Ir al contenido principal

Marx (1818-1883), por Werner Blumenberg


Werner Bulmenberg (21 de diciembre de 1900-1 de octubre de 1965), historiador alemán y miembro del Partido Socialdemócrata Alemán desde 1920, ofrece con su biografía la posibilidad de conocer a Marx de «puertas adentro», presentando fundamentalmente al hombre. En esta entrada también se incluirán algunos fragmentos de Marx: del ágora al mercado, de José Manuel Bermudo, catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Barcelona.

Karl Heinrich Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris (Reino de Prusia), por entonces pequeña ciudad de provincias de 12 000 habitantes. Era hijo del abogado Heinrich Marx, de cuyo matrimonio con Henriette Pressburg nacieron cuatro hijos y cinco hijas. El primogénito había muerto en 1815, al poco de nacer, y sus hermanos fallecerían, aún jóvenes, de tuberculosis después de abandonar Marx el hogar familiar en 1836. En la vida de Marx, pues, sólo encontraremos tres hermanas: Sophie, Louise y Emilie.

Los antepasados del padre y de la madre eran rabinos desde hacía muchas generaciones, y en Karl Marx alcanzó su punto culminante y su final una tradición erudita de siglos. El padre de Marx se bautizó en 1816 ó 1817, a la edad de treinta y cinco años, pero no abrazó la confesión mayoritaria en Tréveris, es decir, la católica, sino la evangélica. Su bautismo no fue para él, como para Heine, «la puerta de acceso a la cultura europea»; no se debió tampoco a las persecuciones de judíos que por aquella época tenían lugar en Renania y Alsacia, sino que fue motivado por la situación en que se vieron inmersos los judíos tras la caída de Napoleón. En 1815 fueron apartados en Prusia de todo cargo público; el 4 de mayo de 1816 un decreto del ministro del Interior incluyó en el concepto de cargo público el ejercicio de la abogacía y la dirección de boticas. El ministro desestimó la recomendación del presidente de la Comisión Delegada de Justicia para que se permitiera a Heinrich Marx desempeñar su profesión, habida cuenta de su excelente cualificación. En tales circunstancias, el bautismo era un paso obligado para Heinrich si quería seguir practicando una profesión a la que había accedido tras duros esfuerzos, privaciones y conflictos familiares. Sus hijos fueron bautizados el 26 de agosto de 1824, y su esposa el 20 de noviembre de 1825. Esta conversión al cristianismo de Heinrich Marx, obligado por las circunstancias, fortaleció sus inclinaciones liberales y de oposición al régimen establecido. 

Marx disfrutó de una infancia y juventud sin sobresaltos. Durante cinco años estudió en un colegio de los jesuitas, en aquella época llamado Instituto Friedrich Wilhelm, que gozaba de merecida fama. Se licenció con apenas diecisiete años, y se conserva la valoración de la Real Comisión Examinadora, que en su informe final dice: «Tiene dotes naturales y muestra elogiables cualidades para el trabajo en idiomas antiguos, en alemán y en historia, así como una notable capacidad para las matemáticas; también muestra una escasa aplicación al estudio del francés». Es de especial relevancia la redacción en alemán «Reflexiones de un joven a la hora de elegir la profesión». Marx, a sus diecisiete años, piensa que el destino del hombre no radica en alcanzar una brillante posición social que colme sus ambiciones, sino en luchar por conseguir la perfección y trabajar en pro de la humanidad. Si éste trabaja únicamente en beneficio propio, podrá convertirse en el futuro en un renombrado erudito, en un gran sabio o en un destacado poeta, pero nunca alcanzará la perfección humana, nunca llegará a ser un hombre verdaderamente grande. Es un joven desbordante de idealismo. Sus amistades debieron ser las habituales de colegio, en general de corta duración. Únicamente con uno de sus compañeros pervivió la amistad, Edgar von Westphalen, que se convertiría en su cuñado. Dos personas de su entorno tuvieron para él gran importancia: su padre y su futuro suegro, el consejero privado del gobierno, Ludwig von Westphalen. La relación con ellos, que lo animaban y lo trataban como a un amigo, fue decisiva para la maduración del adolescente.

Desde octubre de 1835 hasta marzo de 1841 Marx estudió en las Universidades de Bonn y Berlín, un año en la primera y el resto en la segunda. Para no contrariar el deseo de su padre, estudió leyes, aunque nunca se sintió atraído por ejercer la abogacía. Esos estudios profesionales pasarían pronto a segundo plano, subordinados a la filosofía y a la historia, ámbitos en los que, con toda seguridad, Marx se abría camino de manera completamente independiente. Así lo testifican una serie de cuadernos de 1840-41, que contienen resúmenes de obras de Aristóteles, Spinoza, Leibniz, Hume y unas notas sobre Historia de la filosofía de Kant.

Como datos anecdóticos y externos podemos señalar que Marx participaba muy activamente en la vida estudiantil; fue condenado a una pena de cárcel por embriaguez y alboroto; se le acusó de portar armas no permitidas y en una ocasión se batió en duelo. Mucho mejor conocemos sus ensayos poéticos, que le cautivaron en Bonn —donde pertenecía a un círculo poético del que también era miembro Emmanuel Geibel— y durante el primer año de Berlín. Más tarde se burlaría de sus propios versos considerándolos arrebatos de juventud. Técnicamente son poco afortunados, excesivamente sentimentales y emotivos; temáticamente giran en torno a los problemas individuales propios de la juventud: melancolía, nostalgia, amor, desengaño.

En otoño de 1836, Marx se prometió en secreto con Jenny von Westphalen, que tenía cuatro años más que él. Este hecho desemboca en un abierto conflicto con su padre que sólo terminaría con su muerte, acaecida el 10 mayo de 1838. Temía el padre que Karl cayera en una posición equívoca frente a la familia de Jenny, que gozaba de gran consideración social, sobre todo porque la joven había tenido numerosos pretendientes. Al padre, que también respetaba mucho a dicha familia, lo atormentaba una relación poco clara. Cree que si alguien a esa edad —diecinueve años— une su destino al de una mujer, debe afrontar y comprender «la vida en su más hondo sentido». Las palabras del padre no revelan enojo por los «pasos» de su hijo, y sí una creciente indignación porque Karl adquiere compromisos, pero no se esfuerza por llevarlos a cabo.

