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Happycracia (Edgar Cabanas y Eva Illouz, 2018)


Texto original aquí.

Introducción

  • La felicidad se considera un conjunto de estados psicológicos que depende únicamente de nuestra voluntad. Esta idea se la debemos a la psicología positiva, fundada en 1998 y generosamente financiada con fondos estadounidenses. Además, se considera que la felicidad es algo científico y objetivo.
  • Los psicólogos positivos afirmaban que la psicología, como disciplina científica, establecía la existencia de una serie de factores psicológicos clave (inteligencia emocional, autonomía, optimismo, resiliencia, automotivación...) que podían ayudar a la gente a llevar una vida más feliz, y que todo el mundo podía beneficiarse de esos descubrimientos siguiendo los consejos sencillos y de probados resultados que ofrecían estos expertos.
  • Pero, ¿qué implicaciones tiene esta idea?
    • Culpar al individuo de su fracaso. Independientemente de lo buena o mala que sea como ciencia la propia ciencia de la felicidad, cabe preguntarse qué agentes sociales encuentran útil su noción de felicidad, a qué intereses y presupuestos ideológicos sirve, y cuáles son las consecuencias económicas y políticas de su amplia implementación social. En este sentido, vale la pena observar que tanto el enfoque científico de la felicidad como la industria de la felicidad que se ha creado y expandido a su alrededor contribuyen de forma significativa a legitimar la suposición de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son fruto de nuestros propios actos, lo cual legitima también la idea de que no hay problemas estructurales, sino sólo deficiencias psicológicas individuales.
    • Insatisfacción y frustración. Demasiado a menudo la ciencia de la felicidad no sólo no da lo que promete, sino que además genera resultados paradójicos e incluso indeseables. Y es que esta construye sus propuestas de bienestar y realización personal sobre una extraña narrativa de crecimiento personal que tiende a generar esa misma insatisfacción y malestar para las cuales promete remedio. Al establecer la felicidad como un objetivo imperativo y universal pero cambiante, difuso y sin un fin claro, la felicidad se convierte en una meta insaciable e incierta que genera una nueva variedad de «buscadores de la felicidad» y de «hipocondríacos emocionales» constantemente preocupados por cómo ser más felices, continuamente pendientes de sí mismos, ansiosos por corregir sus deficiencias psicológicas, por gestionar sus sentimientos y por encontrar la mejor forma de florecer o crecer personalmente. Eso, a su vez, convierte la felicidad en una mercancía perfecta para un mercado que se nutre de normalizar esta obsesión con uno mismo y con el propio bienestar psicológico.
    • La felicidad como obligación. Al identificar la felicidad y la positividad con la productividad, la funcionalidad, la excelencia y hasta la normalidad —y la infelicidad con su contrarío—, la ciencia de la felicidad nos coloca en una encrucijada, obligándonos a elegir entre sufrir y estar bien. Lo cual supone, además, que uno siempre puede elegir, como si la positividad y la negatividad fueran dos polos diametralmente opuestos y se pudiera borrar el sufrimiento de nuestras vidas de una vez por todas. Las tragedias son, por supuesto, inevitables, pero la ciencia de la felicidad insiste en que el sufrimiento y la satisfacción son, al fin y al cabo, opciones personales. Así, los que no utilizan las adversidades y los reveses como incentivos y oportunidades para el crecimiento personal son sospechosos de querer y merecer, en el fondo, su propio malestar, independientemente de cuáles sean las circunstancias particulares. Por lo tanto, al final no hay mucho que elegir: no sólo estamos obligados a ser felices, sino a sentirnos culpables por no ser capaces de superar el sufrimiento y de sobreponernos a las dificultades.

Contenido general

1. Expertos en tu bienestar

Este primer capítulo trata de la relación entre la felicidad y la política. Empieza con una visión general de cómo aparecieron y se expandieron desde principios de siglo la psicología positiva y su aliada, la economía de la felicidad. Posteriormente, se muestra cómo la búsqueda de la felicidad se ha abierto camino hasta la política. Presentar la felicidad como una variable objetiva y medible la convierte en un criterio esencial y legítimo a la hora de tomar decisiones en este ámbito.

  • Si la explotación de los datos masivos es tan trascendental, no es por lo que el Big Data pueda descubrir de la felicidad, sino por el modo en que el Big Data puede influir sobre el modo en que tenemos de entender la felicidad y sin que nosotros seamos conscientes de ello. Registrando lo que hacemos y lo que nos gusta, cuándo lo hacemos, con qué frecuencia y al hilo de qué secuencia de acontecimientos, los analistas, las instituciones y las grandes empresas obtienen una información inestimable que les permite influir no sólo en los aspectos más corrientes de nuestro día a día, sino también en qué debemos entender como importante o no para nuestro bienestar.
  • La cuantificación de la felicidad es esencial para presentarla como un fenómeno social compartible y comunicable, además de como un criterio aparentemente neutral y objetivo en el que basarse para guiar un amplio espectro de decisiones personales e intervenciones políticas y económicas, lo que legitima a los expertos en felicidad y a las instituciones públicas y privadas a introducir la felicidad como un criterio de primer orden para determinar la relación coste-beneficio de cualquier decisión política o económica, sea a escala local o global. Sin embargo, esta propuesta no ha estado exenta de críticas:
    • Para empezar, se ha puesto en duda el hecho de que existan métodos válidos y consensuados para medir la felicidad. De hecho, no parece haber garantías de que la medición de la felicidad permita siquiera comparar dos individuos entre sí. Por ejemplo, cuando un individuo responde a un cuestionario y obtiene una puntuación de 7 sobre 10 en una escala de la felicidad, ¿puede considerarse que este resultado es estrictamente equivalente a la misma nota obtenida por otro? ¿Cómo se puede afirmar categóricamente que así es? ¿En qué medida es posible asegurar que una persona con un 5 es objetivamente más feliz que otra con un 3? ¿Qué significa realmente una nota de 10 sobre 10?
    • También conviene preguntarse por los usos políticos que, basados en estos métodos, se derivan de la implementación de la felicidad como criterio. Por ejemplo, es legítimo cuestionarse si ciertas políticas de la felicidad podrían estar disimulando deficiencias estructurales importantes de las políticas de ciertos países:
      • Los israelíes, por ejemplo, gustan de alardear de su excelente clasificación en el palmarés mundial de los países más felices, como si semejante ranking pudiera compensar el hecho de que el país sufre unas desigualdades sociales enormes y que vive en continua ocupación del territorio ajeno.
      • Al hilo de la cuestión de la desigualdad social y económica, si hasta ahora había un amplio consenso en torno a la idea de que esta y la felicidad se relacionaban de forma negativa, especialmente para las poblaciones más desfavorecidas, algunos economistas han comenzado a defender lo contrario. Según sus estudios, la desigualdad social ya no va acompañada de resentimiento sino de una especie de «factor de esperanza» en virtud del cual el éxito de los más favorecidos se percibiría como un incentivo de mejora social y económica por parte de los que lo son menos. En este sentido, nuevos estudios apuntan en la dirección de que cuanto mayores son las desigualdades, más felices parecen ser los ciudadanos, ya que más expectativas de mejora social y económica se abren ante ellos. Jonathan Kelley y M. D. R. Evans, por ejemplo, llegan a la conclusión de que «las desigualdades de renta se asocian con una mayor felicidad». Este «hecho decisivo» se observa, según ellos, en los países en vías de desarrollo; en cambio, en los países desarrollados las desigualdades «no tienen relación alguna» con la felicidad individual, «ni contribuyen a ella ni la afectan» [1]. Las implicaciones políticas de tales afirmaciones parecen evidentes: se trata de demostrar que esforzarse por reducir las desigualdades es innecesario e incluso contraproducente.

