Capítulo 1: la sociedad de clases y el Estado
El Estado, producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase
- «El Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad. Tampoco es "la realidad de la idea moral" ni "la imagen y la realidad de la razón", como afirma Hegel». El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. Surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.
- Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del «orden» que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.
- Si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que «se divorcia más y más» de ella, resulta claro que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel «divorcio».
Los destacamentos especiales de fuerzas armadas, las cárceles, etc.
- La «fuerza» a que se da el nombre de Estado y a la que se refiere Engels consiste, fundamentalmente, en destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros elementos. Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, pues la fuerza pública, propia de todo Estado, ya no es la población armada, su «organización armada espontánea».
- El ejército permanente y la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del poder estatal. Pero, ¿puede acaso ser de otro modo? Si no existiese la división de la sociedad en clases enemigas irreconciliables, la «organización armada espontánea de la población» se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc., de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo, o de la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible.
- «...La fuerza pública se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la fuerza pública, que ésta amenaza con devorar a la sociedad entera y aun al Estado mismo...».
El Estado, instrumento de explotación de la clase oprimida
- «...Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida».
- No sólo el Estado antiguo y el Estado feudal fueron órganos de explotación de los esclavos y de los siervos, también «el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado». En la república democrática —prosigue Engels— «la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro», y lo ejerce, en primer lugar, mediante «la corrupción directa de los funcionarios» (Norteamérica) y, en segundo lugar, mediante la «alianza entre el gobierno y la Bolsa» (Francia y Norteamérica). La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar esta envoltura, que es la mejor de todas, cimienta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partido dentro de la república democrática burguesa.
- El sufragio universal es, en palabras de Engels, «el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual». En «el Estado actual», no es un medio capaz de revelar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su puesta en práctica.
- «El Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su tiempo. Con la desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bronce».
La «extinción» del Estado y la revolución violenta
- Engels habla aquí de la «destrucción» del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción (o «adormecimiento») del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista.
- El Estado es una «fuerza especial de represión». De esta definición se deduce que la «fuerza especial de represión» del proletariado por la burguesía debe sustituirse por una «fuerza especial de represión» de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste precisamente la «destrucción del Estado como tal». En esto consiste precisamente el «acto» de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad.
- La democracia también es un Estado y, consiguientemente, también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser «destruido» por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, sólo puede «extinguirse».
- El «Estado popular libre» era una reivindicación programática y una consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. Esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una «fuerza especial para la represión» de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular.
- Los pensamientos de Engels sobre la importancia de la revolución violenta se hallan indisolublemente unidos a la «extinción» del Estado y forman con ella un todo armónico: «...De que la violencia desempeña en la historia otro papel» (además del de agente del mal), «un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas...».
Capítulo 2: el Estado y la Revolución. La experiencia de los años 1848 a 1851
En vísperas de la Revolución
- Marx y Engels redactan que «el primer paso de la revolución obrera será la transformación del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas». Esta definición del Estado significa, según Marx, en primer lugar, que el proletariado sólo necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo, que comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos de extinguirse; y, en segundo, que los trabajadores necesitan un «Estado», «es decir, el proletariado organizado como clase dominante».
- El proletariado, única clase que puede llevar a cabo el derrocamiento de la dominación de la burguesía, necesita el poder del Estado, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de «poner en marcha» la economía socialista.
- Si el proletariado necesita el Estado como organización especial de la violencia contra la burguesía, de aquí se desprende por sí misma la conclusión de si es concebible que pueda crearse una organización semejante sin destruir previamente, sin aniquilar aquella máquina estatal creada para sí por la burguesía. A esta conclusión lleva directamente El Manifiesto Comunista, y Marx habla de ella al hacer el balance de la experiencia de la revolución de 1848 a 1851.
El balance de la revolución
- La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto: ¿Cómo ha surgido históricamente el Estado burgués? ¿Cuáles han sido sus cambios, cuál su evolución en el transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones independientes de las clases oprimidas? ¿Cuáles son las tareas del proletariado en lo tocante a esta máquina del Estado?
- El poder estatal centralizado, característico de la sociedad burguesa, surgió en la época de la caída del absolutismo. Dos son las instituciones más características de esta máquina del Estado: la burocracia y el ejército permanente. Son un «parásito» adherido al cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones internas que dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que «tapona» los poros vitales.
