzgados y ejecutados por arrancar confesiones a personas inocentes, mientras que otros eran relegados a campos de trabajo. Robert Service indica que «también es cierto que muchos auténticos individuos antisoviéticos sobrevivieron al Gran Terror y se pusieron a disposición del régimen alemán de ocupación en 1941. Las fuerzas de Hitler no hallaron gran dificultad para descubrir kulaks, sacerdotes y otros elementos antisoviéticos destinados a la eliminación por los operativos del terror soviético» (p. 528).

Al final de este tenebroso y terrible período de las purgas, Stalin se hallaba en una posición inalcanzable. Había conseguido su objetivo; había liquidado a la vieja generación de revolucionarios y a la intelligentsia, manteniendo solamente a aquellos a quienes consideraba absolutamente leales y necesarios. Un economista inglés que a partir de mediados de 1936 pasó un año estudiando en el Instituto de Investigación Económica de la Gosplan en Moscú, y vivió en la residencia de estudiantes de la Academia de Planificación Pan sindical, escribió: «A pesar de tener personalidades diferentes, estas personas eran muy parecidas [...] La teoría marxista y la política soviética desarrolladas por Stalin encajaban perfectamente con ellos. No podía, ni puedo imaginar un líder más adecuado. [...] La depuración [...] no les causaba en absoluto pena ni preocupación por su propia seguridad, al menos de manera que yo pudiera apreciar».

En cuanto a su dirección de la política exterior, Stalin mostró gran precaución, moderación y realismo. Necesitaba tiempo para consolidar la industria y el poderío militar de la Unión Soviética. Jamás perdió de vista la necesidad primordial de retrasar la guerra lo máximo posible, manteniendo una política de seguridad colectiva.

En 1933, Hitler subió al poder en Alemania y la tormenta de la guerra se cernió sobre Europa. En repetidas ocasiones había expresado su hostilidad hacia el régimen soviético, y había proclamado su demanda de que Ucrania y otros territorios de la URSS satisficieran las necesidades de expansión de Alemania. Por su parte, Stalin no hizo referencia a Alemania en público, pero vigilaba atentamente los indicios de las verdaderas intenciones de Hitler.

En septiembre de 1934 la Rusia soviética ingresaba en la Sociedad de Naciones. El 28 de enero de 1935, en su informe al Congreso de Soviets, Molotov habló de la «conveniencia de colaborar con la Sociedad de Naciones, aunque no somos proclives a sobrevalorar la importancia de tales organizaciones». Condenó después las teorías raciales alemanas y citó el Mein Kampf de Hitler cuando en su «política de conquistas territoriales» apuntaba a la Unión Soviética.

En 1935 Stalin comenzó a tratar de conseguir alianzas con el Occidente capitalista. En marzo, Anthony Eden, joven funcionario pero ya considerado como futuro ministro de Asuntos Exteriores británico, visitó Moscú. Más adelante, Churchill escribió que Eden «estableció con Stalin unos contactos que iban a fructificar ventajosamente después de algunos años» [21]. Dos meses después recibió a Pierre Laval y a Eduard Benes, y se firmaron las alianzas ruso-francesa y ruso-checa.

En octubre de 1936 se formó el eje Berlín-Roma en unos momentos en que la tensión entre Moscú y Berlín iba en aumento. Concienzudamente, Stalin continuó evitando la menor provocación que pudiera conducir a la guerra. Por entonces, su mirada se volvía con preocupación hacia el este. El 25 de noviembre, Alemania y Japón firmaron un pacto anti-Comitern. En apariencia no era más que un acuerdo defensivo; sin embargo, Stalin sospechaba que los dos gobiernos habían acordado un plan secreto para actuar de manera coordinada contra Rusia y China. Sus sospechas se confirmaron cuando uno de sus agentes obtuvo copias de la correspondencia secreta germano-japonesa. Los enfrentamientos con las tropas japonesas en la frontera de Manchuria aumentaron sus temores. Fueron trasladadas más tropas urgentemente a la zona. Se firmó un nuevo tratado de seguridad con la República de Mongolia, y al año siguiente se formalizó un pacto de no agresión con China. No obstante, la presión sobre la Unión Soviética aumentaba incesantemente.

En marzo de 1938 Hitler ocupó Austria, y a continuación se produjo una crisis con los sudetes alemanes instalados en Checoslovaquia. La beligerancia de los líderes nazis y las violentas amenazas repetidas por la propaganda alemana acobardaron a los primeros ministros británico y francés. Ambos mantuvieron angustiosas consultas con Hitler, y ambos gobiernos aceptaron presionar a Checoslovaquia para que entregara las zonas fronterizas en aras de la paz.

Stalin reaccionó inmediatamente proponiendo que Gran Bretaña, Francia y Rusia presentaran un frente unido contra Alemania, y que se preparara con el alto mando checoslovaco un plan militar combinado. Sin embargo, el gobierno soviético no fue consultado ni incluido en la conferencia de Munich, celebrada entre el 28 y el 30 de septiembre, que dejaba a Checoslovaquia en manos de Alemania. Churchill observó: «La oferta soviética fue, en efecto, ignorada. Los rusos [...] fueron tratados con indiferencia, por no decir con desdén, hecho que dejó huella en la mente de Stalin. Los acontecimientos siguieron su curso como si la Unión Soviética no existiera. Esto íbamos a pagarlo después muy caro».

Stalin se sentía humillado e irritado por la desdeñosa actitud de las potencias occidentales. No hizo comentario alguno por el momento. Estaba demasiado hondamente preocupado por el casi absoluto aislamiento de Rusia, y no haría declaraciones que exacerbaran la situación. No albergaba dudas sobre los motivos que impulsaron a Francia y a Gran Bretaña a aceptar el desmembramiento de Checoslovaquia. Obviamente habían dado carta blanca a Hitler en el este, a cambio de paz en el oeste. Así, tuvo que aceptar que Gran Bretaña y Francia eran enemigos y que, en cualquier caso, eran demasiado irresolutos y degenerados para constituirse en aliados dignos de confianza.

A principios de marzo de 1939, se celebró en Moscú el XVIII Congreso del PCUS. Stalin presentó su informe el 10 de marzo en una intervención digna de un estadista. Habló de Alemania, Italia y Japón como los «países agresivos» que tratarían de librarse de la crisis económica por medio de la guerra. Condenó la actitud condescendiente de los países occidentales. «La guerra está siendo instigada por los Estados agresores, que perjudican por todos los medios a los Estados no agresivos, principalmente Inglaterra, Francia y Estados Unidos, mientras estos últimos se inhiben y retroceden, haciendo concesión tras concesión a los agresores».

El 15 de marzo las tropas alemanas invadieron Checoslovaquia. Hitler anunció que Bohemia y Moravia quedaban bajo protección alemana. Eslovaquia quedó desligada y se convirtió en Estado marioneta.

El 17 de abril Stalin lanzó la idea de un pacto de ayuda mutua británico-franco-soviético que incluyera una convención militar y garantizara la independencia de todo los Estados fronterizos con la Unión Soviética desde el Mar Báltico hasta el mar Negro. Chamberlain y Halifax primer ministro y Secretario de Estado para Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, respectivamente lo rechazaron porque podía ofender a Polonia y a Alemania, y porque comprometía a Gran Bretaña a la defensa de Finlandia y de los Estados bálticos. Para Stalin la conclusión ineludible era que los líderes del gobierno británico estaban tan cegados por su hostilidad hacia el régimen soviético que ni siquiera para evitar los horrores de la guerra considerarían la posibilidad de aliarse con la Rusia soviética en contra de Alemania.

Maksim Litvinov fue destituido el 3 de mayo como comisario de Asuntos Exteriores, y en su lugar se nombró a Molotov, quien era ya presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarcom), cargo similar al de primer ministro.

Hacia finales de mayo, los embajadores británico y francés en Moscú habían presentado propuestas para un pacto tripartito, sujeto a los procedimientos de la Sociedad de Naciones, pero excluyendo una convención sobre ayuda y asistencia militar a los Estados balcánicos. Dando de nuevo muestras de paciencia y moderación, Stalin respondió el 2 de junio con un proyecto de acuerdo. Sin embargo, en tanto que Chamberlain y Halifax habían ido en persona a Berlín, a Moscú enviaron a un funcionario de Asuntos Exteriores. Parecía una afrenta deliberada, y como tal se tomó. Se había rechazado una cortés pero apremiante invitación a Halifax para que visitara Rusia. La misión no consiguió nada.

En respuesta a la demanda pública, a finales de julio Chamberlain sugirió enviar una misión militar a Moscú. Stalin aceptó con agrado la propuesta, esperando que lord Gort, jefe del Estado Mayor imperial, encabezara la misión. No obstante, Chamberlain nombró a un viejo almirante retirado que llegó a Moscú el 12 de agosto sin instrucciones. También esta misión resultó ineficaz. Stalin insistió en que una convención militar debía incluir una disposición permitiendo a las tropas soviéticas el paso a través de Polonia en caso de guerra con Alemania. Los polacos declararon que no necesitaban la ayuda soviética ni estaban dispuestos a aceptarla. Los gobiernos británico y francés rechazaron la disposición.

Finalmente, la tarde del 19 de agosto Stalin informó al Politburó de su intención de formalizar un pacto con Alemania. En aquellas épocas, las negociaciones con la misión militar anglo-francesa habían llegado a un punto muerto, y los polacos habían confirmado su negativa a permitir a las tropas rusas acceso a su territorio. También influyó en Stalin el hecho de que continuaran los enfrentamientos con las tropas japonesas en la frontera de Manchuria, por lo que consideraba interesante la negociación de un pacto de no agresión con Japón, aliado de Alemania.

La noche del 23 de agosto, Stalin recibió a Ribbentrop y llegaron a un acuerdo sobre el texto del pacto. El pacto iba a durar diez años. Stalin y Hitler sabían que se trataba de una medida coyuntural. El líder soviético admitía el 5 de mayo de 1941 que «la guerra con Alemania es inevitable» (R. Service, Stalin: Una biografía, p. 575). Eran enemigos, y entre ellos la guerra era inevitable. Pero su pacto ofrecía como resultado inmediato dejar las manos libres a Hitler para lanzarse a la invasión de Polonia y dar tiempo a Stalin. «Si su política estaba dominada por la sangre fría, fue también realista en alto grado en aquellos momentos», comentó Churchill.

Molotov firma el tratado germano-soviético de no agresión en 1939. Detrás, en el centro, Stalin, y a la izquierda el representante de Alemania, Von Ribbentrop

El 31 de agosto Molotov informó al Soviet Supremo. Explicó cómo habían fracasado los intentos de llegar a acuerdos con Gran Bretaña y Francia.

El 1 de septiembre Hitler invadió Polonia. Dos días después expiró el ultimátum anglo-francés y ambos países entraron en guerra contra Alemania. Mientras tanto, Molotov presidió las conversaciones con el embajador japonés, y llegaron al acuerdo de crear una comisión para establecer la frontera.

Stalin siguió la invasión alemana a Polonia con profunda inquietud. Su ejército estaba muy por debajo del ejército alemán. La industria defensiva soviética estaba haciendo gigantescos esfuerzos y reducía distancias. Necesitaba tiempo y cada mes significaba mucho. En 1937-1938 ya se lanzó un masivo programa de construcción naval, y el tercer plan quinquenal (1938-42) dio una especial relevancia a la construcción de barcos de guerra dentro de la planificación de rearme general. Durante el segundo plan quinquenal, las industrias del armamento ya se habrían desarrollado unas dos veces y media más que el resto de la industria. Robert Service hace mención de que «en la cuenca de Don el minero Alexéi Stajanov había extraído 102 toneladas de carbón en una sola jornada de seis horas en agosto de 1935» (p. 451).

Al día siguiente de firmarse la tregua con Japón, el Ejército Rojo cruzaba la frontera polaca. La ocupación del este de Polonia, como se estipulaba en el protocolo secreto con Alemania, crearía una zona defensiva. El ejército y las fuerzas aéreas polacas, destrozadas ya por el violento ataque alemán, ofrecieron poca resistencia [22].

Stalin estaba preocupado por las incursiones a través del Báltico. Se impusieron tratados de ayuda a Estonia, Letonia y Lituania. Finlandia no quiso cooperar. El 13 de noviembre la paciencia de Stalin llegó al límite e interrumpió los intentos de negociación con este último país. Decidió utilizar la fuerza. El 30 de noviembre se produjo el ataque soviético, iniciándose así la guerra invernal de Finlandia, que iba a durar cuatro meses. Las pérdidas del Ejército Rojo fueron cuantiosas, y a finales de año los finlandeses lo contenían en todos los frentes. La Unión Soviética fue expulsada de la Sociedad de Naciones. Los alemanes en secreto, y Gran Bretaña y Francia abiertamente, se complacían en humillar el poderío militar soviético.