2. Reavivar el individualismo

  • La noción de felicidad defendida por la psicología positiva está estrechamente relacionada con la ideología neoliberal. Y es que el neoliberalismo es una filosofía individualista focalizada esencialmente en el yo, que entiende que todos los individuos son (y deberían ser) libres, estratégicos, responsables y autónomos, capaces de gobernar sus deseos y estados psicológicos con el fin de realizar lo que se supone que es el objetivo más fundamental en la vida de toda persona: su propia felicidad.
  • La psicología positiva ha sido la disciplina que más estrechamente ha ligado la felicidad al individualismo, mostrando estas dos nociones como totalmente interdependientes, cuando no intercambiables. También se ha caracterizado siempre por minimizar o ignorar el papel que las circunstancias desempeñan en determinar la felicidad de los individuos, lo que queda en especial manifiesto con la famosa «fórmula de la felicidad»expresada de la siguiente manera: F (felicidad) = R (rango fijo) + V (voluntad) + C (circunstancias). La predisposición genética (R) daría cuenta del 50 % del total de la felicidad de cada persona; los factores volitivos, cognitivos y emocionales (V) explicarían el 40 %; y las circunstancias personales y otros factores (nivel de ingresos, educación, estatus social) (C), el 10 % restante.
  • Son varias las críticas en contra de la «fórmula de la felicidad»:
    • En lo que respecta a la creencia de la psicología positiva de que el nivel de ingresos —relegado a ese cajón de sastre que son las «circunstancias»— no influye significativamente en la felicidad humana, Betsey Stevenson y Justin Wolfers señalan que «no existe base de datos alguna que apoye semejante afirmación» [2], argumentando que «la relación entre los ingresos y el bienestar subjetivo no sólo es significativa sino también notablemente constante, sean cuales sean los países y las épocas» [3]Estos autores subrayan también las importantes cuestiones sociopolíticas que el tema plantea: «Si el crecimiento económico tiene tan poco efecto positivo en la sociedad, entonces es inútil hacer de él un objetivo político prioritario» [4].
    • Que la felicidad no se relacione con las circunstancias, ¿no es, acaso, otra manera de justificar la asunción meritocrática de que, al fin y al cabo, cada cual tiene la vida que se merece? Dana Becker y Jane Marecek han resumido así el malestar que a menudo provocan este tipo de afirmaciones: «La vida buena no es igualmente accesible para todos. La pertenencia de clase, el género, el color de la piel, la raza, la nacionalidad y la casta generan disparidades, desigualdades de estatus y de poder que influyen de forma significativa en el bienestar individual. Estas diferencias estructurales influyen de manera dramática e importante en el acceso a la salud, en la trayectoria educativa y profesional, en el tratamiento de los casos individuales por el sistema judicial, en las condiciones de la vida cotidiana, en el futuro de los hijos y hasta en las tasas de mortalidad. ¿Qué realización personal cabe esperar si no se dan las condiciones mínimas que puedan favorecerla? Hacer creer que unos ejercicios de autoayuda bastan para remediar la ausencia de transformación social no es sólo una visión cortoplacista sino también repugnante desde el punto de vista moral» [5].
  • La psicología positiva concluye entonces que la receta más eficaz para alcanzar la felicidad consiste en esforzarse por cambiar la manera en que uno piensa, siente y se comporta en el día a día, pues, ni la genética puede modificarse, ni merece la pena luchar por cambiar las circunstancias. Así, esta disciplina anima a la gente a interesarse más por su yo que por las condiciones en las que viven, lo que se conoce como «la solución del 40 %». De este modo, cualesquiera que sean las condiciones de nuestra existencia y la época en que vivamos, las claves del acceso a la felicidad y al crecimiento personal habría que encontrarlas siempre en nosotros mismos.
    • Este mensaje, aunque muy dudoso, ha tenido en los últimos años una influencia considerable. Y es que, ante los sentimientos de frustración, ansiedad, estrés y sufrimiento propios de la inestabilidad y precariedad generalizada que trajo la crisis de 2008, la promesa de que podemos encontrar la felicidad si miramos dentro de nosotros mismos ofrece una tentadora vía de escape y empoderamiento.
    • Pero esta creencia tiene implicaciones sociológicas importantes: no sólo conlleva el riesgo de que renunciemos a participar en la vida social y política por consideraciones puramente narcisistas, sino que, cuanto más convencidos estemos de que la solución a nuestros problemas pasa por una simple cuestión de resiliencia y esfuerzo personal, las posibilidades de imaginar y luchar de forma colectiva por efectuar cambios sociales se verán seriamente limitadas.
  • El mindfulness transmite el mensaje de que retirarse al mundo interior no supone admitir ningún tipo de derrota, sino que constituye el mejor medio de conquistar nuestros miedos y ansiedades y prosperar en los tiempos que corren. Esta técnica, cuyo auge se ha dado también en los últimos diez años, invita a pensar que todo irá bien si tenemos fe en nosotros mismos, si somos pacientes, si dejamos de juzgar y aprendemos a relajarnos y a tomarnos todo con más calma. Su excesivo foco en el individuo, no obstante, puede que no aporte los beneficios que uno pueda esperar.
    • Como sugieren Miguel Parias y Catherine Wikholm, el mindfulness no sólo puede agravar ciertos problemas de depresión y de ansiedad, sino también producir sensaciones de distanciamiento de la realidad, ambos asociados con la constante preocupación y vigilancia de los propios estados emocionales y psicológicos [6]. Lo que las técnicas de la felicidad nos ofrecen como solución a nuestros problemas es poco más que una retirada a nuestro mundo interior. Y esto, más que una solución, bien podría ser parte del problema.
    • Estudios también señalan la estrecha correlación entre la felicidad y la tendencia a la autoculpabilización [7]. A medida que el discurso de la felicidad responsabiliza a las personas por los éxitos y fracasos en su vida, el malestar y la sensación de impotencia para superarlo se han llegado a experimentar como fuentes de descontento y debilidad personal, como indicios de una psique defectuosa o mal gestionada, y hasta como síntomas de una biografía frustrada o una vida desperdiciada.
  • Sea como fuere, científicos y expertos en la felicidad han difundido con éxito la idea de que cualquier logro o deficiencia social y personal puede atribuirse a un mayor o menor nivel de felicidad, respectivamente. Y, ciertamente, el mensaje ha calado hondo, abriéndose paso hasta el ámbito de la educación:
    • Entre 2008 y 2017 cada vez más países fueron estableciendo la educación positiva como prioridad educativa, con una amplia oferta de intervenciones y programas sobre felicidad y emociones positivas. Todos ellos fueron bien recibidos por una cultura educativa cada vez más interesada en las competencias emocionales, en las habilidades de gestión personal y en la promoción del espíritu emprendedor entre los más jóvenes que en el pensamiento crítico, las habilidades de razonamiento y la adquisición de conocimientos «clásicos» [8].  Los programas e iniciativas desarrollados bajo el paraguas de la educación positiva han sido numerosos:
      • El programa SEAL (Social and Emotional Aspects of Learning), introducido en el 90 % de las escuelas primarias británicas y en el 70 % de los centros de secundaria del Reino Unido, enseña a los alumnos a «gestionar sus emociones», a «mostrarse optimistas en cuanto a sus capacidades y a su capacidad para aprender», a «fijarse objetivos a largo plazo» y, en general, a «verse a sí mismos desde una óptica más positiva» [9].
      • El PRP (Penn Resiliency Program), aplicado en escuelas primarias y secundarias de Estados Unidos, enseña a «detectar pensamientos improductivos», a «sustituir las emociones negativas por otras más positivas» y a «enfrentarse con optimismo a situaciones y emociones difíciles» [10].
      • También tenemos programas como MoodGYM, destinado a enseñar resiliencia para combatir la depresión en los adolescentes [11].
    • Si bien los científicos de la felicidad han alabado la eficiencia y los resultados de estos programas, muchos especialistas en ciencias de la educación han criticado con severidad tanto su supuesta eficacia como las implicaciones derivadas de su implementación:
      • Kathryn Ecclestone y Dennis Hayes argumentan que estos programas venden una falsa retórica del empoderamiento. La educación positiva, señalan, instiga a los alumnos a una preocupación obsesiva con su vida emocional que mina su autonomía y que los introduce en un círculo vicioso de ansiedad y de dependencia psicoterapéutica: «La mayoría de los niños y adolescentes no tienen problemas serios, pero estos programas les harán pensar que sí los tienen. No es casual que muchos de los estudiantes que han seguido estos programas reporten niveles de ansiedad mayores que aquellos que no han seguidos estos programas» [12].
      • El último informe dedicado a la eficacia del programa SEAL afirmaba: «Nuestro análisis de los datos relativos a los alumnos permite concluir que el programa SEAL no ha tenido ninguna repercusión significativa sobre las competencias sociales y emocionales de estos alumnos, así como tampoco ha tenido una repercusión positiva en su salud mental, en su comportamiento social o en sus problemas de conducta en general» [13].