- A través de todas las revoluciones burguesas vividas en gran número por Europa desde los tiempos de la caída del feudalismo, este aparato burocrático y militar va desarrollándose, perfeccionándose y afianzándose. En particular, precisamente la pequeña burguesía es atraída al lado de la gran burguesía y sometida a ella en medida considerable por medio de este aparato, que proporciona puestos relativamente cómodos, tranquilos y honorables, los cuales colocan a sus poseedores por encima del pueblo. Mirad lo ocurrido en Rusia durante el medio año transcurrido desde [la revolución democrático-burguesa del] 27 de febrero de 1917 (por medio de la cual fue derrocada la autocracia y formado el Gobierno Provisional burgués): los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente a los ciennegristas [Nota 1], se han convertido en botín de demócratas constitucionalistas [Nota 2], mencheviques y eseristas [Nota 3]. En el fondo, no se pensaba en reformas serias, esforzándose por aplazarlas «hasta la Asamblea Constituyente», y aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente ¡hasta el final de la guerra! [Nota 4]. ¡Pero para repartir el botín, para ocupar los puestos de ministros, subsecretarios, gobernadores generales, etc., etc., no se dio largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente! El juego de las combinaciones para formar gobierno no era, en el fondo, más que la expresión del reparto y redistribución del «botín». El balance del medio año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917 es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los puestos burocráticos, y los «errores» del reparto se corrigieron mediante algunos reajustes. Pero cuanto más se procede a estos «reajustes» del aparato burocrático, tanto más evidente es para las clases oprimidas y para el proletariado que las encabeza su hostilidad irreconciliable contra toda la sociedad burguesa.
- De aquí la necesidad, para todos los partidos burgueses, incluyendo a los más democráticos y «revolucionario-democráticos», de reforzar la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los acontecimientos obliga a la revolución a «concentrar todas las fuerzas de destrucción» contra el poder estatal, la obliga a proponerse como objetivo, no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aniquilarla.
[Nota 2] Partido Demócrata Constitucionalista: partido principal de la burguesía liberalmonárquica de Rusia, fundado en octubre de 1905 y compuesto por elementos de la burguesía y de los zemstvos e intelectuales burgueses.
[Nota 3] Socialistas revolucionarios (eseristas): partido pequeñoburgués ruso, fundado a finales de 1901 y comienzos de 1902 debido a la unificación de diversos grupos y círculos populistas. En los años de la guerra mundial imperialista, la mayoría de los eseristas ocupó una posición socialchovinista. Después de la victoria de la revolución democrático-burguesa de febrero de 1917, los eseristas, junto con los mencheviques, fueron el principal puntal del Gobierno Provisional burgués. Se negaron a apoyar la reivindicación campesina sobre la supresión de la propiedad agraria de los terratenientes y se pronunciaron a favor de su conservación. Los ministros eseristas del Gobierno Provisional mandaban destacamentos punitivos contra los campesinos que se apoderaban de las tierras de los latifundistas. A fines de noviembre de 1917, el ala izquierda de los eseristas creó el partido independiente de los eseristas de izquierda. En los años de la intervención militar extranjera, los eseristas apoyaban por todos los medios a los intervencionistas y a los guardias blancos, participaban en las conspiraciones contrarrevolucionarias y organizaban actos terroristas contra los dirigentes del Estado soviético y del partido comunista.
[Nota 4] El Gobierno Provisional informó de la convocatoria de la Asamblea Constituyente en la Declaración del 2 (15) de marzo de 1917; las elecciones debían celebrarse el 17 (30) de septiembre del mismo año, acordándose al poco tiempo su aplazamiento al 12 (25) de noviembre. La Asamblea Constituyente fue inaugurada el 5 (18) de enero de 1918 en Petrogrado por el Gobierno soviético. Las elecciones se celebraron de acuerdo con las listas compuestas antes de la Revolución de Octubre. La Asamblea Constituyente se negó a ratificar los decretos de la paz, de la tierra y del paso del poder a los sóviets, aprobados por el II Congreso de éstos, en virtud de lo cual fue disuelta por acuerdo del CEC de toda Rusia el 6 (19) de enero de 1918.
Cómo plantea Marx la cuestión en 1852
- Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases, pero esto no es exacto. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa. Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. El Estado de este período debe ser inevitablemente un Estado democrático de manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de manera nueva (contra la burguesía).
- Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en última instancia, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas sería, necesariamente, una: la dictadura del proletariado.
Capítulo 3: el Estado y la Revolución. La experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx
¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?
- Marx limita su conclusión al continente. Al ser Inglaterra en 1871 todavía un modelo de país netamente capitalista, pero sin militarismo y, en una medida considerable, sin burocracia, allí la revolución, e incluso una revolución popular, se consideraba y era entonces posible sin la condición previa de destruir la «máquina estatal existente». Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica, los más grandes y los últimos representantes de la «libertad» anglosajona, en el sentido de ausencia de militarismo y de burocratismo, han ido rodando completamente al inmundo y sangriento pantano, común a toda Europa, de las instituciones burocrático-militares. Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es «condición previa de toda revolución verdaderamente popular» el romper, el destruir la «máquina estatal existente».
