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Ideas de Anarquía Relacional: la revolución desde los vínculos

¿Qué es la anarquía relacional?

  • Se impugna que la estructura social gire exclusivamente en torno a la familia tradicional y que las prácticas relacionales se limiten obligatoriamente a la monogamia en serie. Cualquier conducta o comportamiento, incluyendo la monogamia, cabe en la anarquía relacional siempre que sea producto de la autogestión, es decir consecuencia de una reflexión compartida y de unas decisiones que no conlleven autoridad o coacción de ningún tipo (p. 24).
  • Se rechazan la normatividad hegemónica, las categorías preceptivas, la autoridad, las prerrogativas, los privilegios y los derechos implícitos que esta normatividad aceptada de forma acrítica engendra en las relaciones y, finalmente, las expectativas, ilusiones e idealizaciones que se suscitan en las personas a partir de todos estos elementos. Se ponen en duda las propias etiquetas y estereotipos que establece la cultura dominante, es decir, se sitúan bajo la lupa las calificaciones estandarizadas de las relaciones: de amor o de amistad, valiosas o insustanciales o incluso íntimas y no íntimas, en tanto que serían categorías impuestas y no producto de una reflexión personal crítica, libre de patrones reglamentados y específica para cada situación, emoción y momento. Serían etiquetas imperativas que no se limitan a explicar la realidad, sino que la ordenan y jerarquizan (p. 25).
  • No se disputa en ningún caso la existencia de vínculos con diferentes de afinidad, entrega, dedicación, confianza, compromiso, emoción, pasión o afecto, Es indiscutible que en cada relación y en cada momento pueden manifestarse estos rasgos en medidas totalmente distintas, pero sí advierte que acotar y nombrar parcelas en función de esas u otras dimensiones sólo sirve para reafirmar unos privilegios, derechos y expectativas estereotipados y su consecuencia emocional, para generar una falsa sensación de seguridad y una necesidad de gestión constante de unas dicotomías estandarizadas de ubicación relacional: «estamos o no estamos», «amigos o algo más», etc (p. 25).
  • Tenemos la costumbre cultural de abordar los vínculos que llamamos románticos o amorosos y los que denominamos de amistad desde puntos de vista diferentes, otorgando un estatus superior a los primeros pero, paradójicamente, también un carácter de mayor vulnerabilidad. Encontramos normal que el paso del tiempo amenace una relación romántico en mucha mayor medida que otros tipos de relación. Construimos un pedestal al que llamamos amor y en el que cabe sólo una persona o, en contextos no monógamos, unas pocas. Subir al pedestal requiere sacrificio y un proceso de confirmación constante de que el nivel de afecto y compromiso es el esperado en esa elevada cota. Sin embargo, en lo que hemos aprendido a llamar amistad, el nivel de contacto y dedicación es más flexible y puede variar a lo largo del tiempo sin que eso provoque una ruptura de la relación. Sin duda, hay relaciones de mistad concretas que incluyen importantes dosis de control y demanda de atención, pero no es esa la expectativa que se les asigna en términos estructurales (p. 26-27).
  • Para quienes pertenecen a la comunidad asexual, la anarquía relacional es relevante porque es el único planteamiento que permite combatir el alosexismo, es decir, elimina el sexo como indicador y medida del valor de las relaciones (p. 42).
  • Una persona poliamorosa puede ser tan amatonormativa (amatonormatividad: priorización normativa de las relaciones amorosas) como una persona monógama. En los dos casos se distinguen las expectativas y los comportamientos y se separan los espacios y momentos en función de si una relación tiene asignada la etiqueta «romance+sexo» o no la tiene. Se limitan así la intimidad, el cuidado, el compromiso y ciertos niveles de atención de esos rasgos relacionales. Las personas que se identifican con la anarquía relacional, sin embargo, parten de la indeterminación y van gestionando el desarrollo de cada vínculo sin expectativas ni conductas especificadas de antemano (p. 43).
  • «La anarquía relacional para mí significa comunidad. De dos o más. Una comunidad que rechaza las reglas de las relaciones, de la heterosexualidad obligatoria, de la monogamia obligatoria, del derecho al sexo, matrimonio y crianza exclusivamente en pareja, y de la idea de que necesitamos relaciones románticas o sexuales para considerarnos seres completos» (p. 53).
  • En los últimos años, uno de los éxitos de los movimientos feministas es que haya empezado a instaurarse en la sociedad la cultura del consentimiento. En ella, los límites individuales deben respetarse escrupulosamente y la libertad personal se defiende en forma de autonomía corporal y emocional, es decir, de poder de decisión y agencia sobre el propio cuerpo. La expresión de estos límites ha de ser clara, pero sobre todo ha de interpretarse como una decisión firme, específica para el momento presente y las circunstancias presentes y, al mismo tiempo, revocable en cualquier instante. Esta cultura refleja perfectamente el carácter de la libertad que sostiene y alimenta la anarquía relacional. No es la libertad para hacer cualquier cosa que resulte placentera o provechosa sin pensar en las demás personas, sino la libertad de decidir sobre el propio espacio, tiempo y cuerpo, manteniendo a la vez la consideración y el apoyo mutuo entre todas las personas de una red de afectos y vínculos (p. 57-58). 