El 11 de febrero de 1940 las tropas rusas se concentraron para llevar a cabo la gran ofensiva. Los finlandeses pidieron la paz el 8 de marzo, y cuatro días más tarde se firmó el tratado de Moscú. La crueldad y desprecio que los rusos mostraron hacia los polacos no se repitieron con los finlandeses, a quienes respetaban.

Stalin reconoció rápidamente la debilidad de las fuerzas soviéticas. Se introdujeron profundos cambio, y el 1 de febrero de 1941 Zukov fue nombrado jefe del Estado Mayor General. Este mismo año tuvo lugar un acontecimiento en el lejano México, que pasó casi inadvertido en Rusia. Ramon Mercader, también conocido como Mornard-Jackson, entró a trabajar en la casa en la que se alojaba Trotski, en Coyoacán. El 20 de agosto, cuando se encontraba en el despacho de Trotski, le atacó de pronto con un piolet, destrozándole el cráneo.

El jefe del Estado Mayor alemán cursó el 15 de febrero una orden especial con el siguiente encabezamiento: «Instrucciones para informar erróneamente al enemigo», con el fin de ocultar la «Operación Barbarroja». Se filtró una falsa información de que los movimientos de las tropas alemanas en el este eran parte de la «mayor maniobra de falsa información de la historia, destinada a distraer la atención de los preparativos finales para la invasión de Inglaterra». Stalin estaba indudablemente influido por esta mala información.

A principios de abril, Churchill envió un mensaje privado a Stalin advirtiéndole de los movimientos de tropas alemanas y de la inminencia del ataque a la Unión Soviética. A continuación, se cursó un aviso urgente al embajador soviético en Londres, el 18 de junio. Los informes de la embajada soviética en Berlín y del doctor Richard Sorge, brillante espía soviético que trabajaba en Japón, daban la fecha exacta de la invasión alemana [23].

La tarde del 21 de junio, Zukov fue informado por teléfono desde Kiev de que un brigada alemán se había pasado a las líneas soviéticas y había comunicado que las fuerzas alemanas atacarían al amanecer de la mañana siguiente. Stalin se mantenía escéptico al respecto.

A las 4:00 del 22 de junio comenzó la invasión. Las fuerzas alemanas, constituidas por tres millones de hombres repartidos en 162 divisiones y equipadas con 3400 tanques y siete mil cañones, avanzaban en tres grupos: por el norte, hacia Leningrado; por el centro, hacia Moscú, y por el sur, hacia Ucrania. A las 4:30 todos se encontraban reunidos en el despacho de Stalin, que estaba de pie junto a su mesa, con la cara pálida y la pipa apagada en su mano. Se hallaba visiblemente conmocionado. Era consciente de que había cometido un trágico error, y era lo suficientemente honesto para reconocerse como único responsable al haber juzgado equivocadamente las intenciones de Hitler. Comenta Robert Service que «la agenda de visitas de Stalin confirma que no cayó en la pasividad. [...] El 23 de junio [...] trabajó sin descanso en su oficina del Kremlin. Durante quince horas, desde las 03:20, consultó a los miembros del Mando Supremo. [...] Después, a las 18:25, solicitó informes orales de los políticos y comandantes. [...] Según el registro recibió gente hasta la 01:25 del día siguiente» (p. 583) [24].

El 28 de junio las tropas rusas de Minsk, capital de Bielorrusia, se rindieron. El 12 de julio las tropas alemanas tomaron Pskov. El 5 de agosto caía Smolensk, y los Estados bálticos fueron ocupados. A finales de este mes, las fuerzas alemanas dejaron Leningrado aislada del resto de Rusia, y en septiembre Stalin envió a Zukov para ocupar el mando. Este mismo mes, los alemanes completaban el asedio Kiev. A principios de octubre, las fuerzas atacantes alemanas sitiaban Vyazma.


Arriba, Pskov. En dirección a Moscú y desde la izquierda, Minsk, Smolensk y Vyazma. Abajo, Kiev. Leningrado sería San Petersburgo

El 30 de junio se creó el Comité de Defensa del Estado (GKO). Era el órgano supremo, y sus órdenes eran ejecutadas por los comisarios del Consejo del Pueblo a través de la maquinaria de los comisariados. A la Stavka, responsable de la dirección de los asuntos militares, se le dio el nuevo nombre de Stavka del Mando Supremo. Su consejo estaba formado ahora por Stalin como presidente y Molotov, Timochenko, Vorochilov, Budenny, Chapochnikov y Zukov como miembros. El 19 de julio Stalin pasó a ser comisario de defensa, y el 8 de agosto fue nombrado comandante en jefe supremo de las fuerzas armadas de la URSS. Una de la primeras y más importantes directrices del GKO, cursada el 4 de julio, fue el traslado de industrias al este. La evacuación de 1523 unidades industriales, muchas de ellas enormes, incluyendo 1360 grandes plantas de armamento, fue una empresa gigantesca y, en el aspecto humano, un logro heroico.

El 3 de julio Stalin dirigió por radio un histórico discurso a la nación en el que, sin retórica, apelaba al orgullo nacional del pueblo y al tenaz instinto ruso para defender a su patria. Hablaba como amigo y como líder; esto era lo que habían estado esperando. El general Fedyuninsky, que iba a jugar un destacado papel en varios frentes, escribió: «De pronto parecía que nos sentíamos mucho más fuertes». Utilizando un lenguaje sencillo y preciso, puso en conocimiento de la gente lo que la guerra significaría para ellos. «El enemigo es cruel e implacable; trata de ocupar nuestras tierras, regadas con el sudor de nuestra frente, y de apoderarse de nuestro grano y nuestro aceite, conseguido con el trabajo de nuestras manos. Su objetivo es restaurar el dominio de los señores, restaurar el zarismo, germanizar a los pueblos de la Unión Soviética, convertirlos en esclavos de los príncipes y barones alemanes...».

El 30 de julio de 1941, Harry Hopkins, en calidad de representante personal de Roosevelt, llegaba a Moscú. Congenió rápidamente con Stalin. «Era como hablar con una máquina perfectamente coordinada, una máquina inteligente. Sus preguntas eran claras, concisas y directas, y sus respuestas eran prontas, inequívocas y expresadas como si las hubiera tenido en la lengua durante años. Si siempre es como yo lo conozco, nunca dice una sílaba de más. [...]».

El informe de Hopkins condujo a la celebración de reuniones en Moscú para discutir «la distribución de nuestros recursos conjuntos», en los que lord Beaverbrook representaba a Churchill, y Averell Harriman a Roosevelt. Las reuniones con Stalin comenzaron el 28 de septiembre, cuando se inició la ofensiva alemana contra Moscú. Las peticiones rusas de equipamiento, maquinaria y materias primas fueron aceptadas casi en su totalidad. Beaverbrook, siempre entusiasta y declarado defensor de la ayuda a Rusia e incluso del establecimiento de un segundo frente, comunicó su entusiasmo a la reunión. Su actitud prorrusa, su admiración por Stalin y su confianza en él, lo convirtieron en un grato invitado.

El 13 de octubre comenzaron los combates en las principales rutas a Moscú.

El 6 de noviembre Stalin dirigió la palabra a los delegados que asistieron al vigésimo cuarto aniversario de la Revolución, que tuvo lugar este año en la estación de Mayakovsky. Su discurso fue emitido y rápidamente publicado. Comentó, entre otros temas, que la Unión Soviética no estaba sola en la guerra contra la Alemania hitleriana. Gran Bretaña y Estados Unidos habían manifestado su apoyo. No eran, sin embargo, auténticos aliados. «Una de las razones del retroceso del Ejército Rojo contra las tropas alemanas fascistas dijo es la ausencia de un segundo frente en Europa. El quid de la cuestión es que en la actualidad no hay tropas de Gran Bretaña ni de Estados Unidos en el continente europeo que presenten batalla a las tropas fascistas, y por ello los alemanes no tienen que dividir sus fuerzas y luchar en dos frentes, al este y al oeste. Lo que ocurre en la actualidad es que nuestro país está llevando a cabo la tarea de la liberación sin ayuda y sin cooperación militar contra las fuerzas coordinadas de alemanes, finlandeses, rumanos, italianos y húngaros» [25]El apoyo británico y americano al que Stalin se refirió en su discurso fue seguido de inmediatas ofertas de ayuda.

El 15 de noviembre los alemanes lanzaron una nueva ofensiva y llegaron casi a las afueras de la ciudad. Ya no avanzarían más.

La contraofensiva del invierno, iniciada el 4 de diciembre, resultó sorprendentemente bien al principio. A mediados de enero de 1942 los alemanes habían sido ya rechazados de Moscú y alejados en algunas zonas hasta más de trescientos kilómetros. La batalla de Moscú fue un acontecimiento épico. Zukov consideraba que marcó el cambio decisivo en la guerra. Los rusos comenzaban a destruir el mito de la invencibilidad alemana que había minado su moral y, sobre todo, no se perdió Moscú.

El verano de 1942 iba a ser una época de terribles derrotas en el sur. Atacado por el undécimo ejército, al mando de Manstein, el 8 de mayo, el frente de Crimea fue completamente derrotado. Otro revés fue la rendición de Sebastopol el 4 de julio de 1942. A finales de julio, los alemanes conquistaron toda la zona de Donbass, fuente del 60 % del carbón soviético y centro de la región industrial del sur.

El 12 de julio se creó un nuevo frente en Stalingrado. El 14 de agosto, todo el territorio incluido en el recodo del Don estaba en poder de los alemanes, excepto aisladas cabezas de puente rusas en el norte. Las tropas alemanas avanzaban ahora hacia Stalingrado desde el sur, el noroeste y el norte.

Abajo, en la península de Crimea, Sebastopol. Dirección Volgogrado, que sería Stalingrado, Donbass

En estos momentos de crisis llegó a Moscú Winston Churchill, primer ministro de Gran Bretaña desde 1940, para celebrar su primer encuentro con Stalin. Con el ceño fruncido, Stalin escuchó la cuidadosa explicación de Churchill sobre los motivos por los que británicos y americanos no podrían intentar desembarcar en las costas francesas antes de 1943. Stalin no aceptó sus explicaciones. De nuevo aumentaron sus sospechas de que los taimados británicos estaban dando evasivas y dejando la lucha a los rusos; sólo intervendrían cuando los alemanes hubieran sido debilitados en el frente oriental. Churchill reveló entonces detalles, aún secretos, sobre la ofensiva que británicos y americanos planeaban en el Mediterráneo, conocida como «Operación Antorcha».

Tras una cena oficial en el Kremlin el 14 de agosto de 1942, se celebró una última reunión más informal la tarde siguiente. Churchill estaba a punto de marcharse, cuando Stalin le propuso que fueran a su apartamento para tomar una copa de despedida. El apartamento de Stalin constaba de comedor, despacho, dormitorio y un gran cuarto de baño, todo sencillamente amueblado. No había muestras de lujo. Svetlana, que tenía por entonces quince años, entró en la habitación, besó a su padre y fue presentada a Churchill. Éste advirtió en Stalin «una mirada risueña, como para decirme pensé yo: "Ya ves, incluso los bolcheviques tienen vida familiar"». Molotov se unió a ellos, y la agradable velada se prolongó hasta las 2:30 horas. Al amanecer, Churchill abandonaba Moscú destino a Londres.

Al acercarse a Stalingrado, Hitler comenzó a atribuir a la ciudad una importancia que sobrepasaba en mucho su valor estratégico y económico. Rechazó airadamente el consejo del jefe de Estado Mayor, que proponía interrumpir la ofensiva antes de que comenzara el invierno. No atendía a razones, y expuso a sus ejércitos del este a una desastrosa derrota que marcó el comienzo del derrumbamiento alemán. «Operación Urano», la contraofensiva de los rusos, fue una brillante operación en cuanto a su organización y planificación. La llevaron a cabo Zukov y Vasilevsky, bajo la activa dirección de Stalin en todo su desarrollo. Paulus y sus tropas se rindieron el 2 de febrero de 1943. Fue una batalla decisiva, en la que tanto rusos como alemanes lucharon encarnizada y valientemente, y supuso un giro decisivo en el curso de la guerra.