3. Positividad en el trabajo

El capítulo 3 se centra en el mundo laboral. Muestra hasta qué punto invertir en la propia felicidad ha llegado a convertirse en una condición sine qua non para sobrevivir a los retos a los que deben enfrentarse hoy los trabajadores. Tomando el relevo de modelos psicológicos ya obsoletos desde el punto de vista empresarial, la ciencia de la felicidad ofrece una renovada perspectiva sobre el bienestar laboral más ajustada a las demandas de control, flexibilidad y responsabilización personal de los trabajadores de las empresas hoy en día

Se analiza, además, el modo en que las técnicas de la felicidad facilitan la aquiescencia y conformidad de los empleados con la cultura de la empresa, cómo exigen explotar las emociones positivas poniéndolas al servicio de la productividad, y cómo desplazan sobre las espaldas de los empleados la carga de la incertidumbre del mercado, de la escasez de empleo, de la competitividad y de la inseguridad estructural.

  • La psicología humanista desempeñó un papel decisivo al conjugar psicología y economía al servicio de la industria de mediados del siglo XX. En este ámbito, las contribuciones teóricas de la disciplina probaron ser esenciales para efectuar la transición de un estilo gerencial focalizado en el puesto de trabajo —es decir, en cómo podía ajustarse el trabajador de la forma más óptima posible a las especificaciones y requerimiento de su tarea, más propio de la época taylorista— a un estilo gerencial focalizado principalmente en el trabajador —es decir, en cómo adaptar el puesto de trabajo a las necesidades motivacionales, emocionales, afectivas y sociales del propio trabajador—. Así, el estudio de la felicidad y de las necesidades humanas, así como de su relación con la productividad y el rendimiento, se convirtieron en la preocupación central de los enfoques gerenciales.
  • A este respecto, la teoría de la motivación de Maslow desempeñaría un papel fundamental. La pirámide de las necesidades de Maslow confirmaba dos de los supuestos postayloristas más importantes: que los factores emocionales y motivacionales, ya no los físicos, eran los activos productivos más cruciales que las empresas tenían a su disposición; y que el trabajo no debía considerarse como un simple medio de ganarse la vida, sino como un escenario de primer orden para satisfacer las principales necesidades humanas, desde las más básicas y sociales como la sensación de seguridad y de estabilidad, hasta las más altas y psicológicas, como la felicidad o autorrealización personal. El éxito de la teoría de Maslow residía así en ofrecer un modelo de comportamiento humano que encajaba perfectamente con las exigencias empresariales del capitalismo de posguerra. Según Maslow, la sensación de seguridad o estabilidad debía al menos estar cubierta para que el individuo pudiera considerar satisfacer necesidades superiores [14]. Y cuantas más necesidades cubriese la empresa, más contento, motivado y, por tanto, productivo sería el trabajador. 
  • Sin embargo, a medida que la economía de mercado ha ido cambiando en el transcurso de las décadas siguientes, los supuestos de seguridad y trabajo se transformaban en concordancia. La expansión del neoliberalismo vendría acompañada de una mayor fluidez en las relaciones trabajador-empresa, una mayor asunción de riesgos, más competitividad, jerarquías más flexibles y por una completa descentralización de los procesos productivos para centrarse en el cliente y adaptarse a la lógica cambiante de la demanda.
  • Con esto apareció una nueva ética del trabajo que hacía necesario terminar con el supuesto de que las necesidades superiores de los individuos estaban asentadas sobre una base de seguridad económica y laboral, que requería un nuevo contrato laboral que permitiera seguir manteniendo al trabajador unido a la empresa, pero sin que esta última se comprometiera, ni tácita ni explícitamente, con el primero. La solución pasaba por otorgar mayor autonomía y responsabilidad al trabajador, es decir, por concebir a cada uno de ellos como empresas en sí mismas que, como tales, debían sobrevivir y prosperar por sí mismas en un mundo cada vez más competitivo y cambiante.
  • Llegados a este punto, el modelo de la pirámide de Maslow dejó de servir para esa nueva configuración del empleo y la empresa. Fue la psicología positiva la que se presentó como la perfecta candidata para recoger el testigo de la psicología humanista, ofreciendo un renovado discurso sobre la felicidad laboral que respondía mucho mejor a las nuevas exigencias organizativas y económicas del capitalismo neoliberal.
  • Así, la función de la psicología en el trabajo consistía principalmente en ofrecer a los trabajadores técnicas y herramientas para adaptarse mejor a sus condiciones laborales, pero no para cambiarlas. A este respecto, la actual aplicación de la psicología positiva en el ámbito laboral no supone si no una vuelta de tuerca más en esta misma dirección. Con un importante añadido: el éxito laboral ya no determina la felicidad del trabajador; más bien al contrario, es la felicidad del trabajador lo que determina el éxito en su vida profesional. Así, podría decirse que una de las contribuciones más distintivas de la psicología positiva en el ámbito del trabajo no ha sido el rechazo de la pirámide de las necesidades de Maslow tanto como su inversión, considerando así que la necesidad más básica de los trabajadores que satisfacer es la felicidad personal, ahora entendida como prerrequisito para que otras necesidades de éxito y reconocimiento o de seguridad material puedan ser satisfechas con garantías [15].
  • Partiendo de ese postulado, los científicos de la felicidad han articulado un renovado discurso sobre la construcción de la identidad del trabajador que, lejos de ser objetiva y neutral, está estrechamente ligada a la nueva ética del capitalismo, al ethos emprendedor de la cultura neoliberal, a la institucionalización del trabajo emocional en el ámbito laboral y las nuevas demandas de control, responsabilización y gestión del poder dentro de las empresas. Desde este nuevo marco, la felicidad se erige así como una condición sine qua non para adaptarse a los continuos vaivenes del mercado laboral y para sobrevivir y prosperar en condiciones de inestabilidad, precariedad e intensa competitividad.
  • La nueva noción de «capital psicológico positivo» es un buen ejemplo de este discurso de la felicidad aplicado al mundo laboral.
    • El capital psicológico positivo pretende centrarse en la necesidad de desarrollar todos aquellos aspectos que contribuyen a aumentar la felicidad y que ayuden a los trabajadores a aumentar sus posibilidades de éxito, perseverar en las metas que se proponen, ser más competitivos y superar los momentos de adversidad [16].
    • Estar interesado por el trabajo, identificarse con los valores de la empresa, enfrentarse eficazmente a las propias emociones y, sobre todo, utilizar la fuerza interior para explotar al máximo el propio potencial son, nos dice Jessica Pryce-Jones en Happiness at Work: Maximizing Your Psychological Capital Por Success, las verdaderas claves para desarrollar un capital psicológico positivo elevado y duradero. Los empleados que puedan presumir de ese capital no se contentarán con ser más productivos: tendrán mucha más energía; pensarán de forma más creativa; y se mostrarán no sólo menos críticos a los cambios dentro de la organización, sino que también serán más resistentes al estrés y a la angustia, y estarán mucho más en sintonía con la cultura de la empresa [17].
