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Vacaciones en Barcelona y Málaga

Habiendo aguantado exitosamente sin pedir un sólo día de vacaciones de los once no laborables que me corresponden de enero a julio, momento en el que me renuevan contrato en la empresa, del 8 al 19 de junio al fin me cogí ocho; los tres restantes pasarán al segundo semestre.

Aquí una suerte de diario —retocado a posteriori que recoge mis vivencias en aquel período de pausa laboral, primero en Barcelona y después en Málaga.

Día 1

Termino de trabajar a las 17:30, como todos los días de lunes a jueves. El vuelo lo tengo a las 19:50, así que me apresuro en ir al aeropuerto. A diferencia de mis esporádicos viajes realizados desde septiembre del año pasado, esta vez no me llevo el portátil para teletrabajar. En su lugar, meto en la mochila la Mamiya, de dos kilos y medio, y me echo el trípode al hombro. También cargo en esta ocasión con la maleta de cabina, ya que este viaje será algo más largo de lo normal.

Por si tengo que hacer malabares para meter mi equipaje en el estante del avión, antes de pasar el control de seguridad del aeropuerto facturo la maleta. Error fatal: el avión va absolutamente vacío —de hecho, en mi fila solamente estoy yo—, por lo que podría haberla dejado a mi lado sin problema. Así, cuando finalmente aterrizamos en el aeropuerto de Barcelona, me veo obligado a quedarme varado durante media hora al lado de la cinta transportadora, tratando de localizar mi equipaje en cada vuelta que da, a un ritmo siempre lento y frustrante.

Me dirijo rápidamente hacia donde se encuentran las máquinas de venta de billetes de metro. Invierto cinco minutos de mi tiempo en intentar dar con el correcto, pero no tardo en desistir y utilizo el comodín de la llamada. Xabi me dice que coja el ticket específico del aeropuerto, de un solo viaje, con un precio de 5,15 €.

Bajo varios bloques de escaleras y llego por fin al andén de la parada de metro del aeropuerto, según lo que indican los carteles, aunque yo no lo percibo de esa manera. Aquello se parece más a la planta baja de la nueva estación de buses de Bilbao, pero con el aura que desprendería un hospital o el mundo de Ergo Proxy, anime que me acompaña desde que cojo el vuelo de ida. La estación está bañada en diferentes tonalidades de un gris sucio, y no distingo las vías ni a mi izquierda ni a mi derecha; a ambos lados, la escena queda acotada por lo que parecen ser puertas automáticas. Efectivamente, cuando el metro llega y se detiene, aquellos muros transparentes se abren a la par que las puertas de los respectivos vagones. Resulta que este mecanismo tiene como objeto evitar los suicidios, y descubrirlo me deja algo inquieto.

Rondarán las diez de la noche, y en el vagón en el que viajo apenas hay unas cinco personas más. Me bajo en Collblanc para hacer el transbordo con la Línea 5. Sin exagerar, desde donde me deja el metro tengo que subir unos cinco o seis bloques de escaleras mecánicas, que avanzan sin prisa. Parecemos piezas en una línea de ensamblaje, y la cabeza se me embota de lo repetitivo del proceso de ascender sin fin. Cojo el siguiente metro y llego a la estación de Verdaguer, desde donde tengo que desplazarme al piso patera de Xabi y Uxue.

Nada más entrar en el portal parezco trasladarme a una especie de palacio real en miniatura: cuatro columnas ornamentales sujetan el techo, adornado con un fresco y desde donde pende una lámpara menos presumida. Una alfombra roja y dorada se abre paso por el centro, guiándome hasta el ascensor. Finas poleas elevan la minúscula jaula hasta la tercera planta. Me abrazo con Xabi y Uxue, que ya estaban fuera esperando por mí, y me adentro en la casa atravesando un imponente portón que de seguro supera los dos metros y medio de altura.

El piso contiene tres baños: uno, con nada más que un retrete; otro, con el añadido de una ducha y un lavabo, todo ello dispuesto en tres metros cuadrados; el último, similar al segundo en cuanto a mobiliario, pero mucho más espacioso y con una puerta corredera a la que le cuesta deslizar. Creo contar alrededor de siete dormitorios, siendo el más impresionante el de Rebe. Se trata de un cuarto tremendamente amplio de estética semejante a la del majestuoso portal, con el respectivo fresco y los adornos en cada esquina. Desde el balcón, si uno echa la mirada a la derecha, a lo lejos puede verse la Sagrada Familia.

Junto al baño más digno se encuentra el salón, donde están JonK y Rebe viendo la televisión. Me presento ante el primero, recuerdo de mi existencia a la segunda y me siento a comer el pescado con patatas que tenían preparado para todos mientras Xabi y Uxue me cuentan qué tal les trata la vida: el trabajo, su reciente viaje a Mallorca y la entrañable relación que allí entabló el pie de Xabi con un erizo de mar, celebridades varias con las que se han topado en Barcelona... Mientras charlamos, se asoma a la sala de estar JonB, a quien saludo por primera vez.

Xabi y Uxue en el salón. Canon Prima Super 105x, Portra 400

De postre devoro tres napolitanas de chocolate, y ya paso a instalarme en mi nuevo cuarto temporal. Las dos camas que hay ahora preparadas —por aquello de que compartiré dormitorio con Andrea y Jon a partir de mañana— apenas dejan un metro habitable entre la puerta y los colchones, lo que se siente algo agobiante. Antes de despedirme de Xabi —Uxue se ha ido algo antes, que madruga para trabajar— y encerrarme en el cuarto, nos cruzamos con Kat y Naia en el pasillo, ante quienes también me presento.

Ahora sí, entorno la puerta, me desvisto y apago las luces. Al no haber ventanas en este dormitorio, esta noche es especialmente oscura; ni siquiera alcanzo a ver las palmas de mis manos. Me cuesta conciliar el sueño.

Día 2

A pesar del calor, esta noche he terminado por arroparme con las sábanas finas. Me despierto con la alarma, ya que la luz que penetra tímidamente en este cubículo por la puerta entrecerrada no me permite adivinar la hora que es.