En la batalla de Kursk al norte de Donbass, que tuvo lugar entre julio y agosto, los rusos no sólo acabaron con la campaña de verano nazi, sino que además habían destruido la capacidad alemana para organizar otra ofensiva de envergadura. De aquí en adelante, los alemanes no hicieron más que retroceder, siguiendo una estrategia defensiva.

Kiev fue liberada el 6 de noviembre, y Zitomir dos días después. A finales de 1943, el Ejército Rojo ya había recuperado más de la mitad del territorio conquistado por los alemanes en su gran avance de 1941-42 en dirección este. Pero la mayor parte de Bielorrusia, la parte occidental de Ucrania y la zona del Báltico estaban aún en poder de los alemanes.

Según avanzaban los rusos hacia el oeste, liberando las tierras ocupadas por los alemanes, iban descubriendo pruebas del increíble salvajismo y de la bestialidad del trato dado por los alemanes a los prisioneros de la guerra y la población civil. Habían dejado morir de hambre a los prisioneros rusos. Esto se debía a las instrucciones de que las tropas alemanas tenían que alimentarse de la tierra ocupada y que todos los posibles excedentes debían ser enviados a Alemania, donde el racionamiento era muy severo. Sin embargo, esta política de exterminio también se justificaba sobre la base de que los rusos eran Untermenschen, una raza inferior a la que había que tratar como a animales, y que el sistema judeo-bolchevique debía ser destruido.

Se ha calculado que, entre junio de 1941 y mayo de 1944, los alemanes hicieron unos 5 160 000 prisioneros en Rusia. De ellos, 1 053 000 fueron finalmente liberados, pero más de 3 750 000 personas fueron exterminadas en matanzas, por inanición o por quedar a la intemperie. El número de civiles rusos, incluyendo mujeres y niños, que murieron así, ciertamente supera esa cifra; el número total de víctimas no se sabrá nunca [26].

Como ya se ha mencionado, los alemanes concentraban su fanatismo en los judíos y en los rusos. Trataron a los ucranianos y a los pueblos musulmanes de manera diferente, suponiéndolos enemigos reales o potenciales del régimen soviético. Tardíamente, hacia finales de 1942, los alemanes hicieron algún intento de modificar el tratamiento de los prisioneros de guerra rusos, ofreciéndoles la alternativa de morir por inanición o por otros medios, o pasar a formar parte del llamado ejército ruso de liberación, o ejército Vlasov [27]. La mayoría de los rusos se negaron a colaborar con este ejército y eligieron la muerte. En Dachau y otros campos de concentración, algunos lograron sobrevivir.

Con este telón de fondo, Stalin ordenó medidas draconianas contra todos los prisioneros de guerra rusos que sobrevivieran, así como contra los ucranianos y los musulmanes de todas las nacionalidades. Si un ruso sobrevivía, se lo consideraba desprovisto de orgullo patriótico, o se presumía que existía alguna siniestra razón antisoviética para su supervivencia. Eran interrogados y tenían que explicar por qué habían consentido en ser capturados en lugar de luchar hasta la muerte. Normalmente eran enviados a campos de trabajo, y se imponía a sus familias una pena de prisión de dos años.

Hacia finales de 1943-44, Svetlana visitó a su padre, y cuenta que él le dijo: «Los alemanes nos han propuesto que intercambiemos a uno de sus prisioneros por Yasha. Quieren que haga un trato con ellos, pero ¡no lo haré!». Yakov había sido hecho prisionero en julio de 1941. El verano de 1945 los alemanes lo ejecutaron.

A medida que los alemanes avanzaban hacia el sur y en el Cáucaso, Stalin mostraba creciente preocupación por la lealtad de los pueblos cosacos y musulmanes. Respecto a los pueblos musulmanes, los alemanes adoptaron una política benévola, casi paternalista. Los Karachai, Balkars, Ingush, Chechen, Kalmucks y los tártaros de Crimea habían mostrado hasta cierto punto simpatías por los alemanes. Sólo la precipitada retirada de los alemanes de la zona del Cáucaso tras la batalla de Stalingrado impidió que organizaran al pueblo musulmán de manera efectiva contra los soviéticos. Los alemanes se jactaban, sin embargo, de haber dejado detrás de ellos una fuerte «quinta columna».

El hecho de que estos pueblos estuviesen dispuestos a traicionar a la Rusia Soviética enfureció a Stalin, que se mostró absolutamente implacable para erradicar cualquier posible «quinta columna» que pudiera poner en peligro la retaguardia de Ejército Rojo. A finales de 1943 y en la primavera de 1944, el Soviet Supremo promulgó varios decretos ordenando la extirpación y deportación al este de las comunidades musulmanas. Los decretos se cumplieron de tal manera que las seis nacionalidades fueron casi exterminadas [28].

Stalin, Churchill y Roosevelt se reunieron por primera vez en Teherán el 28 de noviembre. A partir de este día, las sesiones de la conferencia se celebraron por la tarde durante los cuatro siguientes. Discutieron la estrategia inmediata para la guerra y la política a seguir después de la guerra para asegurar la paz y la estabilidad. Las conversaciones resultaron francas y cordiales, e hicieron concebir esperanzas de un estrecho entendimiento y cooperación en el futuro.

Stalin, Roosevelt y Churchill en la Conferencia de Teherán

En esta conferencia Stalin expuso claramente sus ideas sobre las condiciones en que quedaría Polonia después de la guerra. En esta etapa, no obstante, las discusiones eran provisionales porque, como escribió Churchill, «nada satisfaría a los polacos». Por otro lado, Churchill y Roosevelt suplicaron a Stalin que fuera generoso con los finlandeses, ya que éstos no luchaban del lado de los alemanes. Admitió que, a no ser que la obstinación de los finlandeses le obligara a ello, no convertiría a Finlandia en provincia soviética, pero insistió en que exigiría alguna compensación, bien en territorios o bien en indemnización.

El 30 de noviembre Churchill cumplió sesenta y nueve años. Fue un día que él iba a describir como memorable y movido. Aquel día Churchill fue el anfitrión de la cena. Birse, el intérprete británico, se sentó a la izquierda de Stalin en la mesa. Escribió más tarde: «Stalin [...] se volvió hacia mí y dijo: "¡Es una hermosa colección de cubertería! Es un problema decidir cuál utilizar. Tendrás que decírmelo, y también cuándo puedo comenzar a comer. No estoy habituado a vuestras costumbres". Este pequeño incidente revela un lado humano e inesperado de su personalidad, creo. [...] Después de los brindis formales por el rey Jorge VI, el presidente Kalinin y el presidente Roosevelt, Churchill propuso uno por "Roosevelt el Hombre" y "Stalin el Grande". [...] Hacia el final de la comida Stalin me preguntó si sería correcto brindar por la salud de nuestro camarero. Le dije que estaba seguro de que podía hacerlo y que el hombre se sentiría muy contento. Entonces llamó al camarero iraní, le llenó una copa de champán y brindó a su salud y a la de sus compañeros. [...] Es difícil decir si el gesto de Stalin fue espontáneo, o si lo hizo para impresionar a los iraníes».

Durante los brindis ocurrió un molesto incidente. El presidente propuso brindar por el general sir Alan Brooke, jefe del Estado Mayor General imperial, y, antes de que hubiera terminado de hablar, Stalin se levantó y dijo que él terminaría el brindis. Entonces habló como insinuando que Brooke no sentía una verdadera amistad hacia el Ejército Rojo, que no sabía apreciar sus cualidades y que esperaba que en el futuro mostraría una mayor camaradería hacia los soldados del Ejército Rojo. Brooke respondió. Después de la cena, Brooke se acercó a Stalin y de nuevo expresó su sorpresa por las acusaciones. Stalin replicó inmediatamente que «las mejores amistades son las que se fundan en malentendidos», y le estrechó cordialmente la mano. Dato curioso: este intercambio verbal es el único que menciona Robert Service entre Stalin y Alan Brooke (p. 655). Churchill escribió más adelante: «En realidad, la confianza de Stalin se asentaba sobre una base de respeto y buena voluntad que permaneció inalterable mientras trabajamos juntos».

Sin embargo, Churchill sentía temor ante Stalin y, como su médico de cabecera observó, con frecuencia estaba inquieto en su presencia [29]. Hablando del castigo que se iba a infligir a los alemanes después de la guerra, Stalin dijo que el Estado Mayor General alemán tenía que ser eliminado, y que como las fuerzas alemanas dependían de unos cincuenta mil oficiales, todos deberían ser fusilados. Podría haberlo dicho en serio, pero de hecho el mariscal de campo Friedrich von Paulus y otros oficiales que fueron hechos prisioneros en Stalingrado y en otros lugares habían recibido un trato respetuoso. Churchill respondió con vehemencia que «el Parlamento y el pueblo británico no tolerarán las ejecuciones masivas». Stalin repitió maliciosamente: «Cincuenta mil tienen que ser fusilados». Churchill enrojeció de ira, y respondió: «Preferiría que me llevaran al jardín aquí y ahora y me fusilaran, antes que manchar mi honra y la de mi país con tal infamia». Se levantó de la mesa y se fue a la habitación contigua. Un minuto después, sintió unas palmadas en el hombro y vio a Stalin y a Molotov sonriendo. Le aseguraron que había sido sólo una broma.

Por su parte, Brooke consideraba que Stalin tenía una notable inteligencia militar, y observó que en sus afirmaciones jamás dejó de apreciar todas las implicaciones de una situación con una visión rápida y certera, y que «a este respecto destacaba en comparación con Roosevelt y Churchill» [30]. El jefe de la misión de Estados Unidos en Moscú había advertido que nadie podía dejar de reconocer «las cualidades de grandeza de este hombre». Combinado con esta esencial grandeza, había en él un encanto y a veces un calor humano que parecía contradecir la terrible inexorabilidad que solía mostrar cuando defendía lo que él consideraba los intereses de la Unión Soviética.

Tras la muerte de Vatutin en una emboscada de partisanos nacionalistas ucranianos, Stalin nombró a Zukov jefe del primer frente ucraniano, y él mismo asumió la función de coordinar las operaciones de los dos frentes ucranianos. La campaña comenzó a primeros de abril de 1944 y al mes siguiente, tras la destrucción del decimoséptimo ejército alemán, Sebastopol fue liberada.

El 6 de junio, popularmente llamado el día D, la invasión anglo-americana de Normandía el largamente esperado segundo frente fue iniciada con éxito. La batalla de Normandía era a lo que Churchill se había referido como «Operación Overlord» en su reunión privada con Stalin en Teherán el 30 de noviembre.

A mediados de julio, el Ejército Rojo había expulsado ya de Bielorrusia a los alemanes, y avanzaba por el noroeste de Polonia. Ya en el país, a tres kilómetros de Lublin los rusos encontraron el inmenso campo de exterminio de Maidanek con las cámaras de gas y los hornos crematorios. Aquí los alemanes habían matado e incinerado a judíos, rusos y polacos en grupos de doscientos y doscientos cincuenta. Habían perecido diariamente unas 2500 personas, por lo que ascendía a un millón y medio la cifra de las que habían encontrado allí la muerte.

El avance del comandante Rokossovsky hasta las afueras de Praga, pueblo de la periferia de Varsovia situada al lado opuesto del río Vístula, hizo creer que la liberación estaba próxima. Sin embargo, ya el 24 de julio el general T. Bor-Komorowski, jefe de la Armya Krajova (A. K), ejército clandestino polaco en Varsovia, había decidido ordenar un levantamiento antes de que el Ejército Rojo pudiera alcanzar la ciudad. Era fanáticamente antirruso. Estaba decidido a que los polacos liberaran su propia ciudad y a preparar el camino para que el gobierno polaco exiliado en Londres se hiciera con el poder, excluyendo a los comunistas polacos. Por estas razones, y también por orgullo y obstinación, evitó todo contacto con Rokossovsky y con el Alto Mando ruso, negándose incluso a considerar una posible acción coordinada con el Ejército Rojo. El pueblo de Varsovia, sin embargo, deseaba que las fuerzas de Rokossovsky cruzaran el río y vinieran en su ayuda. El 1 de agosto el ejército clandestino de Bor-Komorowski, formado por cuarenta mil hombres, atacó a los alemanes que ocupaban la capital. La batalla se prolongó durante sesenta y tres días, pero el levantamiento fue cruelmente aplastado. Más de doscientos mil habitantes de la ciudad fueron asesinados. Los alemanes expulsaron a los ochocientos mil supervivientes y arrasaron la ciudad.