    • A estos efectos, los psicólogos positivos ofrecen a los trabajadores cursos y consejos para «adaptarse sin dificultad a los cambios rápidos, a las limitaciones presupuestarias y a las circunstancias impuestas por la diversificación de las tareas que caracterizan hoy la vida profesional» [18]. Todos estos cursos y consejos comparten el énfasis en la necesidad de trabajar la autonomía, la flexibilidad, las actitudes y la resiliencia con el fin de que los trabajadores florezcan como «activos económicos» para sus empresas. Sin embargo, la autonomía y la flexibilidad son cualidades paradójicas. Basta observar la realidad de las organizaciones para darse cuenta de que en nombre de estas cualidades lo que se demanda es más bien que los trabajadores internalicen las normas, las metas y los criterios de evaluación del rendimiento de la propia empresa, pero que sean ellos mismos quienes busquen la mejor forma de cumplir con los objetivos corporativos y ajustarse a las expectativas que se tienen de ellos.
  • La noción de «cultura de empresa» ha desempeñado un papel destacado en la progresiva individualización del trabajo y en la creciente transferencia de responsabilidad al trabajador.
    • La cultura corporativa entiende que trabajador y empresa ya no están simplemente unidos por una relación de tipo contractual, sino principalmente a través de una relación de confianza y beneficio mutuo donde los intereses de ambas partes no se suponen tanto complementarios como idénticos. La idea es crear un clima de desarrollo personal en el que los trabajadores internalicen, reproduzcan y encarnen los valores y objetivos de la empresa con el fin de que todos remen en una misma dirección. De esta manera no son necesarias ni rígidas jerarquías de mando ni formas de control y sanción externas y explícitas: al contrario, se promueve el autocontrol y el autorrefuerzo/castigo.
    • En este sentido, la cultura de empresa suele adoptar una forma de participación semidemocrática que tiene dos objetivos principales: uno, favorecer el sentido de pertenencia del trabajador a la propia organización —por ejemplo, construyendo espacios de trabajo que les hagan «sentir como en casa», que faciliten la reunión de sus empleados en espacios comunes como cafeterías, cocinas, salas de juegos y demás, y que desdibujen en la medida de lo posible la distinción entre la vida fuera y dentro del trabajo— [19]; y dos, incitar a los empleados a desarrollar sus propios proyectos profesionales insistiendo en la idea de que lo que es bueno para ellos es también bueno para la empresa, y viceversa
    • La cultura de empresa fomenta que el lugar de trabajo se entienda como un lugar privilegiado para que los trabajadores «florezcan». Lo mismo promueve la noción de «capital psicológico», enfatizando que los trabajadores no deberían ver su trabajo como una necesidad o como un deber sino como una oportunidad para crecer personalmente. Según Robert Biswas-Diener y Ben Dean, las personas son más felices y se sienten más realizadas cuando entienden su trabajo como una «vocación» más que como una «obligación» [20].
  • Además de la noción de «cultura de empresa», otro término clave en el ámbito empresarial de hoy en día es el de «flexibilidad permanente».
    • Definido como «la capacidad de la empresa para responder a las expectativas cada vez más diversas del consumidor al mismo tiempo que se reducen costes, retrasos, imprevistos y pérdidas hasta el mínimo» [21], la flexibilidad permanente depende tanto del trabajador como de la propia empresa. En este sentido, la aptitud del individuo para mostrarse flexible ante cualquier posible eventualidad se ha convertido en un importante factor de productividad, de manera que las técnicas psicológicas destinadas a mejorar esa capacidad son especialmente apreciadas y buscadas.
    • El concepto de flexibilidad permanente, pues, se aplica tanto a las empresas (a su estructura organizativa) como a los individuos (a su estructura cognitiva y emocional). Respecto a las empresas, la flexibilización de los organigramas ha sido una fuente de ahorro (por su reducción de costes) y de beneficios (por la mayor externalización) [22], pero ha incrementado considerablemente la inseguridad del empleado. Un nuevo régimen de empleo basado en trabajos menos seguros, tareas más fragmentadas y diversas, y condiciones más precarias se ha consolidado. El número de trabajadores temporales, de empleados a tiempo parcial y de subempleados se ha multiplicado exponencialmente estos últimos años, algo que se acompaña de legislaciones laborales que permiten a las empresas contratar y despedir mucho más fácilmente que antes. El tiempo de trabajo se ha visto profundamente alterado, más sujeto a horarios cambiantes y ajustados a los periodos de fuerte producción, por las lógicas de rotación y de diversificación de las tareas, etc., sin ni siquiera modificar el sueldo. Como observaban Uchitele y Kleinfield, «lo que es sinónimo de seguridad para las empresas es sin duda sinónimo de inseguridad para sus empleados» [23].
    • En esta línea, investigadores como Eduardo Crespo y Amparo Serrano-Pascual han analizado el discurso sobre la flexibilidad promovido por la Unión Europea. De acuerdo con estos autores, bajo la premisa de que una mayor flexibilidad de las condiciones laborales reforzaría la seguridad del mercado de trabajo —entendiendo que la rigidez es causa de inestabilidad económica, de menor productividad, y de mayor desempleo—, lo que se ha impuesto en realidad es una flexibilización de las normas del derecho laboral a fin de facilitar la adaptación de la industria a las nuevas reglas, mucho más competitivas, del mercado [24]La flexibilidad se impone así como único medio de adaptarse a los rápidos e imprevisibles cambios de la economía mundial tanto para las organizaciones como para los empleados.
    • Según Crespo y Serrano-Pascual, estas políticas son emblemáticas de una nueva cultura del trabajo cuyos pilares fundamentales han sido el debilitamiento de las regulaciones estatales del mercado laboral y la normalización de un modelo de trabajo que promueve la responsabilidad individual (del éxito, del desempleo, de la adaptación) a expensas de la solidaridad y la responsabilidad colectiva. Las fragilidades y vulnerabilidades propias del mercado laboral se psicologizan, de forma que es el trabajador y no las propias organizaciones el que se convierte en el principal objetivo de intervención política, gerencial y psicológica.
  • Otro concepto especialmente relevante aquí es la resiliencia.
    • Según los psicólogos positivos, los trabajadores resilientes se definen por su capacidad de adaptarse a las eventualidades y de convertir la adversidad en una oportunidad para crecer personalmente. De acuerdo con sus estudios, estos trabajadores son empleados más flexibles emocional y cognitivamente, lidian mejor con la multitarea, reaccionan de forma más positiva a las reconfiguraciones de su puesto de trabajo e improvisan en momentos de incertidumbre. También son menos propensos a adolecer de depresión, ansiedad, estrés o agotamiento emocional [25]. Así, no es de extrañar que las empresas hayan mostrado un enorme y creciente interés por la noción de resiliencia.