La relación con su padre era para Marx de la mayor importancia, como lo demuestra el hecho de que de toda la correspondencia familiar solamente guardaba sus diecisiete cartas, además de cuatro de su madre y de su hermana Sophie. Llevó consigo, además, durante toda su vida una fotografía de su padre, que a su muerte Engels colocó en su ataúd. Heinrich conocía profundamente a su hijo, y no contrariaba ninguno de sus deseos. Por ejemplo, no lo fuerza a practicar una profesión determinada, hecho notable en una época de orden patriarcal, en la que los estudios impuestos desde el principio obligaban a practicar una profesión concreta. Cuando después de un año en la Universidad el hijo sueña con dedicarse a la enseñanza, el padre analiza seriamente la cuestión, pero deja a Marx libertad absoluta, al igual que con los proyectos literarios de éste. En su futura correspondencia con Engels, Marx se quejará a menudo de sus circunstancias íntimas, pero jamás volverá a abrirse a persona alguna tan francamente y sin reservas, con tanta ingenuidad y confianza, sin disimulo y afectación, ni de forma tan absolutamente sincera y libre como lo hacía con su padre.

En lo que respecta a la madre, ésta sentía por su hijo Karl un cariño desmedido, aunque en realidad se ocupaba preferentemente de sus hijos enfermos. Para ambos progenitores, Karl era el «preferido»; alababan su inteligencia preclara, su gran sensibilidad, su rectitud, su sinceridad y su entereza de ánimo. Karl llamaba a su madre «madrecita» y «madre angelical», pero no tuvo una gran vinculación íntima con ella. Apenas murió su padre, los vínculos familiares se rompieron para Marx y la relación con su madre se transformó. En el futuro, la madre aparecerá siempre relacionada con cuestiones de dinero. Esa imagen de una madre insensible y avara que no ayudó a su hijo en las épocas de penuria es una leyenda alimentada por el propio Marx, porque la realidad es que su madre le entregó repetidas sumas de dinero.

Durante su primera temporada en Berlín, Marx se dedicó a la creación literaria y a sus estudios jurídicos. Probablemente, el interés por la filosofía, que pronto lo absorbería por completo, se le despertó en el entorno del Club de Doctores, dos de cuyos miembros, Bruno Bauer y Karl Friedrich Köppen, influyeron sobremanera durante algunos años de su evolución espiritual. El Club de Doctores, junto con Arnold Ruge y los Hallischen Jahrbücher, no tardó en convertirse en la vanguardia filosófica y política del movimiento de los «jóvenes hegelianos».

Los amigos de Marx del Club de Doctores eran unos diez años mayores que él y lo aventajaban en conocimientos, pero él los superaba, a su vez, por su astucia de pensamiento, por la riqueza de sus ideas y por su vehemente activismo. En la primavera de 1841, al abandonar Berlín, su amigo Köppen le confesó: «Ahora vuelvo a tener pensamientos propios, pensamientos pensados por mí mismo, valga la redundancia. [...] Ya soy capaz de trabajar solo de nuevo y me alegra estar rodeado de estúpidos y no serlo yo mismo. [...] ¿Te das cuenta? Eres un manantial, un taller, un almacén de ideas».

En los años posteriores, Marx se dedicó exclusivamente a estudiar filosofía con gran intensidad, según lo prueban su tesis doctoral (Diferencia entre la Filosofía natural de Demócrito y Epicuro) y, sobre todo, los laboriosos trabajos preparatorios, en los que ya están delimitadas sus líneas generales que llevan implícitas las diferencias con los jóvenes hegelianos. El 6 de abril de 1841 presentó su tesis doctoral en la Facultad de Filosofía de Jena, y el 15 le fue otorgado el título de doctor. A éste le acompañaba el reconocimiento intelectual de cuantos lo habían conocido; las palabras elogiosas y sinceras de Moses Hess —un jovenhegeliano con quien mantendría el contacto— en una carta a Berthold Auerbach fechada de 2 de septiembre de 1841, fueron premonitorias: «Disponte a conocer al mayor, y quizá al único filósofo vivo verdadero... Dr. Marx, tal es el nombre de mi ídolo, hombre todavía muy joven (rondará los veinticuatro años) que le asestará el golpe de gracia a la religión y política medievales. Reúne en su persona la más profunda seriedad filosófica y la más incisiva ironía; imagínate a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel juntos en una persona —y digo juntos, no revueltos— y tendrás al Dr. Marx».

La tribuna de Marx, en lugar de la cátedra, fue un periódico: el Rheinische Zeitung (La Gaceta Renana), fundado por un grupo de ciudadanos acomodados y cuyo primer número había aparecido en Colonia el 1 de enero de 1842. Marx comienza su colaboración con varias series de artículos filosófico-políticos sobre los debates en el Landtag (Dieta o Parlamento) renano, sobre las leyes que aprobaba nada menos que la región más avanzada y desarrollada, más liberal y abierta, de toda Prusia. La primera serie se centró en el «debate sobre la libertad de prensa y publicación de las actas de la Asamblea de los Estados». En otoño comienza otra serie de artículos con el título «Los debates en torno a la ley sobre el robo de leña», que el Landtag elaboró para regular prácticas consuetudinarias tan arraigadas y vitales para la población pobre como la recogida de leña seca de los bosques, la caza y la pesca, la «segunda recogida», etc. Y al año siguiente aborda la problemática de los viñeros de Mosela. Estas dos series, de las que Marx estaría siempre orgulloso, lo llevaron a tomar contacto con las miserables condiciones de vida de las clases populares, y a iniciar un posicionamiento a su favor. Sus artículos llamaron inmediatamente la atención, y el 15 de octubre fue nombrado redactor jefe del periódico.

Cuando el Augsburger Allgemeine Zeitung acusó al periódico de Colonia de simpatizar con el comunismo, el Rheinische Zeitung respondió con la siguiente declaración de principios: «Este periódico considera que las ideas comunistas, en su actual formulación, no tienen una base teórica sólida; en consecuencia, no cree ni desea su realización práctica y las someterá a una profunda crítica. No obstante, obras como las de Leroux, Considérant y sobre todo la valiosa aportación de Proudhon no es lícito criticarlas a la luz de ocurrencias superficiales y momentáneas, sino tras un largo, minucioso y profundo estudio. [...] Tenemos la firme convicción de que el auténtico riesgo reside en cimentar teóricamente la ideología comunista, no en ponerla en práctica, [...]». La honradez intelectual de Marx le pide un estudio mucho más profundo del comunismo antes de hablar de él; sólo se adherirá a dicho sistema si responde a razones objetivas de su propio intelecto. Semejante exigencia implica la necesidad de examinar con ojos críticos la filosofía hegeliana del Estado, tarea que Marx acometía por entonces.