Aviso a Xabi de que ya me he levantado, para que me acompañe mientras desayuno leche con galletas en el comedor que queda junto al salón. Aquí sí, la luz entra sin ninguna vergüenza, alumbrando intensamente la mesa y dando lugar a preciosos juegos de contrastes. No me puedo resistir a sacar varias fotografías.

Ventanal del comedor por la mañana. Mamiya RB67, Portra 160

Siguiendo órdenes remotas de Andrea, lo primero que hago al salir de casa es dirigirme a REVELAB Studio, el laboratorio fotográfico más cercano, para comprarle un carrete de color. Ya era consciente de que los precios habían subido como la espuma estos últimos meses, pero me duele igualmente desembolsar 14 € por lo más barato que tenían, un Portra 160. Ahora sí, comienza mi travesía en solitario por Barcelona.

Me encamino hacia el parque de la Ciudadela, a escasos veinte minutos desde donde me encuentro. Las calles por las que transito son largas y aburridas, aunque es cierto que el cielo encapotado no ayuda demasiado a darles un mínimo de encanto.

A la entrada del parque se extiende en perpendicular una estrecha campa. Avanzando algo más, se llega a la zona central. Hay una glorieta, lavabos públicos, un bar al aire libre y hasta un mamut. A mano izquierda, la llamada Cascada Monumental. Dos grupos de escaleras laterales ascienden hasta el centro del conjunto arquitectónico, un arco con dos pequeños pabellones a su lado, y rodean un estanque dividido en dos niveles; cuatro grifos que expulsan agua por sus picos separan una zona de la otra. A sus pies, casi a ras de suelo, una familia de patos se baña con un perro que delinque al echarse al agua.

El estanque se ubica al final del parque. Los patos menos madrugadores aún descansan sobre las barcas que no se están usando; los que ya han amanecido, se dan algún que otro chapuzón y se pasean por el agua, zigzagueando entre los árboles que crecen allí mismo.

Me desvío hacia los alrededores. En el trayecto, veo a gente tumbada en la hierba, leyendo y haciendo yoga en grupo. En la periferia del parque, por la parte derecha, hay un invernadero en desuso, cerrado al público. Paro a observar unas obras en un edificio que queda unos metros más allá, y un obrero me exige amablemente que le saque una foto. Desenvaino rápidamente la Olympus OM-1N y obedezco. Sigo caminando, y me encuentro con una especie de mini jardín botánico. 

Hoja en el Umbráculo del Parque de la Ciudadela. Mamiya RB67, Portra 160

Algo intranquilo al percatarme de que cuando avanzo la película la palanca de rebobinado no gira, vuelvo a la Cascada Monumental a sacar unas cuantas fotos de prueba. Sigue sin moverse y apenas llevo unas seis tomas, por lo que, antes que tirar treinta y seis fotos y llevarme la desagradable sorpresa de descubrir que nada había sucedido ahí dentro, decido abrir la parte trasera de la cámara para ver si algo anda mal. Efectivamente, había errado al introducir el carrete esta mañana, por lo que ninguna de las fotos que había sacado hasta el momento había llegado a formarse en la película. Meto nuevamente mi Portra 160, y esta vez parece que todo va bien. Con la intención de almacenar en mi máquina los momentos que anteriormente no se pudieron capturar, busco al obrero tras las vallas y los sacos de arena, pero no doy con él.

Obras en Ciudadela. Olympus OM-1N, Portra 160

Antes de marcharme de Ciudadela, echo un último vistazo por las zonas que se me haya podido pasar visitar. Me acerco a un pequeña plazoleta que alberga un parque infantil; justo al lado, detrás de unos arbustos, adivino un par de tiendas de campaña algo desgastadas que se ayudan de varas para mantener levantada la tela que sirve de entrada. Aunque ahora están vacías, supongo que darán cobijo a varios sintecho de la ciudad, como también lo hacen los cartones con otro que sobrevive en pleno arco de la Cascada Monumental.

Por proximidad, mi siguiente destino es el barrio del Born, a cinco minutos a pie desde el parque. A diferencia de los bloques de viviendas que veía de camino a Ciudadela, aquí los balcones están repletos de plantas, lo que hace que todo se perciba más vivo. Por las callejuelas se despliegan cientos de locales de todos los tipos: restaurantes, talleres, librerías, tiendas la mar de exóticas y hasta galerías de arte. Las ventanas se dan la mano por medio de cuerdas que aguantan la ropa tendida, y al fondo de algunas calles se puede ver la Basílica de Santa Maria del Mar.

Balcones en el Born. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Pintadas en una esquina en el Born. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Cartel en el Born. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Callejuela en el Born. Olympus OM-1N, Portra 160

Edificio abierto en el Born. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Escalera y conos en el Born. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Mientras paseo por el Born, hablo a Marc, amigo de la infancia que vive en la ciudad, para ver si puedo saludarlo en algún momento, aprovechando que hoy estoy solo. Me dice que no hay problema y que, si me parece, podría ir con él y sus compañeros de trabajo a comer por ahí. Acepto la invitación y nos juntamos en las Ramblas. Conversamos largo y tendido de camino al restaurante y, ya en la mesa, al mismo tiempo que engullo patatas con alioli, osobuco de ternera y tarta de queso al horno.

Después regresamos a las oficinas del lugar de trabajo de Marc y, mientras él está de reunión, yo espero en una sala vacía. Los pies me duelen a rabiar, así que me descalzo con la esperanza de que se recompongan para lo que queda de día. Quince minutos más tarde, Marc me avisa de que ya ha terminado, y me sugiere acompañarle hasta Paral·lel, donde tiene otra reunión con un cliente. De paso veo el Raval, donde me paran diez minutos para hacerme una encuesta para conocer el tipo de turista que visita Barcelona y saber cómo evalúo la ciudad en cuanto a medios de transporte, comercio, ecología, cultura... Llevando menos de un día aquí, esto me parece un sinsentido, pero sé que el pobre hombre que me entrevista lo único que quiere es recopilar información, útil o no, así que sigo con el paripé hasta el final.