Perspectiva cultural e histórica

  • Si nuestra relación es de pareja tenemos las obligaciones y los derechos (o expectativas de derecho) que corresponden a esa etiqueta. Son obligaciones y derechos que no hemos estipulado personalmente, Por tanto, nuestra relación es normativa. La anarquía relacional propone sustituir la normatividad por la autogestión de las relaciones. No desde el individualismo, sino desde los principios básicos de la ayuda mutua, la autonomía responsable, la horizontalidad, el rechazo a estructuras de poder encubiertas, la soberanía individual para asociarse o escindirse, la no representación de unas personas por otras y la no injerencia en la gestión ajena excepto para pedir que se cumplan los compromisos (p. 87).
  • Según el planteamiento ético anarquista, los límites están en la autoridad y coerción desde y hacia cada una de las personas implicadas. En este esquema cabe cualquier compromiso voluntario, es decir, que parta de la voluntad propia, que no presuponga autoridad, pero no los pactos o consensos en términos de renuncia a supuestos derechos sobre las demás personas («te permito que hagas tal cosa…») que en este contexto es una falsa transacción, puesto que las prerrogativas de autoridad no son aceptables. Nadie tiene derecho a permitir algo sobre lo que no tiene potestad y autoridad. Por otro lado, la soberanía individual y la autonomía responsable nos otorgan autoridad para decidir, consentir o no, sobre aquello que quieran hacer otras personas con nuestro cuerpo o nuestros derechos individuales. Así pues, los límites son un elemento fundamental que sustancia otro aspecto clave, el consentimiento. Por tanto, sí pueden y debe plantearse vetos del tipo «te permito que ME hagas tal cosa y no tal otra» (p. 92).
  • La anarquía relacional rechaza el esquema de valores hegemónico focalizado en la pareja reproductiva para establecer una estructura de valores alternativa centrada en la comunidad. Pero no estableciendo una nueva normatividad que dirija los afectos, la intimidad, los proyectos o cualquier otra actividad para convertirla en una experiencia pública, ni mucho menos, sino desmontando un sistema que mantiene una jerarquía en la que la relación de pareja se encuentra por encima del resto de las relaciones. Estas relaciones no privilegiadas, que son las que permitirían tejer una red de afectos, cuidados y solidaridad, se encuentran sometidas a los deseos y necesidades de la pareja expresados en forma de pactos y consensos coercitivos. Por ello, el resultado es una estructura social atomizada y más fácil de condicionar de forma preceptiva y centralizada. Más sensible a los señuelos publicitarios, a las comparaciones, a los incentivos y más proclive a la competencia, al consumo y a satisfacer altos niveles de exigencia de rendimiento productivo. Así pues, la propuesta es una organización relacional que dirija su mirada hacia lo colectivo, que dibuje una red en lugar de erigir un pedestal con una persona de referencia sobre él (o varias, el resultado es el mismo) (p. 94).