El levantamiento y lo que Churchill denominó «El martirio de Varsovia» levantó controversias. Los líderes aliados sospechaban que Stalin había ordenado al Ejército Rojo detenerse en el Vístula y que cruelmente había decidido abandonar la ciudad a su suerte. Los polacos de Londres fomentaron activamente estas sospechas en Gran Bretaña y Estados Unidos. En realidad, las fuerzas de Rokossovsky habían sido detenidas en su avance y no estaban en condiciones de cruzar el río y liberar la ciudad. Service, para variar, opina que «lo imperdonable de la conducta de Stalin desde el punto de vista militar fue su rechazo a todas las peticiones polacas de ayuda una vez que comenzó el levantamiento de Varsovia el 1 de agosto de 1944» (p. 660). Cree que «Stalin aspiraba a gobernar Polonia por medio de sus títeres comunistas. Cuantos más insurgentes cayeran a manos de los alemanes, más cerca estaría de su objetivo. Las protestas de Churchill acerca de las medidas políticas y militares tomadas por Stalin eran justificadas» (p. 661).

Comenta Ian Grey, sin embargo, que «desde el 13 de septiembre, aviones soviéticos sobrevolaban Varsovia, bombardeando las posiciones alemanas y lanzando provisiones a los insurgentes», y que «fue, desde luego, una terrible tragedia por la que se ha criticado injustamente a Stalin y el ejército Rojo. Dejó cicatrices en las relaciones ruso-polacas que tardaron muchos años en curar. Pero tuvo también el efecto de hacer que los polacos se dieran cuenta de que tenían que ser realistas y llegar a un acuerdo con Rusia [...] De hecho, en contra de lo que intentaba conseguir el general Bor-Komorowski, el levantamiento facilitó la formación de un régimen comunista en Polonia» (nota 179). Menciona, además, lo siguiente (nota 180): «Rokossovsky en sus memorias, Soldatsky Dolg, sugiere que como el jefe del primer frente bielorruso, fue el responsable de no ir en ayuda de los polacos en Varsovia. Afirma después que "Stalin quería prestar toda la ayuda posible a los insurgentes y aliviar en lo posible la situación". Zukov escribió más adelante que él mismo había comprobado que el Ejército Rojo había hecho todo lo posible para ayudar a los insurgentes "aunque el levantamiento no había sido en modo alguno coordinado con el mando soviético. En aquellos momentos, tanto antes como después de nuestra obligada retirada de Varsovia, el frente bielorruso continuó prestando asistencia a los insurgentes por el aire, proporcionándoles provisiones, medicinas y municiones. Recuerdo que hubo muchos informes falsos sobre el asunto en la prensa occidental que pudieron equivocar a la opinión pública"».

El 20 de agosto las fuerzas soviéticas avanzaron desde Moldavia y Bessarabia hacia Rumania, y rápidamente arrollaron a los dos ejércitos alemanes y a los dos rumanos. Las tropas rumanas ya no ofrecieron resistencia, y en algunos lugares volvieron sus armas contra sus aliados alemanes. El 31 de agosto los rumanos, apoyados por tropas rusas, liberaron Bucarest.

Mientras tanto, también se había llegado a un acuerdo con los finlandeses. El 25 de agosto los finlandeses propusieron un armisticio, que fue finalmente firmado en Moscú el 15 de septiembre. Las condiciones eran duras pero no punitivas. Esta rendición hizo posible planificar la gran ofensiva para liberar la zona del Báltico.

Como los rusos avanzaban victoriosamente hacia el oeste, Churchill estaba cada vez más alarmado por la propagación de la influencia soviética: Rumania y Bulgaria ya estaban bajo dominio soviético. Propuso visitar Moscú en octubre de 1944, para unas conversaciones previas. En compañía de Eden ya ministro de Asuntos Exteriores y de los jefes de servicio, Churchill llegó a Moscú el 9 de octubre y recibió una entusiasta bienvenida. Las conversaciones entre Stalin, Molotov, Churchill y Eden consiguieron resultados sólo hasta cierto límite, ya que el problema polaco era insoluble. Stalin se mantuvo firme en que el gobierno soviético no podría tolerar en Polonia un gobierno activamente hostil a la Rusia soviética. El 5 de octubre los debates se centraron en la guerra del Pacífico. El embajador americano, Averell Harriman, y el general Deane, asistían a estas conversaciones en nombre de su presidente, y reiteraron el interés de que Rusia se uniera a la guerra contra Japón lo antes posible.

A finales de 1944 finalizaron los preparativos para un masivo avance desde el Vístula. En diciembre, las fuerzas angloamericanas del frente occidental se encontraron seriamente amenazadas por la contraofensiva del mariscal de campo Karl von Rundstedt en las Ardenas. El 6 de enero de 1945 Churchill envió un mensaje a Stalin preguntando si los aliados podrían «contar con una gran ofensiva rusa en el frente del Vístula o en cualquier otro punto durante el mes de enero». Stalin respondió inmediatamente. Eisenhower, jefe supremo de los aliados, decidió enviar a su adjunto, el mariscal sir Arthur Tedder, a Moscú para explicar la difícil situación. Al final de su detallada exposición sobre las operaciones aliadas y de la batalla de las Ardenas, Stalin exclamó: «Así me gusta, una exposición clara y metódica sin las típicas reservas diplomáticas». Birse advirtió que «durante la exposición Stalin parecía un niño que disfrutaba cuando le narran un cuento de aventuras militares».

Los rusos lanzaron la ofensiva a las diez de la mañana del 12 de enero. Dos días después, Zukov abrió la ofensiva y el avance del primer frente bielorruso fue incluso más espectacular. Liberó Varsovia, y el 29 de enero sus fueras tenían sitiada Poznan y se encontraban en las afueras de Frankfurt. El segundo frente bielorruso de Rokossovsky atravesó el norte de Polonia, y a finales de mes estaban dispuestos a atacar Königsberg.

Desde la izquierda, Frankfurt, Poznan, el río Vístula y Varsovia. Arriba, Kaliningrado sería Königsberg

A primeros de febrero de 1945, Stalin, Roosevelt y Churchill se reunieron en Yalta en la costa del mar Negro. Los tres líderes hablaron con franqueza y alcanzaron una amplia base de entendimiento y consenso, excepto sobre el tema de Polonia.

Churchill, Roosevelt y Stalin durante la Conferencia de Yalta (Crimea)

En la primera sesión plenaria celebrada el 5 de febrero, se discutió el futuro de Alemania. Todos estaban de acuerdo en que Alemania debería ser desmembrada después de una rendición incondicional. A propuesta de Roosevelt se encomendó a los ministros de Asuntos Exteriores la preparación de un plan en el plazo de un mes para la división y el control del país. Anteriormente Stalin se había opuesto a que Francia participara en este proceso, pero ahora cedió a las peticiones de Churchill y aceptó que aquel país administrara una zona de ocupación y formara parte de la comisión de control. En la segunda sesión se contempló la posibilidad de crear una organización mundial para la paz.

El problema polaco llevó la discordia a la conferencia. Roosevelt observó que Polonia «había sido una fuente de problemas desde hace más de quinientos años», y Churchill recordó que Polonia «fue la primera de las grandes causas que produjeron la caída de la gran alianza». Stalin expuso claramente su tesis sobre el tema polaco. A lo largo de la historia, Polonia había atacado a Rusia o había servido como paso a través del cual los enemigos la habían invadido. Alemania había utilizado dos veces este paso en los últimos treinta años. Rusia quería una Polonia fuerte que pudiera defender por sí misma este paso. No lo dijo claramente, pero era evidente que no toleraría el restablecimiento del antiguo régimen, ahora representado por el gobierno de Londres, formado por hombres que eran enemigos implacables de Rusia. Una diferencia fundamental dividía a los aliados en este tema. A Stalin le preocupaba la seguridad de Rusia. Churchill y Roosevelt decían defender los principios de la democracia. El tema de Polonia se debatió en siete de las ocho sesiones plenarias.

En cuanto a la situación en Extremo Oriente, Stalin confirmó que Rusia entraría en guerra contra Japón dos o tres meses después de la rendición de Alemania. Sus condiciones eran el mantenimiento de la situación en Mongolia Exterior y el restablecimiento de las fronteras rusas en el Extremo Oriente tal como eran antes de la guerra ruso-japonesa de 1904-5. Roosevelt las aceptó y se comprometió a llegar a un acuerdo con Chiang Kaishek, presidente del gobierno nacionalista de China.

En la cena de despedida, Birse —a quien el líder soviético conocía bien y por quien sentía un verdadero afecto ha relatado que Stalin se levantó con una copa en la mano y dijo: «Esta noche y en otras ocasiones, nosotros, los tres líderes, nos hemos reunido. Hablamos, comemos y bebemos, y nos divertimos. Pero mientras tanto nuestros intérpretes tienen que trabajar y su tarea no es fácil. [...] ¡Propongo un brindis por nuestros intérpretes! [...] Al levantar su copa, Churchill dijo: "Intérpretes del mundo, uníos; ¡no tenéis nada que perder más que vuestra audiencia!». Esta parodia del lema comunista hizo reír a Stalin durante varios minutos.

Cuando el 11 de febrero los tres líderes se separaron, sabían que no volverían a reunirse.

Budapest fue tomada el 13 de febrero, y el 13 de abril los rusos ocuparon Viena.

Hacia finales de marzo surgieron rivalidades entre los aliados por la toma de Berlín. En Yalta los tres líderes habían llegado a un acuerdo sobre la división de Alemania, pero no habían discutido la manera de coordinar la estrategia del Ejército Rojo y de las fuerzas angloamericanas. Al igual que Churchill, Stalin atribuía un gran significado político a la toma de Berlín. Él y todos los rusos consideraban que tenían derecho a conquistar la capital alemana. Habían soportado lo más duro de la lucha.

Antes del amanecer, el 16 de abril, los frentes de Ivan Konev y Zukov iniciaron la ofensiva. El 23 de abril las tropas rusas entraron en la ciudad. El punto decisivo se produjo el 30 de abril, el día que Hitler se suicidó, cuando los rusos asaltaron el Reichstag. Alemania no había sido completamente liberada, pero finalmente el 9 de mayo cayó Praga. Este día fue proclamado Día de la Victoria.

La tarde de esa fecha histórica, Stalin se dirigió por radio a la nación. Rindió homenaje al Ejército Rojo, y también a las fuerzas aliadas, pero el mensaje iba dirigido a su propio pueblo.

El 24 de junio tuvo lugar el desfile de la victoria en la plaza Roja. Era realmente la victoria de Stalin. No podría haberse conseguido sin su campaña de industrialización y especialmente sin el desarrollo intensivo de la industria más allá del Volga. La colectivización había contribuido a la victoria al permitir al gobierno almacenar alimentos y materias primas y al impedir la paralización de la industria y el hambre en las ciudades. Con sus centros agropecuarios, la colectivización también había proporcionado a los campesinos sus primeras experiencias en la utilización de tractores y de otras máquinas. La mejora del nivel general de educación también había contribuido a crear una gran reserva de hombres con suficientes conocimientos para recibir cursos de especialización.

También era su victoria porque había dirigido y controlado todas las operaciones rusas durante la guerra. La amplitud y el peso de sus responsabilidades fueron extraordinarias, pero día tras día, sin descanso durante los cuatro años de guerra, ejerció el mando directo de las fuerzas rusas y el control del aprovisionamiento, las industrias bélicas y la política gubernamental, incluyendo la política exterior. Sus más destacados generales, como Zukov, Rokossovsky y Konev, que destacaban —valga la redundancia— entre los generales de todos los países implicados en la guerra, aceptaban su autoridad sin cuestionarla. Molotov, por su parte, supo que Stalin se interesaba especialmente por los asuntos navales y que su aprobación era necesaria para cualquier medida de importancia [31].

No obstante, él no dominaba a las personas en virtud de su categoría, sino por la fuerza de su carácter y por su inteligencia. Zukov escribió más adelante: «Actualmente, después de la muerte de Stalin, se acepta la idea de que nunca aceptó el consejo de nadie y que decidió por sí mismo las cuestiones de la política militar. No estoy de acuerdo con eso. Cuando advertía que la persona que le informaba sabía de qué estaba hablando, le escuchaba, y conozco casos en los que reconsideró sus propias decisiones y opiniones. Esto ocurrió en muchas operaciones».