El 18 de marzo de 1843 Marx dimitió de su puesto «a causa de las actuales circunstancias de censura», y el 1 de abril un consejo presidido por el rey decidió cerrar el periódico. Ruge ofreció a Marx trabajar en el Deutsch-Französischen Jahrbücher (Anales franco-alemanes), revista que se editaría en París y que recogería la antorcha de la también prohibida Deutschen Jahrbücher.

El 12 de junio se firmaron en Kreuznach las capitulaciones matrimoniales. Marx permaneció en dicha ciudad hasta finales de octubre estudiando historia y filosofía francesa con vistas a su destino en París y trabajando además en la «revisión crítica» de la filosofía del derecho de Hegel y en sus artículos para los Anales.

En noviembre llegó a París, donde se dedicó con ahínco a estudiar las obras de los socialistas franceses y la historia de la Revolución. Allí conoció y se hizo amigo del poeta Heinrich Heine, influyéndolo durante algún tiempo. Por intermedio de Moses Hess trató a conocidos socialistas, pero parece ser que sólo tuvo una relación estrecha con Proudhon. Su vida se desarrollaba entre las cuatro paredes de su estudio y apenas mantenía contacto con sus compatriotas (por entonces vivían en Francia unos 85 000 alemanes); prefería visitar de vez en cuando las asambleas de trabajadores franceses, de las que salió muy gratamente sorprendido.

Marx en su estudio, según una pintura de Schaumann. Museo Comunista, Praga

Durante una temporada, Marx y su esposa vivieron con los Ruge en una «comuna» que éstos habían organizado en la calle Vaneau. El experimento fracasó pronto. Ruge, que no pasó de ser un liberal un tanto burgués, rechazó la orientación que Marx demostraba en sus artículos de los Anales. Las desavenencias pronto adquirieron caracteres más agrios por la antipatía personal.

Son destacables los dos trabajos que Marx publica en los Anales: «Introducción crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel» y «Sobre la cuestión judía». El primero, que suponía además una crítica política, consumaría su ruptura definitiva con el hegelianismo, y en él Marx se pregunta si Alemania, que hasta entonces había observado a las demás naciones, es capaz de desarrollar la praxis, es decir, si puede poner en práctica una revolución que no sólo la sitúe a la altura de los pueblos más modernos, sino que además «gane para el hombre las conquistas que se vislumbran en el futuro inmediato de esos pueblos». «Y es el proletariado», que nace «en Alemania con la irrupción de la industria», «quien abolirá la sociedad basada en clases». «Al igual que la filosofía halla en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales. [...]».

En el segundo trabajo mencionado Marx probaría su metodología crítica. En realidad, se trató de una polémica entablada con Bruno Bauer, quien creía que los judíos se emanciparían si se desembarazaban de su religión. Marx, sin embargo, no lo consideraba un problema político-religioso, sino social. La relevante significación de estos artículos reside en que plantean un problema psicológico muy importante en su vida: ¿era Marx antisemita? La respuesta afirmativa se apoya en estos artículos, en otros pasajes de sus obras, en los artículos para el Neue Rheinische Zeitung y en sus opiniones sobre los judíos diseminadas por la correspondencia, sobre todo con Engels, que son chabacanas y groseras. Pero no sería justo tildar a Marx de antisemita. En lo que se refiere a los artículos, estamos de acuerdo con Gustav Mayer en que Marx pretendía demostrar con ellos —bien es verdad que con una absoluta falta de delicadeza— la superioridad de sus puntos de vista sobre los de los jóvenes hegelianos.

La proclamación de la alianza entre filosofía y proletariado expuesta en «Introducción crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel» exigía imperiosamente un profundo estudio de la economía política. El primero y más importante paso en esta dirección en unos textos de principios de 1844 no destinados a la imprenta y que hoy conocemos agrupados bajo el título Economía política y filosofía. Con esa obra Marx pretende revisar la economía política, y parte para ello de la Fenomenología del espíritu de Hegel, cuyas categorías —trabajo, objetivación, alienación, abolición— son investigadas de una nueva significación.

No obstante, el acontecimiento más relevante de la época de París fue para Marx la visita de Friedrich Engels, de la que surgió una amistad mutua que ya no se rompería. Engels había escrito para los Anales un artículo titulado «Esbozo para una crítica de la Economía Política», que demostró a Marx que él había llegado mucho más lejos en este campo mediante el estudio teórico y práctico de la economía inglesa. Hijo de un industrial de Barmen, Engels poseía los conocimientos de economía práctica que le faltaban a Marx. En su colaboración se complementaron mutuamente. Mientras Marx, en el terreno intelectual, necesitaba un estudio a fondo, una penetración sistemática y una larga meditación sobre la materia, Engels tenía una asombrosa capacidad intuitiva, comprendía rápidamente la secuencia lógica de un problema y expresaba sus opiniones sobre él en frases elegantes y certeras. Ambos sincronizaban sus pensamientos y abordaban después su ampliación. Su primera actuación conjunta fue la polémica con los hermanos Bauer en La Sagrada Familia.

En enero de 1845, y a petición del gobierno prusiano, Marx fue expulsado de Francia por haber publicado dos artículos de fuerte contenido antiprusiano en el periódico parisino Adelante, que fue prohibido. En Prusia, a raíz de los Anales, le esperaba a Marx un proceso por delito de alta traición, así que la familia se trasladó a Bruselas el 3 de febrero con su hija Jenny, nacida el año anterior. Marx tuvo que comprometerse a no publicar ningún artículo político, pero como la policía prusiana seguía persiguiéndolo, renunció en diciembre a su nacionalidad. En Bélgica nacieron su hija Laura y su hijo Edgar, el benjamín de la familia. En estos años padeció Marx en varias ocasiones graves dificultades económicas que ya no habrían de abandonarlo nunca.

A finales de año escribió, en colaboración con Engels, La ideología alemana, donde ambos muestran su desacuerdo con los planteamientos de Feuerbach, Bauer, Stirner y el llamado «socialismo real», y defienden los de la filosofía comunista. Lo esencial de esta obra es que contiene una detallada exposición de la nueva visión de la historia, que Engels denominaría más tarde «concepción materialista de la historia».