Tras la parada exprés de Marc en Paral·lel, nos montamos en metro hasta Plaza de España, desde donde me lleva a Montjuic. Para llegar casi hasta lo más alto nos valemos de unas escaleras mecánicas, que a mí me vienen de maravilla para descansar.

Marc en Montjuic. Canon Prima Super 105x, Portra 160


No nos demoramos más de lo debido por allí, ya que en un rato he quedado con Elena, una amiga del colegio. Con todo, antes de encontrarnos con ella en Plaça Catalunya, Marc me acompaña por el barrio gótico y me enseña el famoso mural de "El Beso".

Elena se acerca en bici, y me despido de Marc. Vamos a tomar algo a un bar que queda por el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), zona que los skaters parecen frecuentar. Cuando yo termino mi batido de frutas y ella su cerveza, damos un pequeño paseo y nos montamos en tren hasta Pàdua, la parada más cercana a su piso. Allí conozco a Sara, una chica que sigo en mi cuenta de fotografía de Instagram, y a Dani, su pareja.

Caminamos juntos con dirección Park Güell. Al no disponer de carnés de biblioteca para todos, que es lo que en teoría nos permite pasar sin pagar, nos separamos a la entrada del recinto: Dani avanza cincuenta metros más que nosotros y sortea los postes que prohíben la entrada al lugar; Sara, Elena y yo tratamos de entrar legalmente. Tontos nosotros, la guarda de seguridad nos informa de que la posibilidad de acceder por medio del carné de biblioteca ya no existe desde junio. No te lo perdonaré jamás, Ada Colau. Jamás.

Optamos entonces por acompañar a Dani en sus fechorías y, ayudándonos él ya desde el interior, nosotros también saltamos los postes. Aparecemos en la parte superior del parque, rodeados de árboles y arbustos. Por si acaso, Elena me deja una sudadera para que me ponga por encima de mi camiseta rosa, fácilmente reconocible por el personal de seguridad que nos ha visto hace un rato. Camuflaje de alto nivel, supongo.

Descendemos a la plaza de la Naturaleza y nos sentamos en unos bancos serpenteantes de mosaicos infinitos y coloridos. Desde allí, a la par que comemos y reímos, podemos ver todo Barcelona.

De derecha a izquierda, Sara, Dani y yo en el Park Güell


Bajamos a la llamada Sala hipóstila o Sala de las cien columnas, que sostiene la parte desde de la que venimos. A los lados se encuentran varios de los viaductos rocosos del parque. Para llegar a la parte inferior, necesariamente pasamos por la Escalinata del Dragón, ya con las últimas luces del día.

Feliz por haber pasado la tarde con gente tan simpática, nos decimos adiós y cada uno marcha hacia su piso. El de Xabi y Uxue queda a media hora a pie desde allí, así que rezo para no caerme redondo en el trayecto. Se me hace relativamente ameno, al acompañarme en el cielo vestigios de un atardecer rosado y violáceo para el que llego tarde.

Ya en el piso, saludo a mis compañeros y me quedo esperando a Jon y Andrea, que hacen su aparición allá sobre la una de la mañana, cuando ya se me estaban entrecerrando los ojos. Los llevo a la habitación, encendemos el ventilador y nos echamos a dormir.

Día 3

Nos levantamos sin prisa y nos quedamos hablando un rato con Xabi, que se quedará trabajando en casa.

Ventanal del comedor. Olympus OM-1N, Portra 160

Jon y Xabi en su habitación. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Bajamos a desayunar a una cafetería que queda al lado del piso, y de seguido nos dirigimos hacia la Sagrada Familia. Una vez allí, preguntamos a una chica que está organizando la cola cuánto cuesta la entrada: 26 €, nosotros 24 por ser estudiantes. Jon y yo nos negamos a pagar tal cantidad; Andrea se lamenta por nuestra decisión, pero, por no visitar la basílica ella sola, se queda fuera con nosotros dando un paseo por los alrededores.


Sagrada Familia. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Nuestra suerte no mejora después de este episodio: veinte minutos a pie al suroeste de la Sagrada Familia, llegamos a la Casa Batlló, y nos decepcionamos nuevamente al observar que la entrada a este edificio pasa por desembolsar 35 €, nosotros 29 por ser estudiantes. Desanimados tras haber pasado la mañana sin pena ni gloria, nos alejamos de allí y nos encaminamos hacia el barrio gótico.

Plaça de Catalunya. Canon Prima Super 105x, Portra 160


Nos sentamos a comer en La Cassola, no muy lejos de allí. Los canelones, el pollo y la botella de agua me ayudan a recuperar energía, y la guinda al pastel se la pone una enorme tarrina de helado de dulce de leche y maracuyá que pido en un Chocolat-Box. Las servilletas no impiden que el helado se me derrita por el antebrazo y caiga al suelo, despertando la curiosidad de las palomas de la zona.

La sangre no nos llega del todo al cerebro, y funcionamos más lento de lo normal, riendo por cualquier chorrada. La más afectada por esta embriaguez por empacho podría decirse que es Andrea. Nos sentamos en una terraza por la zona del mural "El Beso", y ella y Jon toman un mojito.

En un bar que hace de frontera entre el barrio gótico y el del Born divisamos a David Muñoz, uno de los dos integrantes de Estopa. Cuchicheamos desde la distancia y decidimos no molestarlo.

Nos dirigimos ahora a Park Güell. Jon y Andrea no son partidarios de colarse, por lo que esta vez toca pagar 10 €. Hoy el recinto está a reventar de gente: personal contratado incluso regula la entrada a la plaza de la Naturaleza. Al salir nos piden el ticket, así que quizás habría sido algo incómodo si hubiéramos saltado los postes como habíamos hecho Sara, Dani, Elena y yo el día anterior.