Yo me relaciono de otra manera: etiquetas, modelos y prácticas

  • Es muy frecuente escuchar o leer que la anarquía relacional va de prescindir de las etiquetas. No se trata de eso. Conviene analizar dos tipos de etiquetas o identificaciones: las descriptivas y las prescriptivas. Las primeras son en general herramientas útiles para la comunicación y el pensamiento. Las segundas aparecen cuando una definición pasa a ser una identificación normativa, es decir, se convierte en una jaula (p. 126-127).
  • ¿Por qué no puedo decir «es mi pareja» cuando hablo de alguien que me inspira amor, pasión, confianza, con quien me encanta pasar tiempo o incluso convivir? Por supuesto que podemos. La anarquía relacional no prohíbe nada, faltaría más. Simplemente advierte de que, si nos interesa explorar un esquema relacional basado en los principios del anarquismo y los planteamientos ya mencionados previamente, hemos de prestar atención a la posibilidad de que esas etiquetas nos condicionen. Porque llevan mochila. Porque, si no estamos muy alerta, les vamos a incorporar conductas autoritarias, derechos automáticos sobre otras personas, la expectativa de que se comporten conmigo «como debe de ser». No hay nada malo por usar una palabra con conocimiento y responsabilidad. El problema puede darse cuando dejamos que esa palabra defina nuestro comportamiento por defecto, cuando ya no hace falta reflexionar, compartir y deliberar sobre cómo queremos vivir, porque la palabra, la etiqueta, el sello que nos marca y nos define, lo dice todo. Porque, además, como el rótulo que le ponemos a nuestra aventura determina cómo han de ser las cosas y nos da la seguridad de una identidad compartida, de un precioso estuche precintado y con membrete, resulta que de repente adquiere un enorme valor. Algo tan preciado, casi un lujo, no puede tratarse a la ligera. Hay que asegurarse de si lo tenemos en nuestro poder o no. Hay que delimitarlo en el tiempo. Celebrarlo y clamarlo a los cuatro vientos cuando llega, pero también definir y acotar cuándo se acaba. Y ese trámite no es agradable ni en el mejor de los casos (p. 128-129).
  • La escalera mecánica de las relaciones se plantea en nuestra cultura para exactamente dos personas que seguirán estos pasos (p. 134-135):
    • Primeros contactos: se sale para conocerse y en algún momento se pueden dar encuentros sexuales.
    • Iniciación: se instaura un lenguaje y unos rituales románticos bajo el relato del enamoramiento y la implicación emocional. En este punto, que se den encuentros sexuales es ya la norma general.
    • Declaración: se reconoce en público que existe una relación romántica, se decide la presentación como pareja y la adopción de las etiquetas correspondientes.
    • Establecimiento: se ajustan los estilos de vida para adecuarse a la otra persona a la otra persona en régimen permanente. Se hace y se exige un esfuerzo por pasar tiempo en común.
    • Compromiso: se conoce a la familia de la otra persona y se hacen planes para un futuro en común.
    • Unión: se decide compartir vivienda. Y en algunos casos prepararse para una unión civil o religiosa.
    • Conclusión: se lleva a cabo un ritual de unión, del tipo que sea, o bien los trámites básicos para dar valor legal y social al vínculo. Ahora la relación ha alcanzado la culminación y el objetivo pasa a ser que se mantengan así hasta la muerte de una de las dos personas.
  • La ausencia de cualquiera de estos complementos no invalida el resultado, pero lo convierte en menos completo y rotundo (p. 136).
  • Se da una aceptación social explícita de que algo en este itinerario puede fallar y que el viaje puede interrumpirse en cualquier momento. De hecho, en las últimas décadas se ha naturalizado la concepción de que muchas relaciones que han alcanzado la conclusión sólo perdurarán unos años. En ese caso, hay un proceso de duelo que puede ser más o menos largo y una posible etapa expansiva y de exploración donde, a veces, los contactos con otras personas se inscriben en una dinámica diferente, de menor alcance, limitándose a los primeros escalones. Pero esa etapa es «pasajera». Asumir lo contrario, que podría responder a otras formas de relacionarse, con mayor o menor nivel de satisfacción, pero sin fecha de caducidad, sería poner en duda el modelo. La escalera mecánica puede tener momentos de ruptura, descanso y vuelta a empezar. Puede averiarse temporalmente, pero no podemos permitir que se quede parada sine die (p. 136).