Con su mente disciplinada y su memoria tenaz, Stalin adquirió una considerable habilidad militar y conocimientos técnicos. Oficiales y técnicos occidentales presentes en conversaciones con él quedaban impresionados por su facultad de entender las cosas con rapidez y exactitud. Alan Brooke, jefe del Estado Mayor General británico, comentó en varias ocasiones su dominio en temas militares. Sus propios jefes estudiaban los informes cuidadosamente antes de presentárselos, porque infaliblemente advertía cualquier punto débil o idea poco exacta en su presentación.

Un experto extranjero, no particularmente afecto a Stalin como hombre, ha emitido, quizás, el juicio más justo: «Si se le acusa de los desastres de los dos primeros años de la guerra, también hay que atribuirle los sorprendentes éxitos de 1944, el annus mirabilis, cuando los grupos del ejército alemán fueron literalmente arrasados con ataques relámpago en Bielorrusia, Galitzia, Rumania y el Báltico en batallas que no se libraron en las estepas y en invierno, sino en verano y en la Europa central. Algunas de estas victorias deben figurar entre las más destacadas de la historia militar mundial».

Los líderes de las tres potencias aliadas se reunieron en Posdam el 17 de julio de 1945. Iban a tratar de resolver los problemas de la Europa de posguerra, y de establecer a través de las Naciones Unidas una nueva era de paz y de estabilidad en el mundo, pero el espíritu de cooperación y de intereses comunes, que había prevalecido en Teherán y Yalta, murió en Posdam; la actitud de Estados Unidos y Gran Bretaña hacia la Rusia soviética había cambiado. El símbolo de este cambio fue la bomba atómica, nueva y terrible arma incorporada al arsenal de Occidente. Para Stalin, la conferencia de Posdam estuvo marcada por la traición.

Clement Attlee —nuevo primer ministro de Gran Bretaña tras derrotar a Churchill en las elecciones de julio de 1945—, Truman —nuevo presidente de Estados Unidos tras el fallecimiento de Roosevelt— y Stalin

El 6 de agosto la bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima. Stalin y la mayoría de los rusos comprendieron inmediatamente que los americanos habían utilizado la bomba principalmente para impresionarlos y amenazarlos. James F. Byrnes, secretario de Estado de Estados Unidos, reconoció después que la bomba era necesaria, no tanto contra Japón como para «hacer a Rusia moldeable en Europa». Según algunos informes, Stalin reunió a cinco de los más destacados científicos soviéticos y les ordenó que trabajaran para conseguir la bomba atómica en el más breve espacio de tiempo posible y sin reparar costos.

El 2 de septiembre se firmó la rendición definitiva de Japón a bordo del barco de guerra norteamericano Missouri.

Las relaciones con las potencias occidentales empeoraron drásticamente durante los meses siguientes. Molotov fue duramente criticado por Byrnes y Ernest Bevin ministro de Asuntos Exteriores británico por instaurar regímenes totalitarios en Rumania, Bulgaria, Hungría y Yugoslavia. Molotov insistía en que Rusia tenía derecho a asegurarse de que contaba con gobiernos amigos en los países de Europa Occidental, y argüía que las potencias occidentales no tenían derecho a imponer a otros países su concepto de democracia. Las potencias occidentales estaban decididas a detener la influencia soviética fuera de Europa central y oriental. 

En Irán surgió otro conflicto. Fuerzas británicas y soviéticas habían ocupado el país a comienzos de la guerra para impedir que el sha de tendencia proalemana intentara ayudar al enemigo a invadir Rusia desde el sur. Las fuerzas americanas se unieron después a los aliados. Hacia finales de la guerra, los aliados llegaron a un acuerdo sobre una fecha para la retirada de las fuerzas de ocupación. Llegado el momento, sin embargo, las fuerzas rusas permanecieron en el país. Argumentaban que su presencia era necesaria allí a fin de presionar al gobierno para que garantizara los derechos de explotación de petróleo, ya que Rusia necesitaba desesperadamente petróleo debido a los destrozos causados por los alemanes en sus campos petrolíferos. Al amenazar las exigencias americanas y británicas con convertirse en un conflicto de importancia, Stalin finalmente hizo regresar a sus tropas. Inmediatamente, los americanos intervinieron prestando a Irán ayuda económica y enviando allí asesores militares y otros expertos, y rápidamente Irán quedó sometido a un dominio americano tan completo como el soviético de Rumania y Bulgaria. Stalin consideró esto como un acto de agresión por parte de los Estados Unidos.

Por otro lado, a Stalin, que había firmado la carta de las Naciones Unidas con el objetivo básico de impedir que las naciones formaran bloques, ayudando a mantener la paz y el equilibrio de poder entre ellas, el discurso de Churchill «Telón de acero», pronunciado en Fulton (Missouri) el 6 de marzo de 1946, le alarmó y le horrorizó. Proclamaba la división del mundo en los bloques comunista y occidental, y defendía una fuerte «asociación fraternal» política y militar de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Commonwealth para mantener el equilibrio de poder y asegurar la paz. Era una declaración de hostilidades y casi una declaración de guerra. Stalin criticó el discurso en términos moderados calificándolo de «acto peligroso calculado para plantar semillas de disensión y dificultar la colaboración entre las naciones aliadas. Ha dañado la causa de la paz y de la seguridad. El señor Churchill ha adoptado ahora la posición de un propagador de la guerra». Stalin entendía que, aunque ya no era primer ministro, Churchill expresaba las opiniones de los gobiernos americano y británico. De todas maneras, en Estados Unidos surgieron voces de desaprobación, entre las que se encontraba Henry Wallace, ministro de Comercio. Esto era inaceptable para Truman, Byrnes y la opinión pública americana, por lo que Byrnes insistió en que Wallace debería dimitir, amenazando con dimitir él mismo si Truman no lo apoyaba. Wallace presentó su dimisión.

El 12 de marzo Truman hizo pública su doctrina de contención de la Rusia soviética. Argüía que el comunismo era un credo maldito, ajeno a las tradiciones rusas y que los líderes soviéticos dependían del uso de la fuerza para mantenerse en el poder. Complementario a la doctrina de contención era el Plan Marshall, lanzado en verano de 1947. Era una política atrevida y generosa para promover la rápida recuperación económica de Europa. En el anuncio del plan no se había hecho referencia a su aplicación en Rusia, pero Marshall en persona afirmó que no veía ninguna razón para que Rusia no fuera incluida. Sin embargo, Stalin decidió que Rusia no participaría en el plan. Era una manifestación de la política expansionista americana y de la doctrina de Truman de contener y destruir el comunismo. Además, presionó a Polonia, Hungría y Checoslovaquia, que habían aceptado el plan, para que lo rechazaran. Robert Service añade que «el ministro de Asuntos Exteriores soviético trató de averiguar si verdaderamente se otorgarían fondos a la URSS para su recuperación de posguerra. La respuesta fue que los norteamericanos ponían como condición para la ayuda financiera la apertura del mercado» (p. 703).

La división entre el bloque comunista y occidental era ahora insuperable. La «guerra fría», un período trágico de recriminaciones, exageradas sospechas e implacable animosidad, había comenzado. En el transcurso de los tres años siguientes, los dos bloques se aproximaron peligrosamente a un conflicto armado. Stalin consolidó el bloque soviético, eliminando los elementos no comunistas y transformando sus regímenes en democracias populares, consideradas como una etapa tradicional previa al socialismo. A continuación, se llevó a cabo una integración económica enmarcada en el Comecon (Consejo de Ayuda Económica Mutua), del que formaban parte la Unión Soviética, Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría, Rumania y Polonia.

El punto crítico de la política antisoviética por parte de las potencias occidentales fue para Stalin el 4 de abril de 1949, cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte. Constituía una alianza militar de doce países y creaba la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para mantener una fuerza militar combinada. Ésta pretendía ser totalmente defensiva, pero para Stalin y para todos los rusos sus intenciones eran evidentemente ofensivas.

En marzo de 1952 Stalin propuso que las cuatro potencias aliadas se reunieran sin dilación para discutir un tratado de paz con Alemania. Estaba dispuesto a aceptar el principio de elecciones libres en Alemania, así como que el país tuviera sus propias fuerzas armadas con fines defensivos, pero insistió en que fuera excluido de cualquier alianza formada contra cualquiera de las potencias que habían tomado parte en la guerra en su contra. Sus propuestas fueron rechazadas. La República Federal de Alemania pasaba a ser incluida en la OTAN como miembro de pleno derecho, lo que significaba que se pretendía convertir a Alemania en una potencia económica y militar. Estaba claro para Stalin que Rusia era un país sitiado, amenazado por las potencias capitalistas occidentales y que debía prepararse para la guerra.

A pesar de todo, algunos acontecimientos infundieron ánimos a Stalin y a su pueblo en este tenso período. El primero de ellos fue la explosión de una bomba atómica en septiembre de 1949, y el segundo fue la instauración de un régimen comunista, bajo el liderazgo de Mao Tse-tung, en China.

Volviendo a la situación interna de la Unión Soviética al concluir la guerra, el escenario del país era catastrófico. Stalin afirmó que siete millones de ciudadanos soviéticos habían perdido la vida durante la guerra, pero las bajas probablemente se aproximaban a los veinte millones [32]; muchos habían muerto por exceso de trabajo y falta de alimento. La economía, además, estaba al borde del colapso. Unas 31 000 fábricas habían sido destruidas, y veinticinco millones de personas estaban sin hogar. Fue por ello que, a pesar de necesitar tanto Stalin como la propia nación un descanso, no iban a tenerlo. El gradual retorno a unas mejores condiciones de vida, que todos anhelaban, no se produjo. Rusia había triunfado en la guerra y había surgido de ella como la segunda gran potencia mundial. En dos ocasiones anteriores de su historia Rusia había alcanzado un estatus similar de gran potencia. En ambas ocasiones volvió a recaer en su debilidad. Stalin no permitiría una recaída esta vez.

El 19 de agosto de 1945 Stalin dio órdenes al Gosplan de preparar un programa de reconstrucción. El resultado fue el cuarto plan quinquenal, adoptado por el Soviet Supremo el 18 de marzo de 1946. El plan exigía un esfuerzo heroico y llevaba el sello de la implacable determinación de Stalin. También le impulsaba la visión de una producción industrial soviética superior a la de Occidente, y particularmente a la de Estados Unidos. Este objetivo a largo plazo, explicó a comienzos de 1946, requerría «quizá tres nuevos planes quinquenales, si no más»; hizo hincapié en que las cifras propuestas para el acero, el carbón y el petróleo tenían que ser alcanzadas dentro del actual plan [33]. De nuevo, al igual que en la primera campaña de industrialización, enfrentaba al pueblo ruso a un desafío que, empujado por su voluntad, tendría que aceptar.

Los logros en el plazo del plan fueron extraordinarios, aunque grandemente exagerados por la propaganda soviética. El progreso del primer año se vio estorbado por una grave sequía y por muchos problemas surgidos al reinstalar y especializar la mano de obra en condiciones difíciles, lo que no evitó que en 1950 la industria soviética ya fuera más fuerte que antes de la guerra y que estuviera preparada para la carrera de armamento que entonces comenzaba. Sin embargo, la recuperación de la agricultura era desastrosamente lenta [34].

En una reunión del Consejo Supremo Militar celebrada en 1946 y presidida por Stalin, éste llamó la atención «a uno de nuestros más importantes soldados [presumiblemente Zukov] por inmodestia, engreimiento injustificado y megalomanía». Zukov era el más destacado de los jefes soviéticos, y había recibido el máximo reconocimiento público, pero hombre entusiasta y de fuerte personalidad, a veces se mostraba jactancioso. Su destitución del cargo de jefe supremo adjunto en marzo de 1946 y su relegación a puestos comparativamente de poca importancia se debieron probablemente en gran medida a este defecto. Modestia y dignidad, combinados con profesionalismo, eran las cualidades que Stalin siempre había admirado, y se mostraba severo con sus propios colaboradores cuando les faltaba alguna de ellas. No obstante, Stalin mantuvo a la mayoría de sus altos jefes en cargos relevantes. También apunta Service, citando Neizvestnyi Zhukov, pp, 476-477, que «las agencias de seguridad informaron al Kremlin de que Zhúkov había robado el botín de un tren alemán. La lista era enorme, incluía 3420 piezas de seda, 323 pieles, sesenta cuadros con marco dorado, veintinueve estatuas de bronce y un piano de cola» (p. 744).