- La demolición de la máquina burocrático-militar del Estado es «condición previa de toda verdadera revolución popular». En la Europa de 1871, el proletariado no formaba en ningún país del continente la mayoría del pueblo. La revolución no podía ser «popular», es decir, arrastrar verdaderamente a la mayoría al movimiento, si no englobaba tanto al proletariado como a los campesinos. Ambas clases formaban entonces el «pueblo». Une a estas clases el hecho de que la «máquina burocrático-militar del Estado» las oprime, las esclaviza, las explota. Destruir, demoler esta máquina, eso es lo que aconsejan los verdaderos intereses del «pueblo», de su mayoría, y tal es la «condición previa» para una alianza libre de los campesinos pobres con los proletarios, y sin esa alianza, la democracia es precaria y la transformación socialista, imposible.
- La «destrucción» de la máquina estatal responde a los intereses de los obreros y campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea común de suprimir al «parásito» y sustituirlo por algo nuevo. ¿Con qué sustituirlo concretamente?
¿Con qué sustituir la máquina del Estado, una vez destruida?
- Al destruir la máquina estatal, la Comuna la sustituye aparentemente «sólo» por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa elegibilidad y revocabilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este «sólo» representa un cambio gigantesco de unas instituciones por otras de tipo distinto en esencia. La democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria, de un Estado (fuerza especial de represión de una determinada clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho.
- Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia. Esto era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su derrota está en no haberlo hecho con suficiente decisión. Pero aquí el órgano represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido siempre. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que reprime por sí misma a sus opresores, no es ya necesaria una «fuerza especial» de represión! En este sentido, el Estado comienza a extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada, esta función puede ser realizada directamente por la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del poder estatal, tanto menor es la necesidad de dicho poder.
- La reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del «salario de un obrero» parece «simplemente» la reivindicación de una democracia ingenua, primitiva. Sin embargo, hay que comprender, en primer lugar, que el paso del capitalismo al socialismo es imposible sin un cierto «retorno» a la democracia «primitiva», (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones del Estado por la mayoría de la población, por toda ella?) y, en segundo lugar, que esta «democracia primitiva», basada en el capitalismo y en la cultura capitalista, no es la democracia primitiva de los tiempos prehistóricos o de la época precapitalista. La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre esta base, la enorme mayoría de las funciones del antiguo «poder estatal» se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, contabilidad y control, que son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse por el «salario corriente de un obrero», que se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y «jerárquico».
- Estas medidas, al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo. [Pero es evidente que] sólo adquieren su pleno sentido e importancia en conexión con la «expropiación de los expropiadores» ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en propiedad social.
La abolición del parlamentarismo
- La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones «de trabajo». «La Comuna no había de ser una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo». Las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse.
- Al hablar de las funciones de aquella burocracia que necesita también la Comuna y la democracia proletaria, Marx toma como punto de comparación a los empleados de «cualquier otro patrono», es decir, una empresa capitalista corriente, con «obreros, inspectores y contables». Hablar de la abolición repentina de la burocracia, en todas partes y hasta sus últimas raíces, es una utopía. Pero destruir de golpe la vieja máquina burocrática y comenzar acto seguido a construir otra nueva, que permita ir reduciendo gradualmente a la nada toda burocracia, no es una utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata, del proletariado revolucionario. El capitalismo simplifica las funciones de la administración «del Estado», permite desterrar la «administración jerárquica» y reducirlo todo a una organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad, a «obreros, inspectores y contables». Organicemos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia de trabajo, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el poder estatal de los obreros armados; reduzcamos a los funcionarios públicos al papel de simples ejecutores de nuestras directivas, «inspectores y contables» responsables, revocables y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de los técnicos de todas clases, de todos los géneros, tipos y grados).
- Este comienzo conduce por sí mismo a la creación gradual de un orden que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la sociedad.
Organización de la unidad de la Nación
- Refiriéndose a estas palabras, Bernstein escribía que en ellas se desarrolla un programa «que, por su contenido político, presenta, en todos los rasgos esenciales, grandísima semejanza con el federalismo de Proudhon...». Sin embargo, aquí Marx no habla en manera alguna del federalismo por oposición al centralismo, sino de la destrucción de la antigua máquina burguesa del Estado. Si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el poder del Estado, se organizan de un modo absolutamente libre en comunas y unifican la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el capital, para entregar a toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no será el más consecuente centralismo democrático y, además, un centralismo proletario? Para Bernstein, el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo.
- Marx subraya intencionadamente que el acusar a la Comuna de querer destruir la unidad de la nación, de querer suprimir el poder central, es una falsedad consciente. Marx usa intencionadamente la expresión «organizar la unidad de la nación» para contraponer el centralismo consciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar, burocrático.