    • Cabe preguntarse, sin embargo, si más resiliencia es lo que en realidad necesitan los trabajadores y si son ellos o son las empresas quienes más se benefician de su promoción. Actualmente, el empleado medio se caracteriza por haber cambiado varias veces de trabajo a lo largo de su vida (tres veces más que cualquier otro trabajador de las décadas anteriores [26]): suele tener contratos temporales, combinar dos o más trabajos, dedicar más tiempo a elaborar redes de trabajo productivas a través de las nuevas tecnologías, adaptarse a las demandas formativas y los requisitos cambiantes del mercado [27] y tener muchas dificultades para llegar a fin de mes, una tendencia que se observa tanto en trabajadores cualificados como no cualificados.
    • Para los psicólogos positivos, un término que va de la mano de la resiliencia es el de «crecimiento postraumático» (CPT), una suerte de «crecimiento ante la adversidad» que hace hincapié en eventos traumáticos graves y se refiere en particular a aquellas personas que, tras superarlo, experimentan una sensación de renacimiento, de mayor espiritualidad y apreciación por la vida, y un profundo sentimiento de autenticidad y crecimiento personal [28].
    • Los conceptos de resiliencia y CPT tienen tanta resonancia hoy en el ámbito de la terapia positiva como en el de las empresas e incluso en el ejército. Los cursos de entrenamiento en resiliencia son de hecho una de las propuestas estrella del Comprehensive Soldier Fitness (CSF), una iniciativa implementada en el ejército estadounidense en el año 2008 y financiada con la friolera de 145 millones de dólares que dirige el propio Martin Seligman, padre de la psicología positiva. Seligman explicaba que instruir a los soldados y al personal militar en emociones positivas, felicidad y espiritualidad ayudaría a «crear soldados tan resistentes psicológica como físicamente» [29] o, como también decía, ayudaría a crear «un ejército indomable» [30] De acuerdo con Seligman, la iniciativa en general y los cursos de resiliencia en particular ofrecían resultados asombrosos: el entrenamiento en resiliencia mejoraba la habilidad de los soldados en combate, favorecía su recuperación tras experiencias traumáticas sobre el terreno y aumentaba su concentración en el desempeño de sus tareas [31].
    • Las conclusiones de algunos informes externos y de varios estudios críticos que han analizado el CSF tras años en funcionamiento, sin embargo, contrastan enormemente con el entusiasmo de Seligman y con sus rotundas afirmaciones de éxito. Uno de estos estudios concluye: «En resumen, los módulos de entrenamiento para la resiliencia —que son una de las principales herramientas del CSF— no han tenido más que un efecto muy modesto y, en algunos casos, absolutamente ninguno, mientras que otros módulos que perseguían el mismo objetivo todavía han funcionado peor. [...] Los datos sesgados, los bajos tamaños del efecto conseguidos y el conjunto de factores mencionados anteriormente hacen que sea muy difícil afirmar que los soldados se hayan vuelto mucho más resilientes, incluso cuando se toman como referencia sus propios autoinformes» [32].
  • La autonomía es otro importante factor de transferencia de responsabilidad de las empresas a los propios trabajadores.
    • La autonomía, especialmente en el sector de los servicios, exige que el trabajador adopte el rol de emprendedor en la realización de sus funciones laborales, que asuma y gestione por sí mismo las contingencias que se deriven de su trabajo, que administre su propio tiempo, que se dote de la motivación y de los medios necesarios para alcanzar sus objetivos y, finalmente, que se haga cargo de los éxitos y de los fracasos que resulten de su desempeño laboral.
    • La autonomía del trabajador no sólo es un importante factor productivo para las propias empresas; según los científicos de la felicidad, es también uno de los aspectos clave del éxito y del crecimiento personal [33].
    • Qué duda cabe de que saber conducirse con autonomía tanto en el trabajo como en la vida en general es un valor deseable. El problema son sus usos perversos y legitimistas, así como la tendencia a retorcer el lenguaje para hacer creer a los trabajadores que están por delante de los objetivos y los beneficios de la organización o que son imprescindibles, únicos e insustituibles. El modo en que las empresas y demás científicos y expertos en bienestar conceptualizan y ponen en práctica el concepto de autonomía no está exento de estos problemas, y presentan numerosas sombras, paradojas y contradicciones donde se afirma con una mano lo que se niega con la otra, todas ellas consecuencias que recaen sobre el propio trabajador.
      • Las empresas exigen que sus empleados se comporten de forma autónoma, libre e independiente al tiempo que se les exige comprometerse con (cuando no internalizar) la cultura de la empresa y comulgar con los valores y objetivos que se le imponen.
      • A los empleados también se les exige iniciativa al tiempo que trabajan en entornos laborales donde, en la práctica, tienen un control muy limitado sobre las decisiones que pueden tomar, las tareas que tienen que realizar y los objetivos que se pueden marcar.
      • Tampoco los empleados disponen de su propio tiempo, ni lo gestionan a voluntad, sino que son evaluados por su constante disponibilidad tanto dentro como fuera del trabajo, tengan un horario más o menos flexible, algo que se agrava con el uso de internet y los móviles. Estos sistemas de evaluación, a menudo complejos sistemas de retribución e incentivos opacos, tan difíciles de entender como de negociar, también escapan al control de los propios trabajadores.
    • La autonomía se convierte así es una falsa retórica de empoderamiento que oculta el verdadero propósito de culpabilizar a los trabajadores de lo que son, en realidad, déficits y paradojas de sus propias condiciones y exigencias laborales, para que hagan suyos no sólo sus propios fracasos, sino también los de la propia empresa.
    • Para muchos empleados esto supone elevados niveles de ansiedad y estrés difíciles de sobrellevar. Michela Marzano ha analizado este aspecto en profundidad. Sirva como ejemplo uno de sus casos de estudio: un trabajador francés, técnico de una de las filiales de Renault en Guyancourt (Yvelines), que se suicidó en 2006. El informe pericial del caso informaba de que los trabajadores de la empresa eran víctimas de un agresivo estilo gerencial que promovía la culpabilización de sus trabajadores de las crecientes pérdidas de la empresa. El informe señalaba también que, si bien en Francia la tasa de riesgo de suicidio era ese año 2006 del orden de un 10 %, en esa filial el riesgo de suicidio sobrepasaba el 30 % [34]Marzano afirma que casos como el de Renault no son en absoluto aislados: por lo general, las empresas tienden a promover una cultura de la responsabilización individual en detrimento de una cultura de la solidaridad, la corresponsabilización y el apoyo mutuo. Tampoco es cosa del pasado. En 2016, por ejemplo, la Oficina Nacional de Relaciones Laborales (NLRB) en Estados Unidos denunció al gigante T-Mobile por obligar a sus trabajadores a crear y mantener un «ambiente de trabajo positivo». Según el comité, el concepto de «ambiente de trabajo positivo» era excesivamente «vago y ambiguo» considerando que en realidad se imponía para fomentar la responsabilización, coartar la libertad de expresión y, en último término, impedir la organización colectiva y sindical de sus trabajadores [35].