En marzo de 1949 se anunciaron cambios en los altos cargos soviéticos. Molotov, que había sido ministro de Asuntos Exteriores desde 1939 y leal compañero de Stalin desde 1917, fue uno de los afectados, y lo reemplazó Vychinsky. Su destitución y la súbita desconfianza de su jefe debió herirlo profundamente. Sufrió otro duro golpe cuando su esposa, Polina, fue detenida y deportada a Kazajistán. Era judía y se la acusó de estar implicada en «actividades sionistas». Sin embargo, la auténtica razón de su exilio era el haber sido íntima amiga de Nadia, la esposa de Stalin. Éste no podía soportar que su recuerdo le fuera reavivado por Polina, en quien aquélla había confiado.

En 1949-50, una purga conocida como «Asunto Leningrado» provocó el fusilamiento de varios altos funcionarios del partido que habían sido promocionados por Andrei Zdanov. Los conspiradores contra Voznesensky, Aleksei Kuznetsov y Mijail Rodionov parece que fueron Malenkov, Beria y Victor Abakumov, ex director de la Smersh contraespionaje del Ejército Rojo durante la guerra y ministro de Seguridad del Estado de 1946 a 1952.

En el XIX Congreso del Partido, inaugurado en Moscú el 5 de octubre de 1952, Stalin dimitió como secretario general del partido, cargo que ocupaba desde 1922, aunque no había usado ese título desde los años treinta.

En el ámbito personal, los encuentros de Stalin durante la guerra sus encuentros fueron escasos. En mayo de 1944, Svetlana fue a Kuntsevo para decir a su padre que quería casarse con Grigori Morozov. Este último era judío y Stalin, que tenía algo del tradicional prejuicio ruso contra los judíos y que desconfiaba por entonces del resurgente movimiento sionista, no dio su aprobación, aunque no prohibió la boda. Cuando Svetlana quedó embarazada se mostró más complaciente, y se alegró más aún cuando en la primavera de 1947 el matrimonio de su hija se rompió. Aunque no llegó a conocerlo, nunca le había gustado su yerno, pero sentía afecto por Iosif, su nieto.

En la primavera de 1949 Svetlana contrajo matrimonio con Yury Zdanov, hijo de Andrei Zdanov, que en algún momento estuvo considerado como posible sucesor de Stalin. Este último se sintió complacido, ya que conocía a la familia y estimaba a Yury. En el verano de 1949-50 Svetlana se quedó embarazada y padeció una grave enfermedad renal. Triste y deprimida después del nacimiento de su hija, escribió a su padre en busca de consuelo. Stalin respondió inmediatamente. Era la última carta que Svetlana iba a recibir de él: «Querida Svetochka: He recibido tu carta. Me alegra tu rápida recuperación. Los problemas renales son un asunto serio. Y no digamos tener un hijo. ¿De dónde has sacado la idea de que te he abandonado? Son cosas que se inventa la gente. Te aconsejo que no te creas tus sueños. Cuídate. Cuida también a tu hija. El Estado necesita gente, incluso a quienes nacen prematuramente. Ten algo más de paciencia, pronto nos veremos. Un beso para mi Svetochka. Tu "papaíto". 10 de mayo de 1950».

En el otoño de 1951, Stalin pasó sus últimas vacaciones en el sur. Ya no volvió a abandonar Moscú, y vivió en Kuntsevo la mayor parte del tiempo. Svetlana lo visitó con sus dos hijos el 7 de noviembre de 1952 y de nuevo el 21 de diciembre con motivo de su septuagésimo tercer cumpleaños. No tenía buen aspecto y obviamente sufría hipertensión, pero se negaba a recibir tratamiento médico y solamente utilizaba viejos remedios caseros.

La campaña contra las influencias occidentales había suscitado la denuncia contra muchos intelectuales, especialmente judíos, por su condición de «cosmopolitas desarraigados». Este proceso culminó en 1952 con la ejecución de varios escritores judíos. A esta purga siguió el «complot de los médicos», que fue publicado por primera vez en el diario Pravda el 13 de enero de 1953. Una doctora llamada Lydia Timachuk había enviado una carta privada a Stalin, alegando que el tratamiento prescrito por algunos eminentes médicos, Vinogradov entre ellos, que había sido médico de Stalin, podía ser considerado como una forma de asesinato. Stalin tenía serias dudas sobre las acusaciones de Timachuk, pero en esta época tenía fervientes sospechas de la existencia de conspiraciones sionistas y tifistas, implantadas y promocionadas por una red de agentes británicos y americanos. Reaccionó violentamente. No permitía que se le acercaran los médicos, aunque sabía que su salud flaqueaba. Destituyó a Poskrebychev, su secretario de confianza durante muchos años. Vlasik, jefe de su personal de seguridad desde la guerra civil, fue encarcelado.

La muerte llegó de repente. La tarde del sábado del 28 de febrero de 1953 cenaron Malenkov, Beria, Bulgarin y Kruschev en Kuntsevo. Stalin estaba de buen humor y la reunión resultó jovial. El domingo 1 de marzo no se produjo, sin embargo, no se produjo su llamada habitual, por lo que los cuatro se dirigieron rápidamente a Kuntsevo. Vorochilov y Kaganovich fueron avisados. Cuando entraron en su habitación encontraron a Stalin completamente vestido y tendido sobre una alfombra. Estaba en coma. Se dio aviso a los médicos, que diagnosticaron hemorragia cerebral.

El lunes por la mañana, cuando Svetlana se encontraba en clase en la academia, le dijeron que Malenkov quería que fuera a Kuntsevo. Kruschev y Bulgarin, ambos llorando, la llevaron a la habitación. Besó la cara y las manos de su padre y, sentándose a su lado, mantuvo su mano entre las suyas. Al cuarto día Stalin recuperó el conocimiento brevemente, pero estaba casi completamente paralizado. Poco después expiró.

Valechka, el ama de llaves que le había cuidado durante dieciocho años, cayó de rodillas, y apoyando la cabeza sobre su pecho comenzó a gemir en voz alta como lo hacían las mujeres campesinas, y nadie intentó calmarla. El personal de servicio le era devoto. Era considerado y amable con todos los que trabajaban para él, y en Kuntsevo solamente los generales y los jefes de la guardia eran objetos de su ira.

A primeras horas de la mañana del 6 de marzo, Radio Moscú anunciaba la muerte de Stalin. Se le colocó al descubierto en un catafalco rodeado de flores. Miles de rusos de Moscú y de alejadas regiones pasaron ante el féretro en procesión lenta e inacabable despidiéndose de su padre.

En todo el país, desde Vladivostok en el este, hasta Leningrado en el oeste y desde Arcángel en el norte hasta Astracán en el sur, casas y ventanas lucían banderas rojas con crespones negros. Incluso en los numerosos campos de trabajo, llenos de hombres y mujeres que habían sufrido la salvaje represión de su mandato, había muestras de condolencia. Una nación de más de doscientos millones de personas estaba unida en el solemne silencio de duelo por el líder que los había guiado y dirigido a través de duras pruebas y de una guerra salvaje y que, lo sabían instintivamente, había tratado de servir a Rusia y a su pueblo.

Opinión personal

La imagen que se pudiera formar de Stalin tras haber leído las obras de Ian Grey y Robert Service es bastante confusa, además de opuesta en su esencia. La principal diferencia entre ambas reside en el enfoque que se le da a cada biografía, y en este apartado final trataré de explicar el de cada una de ellas, dando mi opinión al respecto. En la contraportada del libro de Robert Service se nos dice lo siguiente:

«El imaginario de la cultura política del siglo XX generado en torno a Stalin es simplificador: Stalin fue una máquina de matar, de exterminio. Sin embargo, es un error juzgar a Stalin desde nuestros valores y tacharlo solamente de «monstruo». Al hacerlo, nos alejamos peligrosamente de una historia fidedigna del siglo XX y desvirtuamos el presente. Además del «monstruo», Robert Service nos presenta al hijo de un hombre alcohólico y de una mujer devota; al joven revolucionario y marxista; al político y estadista; al intelectual y poeta. Más allá del Stalin que la propaganda nos ha legado, está la encarnación del orden comunista, el hombre de Estado que reforzó las estructuras de la Unión Soviética e impidió su desmoronamiento.

Robert Service [...] ha dedicado treinta años a la investigación rigurosa y pormenorizada del líder soviético para examinar su compleja figura, carrera, impacto y extraordinaria personalidad, y reconstruir al hombre que hay detrás del mito».

Se entiende a partir de esto que el autor tratará de indagar más allá de la típica imagen que nos llega de Stalin, resaltando quizás algunos aspectos positivos no tan conocidos de su vida, o, al menos, analizando «[...] las presiones tanto políticas como de otro tipo bajo las que actuó» (p. 11); nada más lejos de la realidad. De entre toda la palabrería que expone lo que pretende con su libro, Robert Service se centra en la parte de que «es un error [...] tacharlo solamente de "monstruo"». Para él, Stalin no era simplemente eso, sino «un camorrista callejero metido a político» (p. 405), «un burócrata, un conspirador y un asesino» cuya «política era monstruosa» (p. 395), un hombre «egoísta y calculador» que «juzgaba las situaciones en términos de su propio interés» y a quien «la gente le importaba sólo en tanto pudiera usarla para el bien de la causa o para su propio progreso político y su comodidad y placer personales» (p. 121). «Se acercó más al despotismo absoluto que cualquier monarca de la historia» (p. 529), y «el poder y el prestigio satisfacían sus más profundos e intensos anhelos» (p. 203). «No quería tener cerca a nadie que lo sobrepasara intelectualmente» (p. 329).

Defiende Service que «Stalin aspiraba a su propio culto personal» (p. 513), a pesar de mencionar que «se negó a autorizar una edición completa de sus obras (mientras que Trotski ya había publicado 21 volúmenes de sus escritos antes de caer en desgracia)» (p. 512), que «en una gran conferencia [...] en Moscú en 1938, condenó los intentos de colocarlo al mismo nivel que Lenin como teórico del partido» (p. 512) y que «hasta el 6 de mayo de 1941 rechazó rotundamente convertirse en presidente del Sovnarkom, pese al hecho de que este había sido el puesto de Lenin». Pero esto no es excusa para el autor, ya que «a Stalin le gustaba que se le viera poniendo freno a las extravagancias de su culto» (p. 514); «se dio cuenta de que era mejor poner ciertos límites al culto a su propia grandeza. Incluso el líder tenía que ser cauto». Ian Grey, sin embargo, no coincide con esta visión: «Stalin no era, de hecho, un hombre vano y egocéntrico que tuviera que estar rodeado de adulación y servilismo. Detestaba la adulación en masa de su persona y durante toda su vida hizo lo posible por evitar manifestaciones en su honor. [...] Carecía de vanidad personal al igual que Pedro el Grande y Lenin, pero, también como ellos, poseía idéntica arrogante convicción, que trascendió la mera vanidad, de que era un hombre predestinado a guiar el destino de Rusia, que sabía lo que le convenía al país y al pueblo y que, como observó Djilas, "estaba llevando a cabo la voluntad de la historia"» (p. 200) [35].

Ciertamente, en ocasiones —y tras desenfrenadas críticas repletas de metáforas que dan un toque dramático a la narración—, Service destaca alguna que otra dote de Stalin: «Tenía las cualidades de un verdadero líder. Era convincente, competente, seguro y ambicioso» (p. 333); «Stalin no se elevó hasta el poder supremo exclusivamente por medio de la palanca de la manipulación burocrática. [...] No sólo como administrador, sino también como líder —en el pensamiento y la acción— parecía reunir estos requisitos mejor que cualquier otro» (p. 358-359); «Toda su vida se dedicó a acumular conocimientos. Su capacidad de concentración, su memoria y sus dotes analíticas eran muy agudas, aunque no alardeara de ellas; y aunque sus conocimientos de marxismo no estaban a la altura de los de otros líderes bolcheviques, se esforzaba por mejorar. [...] Además, entendía perfectamente el ruso escrito y era un excelente editor de manuscritos rusos. Se le subestimaba y él lo sufría en silencio» (p. 178).

No obstante, incluso a algunas de estas cualidades les resta importancia, resaltando como contrapartida algún aspecto deleznable del biografiado: «Se describe erróneamente a Stalin como un mero zar vestido de rojo. [...] Daba discursos y escribía artículos acerca de política soviética y mundial, mientras que los Románov dejaban que sus obispos dieran los sermones [...]. Stalin era diferente [...]. Escribía laboriosamente y apenas se distraía. [...] Los Románov siempre fueron muy considerados con sus ministros. Stalin disfrutaba humillando a sus subordinados; golpeó y mató a muchos de ellos. Rara vez era amable y nunca dejaba de amenazar [...]» (p. 469-471). En otro extraño alarde de defensa de los zares, al mencionar que el 9 de enero de 1905 «se ordenó a las fuerzas de seguridad que abrieran fuego contra los manifestantes y el resultado fue una masacre», el autor cree que, a pesar de que «en todo el país se le consideraba responsable», «no se podía culpar de la carnicería a Nicolás II» (p. 97).