Plaza de la Naturaleza en Park Güell. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Andrea en Park Güell. Mamiya RB67, Portra 160

Viaductos rocosos. Olympus OM-1N, Potra 160

Flora en Park Güell. Olympus OM-1N, Portra 160

Andrea en Park Güell. Olympus OM-1N, Portra 160

Por recomendación de Sara, dejo a revelar y escanear un par de carretes en VisualKorner, un laboratorio que conozco desde hace poco y que ignoraba que se ubicara en Barcelona, justamente cerca de Pàdua. La chica que me atiende me informa de que ya habrán terminado con mis negativos para el día siguiente, así que tendré que venir a recogerlos. Me sorprende la rapidez, ya que en Carmencita y Malvarrosa, sin ser esto ningún reproche, tardan alrededor de una semana.

Después de esto, pasamos por casa, nos aseamos y vamos a tomar algo a un bar cercano. A medida que avanza la tarde se va uniendo más y más gente, y finalmente nos congregamos una docena de personas. Pedimos chorizo criollo, croquetas, patatas bravas y twisters de langostino, una especie de conos fritos que envuelven al crustáceo.

Volvemos al piso. Esta noche y las siguientes hasta el domingo aprovecharé para dormir en la habitación de JonB, que estará ausente unos días.

Día 4

La primera parada del viernes es Ciudadela. Antes de entrar al parque, nos topamos con una hilera de bicicletas, y nos planteamos utilizar este medio de transporte para que el trote que nos espera hoy se nos haga más ameno. Descubrimos que, a menos que paguemos el bono anual (50 €), no podremos hacer uso de ellas, o al menos así lo entendemos por lo que leemos en la aplicación móvil que nos descargamos.

Recorremos a pie la calle del Arco del Triunfo, pausándome yo unos minutos de más donde un grupo de niños se encuentra jugando con pompas de jabón (niños y ancianos, siempre fotos ganadoras). Nos adentramos después en el parque de la Ciudadela y yo hago de guía a Jon y Andrea.

Grupo de niños jugando con pompas de jabón. Canon Prima Super 105x, Portra 160


Montjuic, también mi segunda visita. A diferencia de mi primera vez allí, hoy el cielo está despejado, pero las fuentes y la pequeña cascada están apagadas. Esta vez, subo un bloque de escaleras mecánicas más que cuando vine con Marc, y en un puesto de comida que se sitúa en lo alto Jon, Andrea y yo pedimos algo para beber. Después de pasear un rato por la zona, nos dirigimos a la Basílica de Santa María del Mar, nuevamente en el barrio del Born. Por allí se nos une Xabi y paramos a comer en Loto, un restaurante asiático.

Callejeando, damos con Galeries Maldà, un antiguo centro comercial en el que se pueden encontrar tiendas de Pokémon, Demon Slayer, Naruto, Harry Potter y más. En la primera diviso un Treecko de peluche, y no puedo resistirme a comprarlo.

Más tarde nos dividimos: Xabi, Andrea y Jon por un lado, yo por otro. Voy a recoger los negativos a VisualKorner hasta Pàdua, y luego quedo con Alma en el distrito de Gracia. Me habla de su novio poeta, de la universidad, el trabajo y de cómo es su vida en Barcelona. Con la batería justa en el móvil, vuelvo hacia el piso de Xabi y Uxue. 

Allí mi teléfono y yo reponemos fuerzas durante un par de horas, y sobre las 21:00 salimos todos a ver una especie de batucadas que van recorriendo nuestro barrio y alrededores. Algunos aprovechamos para ir a cenar cuando paran en un recinto. Nos cobran 2 € por cada botella de agua de grifo filtrada, pero las tapas que pedimos están buenísimas y la música de fondo es más que aceptable (suena Yes Sir, I Can Boogie de Baccara cuando empezamos a comer).

Ya con el estómago lleno, nos incorporamos a la fiesta que ha organizado el grupo de las batucadas. Echo un vistazo a mi alrededor, y me parece ver a Raquel, una compañera de Joel, amigo que conocí por Instagram del que ya hace un año que no sé nada. Al poco rato de haberme unido a la fiesta, Naia se sube a un árbol y algunos organizadores se acercan para pedirle que se baje. Cuando lo hace, empiezan a charlar, y en algún momento la conversación deriva en que la mayor parte de nuestro grupo está formado por vascos, lo que por alguna razón les flipa. Uxue, unos metros a la izquierda, habla distendidamente con un tipo que le comenta que es de Leioa. Me chilla desde lejos para hacérmelo saber.

Sin alcohol no soy capaz de seguir el ritmo de esta gente, y hoy ha sido un día especialmente agotador, por lo que Andrea, Jon, Rebe y yo volvemos al piso en taxi.

Día 5

Amanecemos con un calor sofocante y una luz preciosa, como de costumbre.

Vaso en el comedor. Mamiya RB67, Portra 160

Jon, Uxue y Andrea desayunando en el comedor. Cano  Prima Super 105x, Portra 160


Hoy toca visitar el parque de atracciones de Tibidabo. Me imagino un Igeldo versión mejorada: más amplio, más atracciones.

Para llegar hasta allí, cogemos bus, metro y funicular, lo que se hace algo tedioso. Entramos en el recinto, y en primer lugar nos dirigimos al Templo del Sagrado Corazón de Jesús, donde en estos momentos se está celebrando una boda.

Bajamos a la parte central. Apoyados en unas barandillas hacemos de espectadores de un concierto infantil en el que los niños y niñas visten de blanco y algunos con coronas de flores, como en la alegre película de Midsommar. Los monitores, que asumen su rol de directores de orquesta, bailan frenéticamente.

Padre e hija (entiendo) en Tibidabo. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Descendemos al último nivel, donde parece ubicarse gran parte de las atracciones. Una chica nos informa de que tenemos que pagar la friolera de 34 €, o de lo contrario no tendremos acceso a ninguna de ellas. Indignado yo más que el resto de mis amigos, quienes parecían esperarse este sablazo, damos una última vuelta por el parque antes de abandonarlo. Antes de coger el bus de vuelta, Andrea y Uxue van a comprar una botella de agua a una máquina expendedora, y la diosa Fortuna les bendice con cuatro; no todo iban a ser malas noticias.