La destrucción del Estado-parásito
Capítulo 4: Continuación. Aclaraciones complementarias de Engels
«El problema de la vivienda»
- «En la sociedad actual, el problema de la vivienda se resuelve exactamente lo mismo que otro problema social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente el problema y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de mucho mayor alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. [...] Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera penuria de vivienda. Esto sólo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o que viven hacinados. Y tan pronto como el proletariado conquiste el poder político, esta medida [...] será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual».
- «La apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo, de toda la industria por la población laboriosa, es precisamente lo contrario del "rescate" proudhoniano, donde cada obrero pasa a ser propietario de la vivienda, del campo, del instrumento de trabajo. En la primera solución, en cambio, es la "población laboriosa" la que pasa a ser propietaria colectiva de las casas, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute, al menos durante el período de transición, se conceda, sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades cooperativas». El arrendamiento de las viviendas, propiedad de todo el pueblo, a distintas familias supone el cobro del alquiler, un cierto control y una determinada regulación del reparto de las viviendas. Todo ello exige una cierta forma de Estado, pero no requiere en modo alguno un aparato militar y burocrático especial con funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. La transición a un estado de cosas en que sea posible asignar las viviendas gratuitamente se halla vinculada a la «extinción» completa del Estado.
Polémica con los anarquistas
Esta polémica tuvo lugar en el año 1873. Marx y Engels escribieron para un almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos, «autonomistas» o «antiautoritarios», artículos que sólo en 1913 fueron publicados en alemán, en Neue Zeit, revista teórica del Partido Socialdemócrata Alemán que se editó en Stuttgart de 1883 a 1923.
- No discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado, como meta. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de los instrumentos, de los medios, de los métodos del poder estatal contra los explotadores, igual que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino una «forma transitoria» de Estado?
- Frente a los proudhonianos, quienes se llamaban «antiautoritarios», es decir, que negaban toda autoridad, toda subordinación, todo poder, dice Engels: «Tomad una fábrica, un ferrocarril, un barco en alta mar. ¿Acaso no es evidente que sin una cierta subordinación y, por consiguiente, sin una cierta autoridad o poder será imposible el funcionamiento de ninguna de estas complejas empresas técnicas, basadas en el empleo de máquinas y en la colaboración armónica de muchas personas?».
- A continuación, Engels pasa al problema del Estado: «Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, [...]. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las relaciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. [...] Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan el movimiento del proletariado. En uno y otro caso sirven a la reacción».
- En este pasaje, «Estado político» alude al proceso de extinción del Estado: el Estado moribundo, al llegar a una cierta fase de su extinción, puede calificarse de Estado no político.
Una carta a Bebel
Uno de los razonamientos más notables de las obras de Marx y Engels respecto al Estado se contiene en el siguiente pasaje de una carta de Engels a Bebel del 18-28 de marzo de 1875. Engels escribió a Bebel criticando aquel mismo proyecto de programa de Gotha, que Marx criticó en su célebre carta a Bracke. Y, por lo que se refiere especialmente a la cuestión del Estado, le decía lo siguiente:
- «...El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre. Según el sentido gramatical de estas palabras, se entiende de por Estado libre un Estado que es libre respecto a sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. [...] Siendo el Estado una institución meramente transitoria que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de un Estado libre del pueblo: mientras el proletariado necesite todavía el Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso, nosotros propondríamos emplear siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra "comunidad" [...]».
- «La Comuna no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra». La Comuna iba dejando de ser un Estado, toda vez que su papel no consistía en reprimir a la mayoría de la población, sino a la minoría; había roto la máquina del Estado burgués; en vez de una fuerza especial para la represión, entró en escena la población misma. Todo esto significa apartarse del Estado en su sentido estricto. Y si la Comuna se hubiera consolidado, habrían ido «extinguiéndose» en ella por sí mismas las huellas del Estado, no habría sido necesario «suprimir» sus instituciones: éstas habrían dejado de funcionar a medida que no tuviesen nada que hacer.
Crítica del proyecto de programa de Erfurt
A propósito de las palabras «falta de planificación», empleadas en el proyecto de programa para caracterizar al capitalismo, Engels escribe: «Si pasamos de las sociedades anónimas a los trusts, que dominan y monopolizan ramas industriales enteras, vemos que aquí termina no sólo la producción privada, sino también la falta de planificación».
Pero volvamos al problema del Estado. De tres clases son las indicaciones especialmente valiosas que hace aquí Engels: en primer lugar, las que se refieren a la cuestión de la república; en segundo, las que afectan a las relaciones entre la cuestión nacional y la estructura del Estado; y en tercero, las que conciernen a la autonomía administrativa local.