En el contexto de su propia evolución personal, a Marx todo le impulsaba a la práctica. En sus tesis sobre Feuerbach ya había insistido en ello: «[...] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo; ha llegado el momento de cambiarlo». Para lograr poner en práctica esa transformación del mundo había que cohesionar y unificar el movimiento político, y para ello Marx y Engels fundaron entre los exiliados el Comité Comunista de Correspondencia en Bruselas a principios de 1846. Luego consiguieron otros comités de correspondencia en diversas ciudades europeas, y mantuvieron estrechos contactos con la Liga de los Justos, una de las organizaciones más potentes. La tarea no fue fácil, y los conflictos ideológicos estaban a la orden del día. A pesar de todo, el pensamiento de Marx iba abriéndose paso a trancas y barrancas, y como pensaba que su lucha pasaba por potenciar estos círculos e introducir en ellos su punto de vista, no tardó en incorporarse a la Liga.

En una de las asambleas Marx liquidaría sin sombra ni compasión a Wilhelm Weitling, el «apóstol del comunismo». En esta ocasión, este elocuente sastre entusiasmado por un mundo más justo, enfrentado con la incisiva dialéctica de Marx, hizo un desgraciado papel. Dentro de esta efervescencia polémico-teórica Marx «liquidaba» también humanamente al adversario, incluso hasta el punto de imposibilitar cualquier tipo de relación personal con él: por ejemplo, con Proudhon en 1847 a propósito de Miseria de la filosofía (1847), obra en la que Marx le reprochaba algunas de las ideas expuestas por éste en Filosofía de la miseria (1846).

Proudhon recogía en su diario que Marx algunas veces lo interpretaba o lo comprendía mal a propósito y además lo acusaba de plagio. Esta última acusación fue una acusación mutua y permanente entre Marx y sus adversarios, aunque él mismo no se recataba en confesar sus deudas con otros autores. El 5 de marzo de 1852 reconocía a Weydemeyer: «Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Algunos historiadores burgueses habían descrito, mucho antes que yo, la trayectoria histórica de esta lucha de clases, y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Mi aportación consistió en demostrar: 1) Que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción. 2) Que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado. 3) Que esta dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases».

La dirección de la Liga de los Justos, que desde el verano de 1847 había cambiado su nombre por el de Liga de los Comunistas —modificando también su lema «Todos los hombres son hermanos» por «¡Proletarios de todos los países, uníos!»—, había admitido la doctrina de Marx, y en el Congreso de Londres Marx y Engels fueron encargados de redactar un manifiesto para la Liga. Engels escribió un borrador utilizando la forma literaria entonces más en boga, la del catecismo, y éste fue posteriormente publicado por Eduard Berstein bajo el título Principios del comunismo. A finales de noviembre Engels escribió a Marx: «Piensa detenidamente en nuestra declaración de intenciones. Me parece más oportuno cambiar su forma literaria y titularlo simplemente Manifiesto Comunista. [...]». No hay en el Manifiesto elementos nuevos: sus autores simplemente compendiaron en él sus teorías de manera comprensible para todo el mundo con un lenguaje sólido, preciso y libre de giros hegelianos. El Manifiesto es una proclama vigorosa, enardecedora, no un compendio de conocimientos sociológicos.

El 24 de febrero de 1848 el estallido de la revolución de París aumentó extraordinariamente el entusiasmo de Marx. En ese estado, la detención nocturna de él y de su esposa por la policía belga y su posterior expulsión del territorio carecían de importancia. El gobierno francés anuló la orden de expulsión del gobierno Guizot e invitó a Marx a trasladarse a París. Marx creó allí un nuevo comité central de la Liga de los Comunistas, en el que se redactó un programa para Alemania en torno a diecisiete «Reivindicaciones del Partido Comunista». En ellas se recogen: la declaración de Alemania como república una e indivisible; el armamento general del pueblo; el derecho de sufragio activo y pasivo para todos los hombres mayores de veintiún años; la abolición sin indemnización de las cargas feudales; la nacionalización de fincas, minas, medios de transporte e hipotecas sobre las tierras de los campesinos; banca estatal y no privada; diferencias salariales entre los funcionarios públicos únicamente atendiendo a su estado civil; restricción del derecho de herencia; talleres nacionales, instrucción pública general y gratuita. Si nos situamos en aquel momento histórico, observaremos que el programa era muy avanzado. ¿Respondía la realidad de Alemania a las fascinantes ideas expuestas en el Manifiesto y en las diecisiete «Reivindicaciones»?

Stephan Born, cajista y colaborador del Deutsche Brüsseler Zeitung, era una de las personas de confianza de Marx y Engels en Bruselas. Cuando los trabajadores berlineses se sublevaron el 18 de marzo, se trasladó inmediatamente a Berlín. Allí se convirtió en presidente de una especie de comité central sindicado precursor de la Hermandad Obrera, la gran organización proletaria de aquella época. En el programa emanado de ese comité se decía: «... En un país con trabajadores pobres, oprimidos y explotados, pero sin conciencia de clase, la revolución no puede llegar de la mano de aquéllos...». Este testimonio, mucho más gráfico que las frías estadísticas que lo confirman, indica que en Alemania no existía una burguesía ni un proletariado en el verdadero sentido estricto de la palabra —en consecuencia, tampoco una agudización de las contradicciones entre ambas clases—.

A principios de abril Marx y Engels llegaron a Colonia. Con grandes esfuerzos lograron vender las acciones necesarias para editar el Neue Rheinische Zeitung (La Nueva Gaceta Renana), que aparecería el 31 de mayo con el subtítulo «Órgano de la Democracia». Poco después de su llegada, Marx disolvió la Liga de los Comunistas, y el periódico asumió la dirección del «partido».

El poder político usó todos sus recursos contra el diario, hasta conseguir su objetivo. La anunciada ocasión llegó con la publicación, a partir del 5 de abril de 1849, en varias entregas, del opúsculo de Marx Trabajo asalariado y capital, constituido por varias conferencias impartidas por Marx en la Asociación Obrera Alemana de Bruselas a finales de 1847. Se trataba de un trabajo de divulgación, donde ilustraba sobre los mecanismos de la explotación capitalista, daba a conocer a los obreros su realidad, cómo producían y cómo vivían de su trabajo, como vendían su cuerpo y cómo lo usaba el sistema capitalista, cómo producían riqueza y cómo se apropiaban del plustrabajo. Lo importante de este opúsculo no es la novedad de su contenido, ni siquiera su radicalismo, sino el hecho de que se convirtiera en texto de lectura y debate en todas las asociaciones obreras durante décadas. Ese era su objetivo y se cumplió con generosidad.