Aterrizamos en Gracia, por donde ojeamos tiendas y tomamos algo antes de ir a comer a Can Punyetes, un restaurante de comida típica catalana. Pruebo las famosas butifarras y, por presión grupal, hago lo mismo con los espárragos trigueros. De esto último me arrepiento al instante, e intento enterrar el sabor en queso y pan. Para terminar, crema catalana.

Volvemos al piso a descansar y prepararnos para ir a la playa. Suponemos que la de la Barceloneta estará llena de gente, así que probamos suerte en la playa del Bogatell. Aquí tampoco cabe un alfiler, pero sí nuestras siete toallas. Jugamos a las palas como bien podemos, y nos refrescamos en el agua un par de veces. Me recuerda a la playa de Riazor: nada más avanzar dos metros mar adentro, un repentino socavón hace que el agua ya llegue por los hombros.

Xabi en la playa. Mamiya RB67, Portra 160

En el piso nos duchamos, nos quitamos el salitre y nos arreglamos. Cenamos en Gracia y, seguidamente, nos dirigimos a un bar en el que ponen kalimotxos. Xabi y Uxue nos habían vendido que aquello era análogo a Pozas, pero el ambiente festivo que caracteriza a la calle bilbaína sólo se respira en el momento en que se abre la puerta del local; fuera del bar, total calma y serenidad.

Nos entretenemos con juegos de cultura general mientras bebemos, y yo con el primer kalimotxo ya me noto algo ebrio. Me bebo otro medio. Varias de nuestro grupo se van no sé a dónde. Nosotros prometemos reunirnos con ellas en un rato, pero no sucede así. En su lugar, vamos a ELDORADO Disco Club. La música es decente, pero la edad media de la gente con la que nos cruzamos en el local ronda los cuarenta años, así que nos limitamos a jugar al billar en una esquina, tratando de no mezclarnos con ellos más de la cuenta. Así nos dan las tres y media, hora a la que decidimos regresar al piso a descansar.

Día 6

Domingo, último día por Barcelona. Me levanto sobre las 10. Hago la maleta, desayuno tranquilamente  y propongo a todos ver la magnífica y brevísima serie Cortar por la línea de puntos mientras comemos macarrones con tomatico a una hora más temprana de lo normal.

Jon y Andrea son los primeros en marcharse. Yo espero a terminar la serie y llorar con el último episodio para abandonar el piso una hora después, pudiendo despedirme únicamente de Uxue, Xabi y Kat.

Voy con el tiempo justo para llegar a la estación de trenes, y Google Maps no está por la labor de ayudarme con las indicaciones, así que llamo a Xabi para que me guíe desde la distancia. Encuentro al fin la parada de Verdaguer y me las apaño para montar en el tren.

Llego a Alicante con media hora de retraso, y me entran los sudores fríos porque Eli y yo tenemos reserva para cenar a una hora a la que parece inviable llegar, visto lo visto. Un taxi me acerca al aeropuerto, donde pretendo coger el coche alquilado que utilizaremos para desplazarnos hasta Málaga.

Me dirijo primero al piso del parking donde se encuentran los coches de Record Go. Desde allí me indican que antes tengo que ir a la oficina correspondiente a dar mis datos personales para que me entreguen las llaves. Vuelta a la terminal. Nombre, DNI, un par de preguntas rápidas. Me dan dos opciones: pagar doscientos y pico euros para contratar algún que otro seguro o pagar 1100 € de fianza. Aun a sabiendas de la facilidad que tienen estas compañías para estafar, arriesgo y me decanto por la segunda opción.

Me siento como si estuviera con mis primeras prácticas de coche. Me muevo con suma cautela y lentitud, y no me aclaro con la marcha atrás; la presión por tratar de que el coche no sufra desperfectos y que por ello pierda 1100 € de un plumazo es excesiva. Nervioso, paro el vehículo y pido ayuda a unos extranjeros. Me explican cómo meter la marcha atrás y me aconsejan grabar un vídeo en el que quede registrado el estado en el que se me entrega el coche, de manera que cuando lo devuelva no puedan inventarse que algún golpe o roce ya existente lo haya provocado yo.

Ya con algo más de soltura, conduzco hacia Santa Pola. Allí me encuentro con Eli y, sin arreglarnos lo más mínimo, caminamos hacia el Malatesta, el restaurante donde hemos reservado. Para nuestra sorpresa, ahora el local tiene de nombre Zvra, y en la nueva carta no aparecen los ravioli al salmón y salsa de pistachos, nuestro plato favorito. Despachamos a disgusto unos ravioli ricotta e pera y una pizza de cuyo nombre no quiero acordarme.

Volvemos a casa y vamos a dormir.

Día 7

Nos levantamos sobre las 9. Eli se estresa porque, al parecer, la noche anterior comentó que para esa hora quería estar saliendo ya dirección Málaga, así que entre los dos recogemos la casa con premura y nos hacemos dos bocatas para el camino. Nos despedimos de los animales, pero cuando abrimos la puerta para sacar las maletas Bucky escapa.

Eli sale como una exhalación tras el gato, creyendo que corriendo lo cogerá. Grita, se reboza en el suelo para acercarse a él cuando se esconde bajo un coche y me pide ayuda desconsoladamente. No sé ni cómo, consigue atraparlo, no sin recibir algún que otro arañazo por parte del animal. Sudada y entre maldiciones Eli y yo haciendo mi mejor esfuerzo para quitarle peso a la situación, nos dirigimos a casa de Tordera a dejar a Firulina. Ahora a las lamentaciones de Eli hay que añadir los llantos por abandonar temporalmente al pajarito. Arrancamos el coche y salimos hacia Málaga.

Hacemos una única parada para comer y para que Dama, que nos acompaña en el viaje, pueda dar un paseo corto y hacer pis. El aire seco abrasa y respirarlo es asfixiante. Nos movemos a pasos perezosos y endebles; el calor se adhiere a nuestra piel y nos hunde con ahínco. Nos damos prisa en terminar los bocadillos para introducirnos en el coche a la gélida brisa del aire acondicionado.