  • La escalera mecánica es lo que he interiorizado a lo largo de la vida como modelo de éxito. Por ello, si me planteo una forma diferente de acercarme a las demás personas, la primera dificultad a la que me tengo que enfrentar es a la continua sensación de que no lo estoy haciendo bien. A menudo, aunque tenga claros y muy presentes mis deseos, sigo experimentando esa impresión de estar yendo hacia ninguna parte. Los aciertos, o momentos de plenitud, parecen siempre transitorios y los errores, desencuentros, momentos de soledad, se me presentan como una confirmación de que estoy haciéndolo fatal. Abandonar el paradigma hegemónico es perder la principal muleta emocional, renunciar a la más eficaz excusa, a la coartada perfecta para justificar las situaciones adversas con un reconfortante «así son las cosas y qué se le va a hacer» (p. 138).
  • «Con la anarquía relacional se define un enfoque donde el objetivo de todas mis relaciones es crear una comunidad basada en lo voluntario, el afecto, la comunicación y la no obligación. No quiero que nadie haga algo que no desee hacer o deje de hacer algo que desee hacer a consecuencia de mis demandas explícitas o implícitas. Quiero que la relación se limite a la voluntad que tenemos de interactuar entre nosotras. No quiero plantear ninguna demanda, y no quiero estar expuesta a las demandas. Creo que es la única forma de tener relaciones significativas con otra persona cuando ambas son dos seres humanos con una libertad de acción similar. Desde este punto de vista, no puedo pedirle a otra persona que se abstenga del amor, la ternura, la cercanía y la intimidad con otras personas. Esto conduce a relaciones que se pueden llamar poliamorosas, pero la diferencia es que el punto de partida no es el deseo de tener múltiples parejas, sino el de tener relaciones sin demandas y con comunicación» (p. 168).
  • El poliamor bien entendido tampoco impugna las conductas libremente escogidas por cada cual, pero pretende como objetivo primordial superar la exclusividad sexoafectiva y eso se acaba convirtiendo en el rasgo identitario básico. Una supuesta identidad anarquista relacional tendría como atributo esencial la autogestión de los vínculos y su equiparación —en términos de privilegios, no de importancia emocional— como alternativa a la normatividad. Pero el número de vínculos que una persona cualquiera reconoce ya es en general mayor de uno. Cuando no colocamos unas relaciones estamentalmente por encima de otras, no hace falta permitirnos tener varias: ya las tenemos (p. 170).
  • En la anarquía relacional, a la hora de establecer nuevas relaciones no se plantearía una demanda de autorización explícita y gestión del posible conflicto por parte de los miembros del colectivo, del mismo modo que, tradicionalmente, cuando conocemos a alguien no repasamos mentalmente cómo afectará esta nueva conexión de camaradería a cada una de las personas con las que ya tenemos amistad, y mucho menos nos reunimos con cada una para gestionarlo. Esto no significa que la anarquía relacional limite la profundidad máxima de las interacciones personales al nivel que normalmente asignamos a la amistad, sino que no asocia la intensidad, compromiso o entrega de un vínculo a una limitación de la soberanía personal, ni ese nivel de intensidad conlleva un menoscabo de la confianza en el cumplimiento de los compromisos colectivos, que se establecen y respetan en términos voluntarios, horizontales y no autoritarios (p. 173-174).
  • «Todo lo que nos aporta la pareja se puede conseguir a través de muchos tipos de vínculos. Así es: no necesitamos pareja. Lo que necesitamos son vínculos valiosos, seguros y recíprocos, relaciones de cuidado, empatía, reciprocidad. Personas especiales, si queréis. Y estas pueden ser amistades, amantes, familiares, vecinas, compis de curro, de aventuras. La fetichización de “ese algo” que atribuimos a la pareja no es ni universal, ni innata: es una ficción cultural, como otras tantas. Y como cualquier institución humana tiene su función, sus luces y sus sombras, sus precursores y su disidencia. Es importante ubicarla en lo profano y terrenal para ser capaces de diseccionarla y evolucionar hacia formas de organización que estamos queriendo hacer emerger. A nivel social, es paradójico el aislamiento que genera algo que está pensado para unir. La sociedad es una especie de archipiélago de parejas. Estas tienden a aislarse en su república íntima y sus vínculos sociales se reducen» (p.177).
  • La idea de que las relaciones sexoafectivas otorgan privilegios especiales a las partes, por encima de cualquier otra relación, es una de las nociones del pensamiento hegemónico que la anarquía relacional cuestiona. Otras concepciones que estarían en el mismo caso son (p. 187):
    • La pauta de que una relación ha de ser afectiva, de corte romántica y con componente sexual, para que se consideren socialmente serios y vinculantes los compromisos más importantes, como el de compartir vivienda, bienes o tener descendencia.