Así pues, una vez la contrarrevolución se hubo robustecido y asentado, la burguesía se propuso cerrar el Neue Rheinische Zeitung, periódico insoportable a sus ojos. El medio más sencillo de conseguirlo era expulsar a Marx del país aduciendo su condición de apátrida, hecho que se consumó el 16 de mayo. Con sus 301 números, el Neue Rheinische Zeitung no fue sólo el mejor periódico de aquel año de efervescencia revolucionaria, sino el mejor periódico socialista alemán. 

Así se cierra otra etapa, breve pero intensa, políticamente fecunda, pero al final con derrota. El nuevo destino es Londres. Allí llegó a finales de agosto con la firme intención de deditar el Neue Rheinische Zeitung como revista mensual hasta que le fuera posible regresar a Alemania y reanudar allí la publicación diaria del periódico. De los textos publicados allí por Marx destaca «Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», donde analizaba la historia de la revolución como una compleja concatenación del devenir histórico ligada al desarrollo económico, caracterizado en el fondo por la creación de las clases sociales y en la superficie por los acontecimientos más regulares de la política partidista.

Tras la derrota de la revolución en los diversos países europeos, incluido Inglaterra, Londres se convirtió en uno de los centros privilegiados del exilio. La Asociación Obrera Educativa Comunista, con mayoría de miembros alemanes refugiados, con estatus legal, y la sección londinense de la Liga de los Comunistas, abrió sus puertas a los revolucionarios procedentes de otros países del continente que, en situación de refugiados sin recursos, sin conocer el idioma y mal vistos por el poder político, necesitaban más que nunca de la solidaridad. Constituyó una comisión al efecto, y Marx asumió la presidencia.

La magna circular del comité central de marzo de 1850 proclamaba la inminencia de una nueva revolución, además de describir detalladamente los deberes del proletariado ante la misma: frente a los demócratas pequeñoburgueses que cifraban las metas revolucionarias en el cumplimiento de sus limitadas exigencias, los trabajadores debían declarar la «revolución permanente», no considerarse partidarios de la democracia sino constituirse en «una organización independiente y pública del partido de los trabajadores». Para poder hacer frente a cualquier traición, los trabajadores precisaban armas.

Esta táctica abstracta, prevista para una política de salto en el vacío, reveló pronto su idealismo. Las mismas ilusiones que los dirigentes albergaban eran compartidas también por Willich, Schapper y sus partidarios, que habían acudido a Baden y otros lugares como simples soldados de la revolución para contener al enemigo. La diferencia entre los distintos grupos de exiliados consistía en que Marx y sus partidarios habían comprendido mucho antes que la revolución era ya historia, mientras los simples soldados soñaron durante largo tiempo durante su continuación. Estas pugnas entre las diferentes facciones hay que analizarlas a la luz de los argumentos que Marx adujo el 15 de septiembre, durante la reunión del Comité Central en la que se produjo la escisión. Su argumentación corre paralela a la concepción de Marx arriba perfilada e indudablemente debió sorprender extraordinariamente a la otra facción.

Marx «salvó» la Liga trasladando su comité central a Colonia, aunque en Londres las dos facciones —la suya y la de Willich-Schapper— continuaron enfrentadas. Día a día Marx y Engels se encontraban más aislados, ya que los círculos políticos ingleses simpatizaban más con la otra facción. El 11 de febrero de 1951 Marx escribía a Engels: «... Por lo demás, me agrada el notorio y auténtico aislamiento en que los dos nos hallamos en estos momentos, y que obedece a una coherencia con nuestros propios principios».

Si la retirada de la política fue un duro golpe para Marx, el año 1852 le reservaba mayores decepciones si cabe. En las primeras semanas, en medio de grandes privaciones y a toda prisa, había escrito para la revista que Weydemeyer proyectaba en América y que se llamaría Die Revolution el golpe de Estado de Napoleón III: «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte». Una de las tesis centrales de la obra es que es imposible eliminar la explotación obrera en el marco de la república burguesa, y además Marx quería mostrar «cómo la lucha de clases en Francia generó las condiciones que posibilitaron a un personaje mediocre y grotesco asumir el papel de héroe». Las esperanzas que su autor había puesto en su publicación no se cumplieron.

Otro motivo de decepción fue el proceso de los comunistas de Colonia que tuvo lugar en octubre-noviembre y que supondría la disolución definitiva de la Liga. En él siete acusados fueron condenados a una larga pena de prisión militar. El proceso se incoó al ser detenido en Leipzig durante el mes de mayo de 1851 un enviado de la Liga. En realidad, fue el resultado de la policía prusiana contra la Liga de los Comunistas. Con motivo de poder demostrar públicamente el peligro comunista, la policía política utilizaba todos los medios a su alcance: provocadores a sueldo, infiltraciones en Londres, robo y falsificación de documentos. Trabajando de una manera agotadora, Marx se procuró todos los documentos que podían probar la inocencia de los acusados. En sus Revelaciones sobre el proceso comunista de Colonia criticó con extrema dureza el comportamiento de la policía y la actitud de la justicia, pero el folleto no despertó ningún eco en Alemania.

Todo esto coincidió también con uno de los momentos en los que la miseria de la familia Marx revistió caracteres extremos, incapacitando a Marx para el trabajo continuado. La familia, compuesta entonces por seis miembros, vivía en dos habitaciones de la Dean Street. En algunas ocasiones Marx no podía salir de su casa porque sus ropas dormían en la casa de empeños, y a menudo carecía de dinero para comprar papel de escribir. En este período nació su hija Franziska, que murió pronto.