Llegamos a la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga (ESAD), donde Veri entrega a Eli las llaves de su piso. Aparcamos el coche a un cuarto de hora a pie del edificio, que se ubica en la calle Marqués de Larios, en el corazón de la ciudad.

La zona común del apartamento la conforman la cocina y la sala de estar, que conviven juntas entre las mismas cuatro paredes. Las ventanas interiores dan a un patio en cuya cumbre se acomodan las palomas. Debajo de ellas, una red se extiende para recogerlas si fallecen, de manera que no caigan a la planta baja y que el olor del cadáver en descomposición apeste todo el edificio.

El dormitorio en el que nos quedamos Eli y yo dispone de una cama de matrimonio con una mesilla de noche a cada lado y un armario. Justo encima del colchón hay una ventana ovalada que da a la Catedral de Málaga y desde donde cuelga una cortinita de tela de color bermejo. El baño es minúsculo, lo que no es óbice para que dentro de él quepan una ducha, un retrete, un lavabo y hasta una lavadora. En la habitación restante dormirá Veri.

Ventana del dormitorio. Olympus OM-1N. Portra 160

Vistas al patio interior. Olympus OM-1N, Portra 160

Cacharros en la cocina de Veri. Mamiya RB67, Portra 160


Eli y yo deshacemos las maletas y esperamos a que llegue su madre. Cuando lo hace, bajamos a la calle a pasear. Compro un pantalón vaquero corto en el Pull & Bear y cenamos unas tapas riquísimas en Casa Lola después de estar media hora esperando a que se liberara alguna mesa. Veri se une a nosotros cuando ya estamos terminando de comer; ella pide algo más y nos quedamos charlando un rato antes de volver al piso y echarnos a dormir.

Día 8

A las 9:30 Eli, su madre y yo estamos ya en pie desayunando. Antes de nada, nos acercamos a una lavandería que queda por el barrio de Soho, y allí dejo prácticamente toda la ropa que traigo de Barcelona. Mientras las prendas dan vueltas en la lavadora, recorremos las calles de Soho tratando de localizar varios de los grafitis que dan fama al barrio.

Al rato, Carmen vuelve a la tienda para secar la ropa, y Eli y yo aprovechamos para coger un par de tarrinas de helado en Casa Mira. En los cinco minutos que tardamos de la heladería a la lavandería, aquello ya es puro líquido. Introducimos la ropa, ya limpia, en un carrito, bañamos a Dama en una fuente, compramos pan y bollería y caminamos hacia el piso, donde comemos tranquilamente.

El empacho y el calor no nos dejan más opción que echar una breve siesta sudorosa. Desorientados, Eli y yo nos despertamos sobre las cinco y nos dirigimos a la Alcazaba. De camino queda la catedral, por lo que paramos un momento a visitarla; por tener menos de veinticinco años se nos considera estudiantes, y entre los dos pagamos unos 13 €.

Ya en la Alcazaba, descrita como la hermana menor de la Alhambra granadina, decidimos no subir hasta el Castillo de Gibralfaro: la entrada es más cara, las vistas a Málaga desde allí arriba no son mucho más diferentes que las que se tienen desde la Alcazaba y el tiempo se nos echa encima. Pagamos un total de 7 €.

La Alcazaba. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Sobre las siete y media nos reunimos en el piso nuevamente con la madre de Eli. Ahora los pies nos llevan a Lagunillas, un barrio que se me asemeja a Vallecas y que también es conocido por sus grafitis. Intentamos ver el interior del Santuario de la Victoria, pero se está celebrando una misa en ese momento, así que vamos a sentarnos en los bancos del parque que se encuentra al lado.

Grafitis en Lagunillas. Olympus OM-1N, Portra 160

Callejuela. Canon Super Prima 105x, Portra 160

Cuando el sol ya casi ha desaparecido del cielo vamos a cenar a Taberna Lolita. Lo disfruto menos que Casa Lola, pero las tapas están ricas y consigo saciar mi hambre, que no es poco.

Día 9

Abro los ojos a las seis y media de la mañana, todavía con los ojos pegajosos y llenos de legañas y sin haberme puesto las gafas. Eli aún duerme. Me asomo por la ventana, esperando ver un bonito amanecer, pero mi vista borrosa solamente distingue la silueta de los edificios y, por encima de ellos, un cielo azul desaturado al que todavía no le ha dado tiempo a desplegar sus colores más vivos. Aunque quizás no lo haga en todo el día. Me tumbo de nuevo y descanso algo más.

Tres horas más tarde, Eli y y yo nos levantamos. Un dulce olor a incienso que proviene de la calle invade la habitación.

Nos arreglamos para ir a comprar fruta al Mercado Central de Atarazanas, adornado este con vidrieras similares a las de la Estación de Abando Indalecio Prieto. Luego vamos con Carmen a pasear por el puerto (muelles 1 y 2), aunque la parte que da al mar está de obras, por lo que sólo nos queda mirar hacia el lado de las tiendas. Llegamos así a la parte más al sur de la playa de La Malagueta.

En la zona del paseo hay fuentes, lo que valoro muy positivamente; en la propia playa, se reparten pequeñas islas de hierba con palmeras, en cuyas copas se esconden las preciosas cotorras argentinas que abundan también por la ciudad.

Eli y Carmen dando un baño a Dama. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Hambrientos y agotados físicamente, volvemos hacia el piso y, de camino, compramos pollo asado con patatas en Pollos San Juan. Dejamos asentar la comida un par de horas, y sobre las cinco vamos a visitar La Casa Invisible, un famoso Centro Social y Cultural de Gestión Ciudadana. Un agradable soportal da la bienvenida a un patio alegre de árboles, plantas y arte callejero; una versión menos fantasiosa y cargada que el refugio de ensueño en el que vive Ekko de Arcane.

Todas las mesas y banquetas están vacías. A Eli y a mí sólo nos acompaña el chico de la barra ubicada al lado de una fuente circular y un gato negro panzón recostado a la sombra. Eli pide un tercio, y yo un Aquarius.