    • La noción de que las relaciones «importantes» (sexoafectivas) han de delimitarse claramente. Han de tener un inicio y un final bien definidos. Pueden dejarse y retomarse cuantas veces sea necesario, pero es preciso tener claro en qué etapa estamos, pues de lo contrario podemos tener pensamientos o conductas inadecuadas, es decir, que no se corresponden con lo que la norma establece para esa situación relacional.
    • La convicción de que el compromiso consiste en que podemos negociar «entre iguales» la agencia de otra persona, lo que puede hacer con su cuerpo, su tiempo y sus circunstancias, a cambio de cesiones respecto a nuestra propia agencia.
    • La renuncia a la intimidad personal, ya que se asume que una «relación-de-verdad» implica necesariamente un grado muy alto de transparencia. No basta con la confianza, la sinceridad y el respeto. Tengo derecho a que lo compartas todo conmigo. Y, en sentido contrario, tengo derecho a compartirlo todo contigo.
  • Algunas alternativas posibles ante esto serían, por ejemplo (p. 188-189):
    • Renunciar al privilegio de pareja, intentando interiorizar la idea de que los demás vínculos de cualquier persona, por importante que sea en mi vida, tienen el mismo derecho que mi relación a definirse, construirse y evolucionar de acuerdo con los deseos y circunstancias de quienes los conforman. Evitar imponer una pauta de amatonormatividad que asocie mi amor, mi compromiso o mi dedicación al formato, etiqueta y rango jerárquico social de cada relación.
    • No valorar los compromisos en función del rango normativo de las relaciones. Todos los compromisos han de ser voluntarios, conscientes, responsables, leales, libres y con reciprocidad en estos aspectos básicos (no necesariamente recíprocos en general). Los principios de ayuda mutua y solidaridad no tienen por qué depender del tipo de relación. La intensidad, la frecuencia, atención, preocupación y entrega serán inevitablemente diferentes, pues cada vínculo es distinto, pero se trata de escapar del consabido y cinematográfico «la familia es lo único que cuenta», valga el paralelismo, para cualquier tipo de organización relacional jerárquica, no solo la de la familia nuclear, de sangre o de clan.
    • Plantearse a qué obedece la necesidad de establecer hitos relacionales, de definir y hacer público cuándo empiezan y terminan las diferentes formas que van tomando los vínculos que mantengo con cada persona. A menudo se trata de sentir más seguridad al saber en qué terreno me muevo (porque la etiqueta lo especifica suficientemente bien, y así no necesito comunicar deseos, inquietudes, demandas y expectativas) o de dejar claro a las demás personas en qué situación están y estoy (a menudo planteadas en términos de libre y ocupado). Si marcarme yo con una etiqueta o marcar a otra persona sirve para asegurarse una sensación de calma, quizá sea útil, pero hay que reconocer que es una seguridad más imaginada que real y que consume tiempo y energía, y genera infinidad de conflictos probablemente innecesarios.
    • Evaluar lo ético que resulta, en términos de mis principios morales, negociar aspectos que van más allá de mi cuerpo, mi presenta y mi interacción directa. Valorar si se trata de un intercambio entre iguales o una coacción, y valorar también si en la negociación están representadas todas las personas que puedan resultar afectadas ahora y en el futuro. Como es prácticamente imposible que esas personas del futuro participen en el diseño del acuerdo, estimar si es realmente ético incluir elementos ajenos a la interacción estrictamente considerada, es decir, negociar qué se puede hacer o no hacer fuera de los espacios y momentos compartidos. Se sugiere que no se dé una negociación en términos comerciales o de transacción, sino que, en su lugar, a) se planteen compromisos voluntarios, conscientes y responsables y b) se establezcan límites personales y circunscritos a mi espacio, mi cuerpo y el respeto a mi dignidad y mi agencia.
    • Distinguir claramente entre sinceridad y transparencia. Porque ocultar aspectos importantes de mis planteamientos éticos, políticos o relacionales no es aceptable, pero no significa asumir la idea convencional de que cuando un vínculo es relevante y valioso se ha de vivir en una casa sin puertas. Sin duda, no es lo mismo exigir «el parte diario» y empeñarse en compartirlo porque la unión amorosa «con sello de calidad» así lo requiere, que desarrollar un elevado nivel de confianza a través de la dinámica de la relación. Una confianza se gana cuando la interacción es gratificante, refleja y genera bienestar. Cuando comunicar deseos y satisfacciones provoca sonrisas y complicidades, y cuando contar preocupaciones y adversidades suscita solidaridad y atención.