De todas maneras, el intercambio epistolar de Marx con Engels muestra cuán profundamente atormentó a Marx durante décadas enteras la miseria de la vida, que le ofreció un rostro de tres caras: enfermedades, penurias económicas y dificultades familiares. Padeció desde 1849 enfermedades de hígado y de vesícula que ya lo abandonarían. Los ataques a menudo iban acompañados de dolores de cabeza, inflamación de los ojos y fuertes neuralgias. A todo este cuadro hay que añadir dolores reumáticos, y en 1877 se presentó una sobreexcitación nerviosa. Consecuencia de todos estos padecimientos era su insomnio crónico, que Marx combatía con narcóticos. La enfermedad hereditaria en la familia se vio agravada por una sobrecarga de trabajo, la excesiva vigilia (Marx se había acostumbrado a estudiar de día y a escribir de noche) y la falta de un régimen adecuado. Si renunciaba al alcohol, no era por mucho tiempo. Era también un fumador empedernido, generalmente de cigarros de mala calidad por su falta de recursos económicos. Desde 1863 padeció forunculosis. Los abscesos le supuraban y le impedían andar, sentarse y hasta tenerse en pie. A todas estas enfermedades se sumaron a partir de 1855 frecuentes catarros que en los últimos años de su vida degeneraron en tuberculosis pulmonar. Su muerte se debió a «caquexia derivada de tuberculosis». También de tuberculosis falleció su hijo Edgar en 1855, y posiblemente también fue ésta la causa del fallecimiento de Jenny Longuet en enero de 1883. También Jenny Marx se contagió.

Los médicos afirman que en los enfermos de hígado se da una hiperactividad espiritual, además de llamar la atención su irritabilidad en el carácter. La enfermedad hizo aflorar determinados rasgos de carácter de Marx: discusiones agrias, sátira mordaz que retrocedía frente a las ofensas, expresión a veces cruel y grosera. Sus juicios sobre sus adversarios y sobre sus amigos acusaban su dureza hiriente. Pocos se libraron de juicios semejantes; incluso Engels los sufrió. 

Indudablemente, las enfermedades se agravaron por la presión psíquica y las penurias económicas. Marx dio más a la sociedad que lo que recibió de ella. Pese a que trabajó afanosamente, nunca ganó lo suficiente para mantener dignamente a su familia. Si vivió durante tres décadas en Londres fue gracias a la ayuda de Engels, que le cedía todo el dinero que ahorraba. Sin embargo, la miseria financiera de Marx no se solventaba en absoluto con dinero. En ciertas épocas recibía inopinadamente sumas muy considerables, pero cada uno de estos golpes de fortuna sirvieron para arreglar un poco la maltrecha economía doméstica, siempre falta de medios, para caer al poco tiempo en una penuria mucho más rigurosa.

En el pasado Marx hacía caso omiso de esta especie de miseria vitalicia, al menos en apariencia, pero esta presión incesante logró agotar su «indiferencia». Cuando a principios de 1863 murió Mary Burns, esposa de Engels, despachó la noticia en dos líneas, para pasar inmediatamente a describir a su amigo su propio padecimiento con toda minuciosidad.

En el afán de no debatir a fondo el verdadero alcance de la miseria para Marx, se le ha descrito a menudo como un bohemio, pero precisamente debido a que en absoluto eran ni él ni su esposa tales bohemios, la miseria revistió un carácter muy especial. Carecían de la alegría derrochadora del bohemio y de su capacidad para vivir sin dinero. Por su concepto y su tren de vida eran burgueses, y por tanto la miseria burguesa les afectaba con especial virulencia. No era sólo Jenny la que deseaba mantener las «apariencias»; el mismo Marx gustaba de aparentar ante sus visitantes, y en general ante cualquier extraño, que vivía la cómoda vida de un burgués.

Por si fuera poca toda esta penuria, un conflicto humano perturbó la relación conyugal, a comienzos de los años sesenta probablemente. En 1900 todos los dirigentes socialistas sabían que Marx era el padre de Frederick (Freddy) Demuth, el hijo de Helene Demuth —ama de llaves de la familia Marx. Sin embargo, no se hablaba del asunto, en parte porque el hecho les parecía escandaloso a la luz de la moral burguesa imperante en la época, y en parte porque no se ajustaba a los rasgos heroicos propios de un ídolo de las masas. Se borraron, pues, todas las huellas de ese hijo, y sólo la casualidad preservó de la destrucción una carta de Louise-Freyberger-Kautsky dirigida a August Bebel que aclara el asunto. Todo este asunto del hijo afectó mucho a Marx y a su mujer, porque eran burgueses y pensaban como tales. A la compañera de Engels nunca la consideraron su «esposa» porque no estaba casado con ella.

Durante diez años (1851-1862) Marx siguió la historia de su época como periodista, aunque esta actividad no le gustaba demasiado. El periódico más importante para el que trabajó durante este período fue el New York Tribune, del que fue corresponsal en Europa junto con otros periodistas. Este diario americano, liberal de izquierda y el de mayor tirada, combatía la esclavitud y pedía aranceles proteccionistas para la industria americana. Mostraba, además, una orientación socialista de matiz fourierista. Marx escudriñaba con especial atención los síntomas de crisis, además de observar con atención las guerras, a las que consideraba una especie de revolución «que agarra la periferia del cuerpo social y la impulsa hacia adentro: pone a una nación a prueba». Algunas colaboraciones son verdaderos modelos de crítica social, por ejemplo, «La duquesa de Sutherland». Invirtió mucho tiempo en el proyecto (escribió más de quinientos artículos), y sus horizontes se ampliaron.

Hacia 1860 los obreros volvieron a agitarse en Inglaterra y en el continente, debido al contacto de las delegaciones de trabajadores alemanes y franceses con los dirigentes obreros ingleses. Las reuniones despertaron el deseo de crear una unión internacional que desembocó en la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, también conocida como Primera Internacional, en una asamblea celebrada el 28 de septiembre de 1864 en el St. Martin's Hall de Londres. La Internacional era una asociación de organizaciones obreras independientes, y muy respetuosas con su independencia, de varios países, y en ella había muy diversas corrientes y tendencias. Su importancia reside en que fortaleció el sentimiento de un destino común entre los trabajadores de los distintos países, y en que propuso luchas concretas para la lucha política y económica; favoreció y propició la concienciación de los partidos socialistas en los años setenta y ochenta, que se convirtieron en la base de la Segunda Internacional, fundada en 1889.

Marx era uno de los 32 miembros del comité que tenía que redactar los estatutos, y pronto se convirtió en cabeza del grupo dirigente de la asociación. Desde el principio asumió funciones directoras: escribió el programa posteriormente conocido como Manifiesto inaugural, redactó folletos y resoluciones para los congresos, fue su secretario para Alemania y se encargó de las labores de prensa en la organización. Raramente faltaba a una de las reuniones semanales del Congreso General y discutía incesantemente para convencer a sus miembros. No buscaba el poder personal, sino el triunfo de sus ideas, que, en su opinión, tenían que imponerse de una manera u otra.