En la opinión de Service, de pocas faenas se le puede exculpar a Stalin. Acerca del proceso de colectivización, citando Harvest of Sorrow, de Robert Conquest, Crisis and Progress in the Soviet Economy, de R. W. Davies, y The Years of Hunger, de S. G. Wheatcroft, afirma que «probablemente seis millones de personas murieron en una hambruna que fue la consecuencia directa de la política estatal» (p. 444). Añade líneas más adelante que «sin la producción agrícola privada, por más que fuera en un marco muy restringido, las condiciones habrían sido todavía peores». Fue «la combinación de la expropiación violenta de las reservas de grano con la reorganización violenta de la tenencia de las granjas y del empleo» lo que «desembocó en una hambruna que se extendió a gran parte del territorio» (p. 392). Por alguna extraña razón, el autor no baraja como posible explicación de esta hambruna la quema de ganado que se dio por parte de los kulaks, lo que los deja como ciudadanos modélicos que, en el peor de los casos y como admite el propio autor, «preferían guardar el grano en el campo a venderlo a las agencias de suministros del Gobierno. Acumulaban parte de la cosecha» (p. 318).

Del hecho de que «en la II Guerra Mundial» hubieran «perecido veintiséis millones de ciudadanos soviéticos» tampoco estaba libre de culpa el líder soviético, ya que «sus políticas de deportación y detención habían contribuido a la cifra total (al igual que la capacidad de la URSS para autoalimentarse)» (p. 674). Si «en la zona de la URSS que había estado bajo ocupación alemana apenas alguna fábrica, mina o empresa comercial había escapado a la destrucción», «la Wermacht no era la única culpable: Stalin había adoptado una política de tierra quemada después del 22 de junio de 1941, a fin de que Hitler se viera privado de ventajas materiales» (p. 674-675).

En cuanto al panorama de posguerra global, Service se pregunta «a quién o a qué habría que responsabilizar porque la situación derivase hacia la Guerra Fría», como si no tuviera ya una postura clara al respecto. «El presidente Truman tuvo parte de culpa. Su lenguaje era hostil a la URSS y al comunismo. [...] EE. UU. no amenazó con declarar la guerra a la URSS, pero actuó para expandir su hegemonía sobre la política mundial y el resultado fue un conjunto de tensiones que siempre podían desembocar en una confrontación diplomática e incluso en una Tercera Guerra Mundial» (p. 710). Sin embargo, como era obvio, comenta que «Stalin hizo más que Truman por empeorar las cosas. Se apoderó de territorios. Impuso regímenes comunistas» (p. 711). Es incluso surrealista que su conclusión sea la mencionada, cuando páginas atrás el propio autor indicaba que «la administración Truman buscaba defender los intereses económicos y militares del capitalismo norteamericano en todos los continentes. Adquirieron bases aéreas en África y Asia —véase M. P. Leifier, A Preponderance of Power—. Ayudaron a las dictaduras pronorteamericanas de América Central y del Sur a hacerse con el poder. Los británicos y los nortemericanos intervinieron en Oriente Medio para garantizar su acceso al petróleo y al combustible barato. Se le concedió autoridad plenipotenciaria al general norteamericano Douglas MacArthur en Japón hasta que pudiese consolidar un Estado alineado con la política norteamericana» (p. 701).

También fue responsable, para más inri, de que cientos de pasajeros que llegaban, según la interpretación de Service, «deseosos de ver a Stalin muerto» murieran por asfixia: «Incluso en su ataúd el líder no había perdido su capacidad de sembrar la muerte al azar entre sus súbditos» (p. 823).

En definitiva, a mi parecer, Robert Service no deja de aportar una imagen simplista de Stalin. Al lector se le hace imposible no terminar este libro con la idea de que se movía, sobre todo y como ya se ha mencionado al inicio de este punto, por el poder y el prestigio, y que bajo su mandato la URSS «seguía siendo un manicomio asesino» (p. 528) en el cual, al igual que Hitler, podía «hacer uso del terror contra civiles inocentes» (p. 596). Obviando toda contextualización, el autor opina que la forma de actuar de Stalin en los años de colectivización y del Gran Terror —etapas en las que más centra su crítica— se puede explicar, simple y llanamente, de la siguiente manera: «Tenía el sentido del honor y de la venganza georgianos. La idea de vengarse de sus adversarios nunca lo abandonó. Sostenía la perspectiva bolchevique de la revolución. La violencia, la dictadura y el terror eran métodos que tanto él como sus veteranos compañeros del partido consideraban normales. El exterminio físico de los enemigos era algo completamente aceptable para ellos. Las experiencias personales de Stalin acentuaron esas tendencias. Nunca pudo superarlas: las palizas en la niñez, el régimen punitivo del seminario, el desprecio que sufrió cuando era un joven activista, la subestimación de su capacidad durante la Revolución y la Guerra Civil y el ataque a su reputación en la década de los veinte» (p. 486).

Todo suma puntos al carné de monstruo: «El brillante estudiante de la escuela era un granuja por las calles. Entre sus víctimas estaba una mujer deficiente mental que se llamaba Magdalena. Su socio en crimen era el joven Davrishevi. Magdalena poseía un gato persa y los dos muchachos la molestaban atando una sartén a la cola del gato. El día de su santo se metieron en la cocina mientras ella estaba en la iglesia y le robaron un enorme pastel. El asunto se resolvió sin demasiado alboroto, pero Davrishevi, quien a duras penas podía declararse inocente, concluyó que esto demostraba que Iósef Dzhughashvili había sido desde siempre un elemento inmundo y perverso. Otro autor de memorias de su juventud, Iósef Iremashvili, tenía la misma opinión» (p. 56). Service declara que, aunque «cabe la posibilidad de que inventaran o exageraran las cosas», «probablemente tenían razón en que Iósef Dzhughashvili era, en efecto, Stalin en potencia» (p. 61).

En mi opinión, esta interpretación del porqué de las acciones de Stalin es gravemente errónea. Es obvio que cada una de las vivencias de una persona influye en mayor o menor grado en su forma de ser, pero, tal y como indica Ian Grey, «su familia, su medio ambiente y su infancia no contribuyen en nada a la compresión de su personalidad y su vida». «Las cualidades que lo llevaron a mandar a otros hombres y que lo convirtieron en árbitro de sus destinos fueron su gran inteligencia altamente disciplinada, su firmeza, su voluntad implacable, su valor y su inflexibilidad», y  «en su entrega a las dos causas —Rusia y el marxismo-leninismo— llegó a sentirse plenamente convencido de que era un hombre que pasaría a la historia; su destino era gobernar Rusia de acuerdo con el dogma del marxismo-leninismo, convertirla en un país seguro y poderoso, y crear una nueva sociedad. Ningún sacrificio era excesivo para esta causa, y en un futuro el pueblo ruso conseguiría la recompensa en paz, justicia y bienestar» (p. 11). Esto último se menciona vagamente en la obra de Service, y siempre como acompañante de sus ya mencionados «más profundos e intensos anhelos»: «Sus prioridades más bien se centraban en gobernar y transformar a la URSS y en consolidar su despotismo personal» (p. 460).

El autor de Stalin: Una biografía sigue a lo suyo, y recalca al final del libro que el hecho de que, una vez muerto, parte de la prensa occidental hablara acerca de «su contribución a la transformación económica del país y a la victoria sobre el Tercer Reich fue un destino más amable del que se merecía», a pesar de que también «se mencionaron sus crímenes contra la humanidad» (p. 825). Acerca de los ancianos estalinistas rusos, opina Service que «son un puñado de gente patética, anclada en la nostalgia», y muchos de los que hablan de él con afecto, incluso «muchas personas cuyos antepasados fueron fusilados por orden de Stalin», «buscan apoyarse en algún mito para vivir el presente» (p. 836). En el último párrafo de su obra se sincera: «Por suerte los individuos como Stalin no son muchos y la mayoría pertenece a los anales de la historia —y sin la Revolución de octubre habría habido uno menos [...]. Rara vez la historia nos da lecciones claras, pero esta es una de ellas» (p. 843). La «lección que se debe aprender al estudiar a algunos de los políticos más asesinos del siglo XX», comentaba ya Service al inicio del libro, «es que es un error describirlos como seres que en modo alguno pueden compararse con nosotros mismos. No sólo es un error, también es peligroso. Si individuos como Stalin, Hitler, Mao Tse-tung y Pol Pot son representados como "animales", "monstruos" o "máquinas de matar", nunca podremos reconocer a sus sucesores» (p. 37).

Esta y no otra es la principal preocupación de Robert Service, y es por ello que en su libro se dedica a analizar con lupa cada paso que dio Stalin desde el día en que nació, con el fin de identificar algún tipo de patrón de «persona mala» y que este sea de utilidad para, entiendo, parar los pies a tiempo a algún individuo que pueda seguir los mismos pasos hoy día. Rescato nuevamente un fragmento de las notas de Ian Grey al comienzo de su libro, que parece estar dedicado específicamente al autor de Stalin: Una biografía: «Los intentos de los historiadores occidentales para entender y representar la figura de Stalin son normalmente estrangulados por los principios éticos y la indignación moral» (p. 2), y no hacen más que «oscurecer y distorsionar, levantando barreras que impiden entender al hombre y su importancia» (p. 9). Además, van acompañados de un doble rasero que ni siquiera se esfuerzan en disimular: «Entre Stalin y los líderes occidentales había una diferencia de perspectiva fundamental. El liberalismo y el humanitarismo proclamado en Occidente le parecían poco realistas para su pueblo, que no estaba preparado para tales lujos. Pero los principios humanitarios de los líderes occidentales le parecían, además, hipócritas. Por ejemplo, ellos hacían una distinción arbitraria entre guerra y paz que él no aceptaba. Rusia estuvo en estado de guerra; en su opinión, no sólo mientras duraron las hostilidades contra Alemania, sino durante toda su vida. Churchill evidentemente aceptó la innecesaria matanza de 135 000 hombres, mujeres y niños en Dresden, porque se llevó a cabo en tiempos de guerra. Truman no dudó en lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, aunque ello no era necesario para conseguir la victoria sobre Japón. Pero se mostraban indignados por la muerte de doce o catorce mil militares polacos que eran antirrusos y constituían un peligro real para la nación, así como la eliminación de disidentes, que podían minar el poder de Stalin» (p. 12). Por respeto a la verdad, he de decir que el número de víctimas civiles del bombardeo de Dresden realmente ronda los 25 000, aunque el argumento no pierde validez.

Admite, sin embargo, que «las dificultades del historiador se ven [...] seriamente agravadas, tanto por la falta de materiales como por la falta de credibilidad de buena parte de los documentos disponibles. No se sabe nada sobre algunos períodos de su vida: especulaciones y rumores llenan los vacíos. [...] La mayoría de material publicado en Occidente sobre Stalin ha sido escrito por personas que le eran hostiles o que tenían prejuicios contra él. Trotski y Souvarine han sido mencionados anteriormente. Este material es interesante y con frecuencia tendencioso y no se puede verificar. Si se exigieran pruebas que demostraran su veracidad, tal como se hace en los tribunales británicos, gran parte sería considerada inadmisible» (p. 13-14). En este aspecto, creo que Service vuelve a ser, indirectamente, objeto de la crítica que hace Ian Grey, ya que, aunque en el momento de exponer ciertos rumores o testimonios menciona que pueden no ser fidedignos, más adelante los toma como verdades absolutas, y sobre ellas construye la figura de Stalin que le conviene. En lo que respecta a la vida privada de Stalin, por ejemplo, me llamó especial atención su siguiente comentario: «Según un chisme bastante plausible, Stalin se sintió atraído por Yevguenia, cuñada de su difunta esposa Nadia» (p. 613). Con la intención de presentar a Stalin como un hombre que «consideraba que las mujeres eran una fuente de gratificación sexual y de comodidad doméstica» (p. 129), «chismes bastante plausibles» de este tipo son asquerosamente frecuentes: «Se recuperó de la muerte de su esposa con increíble rapidez y siempre que estaba fuera de la cárcel tenía líos de faldas» (p. 128), y hasta «tuvo un bebé al que bautizó con el nombre de Konstantín. No había mucha duda acerca de la paternidad del niño. Todos los que lo vieron cuando ya era un adulto recordaban cuánto se parecía a Stalin en su aspecto y hasta en su forma de moverse» (p. 128).