La Casa Invisible. Canon Prima Super 105x, Portra 160

En el piso nos cambiamos de ropa antes de coger el bus que nos lleva a la ESAD, donde Veri actúa en el musical de La tienda de los horrores.

Eli maquillándose antes de ir a la ESAD. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Habiendo disfrutado de la hora y media de espectáculo mucho más de lo que esperaba, vamos de vuelta al centro de Málaga para cenar en Kraken, un bar de tapas no excesivamente contundentes, pero sí originales y no tan caras como cabría suponer de un sitio tan sofisticado.

Día 10

La mañana del día anterior, Eli había estado llamando de manera incesante a FUN AND SUN HOTELS, una suerte de agencia de viajes que nos había estafado hace relativamente poco tiempo. Nadie llegó a cogerle ninguna llamada, pero vimos que la empresa tenía una oficina en Fuengirola, que queda a tiro de piedra, a unos cuarenta minutos en coche. Además, Carmen nos había hablado de algún que otro monumento que merece la pena visitar por allí, por lo que matamos dos pájaros de un tiro.

El edificio en el que teóricamente se encuentra la oficina indica en la planta baja qué negocios hay en cada piso, a excepción de FUN AND SUN HOTELS, que permanece incógnito. Subimos las escaleras, y el cartero que pasaba por allí justamente estaba por entregar un paquete a la empresa que tantos quebraderos de cabeza nos está dando, según nos desvela cuando le preguntamos.

Cuando una chica abre la puerta del negocio desde dentro para recibirlo, una Eli feroz la sorprende y le describe lo que nos ha pasado con la empresa. Trata de aparentar serenidad, pero la tensión se palpa en el ambiente. La chica nos traslada a otra oficina más tranquila junto con quien entendemos que es su superior.

Los ataques de Eli no cesan, y las chicas no saben dónde meterse, aunque la superior parece que sabe manejar la situación sin perder del todo los estribos; la otra calla, ciñéndose al lema de José Mourinho: «I prefer not to speak. If I speak, I am in big trouble». Entre esta última y Eli saltan chispas, así que entre la otra y yo tratamos de entendernos y llegar a un punto en común sin asesinarnos por el camino.

Todo sale bien. Al rato de abandonar la oficina y el zulo en el que se alojaban las operadoras de FUN AND SUN HOTELS, Eli recibe de vuelta sus 200 €. De repente, el día se torna más optimista.

Llenos de energía, visitamos la Estupa de la Iluminación de Benalmádena en primer lugar. Se trata de un templo budista, un edificio blanco y compacto que se hace uno con las escaleras de la entrada. Lo corona una esfera aplastada con un pináculo dorado. En las inmediaciones hay decenas de banderas que evocan el Tíbet.

Banderas en la Estupa de la Iluminación de Benalmádena. Mamiya RB67, Portra 160

Antes de volver al coche, Eli y yo visitamos sin quererlo el Parque Rústico de Retamar, que queda un poco más allá del templo. Allí, dispersos entre la vegetación, hay distribuidos varios monumentos pintorescos que parecen simular escenarios de alguna obra teatral.

Yo en el Parque Rústico de Retamar. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Echamos a andar y el azar nos lleva hasta la Gruta de la Virgen de Lourdes, un apartado refugio rocoso con unas vistas impresionantes.

Vamos en coche a nuestro siguiente destino: el Castillo Monumento Colomares, un monumento construido para homenajear a Cristóbal Colón y sus trepidantes aventuras por América. Disfruto mucho de nuestra visita al castillo en miniatura y sus jardines, todo estéticamente impecable.

Jardín en Colomares. Olympus OM-1N, Portra 160

Paseo en Colomares. Olympus OM-1N, Portra 160

Comemos en el piso, nos tumbamos un rato y sobre las seis y media, cuando el sol no está tan alto, nos desplazamos en bus al barrio de Pedregalejo. Atravesamos las callejuelas que separan las casas pesqueras y llegamos a la playa, desde donde nos llega un distante olor a espeto de sardina.

Dentro de la playa, el recorrido curvo que siguen los espigones generan varias calas artificiales de aguas muy claras. Eli y yo caemos en que no hemos traído con nosotros ni toallas ni trajes de baño, pero esto no nos impide zambullirnos en el agua: la ropa interior es suficiente para cubrirnos, y apoyados en las rocas nos secamos al sol.

Eli en las rocas. Mamiya RB67, Portra 160

Dos hombres en Pedregalejo. Olympus OM-1N, Portra 160

Mujeres en el césped de la playa de Pedregalejo. Canon Prima Super 105x, Portra 160

El bus nos deja otra vez en el centro. Mientras esperamos a Carmen, Eli y yo nos tumbamos en un banco del inmenso Parque de Málaga. Cada vez que una cotorra se asoma entre las hojas de las palmeras o echa a volar, Eli grita emocionada como una chiquilla. Aprovechamos que es jueves para ir a cenar al TGB que queda en el puerto y nos ponemos las botas con las hamburguesas. La madre de Eli incluso se toma la licencia de beber una cerveza grande que después, volviendo al apartamento y ya con el cielo oscuro y las farolas y monumentos históricos iluminados, hace que sus movimientos sean más torpes y sus comentarios más sinceros.

Día 11

Caminamos hacia el coche sobre las once y media. Se ha quedado descansando bajo un árbol toda la noche, y está todo cubierto de resina. Nos ayudamos del parabrisas y de media botella de agua para que al menos podamos ver algo mientras conducimos.

Hora y media más tarde, llegamos a Ronda. Lo recordaba más pequeño, una especie de Frías, básicamente porque en mis memorias sólo habían perdurado imágenes de la zona del casco histórico. Echamos un vistazo al Puente Nuevo y buscamos un sitio para comer. Damos con Gastrobar Camelot, un bar de tapas donde probamos huevos rellenos, jamón, queso en aceite, arroz, solomillo al roquefort con patatas, dos mini burgers y pan frito con huevo y jamón, todo por el módico precio de dieciocho y pico euros. Los camareros, rápidos y cordiales. Una fuerte y repentina brisa nos despide lanzando al suelo varios vasos de cristal de la barra.