Prefacio de 1891 a La guerra civil en Francia, de Marx
- En Francia, los obreros, después de cada revolución, estaban armados; «por eso, el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado. De aquí que, después de cada revolución ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que acaba con la derrota de éstos...». El quid de la cuestión aquí enfocado, entre otras cosas en lo que afecta al problema del Estado, es el siguiente: ¿tiene armas la clase oprimida?
- Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también con la cuestión del Estado, se refiere a la religión: «Una parte de los decretos [de los miembros de la Comuna] eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar [...], como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; [...]». Engels subraya a propósito las palabras «con respecto al Estado», asestando con ello un golpe certero al oportunismo de la socialdemocracia alemana, que declaraba la religión asunto de incumbencia privada con respecto al partido y con ello rebaja el partido del proletariado revolucionario al nivel del más vulgar filisteísmo «librepensador», dispuesto a admitir el aconfesionalismo, pero que renuncia a la tarea de partido de luchar contra el opio religioso, que embrutece al pueblo.
- Engels subraya una y otra vez que no sólo bajo la monarquía, sino también bajo la república democrática, el Estado sigue siendo Estado, es decir, conserva su rasgo característico fundamental: convertir a sus funcionarios, «servidores de la sociedad», en señores situados por encima de ella. «Contra esta transformación [...] empleó la Comuna dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios [...] estaban retribuidos como los demás trabajadores». Engels llega aquí al interesante límite donde la democracia consecuente se transforma, de una parte, en socialismo y, de otra, reclama el socialismo, pues para destruir el Estado es necesario convertir las funciones de la administración pública en operaciones de control y registro tan sencillas, que sean accesibles a la inmensa mayoría de la población, primero, y a toda ella, después. Y la supresión completa del arribismo exige que los cargos «honoríficos» del Estado no puedan servir de trampolín para pasar a puestos altamente retribuidos en los bancos y en las sociedades anónimas.
- Si Engels dice que bajo la república democrática el Estado sigue siendo «lo mismo» que bajo la monarquía, «una máquina para la opresión de una clase por otra», esto no significa que la forma de opresión sea indiferente para el proletariado. Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia, más libre, más abierta facilita en proporciones gigantescas la misión del proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general.
Engels, sobre la superación de la democracia
Engels recalca que es un error olvidarse de que la destrucción del Estado es también la destrucción de la democracia, que la extinción del Estado implica la extinción de la democracia.
La democracia no es idéntica a la subordinación de la minoría a la mayoría. Democracia es el Estado que reconoce la subordinación de la minoría a la mayoría, es decir, una organización llamada a ejercer la violencia sistemática de una clase contra otra, de una parte de la población contra otra.
Nosotros nos proponemos como meta final la destrucción del Estado, es decir, de toda violencia organizada y sistemática, de toda violencia sobre los hombres en general. No esperamos el advenimiento de un orden social en el que no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría. Pero, aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que éste se convertirá gradualmente en comunismo, y en relación con esto desaparecerá toda necesidad de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de subordinación de unos hombres a otros, pues los hombres se habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia social sin violencia y sin subordinación.
Para subrayar este elemento del hábito es para lo que Engels habla de una nueva generación que, «educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado». A fin de explicar esto, es necesario analizar la cuestión de las bases económicas de la extinción del Estado.
Capítulo 5: las bases económicas de la extinción del Estado
Planteamiento de la cuestión por Marx
¿A base de qué datos se puede plantear la cuestión del desarrollo futuro del comunismo futuro? A base de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo.
Marx descarta, ante todo, la confusión que siembra el Programa de Gotha en el problema de la correlación entre el Estado y la sociedad.
«La sociedad actual —escribe Marx— es la sociedad capitalista, que existe en todos los países civilizados más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el "Estado actual" cambia con las fronteras de cada país. [...] El "Estado actual" es, por tanto, una ficción.
Sin embargo, los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la [...] diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros en el sentido capitalista. Tienen también, por tanto, ciertos caracteres esenciales comunes. En este sentido, puede hablarse del "Estado actual", por oposición al futuro, en el que su actual raíz, la sociedad burguesa, se habrá extinguido.
Cabe entonces preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? O, en otros términos, ¿qué funciones sociales análogas a las actuales funciones del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra "pueblo" y la palabra "Estado", no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema...».
Lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la teoría del desarrollo y por toda la ciencia en general es la circunstancia de que, históricamente, tiene que haber, sin duda alguna, una fase especial o una etapa especial de transición del capitalismo al comunismo.
La transición del capitalismo al comunismo
Antes, la cuestión se planteaba así: para conseguir su liberación, el proletariado debe derrocar a la burguesía, conquistar el Poder político e instaurar su dictadura revolucionaria. Ahora se plantea de un modo algo distinto: la transición de la sociedad capitalista —que se desenvuelve hacia el comunismo— a la sociedad comunista es imposible sin un «período político de transición», y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia?