La revolución que comienza por los vínculos: claves éticas y colectivas

Compromisos frente a transacciones y contratos (p. 243)

  • La primera diferencia es que, en un acuerdo contractual, cada parte aporta o cede algo sobre lo que tiene propiedad o potestad. Un compromiso responsable, sin embargo, no es un intercambio sino el reconocimiento, expresión y celebración de un propósito voluntario y adaptable pero fiable y firme. Sería, de nuevo, ingenuo decir que no se desea nada a cambio. Siempre hay expectativas de reciprocidad y seguramente es comprensible que las haya, pero no exigencias. Y, sobre todo, no se cede soberanía personal propia a cambio de soberanía personal de otra u otras personas.
  • Una segunda diferencia importante es que los contratos implican sanciones en caso de incumplimiento. En el ámbito relacional, los malentendidos, la ruptura de compromisos o expectativas, las sensaciones de injusticia o abuso, o la desconfianza, no tiene sentido abordarlas desde la sanción o el castigo (aunque estas son prácticas frecuentes en las relaciones normativas).
  • Los compromisos en el ámbito de la anarquía relacional han de tener como base la voluntariedad y la comunicación. La comunicación de deseos, necesidades y, sobre todo, de límites personales. Los límites que se plantean se diferencian de las estipulaciones o las cláusulas de un contrato en que se refieren a la propia persona. Yo puedo poner límites a lo que afecta a mi cuerpo o a aquello que yo considero mi espacio, mi intimidad, mis pertenencias, o los derechos que me corresponden como ser humano. Los límites, en estas condiciones, ponen las cosas en su sitio, indican dónde está cada persona en cada momento y cuando se ven reflejados en los compromisos de las demás personas pueden establecer un contexto de entendimiento y coexistencia ordenado, pero no coercitivo. Un contexto que puede y debe ser adaptable.
  • Las ventajas de la responsabilidad colectiva entendida como la posibilidad de que haya más de una o dos personas implicadas en el proceso de crianza, en grados y modalidades variadas, son bastante evidentes. Además de la cuestión del número en sí, cuyos beneficios logísticos resultan obvios, hay un claro cambio de perspectiva cuando los formatos de los vínculos son flexibles y están basados en compromisos, que pueden incluir explícitamente el sostenimiento y la educación de las criaturas, y no en una prescripción cultural y unas expectativas implícitas que obligan a cumplir esta labor. Estos compromisos se basan en la responsabilidad libremente aceptada y no en que perduren elementos como la pasión romántica o la actividad sexual.

Una forma de compartir basada en compromisos y límites: claves relacionales

El privilegio de pareja (p. 273)

  • El principal reto al que me enfrento cuando inicio una relación es el de la tendencia a etiquetarla visiblemente con la «marca pareja» y exigir o, al menos esperar y desear, los privilegios que ese distintivo conlleva. Automáticamente, tiendo a demandar una atención especial por parte de la otra u otras personas y una mayor dedicación que la que brindan a quienes yo no identifico como sus parejas. De ahí que, si soy capaz de renunciar a esas categorías, interiorizando al máximo esa renuncia, habré conseguido evitar muchos problemas: todos aquellos que derivan de esa configuración automática de demanda permanente y estructural. Se trata después la idea de que la demanda es un importante factor de erosión de los apetitos y las pasiones, así que una fuente continuada de demanda es potencialmente un mecanismo persistente de destrucción del deseo.
  • Por otro lado, podría pensar que tengo «derecho a establecer» unos límites mínimos a la dedicación que requiero para estar a gusto, para considerar un vínculo como relevante. Desde mi punto de vista, es una tentación comprensible, pero como supuesto derecho requiere asumir que tengo potestad sobre el tiempo y la realidad de la otra persona y como límite no tiene sentido, pues no se refiere a mi propio cuerpo o tiempo ni pone en juego una cuestión de consentimiento. Lo que sí es cierto es que mi reacción ante un nivel de interacción o dedicación que me resulta insuficiente puede ser la del distanciamiento, el cambio de mis prioridades, la rebaja en la asiduidad de las comunicaciones o los contactos. Entiendo que, mientras esas posibilidades no se utilicen como aviso, amenaza o chantaje, son expresiones totalmente legítimas de mi autonomía consciente y responsable.
  • He de tener claro que no quiero expresar mis deseos de forma que se conviertan en obligaciones impuestas para las demás personas, más allá del compromiso responsable y voluntario por su parte. Y además he de ser capaz de renunciar a esa comunicación sin sentir que estoy reprimiendo o recortando mi libertad de expresar.

Cuidados (p. 289)

  • Si cuido y me siento cuidada por una red de personas con las que me unen pasiones y apegos posiblemente diferentes, con distintos ingredientes: más o menos intimidad, más o menos asiduidad, más o menos vida en común, entonces no experimentaré la fascinación de un nuevo afecto desde la carencia, no me agarraré a un clavo ardiendo, saborearé y apreciaré lo bueno de las personas sin la ansiedad de que pueda acabarse en cualquier momento. En esa situación ideal, regalaré y no condicionaré mi entrega y mi ayuda porque sabré que no me van a faltar contrapartidas, que quizá no serán devoluciones que procedan del mismo lugar sino de otros, pero que acabarán sosteniéndonos colectivamente porque seremos una red.

Delimitación en el tiempo (p. 293-295)

  • Las circunstancias que hacen que los vínculos se resientan, que se dejen de compartir cosas, que la pasión pueda perder paulatinamente su ímpetu inicial, que surjan conflictos, incompatibilidades y diferencias no van a desaparecer. La cuestión es que, si no nos vemos en la obligación de decidir «si estamos o no estamos», esas modificaciones tendrán consecuencias circunscritas al cambio en sí. Es decir, cambiará lo que tenga que cambiar sin arrastrar a todo el edificio relacional consigo.
  • Es inevitable sentir rechazo, dolor y frustración cuando otra persona deja de querer encontrarse conmigo en momentos y experiencias que me aportaban felicidad, o desee hacerlo con menos frecuencia o de otra manera, pero es probable que con esa persona siga teniendo muchas otras cosas que compartir, sobre todo amor, afecto y deseos de cuidarnos. Con más o menos limitaciones, pero sin que desaparezca todo porque pasamos a otra categoría relacional.