Las luchas internas hicieron peligrar la continuidad de la organización cuando Marx encontró en el anarquista ruso Mihail Bakunin —a quien conocía desde su época de París— un poderoso antagonista que sugestionaba a las masas con su fogoso temperamento revolucionario lo mismo que Marx con su brillante inteligencia. Cuando Bakunin se presentó en Londres el año 1864, Marx lo enjuició así en una carta a Engels: «Es una de las pocas personas que al cabo de dieciséis años no sólo no ha retrocedido, sino que ha evolucionado considerablemente». Bakunin, por invitación de Marx, ingresó en la Internacional y le anunció su ingreso con estas palabras: «... Mi patria es ahora la Internacional, y tú eres uno de sus más importantes fundadores. Date cuenta, querido amigo, de que me considero tu discípulo y estoy además orgulloso de serlo». Pero ambos eran conscientes de sus rivalidades mutuas. La batalla decisiva entre ambas concepciones ideológicas tuvo lugar en el Congreso de La Haya (septiembre de 1872). Marx «salvó» la Internacional trasladando la sede de su Consejo General a Nueva York, liquidando al mismo tiempo su existencia y excluyendo a Bakunin y algunos de sus seguidores.

Pero a las disensiones internas se sumaron las externas, mucho más violentas porque los gobiernos perseguían a la Internacional, sobre todo después de que Marx reivindicase para ella la insurrección de los obreros de París, la Comuna (18 de marzo-28 de mayo de 1871). En su obra La guerra civil en Francia, editada a instancias del Consejo General, Marx celebró con conmovedoras palabras la memoria de los diez mil ciudadanos que, tras defender heroicamente la ciudad sitiada, fueron asesinados por la soldadesca.

Durante los primeros años de la Internacional, Marx trabajó intensamente en favor de aquella obra científica de su vida, El Capital. Crítica de la economía política, que llevaba redactando desde hacía veinte años. Los trabajos preliminares se iniciaron en 1843-44 con su análisis sobre el salario, ganancias del capital y renta base del suelo en los manuscritos parisinos Economía política y filosofía (Nationalökonomie und Philosophie). En el Museo Británico Marx llenó decenas de cuadernos con abundante documentación que sobrepasa con creces la extensión del manuscrito, y éstos fueron la base de todas sus investigaciones sociológicas, históricas y económicas. Su obra cumbre, publicada en 1867, es sólo un fragmento de su teoría económico-política. Una parte esencial quedó sin elaborar tras su muerte, reducida a montones de páginas con las que Engels «tendría que hacer algo». Éste dedicó a revisarlos gran parte de su vida; en 1885 se publicó el segundo volumen y nueve años más tarde el tercero.

En los Frühschriften (Escritos tempranos) aparecía ya perfilada, hacia los años cuarenta, la concepción general de su obra. Cuando Marx inició sus estudios de economía política, buscaba clarificar sobre todo la situación del proletariado en la sociedad burguesa, y a este camino le condujo su constatación derivada de la crítica de Hegel de que el ser humano estaba desnaturalizado, se le había enajenado parte de su ser, y esa alienación alcanzaba su punto culminante en la industria que se basa en la división del trabajo y en la economía de mercado; el hombre, pues, sólo podría recuperar su verdadera esencia con la revolución social, que traería consigo la emancipación de todos los hombres. El Capital aporta un extenso material básico que apoya los elementos concretos de esa concepción general, pero debe valorarse su importancia precisamente dentro del marco de esa concepción general.

Al situarlo en el marco de esa concepción general temprana hay que soslayar un error semejante al de conceptuar a Marx como un «economista puro», es decir, creer que el Marx joven, dedicado a la filosofía, es el auténtico, y el de la madurez una degeneración del primitivo. Prescindiendo por completo de la consideración abstracta de que siempre fue consciente de lo que albergaba su pensamiento, es evidente que Marx, cuando la crítica de su pasado filosófico lo empujaba hacia el campo de la sociología antropológica del hombre real, incorporaba los datos económico-sociales a su pensamiento y los mezclaba con otros elementos ya dados, anteriores. De este caldo de cultivo emana su sociología. Todas las categorías de su pensamiento son de tipo filosófico y económico, a las que se añadiría posteriormente la política como factor dominante, tan pronto comprendió que no se trataba de interpretar el mundo, sino de cambiarlo.

Se ha llegado a decir que Marx después de 1872 fue un «hombre muerto». Esta opinión es falsa, sin lugar a dudas, pero entonces comenzó verdaderamente su vejez. Marx tenía cincuenta y cinco años, y paulatinamente su vida iba adquiriendo el tono apacible del erudito.

Cuando Engels se trasladó a Londres en 1870, los lazos de amistad entre ambos se hicieron más estrechos. La pobreza había desaparecido de la vida de Marx, merced a la generosa ayuda de Engels, y con ella se desvaneció su angustia. Marx y su esposa volvieron a recaer periódicamente en las enfermedades ya apuntadas, pero ahora al menos podían permitirse curarlas con mucha más facilidad. Sus hijas Jenny y Laura se habían casado con los socialistas franceses Charles Longuet y Paul Lafargue respectivamente, con los que Marx mantenía una relación cordial. Vinieron los nietos, y comenzaron a crecer. Helene Demuth seguía atendiendo la casa. Marx se había quejado en el pasado amargamente de la «conjuración de silencio» a que eran sometidas sus investigaciones; ahora su nombre se citaba con frecuencia en los círculos científicos.

Marx seguía trabajando de forma incansable, pero su labor consistía esencialmente en acumular conocimientos, no en utilizarlos. Realizó, probablemente para refrescar su memoria, una extensa cronología de la historia universal a partir de la obra de Schlosser. Extractaba con minuciosidad obras sobre agronomía, química, geología, prehistoria, temas bancarios y monetarios, y profundizaba en las matemáticas sobre todo con miras a demostrar la relación de la plusvalía con la ganancia-tipo. Le resultaban especialmente atrayentes todos los asuntos relacionados con Rusia, por lo que emprendió el estudio del ruso. También colaboró en el Anti-Dühring de Engels.