La sociedad capitalista, considerada en sus condiciones de desarrollo más favorables, nos ofrece una democracia más o menos completa en la república democrática. Pero esta democracia se halla siempre comprimida dentro del estrecho marco de la explotación capitalista y, por esta razón, es siempre, en esencia, una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras. En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que «no están para democracias», «no están para política», y en el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de toda participación en la vida político-social.
Si observamos más de cerca el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes restricciones y restricciones de la democracia: en los detalles «pequeños», supuestamente pequeños, del derecho al sufragio (censo de asentamiento, exclusión de la mujer, etc.), en la técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos efectivos que se oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para los «miserables»!), en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc., etc. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas impuestas a los pobres parecen insignificantes, sobre todo a quienes jamás han sufrido la penuria ni han estado en contacto con la vida cotidiana de las clases oprimidas; pero, en conjunto, estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de la participación activa en la democracia.
Pero, partiendo de esta democracia capitalista, el desarrollo progresivo no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo «hacia una democracia cada vez mayor». No. El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo, pasa por la dictadura del proletariado, y sólo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir únicamente a la simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación de la democracia, que se convierte por vez primera en democracia para los pobres, en democracia para el pueblo, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones impuestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada; hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión hay violencia, no hay libertad ni democracia.
Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no existan diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces «desa-parecerá el Estado y podrá hablarse de libertad». Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que no implique, en efecto, ninguna restricción. Y sólo entonces comenzará a extinguirse la democracia por la sencilla razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, se habituarán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos; a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado.
La expresión «el Estado se extingue» está muy bien elegida, pues señala el carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en torno nuestro vemos millones de veces con qué facilidad se habitúa la gente a observar las reglas de convivencia que necesita, si no hay explotación, si no hay nada que la indigne, provoque protestas y sublevaciones y haga imprescindible la represión.
Por último, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado, pues no hay nadie a quien reprimir, «nadie» en el sentido de clase, en el sentido de una lucha sistemática contra determinada parte de la población. No somos utopistas y no negamos lo más mínimo que es posible e inevitable que algunos individuos cometan excesos, como tampoco negamos la necesidad de reprimir tales excesos. Pero, en primer lugar, para ello no hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión; esto lo hará el propio pueblo armado, con la misma sencillez y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que se maltrate a una mujer. Y, en segundo lugar, sabemos que la causa social más profunda de los excesos, consistentes en la infracción de las reglas de convivencia, es la explotación de las masas, su penuria y su miseria. Al suprimirse esta causa fundamental, los excesos comenzarán inevitablemente a «extinguirse». No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos que se extinguirán. Y con ello se extinguirá también el Estado.
Marx determinó en detalle lo que es posible determinar ahora respecto a este porvenir, a saber: la diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de la sociedad comunista.
Primera fase de la sociedad comunista
En la «primera» fase o fase inferior de la sociedad comunista, a la que se suele dar el nombre de socialismo, los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los individuos para pertenecer a toda la sociedad. Cada miembro de ésta, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada obrero recibe, pues, de la sociedad tanto como le entrega. Reina, al parecer, la «igualdad».
Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social, dice que esto es una «distribución justa», que es «el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo», Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error.
Aquí —dice Marx— nos hallamos, efectivamente, ante un «derecho igual», pero es todavía «un derecho burgués», que, como todo derecho, presupone la desigualdad. Todo derecho significa la aplicación de un rasero igual a hombres distintos [...]; por tanto, el «derecho igual» constituye una infracción de la igualdad y una injusticia.
«Con igual trabajo —concluye Marx — y, por consiguiente, con igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual...».
Por consiguiente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero quedará descartada ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción. Marx señala el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que se verá obligada a destruir primeramente tan sólo aquella «injusticia» que consiste en la usurpación de los medios de producción por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo «según el trabajo» (y no según las necesidades).
«Pero estos defectos —prosigue Marx— son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista [...]. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado...».
Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista, el «derecho burgués» no se suprime por completo, sino sólo en parte, sólo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de producción. El «derecho burgués» reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido —y sólo en este sentido— desaparece el «derecho burgués».
Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos: como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. «Quien no trabaja no come»: este principio socialista es ya una realidad; «a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos»: también es ya una realidad este principio socialista. Pero esto no es todavía el comunismo, no suprime aún el «derecho burgués», que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
Esto es un «defecto», dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera fase del comunismo, pues, sin caer en la utopía, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujetarse a ninguna norma de derecho; además, la abolición del capitalismo no sienta de repente las premisas económicas para este cambio.
Otras normas, fuera de las del «derecho burgués», no existen, Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos.