Negociación (p. 298-299)

  • Pautas prácticas:
    • Comunicarse usando expresiones como «a mí me afecta» o «yo no estoy a gusto» en lugar de «no puedes o podéis hacer». Plantear la comunicación en primera persona del singular.
    • Defender mis valores y principios, no atacar o criticar los de las demás personas.
    • Avanzar (o no) en la intimidad física al ritmo que me hace sentir a gusto y respetar los ritmos del resto según una lógica de mínimos, es decir, al ritmo de la persona más lenta o vulnerable.

Comunicación (p. 300-301)

  • El objetivo de las relaciones, en general, no es hablar sobre ellas sino disfrutar de la compañía, del afecto, de las risas, las aventuras, el humor, de la excitación intelectual y física. Pero es cierto que la comunicación en crucial en un vínculo no normativo, porque no existe un estándar y un referente al que acogerse «por omisión».
  • En la práctica, de nuevo, la forma en la que gestionamos normalmente la comunicación en las relaciones de amistad es un referente útil para entender cómo puede establecerse una dinámica consecuente con los fundamentos que se ha ido exponiendo. Tenemos amistades con las que compartimos ciertas cosas y otras con las que compartimos menos. Normalmente esto depende del interés que transmitan, del grado de comprensión que exhiban y de cómo nos alivia o nos ayuda su reacción. Poco a poco, en función de esos parámetros, iremos configurando nuestro estilo de comunicación y el alcance de lo que compartimos con cada persona. Normalmente, en las relaciones de amistad, no nos sentimos obligados a contar nada que no nos apetezca desvelar ni a exigir más transparencia de la que surge de manera voluntaria.

Cuando la pareja ya no es la medida de todas las cosas (p. 310-311)

  • «Tengo un recuerdo concreto muy vívido del momento en que acabó mi última relación normativa. Y no es la evocación de una idea difusa de liberación, de mezcla de miedo y curiosidad por ver cómo funcionaba esa nueva etapa, de pena, añoranza y excitación al mismo tiempo. Eso, por supuesto, se daba y también lo recuerdo, pero lo que, por algún motivo, quedó más grabado en mi memoria fue la sensación de que, de repente, era libre para atender y escuchar a cualquier persona a cualquier hora. Desde luego, no salía de una relación opresiva o asfixiante, en absoluto. Pero es cierto que cuando se da una convivencia al uso, se genera una rutina en la que cada noche hay que cenar y, tras un espacio de sobremesa, conversación, sofá, lectura, etc., hay que acostarse, a una hora prudencial para levantarse a la mañana siguiente. Y así, en el día a día, instalados en esa inercia, recibir una llamada de teléfono o una visita en medio de la noche, por ejemplo, sólo es aceptable en caso de una circunstancia grave o urgente. Sin embargo, yo sentía que ahora era diferente, que era libre para asegurar a cualquiera que podía llamarme o venir a verme en cualquier momento, por cualquier motivo. He hablado de los peligros de ciertas nociones de libertad y de las prácticas a las que llevan, pero ahora me doy cuenta de que esa era una libertad hermosa porque era hacia afuera, un sentimiento de disponibilidad para escuchar, recibir, en definitiva brindar atención y cuidados».

Obsesiones, adicciones, dependencias e interdependencia (p. 314)

  • Si afronto la vida con una vocación clara de relacionarme en red, no tengo por qué esperar que lo que hago por alguien, de acuerdo a mis posibilidades y en función de sus necesidades, me sea devuelto por esa misma persona. Porque quizá mis necesidades de mañana se adapten mejor a las posibilidades y a la disposición de otra persona de la red. Lo importante no es quién resuelva los problemas, sino que se resuelvan. Unas personas apoyan y sostienen a otras con ayuda emocional, física, logística, material, pero los vectores de asistencia no tienen por qué ser bidireccionales. Porque cada persona tiene unas capacidades y unas disponibilidades. Esa reciprocidad en red o indirecta no genera una dependencia personal o una codependencia de a dos, sino que refleja el fenómeno colectivo de la interdependencia entre los miembros de la red.