Ingenuamente, espero, al igual que Ian Grey, que en un futuro se estudien «los aspectos más positivos y dinámicos de su mandato» (p. 12) y que se acepte que, en mayor o menor medida, Stalin fue partícipe de un movimiento que, en líneas generales, logró mejorar la vida de la gran mayoría de los ciudadanos soviéticos, hecho que ni siquiera Robert Service puede ignorar: «Hacia 1939 aproximadamente el 87 % de los ciudadanos soviéticos entre las edades de nueve y cuarenta y nueve años estaban alfabetizados y poseían conocimientos matemáticos elementales. Las escuelas, los periódicos, las bibliotecas y las emisoras de radio proliferaban. El aprendizaje en las fábricas había experimentado una gran expansión. Las universidades estaban abarrotadas de estudiantes. Una sociedad agraria había sido empujada en dirección a la "modernización". La revolución cultural no se restringió a la difusión de competencias técnicas; también tenía como objetivo expandir la ciencia, el urbanismo, la industria y la modernidad de estilo soviético» (p. 439).

Bibliografía y notas del autor

[1]. Iosif Stalin, Sochineniya (Moscú, 1946-55).

[2]. El relato más convincente es el de Iosif Iremachvili, titulado Stalin und die Tragödie Georgiens, publicado en Berlín en 1932.

[3]. L. Beria, Sobre la historia de las organizaciones bolcheviques en Transcaucasia (Londres, 1999).

[4]. H. R. Knickerbocker, «Stalin, hombre misterioso incluso para su madre», en New York Evening Post, 1 de diciembre de 1930.

[5]. S. Alliluyev, Proidenny Put (Moscú, 1946).

[6]. Generalmente, se considera a Stalin responsable de los disturbios de Tiflis. Una biografía de Shaumyan, publicada en Moscú en 1965, ha sugerido, sin embargo, que fue él y no Stalin el principal organizador. V. D. Mujadze, Shaumyan (Moscú, 1965); Adam B. Ulam, Stalin.

[7]. L. Trotski, Stalin; S. Vereshchek, Stalin y Tyurme, vospominaniya politicheskogo Zaklyuchonrogo Dni (París, 1928).

[8]. J. Wheeler-Benett, Brest-Litovsk: la paz olvidada. Marzo, 1978 (Londres, 1938).

[9]. L. A. Fotyeva, Los problemas de la historia del Partido Comunista (Moscú, 1957). Entre el 2 de octubre y el 16 de diciembre de 1922, escribió 224 cartas y notas, recibió 171 visitantes oficiales, presidió 32 reuniones de organismos públicos y pronunció tres importantes discursos.

[10]. Libro de registro de las secretarias que trabajaban con V. I. Lenin en Problemas de la historia del PCUS (Moscú, 1963).

[11]. Quince años después de la muerte de Lenin, Trotski escribió un artículo sensacionalista titulado «¿Envenenó Stalin a Lenin?". La versión de Trotski es improbable. En el diario de las secretarias, cuidadosamente guardado, consta que después del 23 de diciembre de 1922, Lenin vio solamente a las personas que lo rodeaban, secretarias y médicos, pero a ninguno de sus antiguos compañeros políticos. El cambio de actitud de Lenin convertiría a Stalin en la última persona a la que pediría que lo envenenara, como indica Trotski en su biografía de Stalin. El título del artículo de Trotski sugería que hubo un «asesinato», mientras que al considerar el tema describía a Stalin como un amigo que hacía un último favor. Esta, como muchas de las pruebas de Trotski contra Stalin, es tendenciosa y carece de fundamento. Robert H. McNeal, La novia de la revolución: Krupskaia y Lenin. Lo que a mí, Vicente, me extraña, es que Robert Service no utiliza a Trotski como fuente, sino «Vospominaniia M. I. Uliánovoi»: ibid., pp. 11-12, siendo ibid. RGASPI (Russian State Archive of Socio-Political History), f. 16, op. 3S, d. 20, p. 61.

[12]. Lenin, como Marx, siempre expresó su desagrado e incluso su desdén por todo tipo de ostentación y de adoración al héroe, especialmente hacia su persona. Carecía de vanidad, pero su ilimitada confianza en su propio talento, rectitud e importancia, trascendían de hecho la vanidad. Krupskaia fue la única que protestó airadamente contra el culto. En una carta abierta, publicada en Pravda el 30 de enero, hizo un llamamiento: «Tengo algo importante que pediros dirigiéndose a los obreros y campesinos. No permitáis que vuestro dolor por la pérdida de Ilych se manifieste en una reverencia externa por su persona. No erijáis monumentos ni celebréis esplendorosas ceremonias en su honor, ni deis su nombre a palacios. Él no daba importancia a esas cosas; todo eso no era más que una carga para él... Si queréis honrar el nombre de Vladimir Ilych, construid guarderías, casas, escuelas, bibliotecas, centros médicos, hospitales, centros para minusválidos, etc., y sobre todo pongamos en práctica sus preceptos». Robert H. McNeal, La novia de la revolución.

[13]. A. B. Ulam, Stalin; I. Deutscher, Stalin.

[14]. B. D. Wolfe, Kruschev y el fantasma de Stalin (Nueva York, 1957).

[15]. Varias versiones se refieren a que las notas de Lenin fueron leídas en una sesión plenaria del Comité Central. Bazhanov afirmó ser testigo presencial de dicha reunión. De acuerdo con los documentos, sin embargo, parece claro que el Comité Central no se reunió entre enero de 1924 y la apertura del Congreso el 23 de mayo. Trotski llamó a la reunión del 22 de mayo «una reunión de ancianos», referencia a las mantenidas en época de las Dumas antes de la Revolución. E. H. Carr, Historia de la Rusia soviética. El interregno (Madrid, Alianza Editorial, 1977); L. Schapiro, El Partido Comunista de la Unión Soviética; L. Trotski, El testamento suprimido de Lenin (Nueva York, 1935); I. Deutscher, Stalin.

[16]. Naum Jasny, Industrialización soviética, 1928-1952 (Chicago, 1961); Maurice Dobb, Desarrollo económico soviético desde 1917 (Londres, 1948).

[17]. Max Bellof, La política exterior de la Rusia soviética, 1929-41 (Londres, 1947); W. H. Chamberlin, El orden económico planificado soviético (Boston, 1931).

[18]. Raymond L. Garthoff, Cómo hace la guerra Rusia (Londres, 1954).

[19]. F. Beck y W. Godin, La depuración rusa y las confesiones arrancadas a los detenidos (Londres, 1951); David J. Dallin y Boris I. Nicolaevsky, Trabajos forzados en la Rusia soviética (Londres, 1948); A. Soljenitsin, Archipiélago Gulag.

[20]. Esta práctica no era nueva en Rusia. Pedro el Grande había utilizado reclusos para sus galeras, para forjar su capital y en otros proyectos. Durante más de dos siglos, la deportación a Siberia y, para delitos más graves, el severo castigo de katora o trabajos forzados, normalmente en grandes obras, fueron métodos admitidos de colonizar y desarrollar zonas poco pobladas. Los campos de trabajo soviéticos fueron, sin embargo, organizados a mayor escala y la disciplina era más dura.

[21]. W. Churchill, La II Guerra Mundial (Londres, 1948).

[22]. Unos 14 500 soldados polacos, incluyendo ocho mil oficiales, se rindieron al Ejército Rojo. Se les internó en tres campos de prisioneros en Katyn Wood cerca de Smolensk. No se supo nada más de ellos hasta la primavera de 1943 cuando se desenterraron extensas fosas comunes en Katyn. La responsabilidad de la masacre de Katyn no se ha determinado con certeza. Los nazis descubrieron las fosas en abril de 1943. Invitaron a la Cruz Roja internacional para que realizara una investigación imparcial que confirmara, según ellos, la responsabilidad soviética. La Cruz Roja se negó a actuar sin la participación rusa, y ésta fue rechazada. Los alemanes realizaron investigaciones e hicieron públicos los resultados, que atribuían la responsabilidad de la masacre a los rusos. Posteriormente, en 1943, cuando el ejército Rojo recuperó la zona de Smolensk, los rusos realizaron sus propias investigaciones que, según afirmaron, establecían la responsabilidad alemana. En el juicio de Nuremberg una de las acusaciones contra Göring fue que había ordenado la masacre de Katyn. En su defensa utilizó el informe alemán que había sido publicado sobre las investigaciones realizadas en Katyn. Rusos y polacos no presentaron pruebas en contra por lo que esta acusación no prosperó. Es comúnmente aceptado en Occidente que los autores de la masacre fueron los rusos. Ejemplo de este último comentario de Ian Grey es la siguiente afirmación de Service: «Stalin [...] había ordenado el asesinato de miles de oficiales polacos capturados en abril de 1940 en el bosque de Katyn, Rusia» (p. 660). Nuevamente, a esta acusación no le acompaña ninguna referencia.

[23]. La campaña antiestalinista y el comunismo internacional; F. W. Deakin y G. R. Storry, El caso de Richard Sorge (Londres, 1966).

[24]. «Zhurnal poseshcheniia I. V. Stalina v ego Kremliovskom kabinete», en Y. Górkov, Gosudarstvennyi Komitet Oborony postanovliaiet, pp. 223-224.

[25]. Stalin, O Velikoi Otechestvennoi Voine Sovetskogo Soyuza (Moscú, 1943).

[26]. A. Dallin, Rusia bajo el dominio alemán (Londres, 1957).

[27]. A. A. Vlasov, nacido en una familia campesina en la provincia de Nizhni Nodgorod, había luchado con las tropas rojas en la guerra civil. No había sufrido las purgas de 1937-38 y, ascendido al rango de teniente general tras su participación en la batalla de Moscú, era uno de los jóvenes generales soviéticos cuya carrera iba en ascenso. Sin embargo, en verano de 1942, fue hecho prisionero en el frente Voljov. Para los alemanes, que trataban de organizar un movimiento antisoviético en territorio ocupado, Vlasov era el tipo de hombre que necesitaban. Tenía un buen expediente y era un jefe natural aunque, al parecer, no destacaba excesivamente por su inteligencia. Vlasov aceptó inmediatamente colaborar con los alemanes e hizo un llamamiento a todos los oficiales soviéticos y a los «camaradas del Servicio de Información soviético» para que se unieran a él en la lucha «con todas sus fuerzas y medios. con el fin de acabar con el odiado régimen soviético». El plan consistía en crear un ejército de liberación poniendo a miles de ciudadanos soviéticos bajo el mando único de este ex general soviético, pero los planes nunca llegaron a realizarse. El ejército de liberación se convirtió inmediatamente en un arma de propaganda, y su impacto fue el contrario del que los alemanes esperaban. El odio ruso hacia los alemanes se había puesto al rojo vivo. Cualquier grupo que colaborara con ellos era igualmente odiado por traidor. Lejos de minar la lealtad al régimen soviético, Vlasov y sus seguidores fueron objeto de un profundo desprecio. Los ex ciudadanos soviéticos que sirvieron en este ejército en 1943-44, alcanzaron el número de aproximadamente medio millón; en gran parte se trataba de ucranianos, bielorrusos, cosacos y hombres precedentes del Cáucaso. Vlasov y otros once fueron juzgados, declarados culpables de «traición a la patria» y colgados. George Fisher, Oposición soviética a Stalin (Cambridge, Mass., 1952).

[28]. Kruschev, en su «discurso secreto» ante el XX Congreso, habló de estas deportaciones masivas [...]. Después de la muerte de Stalin se permitió a cinco de los pueblos musulmanes regresar a sus hogares. A los tártaros de Crimea y a los alemanes del Volga no se les permitió volver.

[29]. Lord Moran, Winston Churchill, la lucha por la supervivencia (Londres, 1966); R. Lewin, Churchill como jefe militar (Londres, 1973).

[30]. A. Bryant, Triunfo en Occidente (Londres, 1959).

[31]. A. Seaton, Stalin como jefe militar.

[32]. James W. Brackett, Tendencias demográficas y política de población en la Unión Soviética, preparado para el Comité Económico Conjunto, Congreso de EE. UU., Washington D. C.

[33]. Maurice Dobb, Desarrollo económico soviético desde 1917.

[34]. A. Nove, Historia económica de la URSS (Londres, 1969).

[35]. Milovan Djilas, Conversaciones con Stalin (Londres, 1962).

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