El Estado se extingue por cuanto ya no hay capitalistas, ya no hay clases y, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase.
Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún la protección del «derecho burgués», que sanciona la desigualdad efectiva. Para que el Estado se extinga por completo hace falta el comunismo completo.
La fase superior de la sociedad comunista
«En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y fluyan con todo su caudal los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: "De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades"».
La base económica de la extinción completa del Estado representa un desarrollo tan elevado del comunismo, que en él desaparece el contraste entre el trabajo intelectual y el manual, dejando de existir, por consiguiente, una de las fuentes más importantes de la desigualdad social moderna, una fuente de desigualdad que en modo alguno puede ser suprimida de repente por el solo hecho de que los medios de producción pasen a ser propiedad social, por la sola expropiación de los capitalistas.
Esta expropiación dará la posibilidad de desarrollar las fuerzas productivas en proporciones gigantescas. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con que avanzará este desarrollo, la rapidez con que llegará a romper con la división del trabajo, a suprimir el contraste entre el trabajo intelectual y el manual, a convertir el trabajo «en la primera necesidad vital».
Por eso tenemos derecho a hablar tan sólo de la extinción inevitable del Estado, subrayando el carácter prolongado de este proceso, su supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo y dejando completamente en pie la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones.
El Estado podrá extinguirse por completo cuando la sociedad ponga en práctica la regla: «De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades»; es decir, cuando los hombres estén ya tan habituados a observar las normas fundamentales de la convivencia y cuando su trabajo sea tan productivo, que trabajen voluntariamente según su capacidad. El «estrecho horizonte del derecho burgués», que obliga a calcular con el rigor de un Shylock [Nota 1] para no trabajar ni media hora más que otro y para no percibir menos salario que otro, quedará entonces rebasado. La distribución de los productos no requerirá entonces que la sociedad regule la cantidad de ellos que reciba cada uno; todo hombre podrá tomar libremente lo que cumpla a «sus necesidades».
[Nota 1] Shylock: personaje de la comedia de W. Shakespeare El Mercader de Venecia, usurero cruel y duro, que exigía implacablemente que, según las condiciones de la letra de cambio, se le extirpase una libra de carne a su deudor moroso.
Desde el punto de vista burgués, es fácil presentar como una «pura utopía» semejante régimen social y burlarse diciendo que los socialistas prometen a todos el derecho a obtener de la sociedad, sin el menor control del trabajo rendido por cada ciudadano, la cantidad que deseen de trufas, de automóviles, de pianos, etc. Con estas burlas, los “sabios” burgueses demuestran su ignorancia y su defensa interesada del capitalismo, [ya que] a ningún socialista se le ha pasado por las mientes «prometer» la llegada de la fase superior de desarrollo del comunismo, y la previsión de los grandes socialistas de que esta fase ha de advenir presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no son los actuales filisteos.
Mientras llega la fase «superior» del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo; pero este control ha de comenzar con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino por el Estado de los obreros armados.
En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, hablan de utopías descabelladas, de la imposibilidad de «implantar» el socialismo, se refieren precisamente a la etapa o fase superior del comunismo que nadie ha prometido «implantar» y ni siquiera ha pensado en ello, pues, en general, es imposible «implantarla».
Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica existente entre el socialismo y el comunismo. Es posible que, políticamente la diferencia entre la primera fase, o fase inferior, y la fase superior del comunismo llegue, con el tiempo, a ser enorme; pero hoy bajo el capitalismo, sería ridículo hacer resaltar esta diferencia. Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara. Por cuanto los medios de producción se convierten en propiedad común, puede aplicarse también a la «primera» fase la palabra «comunismo», siempre y cuando que no se pierda de vista que esto no es el comunismo completo. La gran importancia de las explicaciones de Marx reside en que también aquí aplica consecuentemente la dialéctica materialista, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como algo que se desarrolla del capitalismo. En vez de «imaginadas» definiciones escolásticas y artificiales y de disputas estériles sobre palabras (qué es el socialismo, qué es el comunismo), Marx hace un análisis de lo que podríamos llamar grados de madurez económica del comunismo.
En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De ahí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del «estrecho horizonte del derecho burgués» bajo el comunismo en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de derecho.
Resulta, pues, que bajo el comunismo no sólo subsiste durante cierto tiempo el derecho burgués, sino que subsiste incluso el Estado burgués ¡sin burguesía! Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la inteligencia, pero, en realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó por capricho al comunismo un trocito de derecho «burgués», sino que tomó lo que es económica y políticamente inevitable en una sociedad que brota de las entrañas del capitalismo.
La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera por su liberación contra los capitalistas. Pero la democracia no es, en modo alguno, un límite insuperable, sino sólo una de las etapas en el camino del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo.