Relaciones sostenibles (p. 332)

  • El modelo hegemónico de relaciones se presenta como una repetición cíclica de esquemas; una mecánica de consumo emocional, de cosificación y de sustitución de unas personas, cuyo vínculo se ha exprimido hasta agotarse, por otras nuevas, de recambio; de una experiencia no sostenible por la siguiente en una dinámica que se prolonga sin alternativas. Se ha dedicado poca atención a valorar si esta ausencia de sostenibilidad podría ser debida al formato de los vínculos sexoafectivos y a la asunción implícita de que las relaciones han de ser como siempre ha impuesto la norma: totales, absolutas, exhaustivas. Una relación estándar funciona rellenando todo el espacio emocional y vital disponible. La idea general es dedicar a «la pareja» todo el tiempo posible, exceptuando la dedicación laboral y la correspondiente a aficiones, amistades, familia de origen etc. Cualquier esquema que se salga de esa línea básica está sujeto a la crítica y a la consideración de que algo va mal. De hecho, la doctrina popular sostiene que ha de ser además «tiempo de calidad». La definición de esta calidad es difusa, pero como axioma es socialmente indiscutible. Es toda una construcción orientada a crear una burbuja social aislada del resto de burbujas. Si se agota el aire dentro de ella tras un tiempo de existencia, se pincha la burbuja y se empieza la búsqueda para crear otra. Así se mantiene la rueda girando.
  • Un posible cambio de paradigma tendría como objetivo procurar que las relaciones no fueran necesariamente perecederas, pero no en términos preceptivos, sino buscando fórmulas para unos vínculos sostenibles.
  • Me puede parecer interesante explorar la idea de un cambio en el formato que haga posible la sostenibilidad de unos vínculos vivos, apasionantes y apasionados, llenos de solidaridad, ternura, deseos de compartir… Y entonces, ¿cuáles son las claves para conseguir este anhelo de vínculos perdurables y dichosos? ¿Alguna fórmula mágica? Por supuesto que no, pero intuyo que la receta, si la hubiera, incluiría ingredientes como el ajuste de los tiempos, espacios y frecuencias de interacción a los deseos recíprocos, evitando la saturación; el bienestar y no la resignación o la obstinación como disposición general de las relaciones; la elección del tipo de contacto, interrelación o convivencia en función de la voluntad y las apetencias de las personas implicadas y no condicionada a los patrones normativos y, finalmente, el cumplimiento de los compromisos, la consideración, el cariño y el máximo énfasis en el respeto a los límites, observando rigurosamente el requisito del consentimiento explícito en todo momento.

Conclusiones y propuestas para comenzar a relacionarme de otra manera (p. 343-344)

  • La idea general es considerar el conjunto de todas mis relaciones, del tipo que sean, como una red y evitar que las personas con las que mantengo vínculos con componentes románticos, afectivos y/o sexuales en un momento dado ostenten privilegios sobre las demás. Para ello, la opción más directa es eludir el uso o reducir el peso de las etiquetas que definen los vínculos porque es difícil evitar que el título que otorgo a cada relación, además de describirla, deje caer parte de su carga normativa sobre quienes la estamos viviendo.
  • Liberarme de las etiquetas relacionales también me puede ayudar a exonerarme de culpas, aligerar las expectativas, expresar con más libertad los deseos, las necesidades, construir compromisos con sentido y definir límites nítidos, a no vivir las relaciones desde la inseguridad, desde el miedo a la soledad, porque también el concepto de ruptura pierde gravedad al dejar de ser una fractura abrupta y convertirse en una evolución. Se mitiga la presión de cumplir con lo previsto y esperado, interna y externamente, así como la autoexigencia de cubrir todas las necesidades de una persona o de una categoría de relaciones. En resumen, la obligación de cumplir unas normas en cuyo diseño yo no he tenido nada que ver.
  • Es importante no caer en el desánimo cuando me doy cuenta de que no estoy tratando a todas las personas de mi red por igual, porque no se trata de eso. Ni de pasar la misma cantidad de tiempo, ni de sentir acelerarse el pulso por igual, ni de equilibrar ningún otro rasgo de las relaciones. Igualar no es la cuestión. El objetivo es que no haya privilegios que cosifiquen, que establezcan jerarquías de derechos, que conviertan a unas personas en autoridad y a otras en comparsas. Si me río más con una persona que con otra, nada va a cambiar eso, e intentar controlarlo es una aspiración sin duda problemática que no tiene que ver con la anarquía relacional. Si prefiero ir al cine, o follar, con una persona más que con otra, no hay nada de malo en ello ni he de culparme, faltaría más. Si tengo grados de intimidad distintos, deseos diferentes, maneras diversas de disfrutar, es lógico. Además, todo eso puede variar con el tiempo. Sin dramas, ni cismas, sin fracturas, sin alejamientos artificiales.

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