Ambientada en los años 60-70, Los Soprano narra la vida de la familia de la mafia italoestadounidense de los Soprano/DiMeo, con sede en Nueva Jersey, prestando especial atención a Anthony Soprano y su círculo cercano.
El contexto es el de la Ley RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act), ley que nac con el objetivo de «combatir y condenar las actividades delictivas de mafiosos y de organizaciones delictivas del crimen organizado»; es el de un futuro incierto en el que la mafia y su estructura organizativa parecen venirse abajo, uno en el que se ponen en entredicho el rol de subordinación de la mujer en estas familias, los supuestos lazos fraternales inquebrantables entre jefes, capos y soldados que realmente no esconden más que relaciones de poder tremendamente desiguales, la figura del macho alfa y la necesaria ocultación de todo lo que se entiende como síntoma de debilidad (drogadicción, homosexualidad, depresión, incluso practicarle sexo oral a una mujer o llorar públicamente) que su existencia conlleva.
Estas y otras tantas cuestiones se tratan por medio de personajes igual de magistralmente cuidados que Tony Soprano, nuestro gran protagonista y antihéroe, en torno a quien se aglutinan todos ellos.
A continuación, varios que me han gustado especialmente.
Eugene Pontecorvo
Miembro de la familia Soprano e informante del FBI. Sobre la imposibilidad de huir de la vida criminal y empezar de cero, sobre la enorme desigualdad entre miembros que comentaba previamente.
Después de recibir una gran herencia y presionado por su mujer, pide permiso a Tony para retirarse y marcharse a Florida con su familia. Este último escurre el bulto, sabiendo ya de antemano que su respuesta va a ser negativa; en sus manos está el futuro de Eugene, y le da igual.
Finalmente, le comunica que, como ya venía temiéndose Pontecorvo, se tendrá que quedar en Nueva Jersey. Lo mismo le ordenan desde el FBI: su sitio está junto a Tony, es ahí donde les será útil para obtener información valiosa.
Como una marioneta, a merced de los vaivenes de uno y otro bando y sin ningún control sobre su futuro y el de su familia, sólo encuentra salida en el suicidio.
Adriana La Cerva
Pareja de Christopher Moltisanti, sobrino y protegido de Tony. Sobre el insoportable peso de llevar la culpa en silencio, en soledad, sobre el «Who knows why people do what they do?», llamada de socorro que pasa inadvertida.
A Adriana también la aborda el FBI, y no le queda más remedio que convertirse en informante. Entonces comienza su agonía, el dolor de no ser capaz de ser honesta con el hombre que más ama porque sabe lo que eso supone: poner fin a su existencia. Al igual que Eugene, sólo puede abrirse con sus propios captores, a quienes no les pueden importar menos sus sentimientos. Cuando se lo cuenta a Chris se llega a respirar algo de esperanza, puro engaño, su destino estaba escrito.
Jennifer Melfi
La terapeuta de Tony. Sobre su incapacidad de tratar de manera efectiva las diferentes conductas problemáticas de su paciente, al no reparar en que estas son fruto de unas dinámicas que responden a un modo de vida concreto, y no a una personalidad sociópata (ya es casualidad que todas estas personalidades sociópatas estén metidas en el mundo de la mafia), a la relación de Tony con una madre con treinta supuestos trastornos o a la cantidad de Prozac recetada. De hecho, tal y como apuntan en la serie, Tony se vale de las reuniones con Melfi para encasillarse en la etiqueta del depresivo crónico, en la de inocente sufridor, para reafirmarse en sus acciones y seguir operando del mismo modo, ahora con la validación de la ciencia™.
En fin, estos y otros tantos personajes traen a la pantalla profundos dramas, consecuencia no sólo de la vida mafiosa, sino de la sociedad en que esta intenta sobrevivir. Como decía al principio, cada uno se desarrolla en toda su complejidad, sin prisas, y esto es precisamente lo que hace que en ciertos momentos podamos llegar a sentir simpatía o pena incluso por auténticos desgraciados como Ralph Cifaretto, después de mirar horrorizados cómo mata a golpes a Tracee, la joven stripper a la que había dejado embarazada.
Muchos intentan cambiar, pero la realidad de su día a día los atrapa, los ata en corto y, como nos recuerda el último capítulo, en el mundo de Los Soprano no hay finales felices, solamente muertes seguras más o menos tempranas (resuena el «Just when I thought I was out they pull me back in» de Silvio).
Es una serie monumental, un enorme documental de más de setenta horas de altísima calidad. No es fácil dedicarle el tiempo y la continuidad que merece, pero he podido disfrutar igualmente de una variedad que abarca desde la intimidad de momentos en los que todo se para, todo queda al descubierto (Junior cantando Core 'ngrato en el funeral de Jackie Aprile Jr.) hasta el humor más basto, normalmente de la mano de Paulie.
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