Democracia implica igualdad. Se comprende la gran importancia que encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la consigna de la igualdad, si ésta se interpreta exactamente, en el sentido de destrucción de las clases. Pero la democracia implica tan sólo la igualdad formal. E inmediatamente después de realizada la igualdad de todos los miembros de la sociedad con respecto a la posesión de los medios de producción, es decir, la igualdad de trabajo y la igualdad de salario, surgirá de manera inevitable ante la humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: «De cada cual según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades». A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este supremo objetivo es cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es aclararse a sí mismo cuán infinitamente falaz es la idea burguesa corriente que presenta al socialismo como algo muerto, rígido e inmutable, cuando, en realidad, sólo con el socialismo comienza un movimiento rápido y auténtico de progreso en todos los aspectos de la vida social e individual, un movimiento verdaderamente de masas, en el que toma parte la mayoría de la población, primero, y la población entera, después.
La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, por consiguiente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y sistemática de la violencia sobre los hombres. Eso, de una parte. Pero, de otra, la democracia implica el reconocimiento formal de la igualdad entre los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar la estructura del Estado y a gobernarlo. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer lugar, cohesiona al proletariado y le da la posibilidad de destruir, de barrer de la faz de la tierra la máquina del Estado burgués, el ejército permanente, la policía y la burocracia, y de sustituirlos por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la forma de las masas obrera armadas, como paso hacia la participación de todo el pueblo en las milicias.
Aquí «la cantidad se transforma en calidad»; este grado de democracia rebasa ya el marco de la sociedad burguesa, es el comienzo de su reestructuración socialista. Si todos intervienen realmente en la dirección del Estado, el capitalismo no podrá ya sostenerse. Y, a su vez, el desarrollo del capitalismo crea las premisas para que «todos» realmente puedan intervenir en la gobernación del Estado. Entre estas premisas se cuenta la completa liquidación del analfabetismo, conseguida ya por algunos de los países capitalistas más adelantados, la «instrucción y la educación de la disciplina» de millones de obreros por el amplio y complejo aparato socializado de Correos, de los ferrocarriles, de las grandes fábricas, del gran comercio, de los bancos, etc., etc.
Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar de la noche a la mañana, después de derrocar a los capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos por los obreros armados, por todo el pueblo armado, en la obra de controlar la producción y la distribución, en la obra de computar el trabajo y los productos. (No hay que confundir la cuestión del control y de la contabilidad con la cuestión del personal con instrucción científica de ingenieros, agrónomos, etc.: estos señores trabajan hoy subordinados a los capitalistas y trabajarán todavía mejor mañana, subordinados a los obreros armados).
Contabilidad y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para «poner a punto» y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. En ella, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que no es otra cosa que los obreros armados. De lo que se trata es de que trabajen por igual, observando bien la medida del trabajo, y de que ganen equitativamente. El capitalismo ha simplificado hasta el extremo la contabilidad y el control de esto, reduciéndolos a operaciones extraordinariamente simples de inspección y anotación, accesibles a cualquiera que sepa leer y escribir, conozca las cuatro reglas aritméticas y sepa extender los recibos correspondientes.
Toda la sociedad será una sola oficina y una sola fábrica, con trabajo igual y salario igual.
Pero esta disciplina «fabril», que el proletariado, después de triunfar sobre los capitalistas y de derrocar a los explotadores, hará extensiva a toda la sociedad, no es, en modo alguno, nuestro ideal ni nuestra meta final, sino sólo un escalón necesario para limpiar radicalmente la sociedad de la explotación capitalista y para seguir avanzando.
A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir por sí mismos el Estado, hayan tomado este asunto en sus propias manos, hayan «puesto a punto» el control sobre la insignificante minoría de capitalistas, sobre los señoritos que quieren seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre obreros profundamente corrompidos por el capitalismo; a partir de este momento comenzará a desaparecer la necesidad de toda administración en general. Cuanto más completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que deje de ser necesaria. Cuanto más democrático sea el «Estado», constituido por los obreros armados y que «no será ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra», más rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado.
Pues cuando todos hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por su cuenta la producción social; cuando hayan aprendido a llevar el cómputo y el control de los haraganes, de los señoritos, de los granujas y demás «depositarios de las tradiciones del capitalismo», el escapar a este registro y a este control realizado por la totalidad del pueblo será sin remisión algo tan inaudito y difícil, una excepción tan rara, y suscitará probablemente una sanción tan rápida y tan severa, que la necesidad de observar las reglas nada complicadas y fundamentales de toda convivencia humana se convertirá muy pronto en una costumbre.
Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la primera fase de la sociedad comunista a su fase superior y, a la vez, a la extinción completa del Estado.
Comentarios
Publicar un comentario