4. Se vende ego feliz

En el capítulo 4 se analiza la felicidad como mercancía. Se desarrolla la idea de que en el siglo XXI la felicidad se ha convertido en el producto estrella de una industrial global y multimillonaria que incluye productos tales como las terapias positivas, la literatura de autoayuda, los servicios de coaching, las consultorías profesionales, las aplicaciones de móvil y los métodos de mejora personal, todos ellos destinados a elaborar un perfil de felicidad específico. La felicidad se compone hoy de toda una serie de mercancías emocionales que, en nombre de un mayor bienestar psicológico, prometen una mayor autogestión emocional, autenticidad y crecimiento personal: todas ellas características que se suponen definitorias de la imagen ideal del ciudadano neoliberal.

  • Hay varios aspectos esenciales para entender por qué la felicidad ha llegado a ocupar un lugar tan central en el mercado actual, adquiriendo un estatus propio y distintivo como producto de consumo:
    • La felicidad se ha convertido en el criterio de una vida bien vivida, esto es, no sólo de una vida buena o una vida exitosa, sino de una vida bien aprovechada donde lo que cuenta es el proceso continuo de luchar por ser feliz, asumiendo que la lucha siempre se verá recompensada, y en la cual la superación de las circunstancias adversas por medios propios supone un alto valor añadido.
    • La felicidad se construye sobre una narrativa terapéutica del crecimiento personal que es absolutamente genérica —el proceso para alcanzar la felicidad es siempre el mismo y es para todos los casos y para todas las personas igual: reconocer en primer lugar que uno no es feliz, para decidir posteriormente tomar las riendas de la propia vida, cambiar las actitudes negativas por otras más positivas, ponerse metas más ambiciosas y que encajen con las propias fortalezas de cada cual, etc.— e individualista —es el propio individuo el que tiene que buscar la manera en la que este esquema genérico encaja mejor con sus propias circunstancias y cómo puede ponerlo en práctica en su vida diaria—. La narrativa de la felicidad asume que encontrarle un sentido a la vida es esencial para ser felices, pero, ¿cuál es ese sentido? Lo cierto es que nunca se dice: es también el individuo mismo quien debe responder a esta cuestión. Sin embargo, es precisamente su enorme plasticidad lo que hace de la felicidad un concepto fácilmente vendible y comercializable: una mercancía que sirve para todos por igual, independientemente de sus circunstancias particulares.
    • Se entiende que todo individuo, sin importar lo desgraciado o feliz que sea, necesita siempre ser más feliz. En este sentido, la felicidad se construye sobre una ambivalente narrativa que combina, por un lado, la promesa de convertirse en la mejor versión de uno mismo con, por otro lado, la asunción de que ese uno mismo está en un permanente estado de incompletitud, lo cual pone a las personas en la situación de que siempre les falta algo para llegar a ser esa mejor versión de sí mismo.
  • Las mercancías emocionales convierten la felicidad, en última instancia, en un tipo de personalidad para definir en términos psicológicos el ideal neoliberal de ciudadano contemporáneo. Este tipo de personalidad se caracteriza por una forma concreta de sentir, pensar y actuar que se articula sobre tres categorías psicológicas principales: explicadas seguidamente.
    • La autogestión emocional:
      • Las personas felices se definen como aquellas que son capaces de controlar, gestionar y administrar sus sentimientos y pensamientos de forma estratégica y eficaz a fin de motivarse a sí mismos, persistir en la consecución de sus objetivos y maximizar sus probabilidades de éxito. Escritores de autoayuda, coaches, psicólogos positivos y demás profesionales y expertos en la felicidad coinciden en afirmar en que la adquisición y desarrollo de habilidades de gestión emocional y cognitiva son fundamentales para conducirse con éxito en todos los ámbitos de la vida [36].
      • Esta cuestión ha sido uno de los principales puntos de crítica por parte de muchos autores que han defendido que la insistencia en que las personas pueden controlar y gestionar sus vidas a base de fuerza de voluntad perpetúa la creencia errónea e ideológicamente sesgada de que son ellas las únicas responsables de todo lo que les sucede [37]. Este sentimiento de responsabilidad personal se intensifica y legitima aún más en la medida en que la capacidad de autogestión se presenta como un rasgo psicológico y universal: una suerte de músculo interno susceptible de ser desarrollado a través de las técnicas y los consejos que ellos mismos ponen a disposición.
      • Esta asunción nutre a toda una industria basada en el ofrecimiento de recetas fáciles, asequibles y supuestamente respaldadas científicamente, que prometen a sus usuarios un mayor control sobre sus emociones, pensamientos y acciones. Todas las técnicas de autogestión que la industria de la felicidad pone a disposición de sus clientes tiene el objetivo último y principal de conseguir que la autogestión emocional en aras de la felicidad personal se convierta en un hábito, es decir, en un comportamiento cotidiano plenamente interiorizado y automático.
      • Un buen ejemplo de este tipo de mercancías emocionales es Happify, una de las aplicaciones para smartphones más populares de un mercado virtual de la felicidad en alza.
        • Happify ofrece al usuario conocer su estado emocional en tiempo real, trabajar sus emociones y sus pensamientos positivos a través de sencillos ejercicios, y alcanzar los objetivos que se proponga en cuestiones tan variopintas como el trabajo, la salud, la amistad, el matrimonio o el cuidado de los hijos.
        • Si bien todas estas aplicaciones generan en sus usuarios la sensación de que controlan su vida psíquica y emocional, a lo que contribuyen más bien es a ocultar u oscurecer algunas cuestiones importantes.
          • Por un lado, incitan a vivir en una constante obsesión con «el mundo interior», lo que provoca nuevas formas de insatisfacción y de ansiedad. Y es que la seductora promesa de tener el control total sobre la propia vida no sólo genera expectativas que suelen quedar muy lejos de lo que estos productos prometen, sino que tales productos vienen acompañados de un reverso bastante amenazador: no comprometerse con la monitorización y control constante de uno mismo entraña el riesgo de que uno se convierta en una persona indisciplinada, descuidada, improductiva y, lo que es peor, infeliz.
          • Por otro lado, estas aplicaciones cosifican la interioridad. Pretendiendo captar y cuantificar con una precisión casi quirúrgica las psiques de sus usuarios, mantienen la ilusión de que esa interioridad queda revelada y descrita de forma perfectamente objetiva por medio de imágenes coloreadas, de cifras, de curvas y de gráficos. Pero más que revelarla, descubrirla o describirla, lo que hacen es construirla y prescribirla. Y lo hacen en torno a ciertas asunciones, al tiempo ideológicas y científicas, de lo que suponen es (y debe ser) la persona feliz, es decir, de cómo hemos de sentir, pensar y actuar en nombre de nuestro bienestar.
    • La autenticidad:
      • Los psicólogos positivos defienden que la autenticidad consiste en «presentarse ante uno mismo y ante los demás de forma genuina», en «actuar con total sinceridad» y en «tomar responsabilidad por cómo uno siente y actúa» [38]. Afirman asimismo que los individuos que actúan con autenticidad «alcanzan mejores resultados al concentrarse en hacer aquello para lo que están mejor preparados» [39].
      • La psicología positiva concibe la autenticidad, sin embargo, como un rasgo de personalidad, es decir, como una característica natural y estable, anclada en la biología y susceptible de ser medida y objetivable científicamente, así como sujeta a ser desarrollada por el propio individuo a través de los medios (mercancías) destinados a tal efecto. Así, la autenticidad se ha convertido en un activo esencial para una industria de la felicidad que crece alrededor del ofrecimiento de guías, consejos, pautas y procedimientos más o menos técnicos para enseñar a sus clientes cómo descubrir y desarrollar lo que es genuino en ellos.
      • Si bien los procedimientos de la autenticidad suelen poner el foco en cuestiones de salud, relaciones personales o aprendizaje y rendimiento escolar, también valoran la autenticidad como factor de rendimiento y de éxito laboral y económico. A este último punto es al que más se ha dedicado el sector de profesionales del desarrollo personal, centrándose en la cuestión de cómo convertir la autenticidad en un valioso activo económico: esto es, cómo convertir la autenticidad en una «marca personal».
        • La «marca personal» es el ejemplo por excelencia de mercantilización de la autenticidad. Definido como el arte de invertir en uno mismo para mejorar las propias probabilidades de éxito y de empleabilidad, el concepto de marca personal combina las nociones de autopromoción y de autenticidad para presentar al individuo como una suerte de producto único con logotipo propio. En tanto marcas, los individuos deben definir qué tienen de diferente, de auténtico y de indispensable, qué virtudes y fortalezas les definen y hacen únicos, y qué valores propios inspiran en los demás. Se trata no sólo de marcar la diferencia, sino de vender esa diferencia.
        • Según autores como Lair y Sullivan, «la marca personal» debe entenderse no sólo como una nueva estrategia para sobrevivir en un contexto económico altamente incierto y competitivo, sino también como un síntoma evidente de la creciente cultura del emprendimiento y de la exhortación sobre los individuos a sacarse las castañas del fuego por sus propios medios [40].
    • El florecimiento o crecimiento individual:
      • El punto clave del florecimiento es su insaciabilidad. Florecer es un proceso de avance personal constante, no un estado final y acabado. Por un lado, es en este sentido que el florecimiento se torna un aspecto tan central en la definición de la felicidad humana: porque es el concepto que mejor expresa la felicidad como una constante búsqueda de crecimiento y realización personales. Por otro lado, es en este sentido que la felicidad funciona tan bien como mercancía, encajando perfectamente con el principio de insaciabilidad del mercado de consumo.
      • La felicidad, cuya promesa principal es la producir individuos satisfechos, completos y desarrollados, produce y se nutre sin embargo de un relato en donde el permanente estado de incompletitud del individuo es lo que en realidad define y justifica su búsqueda. No importa cuán satisfecho y feliz se sienta uno consigo mismo, la felicidad y el crecimiento personal son algo en constante regeneración y movimiento, y, por tanto, siempre acompañado de la necesidad de expertos, de guías, de consejos y de productos que ayuden a las personas a alcanzar esa mejor versión de sí mismas.
      • Pero no es tanto la perfección personal como la normalización de la obsesión con uno mismo lo que la industria busca inducir en los consumidores, pretendiendo que estos encuentren normal e incluso deseable la idea de que la forma más provechosa, funcional y saludable de vivir es estar continuamente preocupándose por corregir supuestas deficiencias psicológicas y por buscar nuevas y mejores formas que reporten a uno mayor felicidad. Industria y ciencia de la felicidad contribuyen de esta forma a crear una nueva generación de algo así como «hipocondríacos emocionales» o «happycondríacos» [41] obsesionados constantemente por su bienestar y crecimiento personal.
      • Para ilustrar esta cuestión, un ejemplo.
        • «Tu mejor yo posible» (MYP), elaborado por los psicólogos positivos Dennon Sheldon y Sonja Lyubomirsky, es un ejercicio para la felicidad que invita al individuo a pensar y luego escribir cómo sería su yo ideal [42]. Sheldon y Lyubomirsky afirman que este simple ejercicio aumenta considerablemente el nivel de felicidad porque «da la oportunidad de aprender sobre el propio yo, de detectar y reestructurar las prioridades que uno se fija y de conocer mejor las propias motivaciones y emociones» [43].
        • Hay varias cuestiones respecto a este u otros tipos de ejercicios similares que merecen ser comentadas:
          • Primero, ¿cómo puede un ejercicio tan simple y que apenas lleva quince minutos completar aportar una mejora significativa a la vida de la gente? Más que «potentes métodos» científicos, da la impresión de que estos ejercicios no hacen más que solemnizar el sentido común: por supuesto, invitar a reflexionar sobre los propios objetivos supone siempre pensar la mejor manera de conseguirlos; así como invitar a pensar en que ya se han conseguido hace que uno se sienta un poco mejor. Pero es la simplicidad, como ya se ha mencionado, una de las claves del éxito comercial de este tipo de métodos o ejercicios: baratos de producir, sencillos de suministrar y que prometen resultados palpables a cambio de un mínimo esfuerzo.
          • Segundo, cabe preguntarse si actividades como el MYP funcionan realmente. Mongrain y Anselmo-Matthews constatan que ejercicios similares no parecen resistir la replicabilidad.
            • Los autores comparaban tres grupos de personas: el grupo experimental, al que se suministraba estos ejercicios de psicología positiva; el grupo control, al que se proponía una actividad diferente; y el grupo placebo, al que se suministraba ejercicios que no eran de psicología positiva pero que se presentaban como tal con el fin de «comprobar si los ejercicios de psicología positiva tenía algo de "especial"» [44], más allá de generar un simple sensación de satisfacción.
            • La conclusión fue que no había diferencias entre el grupo experimental y el placebo, es decir, que los ejercicios de psicología positiva no tenían nada de especial, pues cuando los ejercicios en la condición placebo se ofrecían como algo que aumentaba el bienestar y la felicidad, las personas tendían a reportar mayor bienestar y felicidad tras hacer los ejercicios, aunque no fueran de psicología positiva.
            • Una posible explicación, sugerida por los autores, es que los ejercicios de psicología positiva tienden a funcionar porque las personas se implican y se aplican a fondo con todo aquello que les prometa aumentar su bienestar.
            • Otra explicación, complementaria a esta, reside en el carácter enormemente inductivo de este tipo de ejercicios, es decir, que invitan a la gente a asumir que estos ejercicios sirven para aquello mismo que los psicólogos positivos asumen que sirve.