Del 22 al 25 de mayo de 1875 se celebró el Congreso de Gotha, donde se fundó el SPD, por la unión del Partido Socialdemócrata, liderado por A. Bebel y W. Liebknecht, y la Asociación General de Obreros Alemanes, que seguían el ideario de Lassalle. Marx veía con buenos ojos la unión, pero no estaba dispuesto a hacer concesiones ideológicas a la tendencia lassalliana, de ahí que sometiera a dura crítica el proyecto de programa —que al fin acabaría aprobándose— en «Crítica al Programa de Gotha». Liebknecht se opuso a la difusión del documento, por lo que no sería publicado hasta 1891. 

La muerte de su esposa Jenny (2 de diciembre de 1881) fue un duro golpe para Marx, del que ya no se repondría. Durante 1882 visitó Francia, Argel y Suiza; en su casa sólo residió unas pocas semanas. Sus fuerzas físicas y psíquicas comenzaron a quebrarse. El 11 de enero de 1883 falleció repentinamente su hija Jenny Longuet. El 14 de marzo murió Marx.

Para algunas generaciones de trabajadores Marx simbolizó la esperanza de vida digna para el ser humano, una vida sin pobreza ni miedo. El sistema de Marx consolidó su conciencia de clase, les inspiró su aspiración a conquistar los derechos políticos y económicos y elevó sus pensamientos para conseguir las metas más elevadas de la humanidad. En general se sabía poco de las enseñanzas de Marx, pero ese poco bastaba para atraer a los trabajadores con una fuerza mágica y vencer a sus enemigos. Sólo la historia de la religión puede parangonarse con el efecto que causaron estas teorías. En una carta del 15 de marzo, dice Engels a F. A. Sorge: «La humanidad ha perdido una cabeza, y se trata de la cabeza más grande de nuestra época». Seguro que es un juicio de amigo, pero bastaría matizarla con «una de las cabezas más lúcidas de la época» para que fuera una verdad empírica poco contestable.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Viaje a Chicago

Tres años hacía que no viajaba de esta manera, desde aquella vez que visité Islandia como premio de fin de carrera. Y ya hace ocho que no cruzaba el charco en uno de esos aviones que transportan casi medio millar de pasajeros. Íbamos a ver a Unai, que ya llevaba dos años viviendo en Chicago, y de paso a recorrer varias ciudades y puntos de interés del noreste de Estados Unidos y el sureste de Canadá. La ruta que seguimos, a grandes rasgos, es la de la siguiente imagen. Chicago Fue, obviamente, nuestro primer destino, nuestro punto de partida. Jon y yo nos alojamos en casa de Mateo, y Cristina y Jon Marcos en la de Unai. El barrio se encontraba a algo más de media hora del centro, tanto en bicicleta como en coche o metro. Como es costumbre en el extrarradio de las ciudades del país, las viviendas allí eran chalés o adosados de dos o tres pisos de alto; construcciones de madera, la mayoría, las típicas casas norteamericanas de paredes finas que se pueden venir abajo con los vientos de un

Succession (2018)

Succession , a muy alto nivel, habla de la familia burguesa de los Roy; de Logan Roy, patriarca y dueño del conglomerado mundial Waystar RoyCo, y de todo lo que orbita a su alrededor. Hilando más fino, esta serie, más allá de entenderse como un mero Game of Thrones , trata de las relaciones sociales capitalistas . Ayme , en un hilo donde pretendía exponer la esencia de Succession , escribía que Jesse Armstrong, su creador, quería «mostrar cómo la cultura corporativa lleva a entender las relaciones y emociones humanas en términos mercantiles y extractivistas y las pervierte por completo». Esto lo leí antes de empezar a ver la serie, y esto fue lo que traté de buscar en cada capítulo. La jerarquía de poder es bien clara: Logan Roy, familiares, el resto de altos cargos de la empresa y, muy lejos de todos ellos, como en otro universo paralelo, el ejército de empleados que pulula limpiando, preparando eventos, haciendo de chófer, tripulando lanchas y yates y pilotando helicópteros y  jets

Erasmus en Częstochowa (Polonia)

Ideas de Anarquía Relacional: la revolución desde los vínculos

La conquista del pan (Piotr Kropotkin, 1892)

Islandia

Desde que me empezó a gustar la fotografía de paisaje, hace eso de tres años, Islandia siempre fue uno de mis viajes soñados. Montañas, cascadas, glaciares, auroras boreales... qué más podía pedir un chaval obsesionado con la fotografía de larga exposición y con capturar con su objetivo gran angular la mejor escena de cada lugar que visitara. Así, como viaje de fin de carrera, tres amigos y yo nos lanzamos a la aventura un 22 de julio de 2019. En este post comentaré lo que organizamos antes del viaje y, en formato diario, lo que hicimos cada día, acompañándolo con observaciones y fotografías. Preparación Transporte : miramos caravanas y furgonetas, pero el precio se nos iba de las manos. Nos quedamos con un Hyundai i20, pagando 190 € cada uno. Dónde dormir : habiendo descartado los vehículos vivienda, nos quedaban dos opciones: hoteles o cámpines. Por abaratar costes, nos decantamos por la segunda. Cogimos 2 tiendas de campaña y 4 sacos de dormir, pagando por todo ello 96 €

Vacaciones en Barcelona y Málaga

Habiendo aguantado exitosamente sin pedir un sólo día de vacaciones de los once no laborables que me corresponden de enero a julio, momento en el que me renuevan contrato en la empresa, del 8 al 19 de junio al fin me cogí ocho; los tres restantes pasarán al segundo semestre. Aquí una suerte de diario —retocado a posteriori —  que recoge mis vivencias en aquel período de pausa laboral, primero en Barcelona y después en Málaga. Día 1 Termino de trabajar a las 17:30, como todos los días de lunes a jueves. El vuelo lo tengo a las 19:50, así que me apresuro en ir al aeropuerto. A diferencia de mis esporádicos viajes realizados desde septiembre del año pasado, esta vez no me llevo el portátil para teletrabajar. En su lugar, meto en la mochila la Mamiya, de dos kilos y medio, y me echo el trípode al hombro. También cargo en esta ocasión con la maleta de cabina, ya que este viaje será algo más largo de lo normal. Por si tengo que hacer malabares para meter mi equipaje en el estante del avión,

El derecho a la pereza (Paul Lafargue, 1883)

Samurai Champloo (2004)

La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre (Naomi Klein, 2007)