Con toda la tarde por delante, nos acercamos más pausadamente al mirador de Puente Nuevo, dejando atrás el infinito ejército de heladerías, tiendas de ropa, restaurantes captaturistas y tiendas falangistas de souvenirs. También damos vueltas por la plaza de toros, un parque y el Mirador de Ronda.

Por cada paso que damos, nuestro cuerpo pierde dos litros de agua. Para variar, no hay fuentes. Por suerte, hay un kebab que aún está abierto, así que compramos una botella de agua de un litro que, de no haber estado congelada, la habríamos despachado de un gran trago.

El volante, el asiento, el freno de mano... todo arde. Como bien podemos, nos dirigimos a la Cueva del Gato, en Benaoján, a quince minutos de Ronda. Aparcamos en un terreno de arenilla y, siguiendo las indicaciones y a la gente, llegamos a lo que parece un hotel o una casa rural. Frente al edificio pasa el río Guadiaro, donde hoy se bañan tres niños. Avanzamos por un paseo de tablas de madera y damos por fin con las pozas, donde ya debe de haber varias decenas de personas.

Nos descalzamos y nos ponemos los trajes de baño. Cuando meto el pie en el agua, me vienen flashbacks del río de Barruelo de Santullán, donde solamente fui capaz de introducir hasta la rodilla. Imitando al resto de la gente, Eli y yo nos ponemos los zapatos de nuevo, esperando que así el frío no duela tanto. Esto ayuda, ciertamente, pero no tengo fuerzas para meterme más allá de la cintura. Si al menos el sol apuntara directamente a las pozas, valoraría muy seriamente adentrarme en el agua por completo, pero no es el caso: el sol ya se esconde tras la montaña, y sus rayos llegan únicamente hasta la zona del pasto seco, donde hemos dejado las toallas y mochilas. Allí hace un calor horroroso e inaguantable, pero justo en las pozas no hay otra cosa que sombra, lo que no anima a darse un chapuzón gustosamente.

Mientras Eli y yo nos lamentamos por no ser lo suficientemente valientes para sumergir la cabeza en el agua helada, como mofándose de nosotros, un par de inconscientes se lanza desde la cascada.

Cueva del Gato. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Con un amargo sabor de boca, Eli y yo volvemos a Málaga ciudad. Mientras vamos en el coche, Eva Mena, una fotógrafa que sigo en Instagram, me responde a una historia diciéndome que ella vive al lado de Benaoján, en Prado del Rey. Me gustaría ir a visitarla y conocerla, pero eso supondría desviarse de nuestra trayectoria, y no nos sobra tiempo. En otra ocasión será.

Lucía Mérida, una conocida amiga de Ixone natural de Málaga, me sugiere también por Instagram que visitemos los Baños del Carmen. Llegaríamos justo para el atardecer, en el mejor de los casos, contando que encontráramos aparcamiento nada más llegar a la zona indicada. Muy optimistas: descartamos también esta excursión.

Vamos a lo fácil: nos reunimos con Carmen para tomar algo antes de cenar en el piso.

Eli, Dama y Carmen. Canon Prima Super 105x, Portra 160

Día 12

Dormimos hasta las once y pico, nos aseamos y desayunamos. Hoy es día de compras de souvenirs para amigos y familia, pero primero vamos a ver el Teatro Romano de Málaga.

Sin quererlo yo y no sé si queriéndolo Eli, nos topamos con la famosa Bodega Bar El Pimpi. Mientras Eli se queda fuera con Dama, yo voy a cotillear el local, con el permiso de un trabajador de la taberna. Nada más entrar, barriles firmados por gente famosa y fotografías colgadas en la pared. Tiene varios pisos, y da la sensación de que dentro de sí El Pimpi alberga varios bares que trabajan de manera independiente, sólo de lo enorme que es el lugar. En la parte central hay un típico patio andaluz, con sus plantas trepadoras y macetas pegadas a las blancas paredes. La música flamenca le acompaña a uno vaya por donde vaya.

Entre el Teatro romano y El Pimpi. Olympus OM-1N, Portra 160

Eli compra unos dulces para Tordera, por cuidar a Firulina, y una camisa de Mosaico una tienda vintage de segunda mano para Carmen, por hacer lo mismo con los gatos.

Comemos pasta, nos tumbamos en la cama y a las cuatro de la tarde cogemos el bus que nos lleva a la ESAD, donde hoy vuelve a actuar Veri. Antes de ver la misma función que el otro día, nos sentamos en una terraza y tomamos unos batidos de frutas para tratar de hacer frente al calor que nos ha tocado aguantar hoy.

Después del musical, cenamos en el Mahalo Poké del centro de Málaga y paseamos a Dama antes de volver al piso para hacer las maletas.

Día 13

Abandonamos pronto el piso, sobre las 8:15. Además de nosotros, por la calle sólo transita gente que vuelve de fiesta y desayuna en alguno de los pocos bares ahora abiertos y una no muy multitudinaria procesión. Los tenedores, los pasos y las maletas rodando quiebran el silencio de la mañana, pero no su tranquilidad. Carmen y Veri nos ayudan a meter en el maletero varias bolsas que nos faltaban por traer.

Llegamos a Santa Pola sobre las dos de la tarde. Recogemos a Firulina de casa de Tordera y vamos a la nuestra. Comemos y nos acostamos en la cama a ver el último capítulo de Drag Race España, ya sin emoción al haberme spoileado hace unos días.

Alicia se acerca a casa con Epi, su perro, a quien conozco por primera vez. Es grande y largo, camina con torpeza y babea en grandes cantidades, pero es muy cariñoso y lo demuestra a cada rato. Alicia y yo damos una sorpresa a Eli y le regalamos la saga de Percy Jackson, que lleva tiempo queriéndola leer.

Charlamos un rato, hasta las siete y cuarto, y a y cuarenta me despido de Eli. Subo al bus que once horas más tarde me dejará en Bilbao, donde concluye mi largo viaje.

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