5. Ser feliz, la nueva normalidad

El capítulo 5 se basa parcialmente en los capítulos anteriores para demostrar que el discurso científico de la felicidad se ha ido apropiando poco a poco del lenguaje de la funcionalidad, de aquel que define las expectativas y los criterios psicológicos y sociales que permiten evaluar nuestros comportamientos, acciones y sentimientos en tanto normales y adaptativos.

En estas páginas se analiza primero la distinción que los científicos de la felicidad establecen entre lo que consideran emociones positivas y emociones negativas, cuestionando esta división y señalando sus problemas desde una perspectiva sociológica.

  • El continuo de la felicidad ha ido progresivamente tomando el relevo de lo que se considera una persona sana, funcional y normal. Esta relación entre positividad y funcionalidad se muestra claramente en la forma en la que los psicólogos positivos abordan las emociones, estableciendo una marcada división entre lo que consideran emociones positivas (alegría, esperanza, gratitud, compromiso...) y emociones negativas (envidia, odio, ira, tristeza...) y defendiendo ambas como entidades psicológicas antagónicas que predicen comportamientos funcionales y disfuncionales, respectivamente. 
  • Esta distinción entre emociones positivas y negativas adolece de multitud de problemas:
    • El marco general es muy reduccionista. Las emociones son más bien experiencias complejas que engloban fenómenos numerosos y muy diversos cuyas relaciones son imperfectas y difíciles de limitar. La psicología positiva, en cambio, se adhiere a una aproximación que entiende las emociones como inherentes [45], es decir, como un conjunto de estados psicológicos fijos, naturales y perfectamente delimitables. Esta aproximación, al tiempo asocial y ahistórica, pasa por alto la verdadera densidad y complejidad de las emociones [46], además de obviar que son propiedades de los grupos, de las comunidades y de las sociedades tanto o más que de los individuos. Esto es así porque las emociones no sólo se gestan y cumplen un papel fundamental e interpersonal en la comunicación, la identificación o el apego, sino porque están saturadas de significados culturales y sociales [47]incluidas cuestiones raciales, de género y de clase [48].
    • Se yerra en reconocer que no hay, de hecho, forma alguna de separar entre positivo y negativo cuando hablamos de emociones [49], ni desde el punto de vista psicológico, ni social, ni de ningún otro. Es erróneo concebir las emociones como entidades separadas dotadas de valencias y de contornos precisos, así como pensar que existen emociones simples e irreductibles que estarían en la base de experiencias emocionales más complejas. A este respecto, Jerome Kagan señala que toda experiencia emocional es siempre compleja e irreductible a un solo término (asustado, triste, feliz, culpable, sorprendido, enfadado), ninguno de los cuales agota la experiencia emocional, ni por sí solos, ni por adición de varios de ellos, y mucho menos en términos de positivo o negativo [50].
    • El afirmar que las emociones positivas producen resultados positivos y que las negativas producen resultados negativos es simplificar demasiado. Las denominadas emociones positivas se relacionan con efectos indeseables tanto como las negativas con lo contrario. Por ejemplo, emociones como la esperanza combinan siempre un deseo enérgico de que algo bueno ocurra con el miedo o la ansiedad de que finalmente no llegue a suceder [51]; el enfado puede llevar a adoptar un comportamiento destructivo y a humillar a otros, pero también a desafiar a la autoridad y estrechar lazos interpersonales y comunitarios ante determinadas injusticias o amenazas [52].
    • La arraigada asunción entre los psicólogos positivos de que son las emociones positivas las que mejor forjan la personalidad y construyen la cohesión social [53] choca frontalmente con análisis históricos y sociológicos al respecto [54, 55, 56]. Mientras que los psicólogos positivos insisten en que la frustración, la tristeza o el odio son síntomas de una formación defectuosa de la psique y perjudiciales para las relaciones sociales, muchas de estas emociones catalizan dinámicas sociales cruciales de cohesión grupal y de movilización colectiva [57]. Igualmente, la ira empuja a individuos y colectivos a oponerse a la opresión, a la injusticia y a la falta de reconocimiento [58]. Lo que la psicología positiva llama emociones negativas son, en realidad, complejos emocionales cargados de un fuerte componente de reacción y cambio político. Instigando a eliminarlas o a convertirlas en emociones más positivas en aras del crecimiento personal, los psicólogos positivos no sólo vacían estas llamadas emociones negativas de su utilidad y valor social y personal, sino que también neutralizan su naturaleza política.

Luego examinamos la relación de la felicidad con el sufrimiento y terminamos con una reflexión crítica sobre los peligros que entraña la conversión del sufrimiento en algo instrumental al considerarlo como algo improductivo, evitable y en última instancia inútil.

  • La psicología positiva no sólo insiste en que tanto la felicidad como el sufrimiento son, al fin y al cabo, decisiones personales, sino que también transmite la idea de que el sufrimiento es algo inútil si no se extrae de él alguna enseñanza positiva.
  • Los psicólogos positivos insisten una y otra vez en la idea de que la felicidad es algo al alcance de cualquiera. Si los estresados, los deprimidos, los explotados, los adictos, los solitarios, los desempleados o los arruinados son incapaces de sobreponerse a sus circunstancias es porque no se han esforzado lo suficiente o porque desconocen que hay una ciencia que ha encontrado las claves de la felicidad y que las ha puesto al alcance de cualquiera.
  • Sin duda, tratar de enfocar los problemas y las adversidades de forma que ayuden a solucionarlos y a no derrumbarse al primer intento es algo tan deseable como sensato. Pero ese no es el problema. Lo grave es que la felicidad se haya convertido en una actitud tiránica que juzga a todos como los únicos responsables de su impotencia, de su situación y de su sufrimiento y que además se justifique en términos científicos sin importar cuán miope, infundada o injusta sea esta actitud. En un mundo donde cada persona es considerada la única responsable de su sufrimiento hay poco espacio para la piedad, la compasión y la solidaridad [59]. En un mundo donde cada persona se supone dotada de la capacidad para convertir la adversidad en oportunidad y en crecimiento personal, también hay poco espacio para la disconformidad, la protesta o la queja.
  • Cuestionar el orden de las cosas, desnaturalizar lo que se da por sentado y explorar los procesos, los significados y las prácticas que moldean nuestras identidades y nuestro comportamiento cotidiano son tareas fundamentales de la crítica social [60]. Imaginar formas alternativas y más liberadoras de vivir es también parte de esas tareas, pues el pensamiento utópico no es sólo inevitable sino también indispensable para producir análisis críticos y constructivos. Sin embargo, la tiranía de la positividad tiende a obstaculizar estas cuestiones, imponiendo la búsqueda de la felicidad como la única realidad con sentido, aunque no sea menos utópica e ideológica que cualquier otro ideal que pretenda definir qué es la buena vida y cómo mejorar la condición humana.
  • Que la ciencia de la felicidad se ha mostrado frecuentemente beligerante con la crítica sociológica, tachándola de negativa, de engañosa y hasta de deshonesta, no es ningún secreto. Destacados científicos de la felicidad han afirmado que este tipo de crítica tiende además a promover afirmaciones de cambio social y político infructuosas y sin sentido. A este respecto, autores como Ruut Veenhoven afirman que esta negativa visión sobre la sociedad exagera la necesidad de cambio social  porque ha quedado demostrado que las sociedades viven cada vez mejor [61]. Esta y otras afirmaciones resultan políticamente peligrosas en cuanto nos incitan a asumir la visión panglosiana de que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles.
  • Reprimir las emociones y los pensamientos negativos no sólo contribuye a justificar jerarquías sociales implícitas y a consolidar la hegemonía de ciertas ideologías. Volviendo a lo anterior, este mandato también banaliza y privatiza el sufrimiento. En primer lugar, porque la creencia de que la negatividad es disruptiva siempre y que la positividad es productiva siempre no sólo vuelve indeseables emociones como la cólera, la angustia y la pena; las convierte también en emociones infructuosas e inútiles. En segundo lugar, porque, a pesar de todo, como nos recuerdan los psicólogos positivos, es uno mismo el que elige si quiere seguir sufriendo. Esta creencia, sin embargo, supone un doble gravamen sobre el malestar: los que sufren no sólo tienen que lidiar individualmente con la carga de sus propios sentimientos, ya de por sí agónicos, sino también con la sensación de culpa derivada de no tener la fuerza y la voluntad suficientes para superar esos sentimientos o superar las circunstancias que los generan. Insistir en mirar siempre el lado positivo de la vida, en que se puede ser feliz a pesar de las circunstancias, en que se puede crecer en la adversidad y en que todo lo negativo de la vida puede desaparecer sin dejar cicatrices, a pesar de que se haga con la mejor de las intenciones, tiende a mostrar mucha beligerancia hacia aquellos que más sufren: como si de alguna forma, y en el fondo, se lo merecieran.

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